#25N Mujeres a la calle: la movilización en clave de género

Las mujeres somos una parte esencial del paro nacional, y hoy saldremos con más fuerza. Porque cada día reivindicamos más nuestro derecho a estar en la calle, a protestar. Esta es una entrevista para leer las movilizaciones sociales en clave de género.

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No es NoЯmal


24.11.2019

Los últimos han sido días de intensas movilizaciones sociales en las calles de casi todas las ciudades del país. Hoy, además, al paro nacional se le sumará la marcha del 25N contra el maltrato a la mujer. Las mujeres somos una parte esencial del paro nacional, y hoy saldremos con más fuerza. Porque cada día reivindicamos más nuestro derecho a estar en la calle, a protestar.

El colectivo feminista No Es Normal conversó hace unas semanas con la politóloga  Alejandra Bello-Urrego para entender cómo leer las actuales movilizaciones sociales  en clave de género. Ella es doctora de la Universidad de Brasilia y feminista especialista en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario, ha participado directamente en procesos de movilización social desde antes de ser estudiante universitaria y ha analizado el rol del cuerpo de la mujer en la guerra. 

Tu entraste muy joven a hacer parte de la movilización social de estudiantes en la Universidad Nacional. ¿Cómo fue ese proceso?

Yo entré a la universidad en 2006, pero me involucré en las movilizaciones estudiantiles antes, cuando todavía estaba en el colegio. Le decía a mi mamá que iba para el colegio y antes de llegar me bajaba y me iba para la Nacional. Conocía a gente allá: algunos de artes plásticas y de medicina. Así pude participar en las asambleas donde los estudiantes se reunían a planear las marchas y tuve guías que me indicaron muy bien las lógicas, cosa que no hubiera pasado si yo hubiera llegado en calidad de par. Estas personas, además de darle el panorama general, me cuidaban. Eso me ayudó muchísimo a ubicarme, a no sentirme incómoda. Una vez entré a la Universidad, sin embargo, me desencanté con muchas cosas de la izquierda tradicional, sobre todo por el machismo. Le agradezco a quienes me dedicaron su tiempo para estar en el movimiento estudiantil, que requiere mucha paciencia, tiempo, persistencia y terquedad, pero no me sentía bienvenida en un espacio regido por lógicas patriarcales donde tocaba jugar a no ser mujer para ser escuchada. 

¿Hubo algún momento en el que recuerdas sentirte así?

Recuerdo una vez, de hecho el momento en el que me retiré completamente de los movimientos estudiantiles. Se convocó una de las marchas para reformar la Ley 30 sobre educación. Nosotros, un pequeño grupo de estudiantes, en alianza con un partido de izquierda y con otros grupos de estudiantes, promovimos un debate en la plenaria del Congreso y nos invitaron a una de las comisiones del Senado a explicarla.Los que generalmente hablábamos éramos un compañero y yo. Yo no dormí esa noche redactando el documento y como no estaba en mis mejores condiciones, él iba a hablar. Pero no tenía mucha cancha política, entonces empezó a titubear (tenía derecho, pero en los espacios políticos no te permiten existir, te toca mostrarte lo más patriarcal posible, o no existes). Me acuerdo de que lo corrí, cogí el micrófono empecé a hablar lo que se tenía que hablar, sin leer el documento.

El que estaba dirigiendo la plenaria no me estaba escuchando, y le yo pegué un manotazo en su escritorio. Les dije: “acá todos ustedes estan pagos por nosotros, no es que les estamos pidiendo que nos hagan el favor, esto es una exigencia”. Y, claro, aunque no fuera planeado, llegaron camaras… Yo no sé si fue por el manotazo, pero empezó a llegar todo el mundo, y ellos se vieron obligados a escuchar. Después, en una reunión del partido el señor que estaba liderando el espacio dijo: “el éxito de la jornada se lo debemos a mentes brillantes como la de fulanito de tal”, o sea, al muchacho que no hizo nada, ni el documento, ni la exposición, ni siquiera coger el micrófono. Pero ellos asumieron que fue él el que me había dicho a mí qué hacer. Además me dijeron: “menos mal que estabas ahí, porque una cara angelical siempre ayuda al movimiento. Las fotos que quedaron dan credibilidad. Menos mal tú estabas ahí para poner tu cara”. Yo ya no respondí absolutamente nada, me paré y me fui.  Jamás volví a esos espacios. 

Tu has estudiado cómo se ejerce la guerra o la violencia de manera distinta según los cuerpos. ¿Cómo afecta la guerra a los roles de género? 

La guerra tiene todo que ver con roles de género empezando por quiénes suelen ser los guerreros. En  excepciones hay guerreras, como en el caso de la guerrilla de las FARC, donde el 40 % eran mujeres. La guerra implica una división del trabajo generizada, racializada y donde la clase social juega un papel determinante. Por ejemplo, el 90% de los soldados –‘los’, porque en su casi totalidad son hombres– provienen de estratos 0, 1, 2 y de pronto 3. Estamos hablando de que las personas con menos recursos económicos son las que van a la guerra. Y esto, en un contexto como el colombiano, en el que la historia colonial está tan latente, tiene todo que ver con un pasado que vinculó la clasificación racial-colonial de las personas con su inversión de clase social. Eso implica dos elementos: primero, hay una carne, un cuerpo, que estamos poniendo en el lugar donde le puede caer una bala. Y segundo: son hombres. 

Se trata de una lógica donde para devenir sujeto, tienes que mostrarle sumisión al que está más arriba. En la medida en la que se muestra sumisión, se sube en la escala, y eso da una posición desde la que se puede violentar al que está más abajo. En la medida en que humillas al que está más abajo te pruebas a ti mismo y a los otros que eres más sujeto y menos objeto. Y muchas veces el cuerpo sobre el que se enseña esta lógica de depredación, necesaria para producir guerreros, es el cuerpo femenino. 

¿Qué pasa cuando los cuerpos de las mujeres empiezan a hacer parte de la guerra? ¿Qué cambia?

Es una pregunta amplia que tenemos que hacernos. Te doy mi opinión en construcción. Primero, las dinámicas dependen mucho del grupo. Lo que sucede en la guerrilla no es lo mismo que lo que sucede en los paramilitares, por ejemplo. Si vemos los reportes del Centro de Memoria Histórica, en los grupos paramilitares las mujeres fueron minoría y cumplieron roles muy feminizados: estaban en calidad de informantes, de ‘mata hari’, etc, roles en general muy específicos y muy ligados al género. Cuando lograban estar en roles de poder, eran mujeres que demostraban muchísima más capacidad de crueldad que el hombre, algo que sucedió por ejemplo en el Caribe. Las pocas mujeres que había eran mucho más crueles que los hombres. 

El patriarcado aparece como una dinámica de poder que va mucho más allá de los escenarios en los que se presenta. Pasa también con las mujeres en la política. Por ejemplo con Margaret Thatcher uno se pregunta si ella hubiera podido llegar a la posición que llegó si no hubiera sido tres veces más patriarcal, más masculina en el sentido de capacidad para depredar, que los demás a su alrededor. Estamos en una cultura en donde lo femenino, asociado al cuidado,  es contrario a lo político. 

Se trata de demostrar que eres sujeto. No estoy diciendo que las mujeres sean más crueles, más bien me estoy preguntando qué hace que en este contexto una mujer necesite ser mucho más cruel y tener una capacidad de depredación mucho más evidente para llegar a un rol de poder. Y en un contexto de violencia, donde el reconocimiento ha sido dado por tu capacidad para hacer la guerra, no es sorprendente que las pocas mujeres que lleguen a las posiciones de poder en las AUC, por ejemplo, sean mujeres con una gran capacidad de crueldad. 

En la medida en que tú humillas al que está más abajo te pruebas a ti mismo y a los otros que eres más sujeto y menos objeto. Y muchas veces el cuerpo sobre el que se enseña esta lógica de depredación, necesaria para producir guerreros, es el cuerpo femenino.

¿Estas dinámicas de violencia generizada en la guerra podrían ser aplicadas a la lectura de las movilizaciones sociales?

Yo pienso, y es parte de lo que terminé concluyendo en mi tesis de doctorado, que, aunque Michel Foucault identifica que la soberanía del poder se ejerce en las acciones del hacer vivir y del hacer morir, hace falta un eje clave: el hacer sufrir. El hacer sufrir es lo que construye subjetividades en lo cotidiano, lo que hace que el poder se epidermice, y que un sistema de organización social pase a ser cuerpo y pase a ser gesto. Esta es una dinámica que se puede ver en su lógica más radical en la guerra, en su lógica más pura, más en carne viva. Pero no es exclusiva de la guerra. 

Es una dinámica que hace parte de una forma de organización social con génesis colonial y globalizada, que hace parte de la globalización de un modelo social. Y, para mí, la característica de este modelo no es solamente la necesidad de administrar la muerte y la vida, sino también de administrar el sufrimiento, porque la capacidad de demostrar y de ejercer poder tiene mucho que ver con la capacidad de hacer sufrir. En esta medida, pienso que eso se encuentra en todos los espacios sociales, incluido el movimiento estudiantil. Aunque no quiere decir que sea una particularidad del movimiento estudiantil. 

¿Cómo se puede observar esto con las dinámicas que se dan, por ejemplo, con el ESMAD?

El ESMAD  tiene toda una serie de signos que envían un mensaje claro respecto a qué rol está jugando ese cuerpo con relación al tuyo. Te están indicando que tienen la capacidad de golpearte, de violentarte, de volverte su objeto a partir del cuál él va a devenir sujeto. Ese es precisamente el núcleo esencial de la lógica patriarcal.

Yo definiría una lógica de poder patriarcal así: independientemente de los cuerpos que estén en juego, es una lógica en donde la potencia depende de la depredación y el convertir al otro en objeto, en donde tú dependes de la destrucción del otro para devenir sujeto. Es un sistema, de alguna forma, vampírico. Tú nunca eres un sujeto pleno. Estás todo el tiempo en déficit. Entonces necesitas ir a chupar la sangre del otro para volver a llenarte de potencia. Ahora, si bien es una forma de organización sin género per se, estamos en una sociedad en donde lo femenino tiene que ver con una socialización hacia el devenir ‘presa’, y lo masculino hacia el devenir ‘quien depreda’. Es decir, lo masculino pasa por rituales que naturalizan la depredación. Cuando el ESMAD está absolutamente armado, así haya una mujer detrás de este traje, el mensaje es ‘yo estoy en la posición de poder (en términos patriarcales), quien te va a depredar’. Ahora, el ESMAD usualmente está conformado por hombres, porque el cuerpo masculino es el que, desde que en la ecografia sale que tiene pene, ponen a socializar para mandar el matracazo. 

¿Qué sucede cuando las mujeres salen a ejercer la violencia, por ejemplo, en movilizaciones sociales? 

Cuando hablamos de cuerpos femeninos y de violencia estamos introduciendo un giro muy importante. Parte del devenir mujer en esta sociedad es que te enajenen de tu agresividad, te quiten el gesto. Es devenir mujer que no tengamos el gesto de la defensa, que se nos sancione la voz alta, el imponernos, que lo que en un hombre se llama liderazgo, en la mujer se llama ‘mandamás’. Entonces, parte del devenir mujer pasa por el devenir un sujeto enajenado del gesto de la violencia. Es muy diferente que tú perfecciones la capacidad de violencia en un cuerpo masculino que en un cuerpo femenino. No es lo mismo que tú le enseñes karate a un muchacho de 24 años que a una muchacha de la misma edad. Son cuerpos que ya están así. Cuando le das habilidades para la violencia al cuerpo femenino estás nivelando, estás generando una condición de igualdad, mientras que, si lo haces con el hombre, estás agrandando una brecha que ya estaba dada. Entonces, cuando ya tienes una brecha y vuelves a unos cuerpos hombres militares y a otras las dejas en condición de sociedad civil, la brecha se agranda. A un cuerpo se le enajena de su posibilidad de fuerza y de defensa y al otro se le amplía, radicalizando la lógica patriarcal. De ahí también que en algunos movimientos feministas el aprender de autocuidado pase por aprender gestos de defensa de sí, muchas veces nombrados como violencia. Y estos gestos de defensa de sí, de desacato, son una de las cosas que se aprenden y se enseñan casi como un subconsciente colectivo. Casi como una pedagogía de la disrupción. 

El ESMAD tiene toda una serie de signos que envían un mensaje claro respecto a qué rol está jugando ese cuerpo con relación al tuyo. Te están indicando que tienen la capacidad de golpearte, de violentarte, de volverte su objeto a partir del cuál él va a devenir sujeto.

¿Nos puedes dar un ejemplo?

Yo recuerdo que hace muchos años me tocó lidiar con un patriarca de la academia colombiana que, aunque no lo dijera en público, concluía que las feministas latinoamericanas nunca hemos producido una epistemología lo suficientemente seria como para fundamentar investigaciones rigurosas. Para mí eso era un lío administrativo porque él tenía que aprobar un texto que yo había escrito utilizando metodologías feministas latinoamericanas. Fue muy violento: dijo que todas éramos unas histéricas, brujas, emocionales, todo menos seres capaces de pensar con independencia de los corpus de la izquierda patriarcal que por su parte casi nunca toma en serio los escritos feministas. Yo estaba bravísima y una de mis grandes maestras, contra quien explícitamente se dirigía el ataque, me abrazó, se rió, y me dijo: “Alejandra, tú eres una histérica. ¡Acéptalo! Somos unas brujas histéricas, ¡vívelo! ¡siéntelo! ¡gózalo! ¡apodérate de lo disruptivo! Alégrate cuando te digan bruja porque quiere decir que vas bien, alégrate cuando te digan perra porque quiere decir  que vas bien.” Yo no supe cómo reaccionar. Lo entendía en lo teórico, pero nunca lo había sentido.

Eso es lo que vives en el movimiento feminista: aprender a sentirte bien con la disrupción, que fácilmente será llamada violencia por un sentido común que espera pasividad de lo femenino y que se sentirá agredido por cuerpos femeninos que no bajan la cabeza. Aunque sea una bajada de cabeza absolutamente tranquila, un sencillo “no”, será igual un desacato. Es aprender a sentirte bien existiendo fuera de la expectativa, a apropiarte de roles que no son los “esperados de una mujer”, a sentirte bien cuando eres tú la que va a interrumpir, a aprender a decir ‘no, yo no he terminado de hablar’, a sentirse cómoda diciendo que no, a ponerle el puño a la mesa si es que es necesario. Incluso a ponerle el puño en la cara a alguien si es que te van a mandar la mano. 

¿Se puede hablar entonces de actos de violencia ‘válidos’?

Una vez la violencia es impuesta por medio de una agresión, a la persona agredida se le reducen las opciones para recibirla o devolverla. Ambas opciones son válidas según la estrategia de autocuidado que se elija. El punto es que optar por la opción de defenderse es legítimo. Cuando nombramos lo que es y lo que no es violencia siempre tenemos que tener en cuenta qué cuerpo la ejerció y en qué contexto, sobre todo porque es una palabra que se suele usar para estigmatizar y deslegitimar.  Tenemos que recordar que muchas veces confundimos la violencia con lo que en realidad es autocuidado frente a una violencia estructural, punzante, cotidiana e invisible.

 

*Esta entrevista fue realizada y editada por Amalia Uribe-Guardiola, integrante de No es Normal y estudiante de Antropología.

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