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“El arte tiene que servir para la gente, para las víctimas”: Miguel Torres, dramaturgo

El reconocido director de teatro colombiano vuelve a presentar «La Siempreviva», una obra que cumple 30 años desde su estreno y que retrata la historia de una joven que desaparece después de la toma del Palacio de Justicia en el 85. Charlamos con él sobre los desafíos de dirigir con el mismo elenco después de tanto tiempo y sobre la importancia del teatro en el diálogo nacional, la reconciliación y la construcción de paz.

por

Isaac Vargas G


23.04.2024

Todas las fotos por el autor

Conseguir una cita con él no es sencillo. A sus 82 años tiene la agenda de un millenial proletario promedio. 

—¿O no te interesaría una entrevista con alguno de los actores y actrices? —me escribe nuestro contacto, esperando una respuesta afirmativa para no tener que seguir una tarea que se percibe imposible.

—No. Miguel, Miguel —insiste mi editor, contestando a mi mensaje reenviado. 

Desde 070 nos interesa hablar con Miguel Torres porque está volviendo a presentar La siempreviva, una de las obras más importantes del teatro colombiano. Estrenada en 1994, la puesta en escena se enmarca temporalmente en los años 85 y 86. Retrata la historia de Julieta (Lorena López) y su familia, quienes viven en un inquilinato ubicado en el barrio de La Candelaria. 

Una historia que comienza con tintes humorísticos e irónicos, se ve atravesada por uno de los hechos más traumáticos en la historia reciente de Colombia. Julieta, que por casualidad entra a trabajar a la cafetería del Palacio de Justicia, queda secuestrada dentro del Palacio, luego de la toma del M-19. Lucía (Carmenza Gómez), madre de Julieta, se convierte en protagonista de la historia e interpreta el papel de una madre desesperada que nunca encuentra resignación por la desaparición de su hija.

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Hablar de la historia del teatro colombiano es imposible sin mencionar al maestro Miguel Torres, uno de los pioneros del arte dramático en el país. Bogotano de nacimiento y vinculado desde muy joven al dramatismo, fundó en 1970 El Local, un grupo teatral que se ha convertido en uno de los pilares de la escena artística colombiana. Ha montado y desmontado durante toda su vida. Pasando por obras de personajes que van desde Gabo, hasta Kafka. Pero sin olvidarse de recurrir a García Lorca, o al teatro dialéctico de Bertolt Brecht. 

Después de días de suspenso, nuestro contacto logra conseguir la entrevista. La cita es tres horas antes de la presentación que tendrá La Siempreviva en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella. La puesta en escena será en la sala principal del recinto cultural. Y no es para menos. La obra cumple su 30 aniversario y lo hará contando con el elenco original.

Aunque todas las butacas están vacías, la escenografía de más de 15 años de edad ya está lista. Las cintas de colores pegadas en el piso anuncian desde ya los movimientos de los actores y actrices. El barandal negro que divide a la mitad el inquilinato recibe en toda su superficie la fuerte luz blanca de la iluminación de trabajo. La puerta por la que circularán una y otra vez los personajes está abierta por completo. En unas horas La Siempreviva se presentará ante un sold out  en el Delia

Con 15 minutos de retraso el maestro Torres pisa el escenario. Camina lento hacia las dos sillas acomodadas justo a la mitad del templete. Los 82 años de una vida dedicada al teatro no perdonan. Su frente está atravesada de extremo a extremo por 6 grietas de piel que se muestran sin que fruncir el ceño sea necesario. El pelo en su cabeza que aún sobrevive al tiempo y su bigote poblado, ya no muestran tonalidades grises, han terminado de resistirse por completo al blanco. Trae puesto un jean sin arrugas, una camisa lisa de color azul y un saco beige que termina de darle formalidad a un atuendo que amerita la ocasión. 

Me acerco a él para saludarlo y presentarme. 

—Hábleme más fuerte, que no escucho bien. —Me dice mientras de manera encorvada, da pasos hacia mí. —¿Usted me va hacer la entrevista?

—Sí.

—Ok. Qué pena con usted, no tengo mucho tiempo —remata.

Entonces se sienta en una de las sillas. Yo enciendo la grabadora.

A 10 años de montar la obra por  última vez y a 30 de su estreno, ¿cuáles son los desafíos y oportunidades de dirigir con el mismo elenco después de tanto tiempo? ¿Cómo ha evolucionado la dinámica de trabajo entre usted y los actores durante estas tres décadas?

Ha cambiado porque cuando hicimos la obra en el 94, cuando se estrenó, hasta yo estaba joven todavía, si pudiéramos decirlo. Era gente joven, la mayor tenía 40 años y todos estaban como en la edad de los personajes. Y así lo hicimos durante 20 años. Entonces fuimos creciendo todos y la obra realmente, al parecer se terminó en el año 2014. Pero empezó a pasar algo que siempre ocurre, como esos toreros que se retiran y vuelven. Exactamente eso pasó. Dijimos: «Volvamos a hacerlo. ¿Pero con qué motivos? Tenemos que buscar un motivo». Y llegó. Los 30 años de la obra. No fue fácil porque vale mucho dinero. Reunir a los actores nuevamente, sacar la escenografía, repararla, sacarla por allá donde estaba rota. Es la misma escenografía de las últimas funciones que hicimos los últimos cinco o seis años.

Entonces esta escenografía tiene como 15 años…

Sí, como 15 años desde el 2010 que se construyó. Fue como entrar a un sótano donde uno tiene guardado todo y sacarlo. Hubo que reconstruir muchas cosas del vestuario, rotas, dañadas, desvencijadas. Hubo que repararlas, remendarlas, embellecerlas, pintarlas nuevamente. Es decir, reafirmar la obra, volverla a vestir y a maquillar como era antes, en su momento. Y este fue el resultado.

¿Cómo cree que «La siempreviva» contribuye al diálogo nacional sobre la reconciliación y la construcción de paz en Colombia, considerando que es una representación de un evento tan traumático en la historia del país?

Es fundamental. El arte en general tiene que servir para la gente, para las víctimas. Y en este país hay muchas víctimas, hay millones de víctimas. Entonces creo que nosotros, la gente de teatro, tenemos un deber muy grande, una obligación de enfocar nuestros trabajos en el cine, en el teatro, en la literatura, sobre este hecho tremendo e innegable que nos ha cubierto de dolor y de luto durante tanto tiempo. Bueno, hay artistas que no lo hacen. Igualmente siguen siendo buenos artistas, pero la mayoría o algunos de nosotros, sí queremos que nuestro arte realmente esté al servicio. Por un lado, que sea un arte bello, cuyo compromiso en primera instancia sea con el propio arte, un producto artístico de una gran calidad y una gran belleza. Que divierta y al mismo tiempo haga pensar y reflexionar a los espectadores, para que esos espectadores se lleven a vivir, como decía la obra, a sus corazones y empiecen a mirar su realidad de otra manera que quizás pueda contribuir a un cambio social. Lentamente, a través del pensamiento de las relaciones con otras personas, de las conversaciones. La obra deja mucho tema para poder compartir en familia y en sociedad.

¿Cuál fue el proceso de investigación detrás de la obra y cómo integró los hallazgos históricos en la narrativa teatral?

Bueno, fue una investigación bastante prolija, detenida y profunda, puesto que el tema lo merecía. El libro que más me sirvió a mí entre todo el arsenal y la cantidad de testimonios, documentos, periódicos de la época y revistas, fue el libro del periodista Ramón Jimeno, «Noche de Lobos». Porque él ahí hizo un compendio de los hechos de una manera muy objetiva, muy clara, muy profunda. Y mirando todos los acontecimientos desde distintos puntos de vista. Los aconteceres de ese par de días fatales, el 6 y el 7 de noviembre, citando nombres, momentos, acontecimientos, antecedentes, hechos posteriores… Muy completo. Entonces ese libro e igual la relación mía con el periodista, hablé también con él muchas veces, me sirvieron muchísimo como base de la investigación. Y luego ya empecé a esbozar argumentos diferentes, acercamientos dramatúrgicos, buscando cómo iba a contar esa historia. Hasta que después de varios meses de intentos, de argumentos, de bocetos, de aproximaciones, encontré el escenario de un inquilinato. Donde hay una familia y en ese inquilinato vive un director de teatro. 

En la obra los segmentos radiofónicos se convierten en un personaje en sí. ¿Puede hablarme sobre el proceso de investigación detrás de la selección y la inclusión de estos fragmentos radiofónicos? 

Fueron noticias que recogimos con Lucero Banegas, una periodista. Hicimos una labor bastante juiciosa, muy agobiante y fatigante. Reunimos noticias de esos dos días. Noticias de antes, noticias de después del hecho. 40 horas de noticias recogimos. De eso sacamos ocho minutos. Ahí se ve la proporción del trabajo que se hizo.

***

El desempolve de La Siempreviva sucede en el marco del Día nacional de la memoria y solidaridad con las víctimas. Y no es casualidad. Uno de los objetivos de la obra escrita por el maestro Torres es la preservación y transmisión de la memoria histórica. Especialmente en contextos donde la historia oficial puede ser incompleta o sesgada. Esto último ha sido una de las obsesiones de Miguel Torres. A través de su obra ha buscado una y otra vez contar aquellos acontecimientos históricos que creemos que ya conocemos, pero desde miradas que nunca habríamos siquiera imaginado sino hubieran sido puestas en la escena por él.

Regreso a las preguntas:

A usted le interesan sobre todo las perspectivas no oficiales de la historia. Entonces, ¿cuál es su opinión sobre el papel del teatro en la preservación y transmisión de la memoria histórica, especialmente en contextos donde la historia oficial puede ser incompleta o sesgada?

Eso lo hacen las buenas obras de teatro y considero que esta es una muy buena obra de teatro, aunque sea mía (risas). O si no, ¿el teatro para qué? Es decir, el teatro no es solo diversión. Hay aspectos de la comedia, de lo banal, de lo frívolo, que también deben existir. Y es muy bueno que coexista con el teatro arte, el teatro de propuesta, el teatro del riesgo, el riesgo de perder a la apuesta de la escenificación de la manera en que se enfoca una obra. Pero las grandes obras de teatro siempre ponen el dedo en la llaga de los acontecimientos sociales, políticos, históricos, de los seres humanos, de sus pasiones, de sus conflictos, de sus contradicciones. Esto hace que ese encuentro con los espectadores sea muy fructífero. Por un lado, la obra divierte mucho porque tiene ese aspecto de comicidad y de humor, no de chiste y por otro lado, es una obra que cala hondamente en los sentimientos. Es una obra conmocionante, una catarsis. El público termina realmente conmocionado con esta obra y los acontecimientos que se le narran. Y eso es formidable. Esa es una de las cosas que más me satisface a mí como director de teatro y dramaturgo. Saber que esas personas se llevan a vivir lo que nosotros creamos. Para que en sus vidas cambien la manera de ver la realidad, la cotidianidad. La hora les ha servido quizás para cambiar el foco de su relación con la vida.

Usted ha dicho que hay dos hechos en la historia reciente de Colombia que han marcado la vida del país. Uno de ellos el asesinato de Gaitán en el 48 y otro ha sido la toma del Palacio de Justicia en el 85. En esos dos casos, el común denominador, como usted ha dicho, ha sido la impunidad. Entonces, en ese sentido, ¿ha habido algún cambio en la interpretación de la obra o en su enfoque artístico debido a los cambios sociopolíticos y culturales ocurridos desde su estreno hasta hoy?

No, ninguno. Es decir, no es una obra que se mueva por movimientos políticos. La obra se establece dentro de un momento político específico, con un tema específico y ahí se queda. Yo creo que en ese sentido tiene mucho que ver con el teatro clásico, que se queda ahí.

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Isaac Vargas G


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