Más grafiti, menos drama

Siguen las marchas de los estudiantes. Y sigue vigente el recuerdo de los estudiantes que limpiaron los grafitis que otros pintaron para impulsar el mensaje de que no son «vándalos». La artista bogotana Ana Montenegro Jaramillo, sin embargo, defiende las pintas en la pared como acto de protesta.

por

Ana María Montenegro

http://montenegrojaramillo.info/

Artista de la Universidad de los Andes y del San Francisco Art Institute en California, EE.UU. Docente.


08.11.2018

En 2007, cuando estaba comenzando el proceso de demolición del anterior edificio W de la Universidad de los Andes, conseguí un permiso para hacer una “intervención artística” en el edificio, la cual debía durar tres meses. Cuando me preguntaron en qué consistía exactamente respondí que se trataba de una pintura.

Por supuesto, el trabajo era una provocación, un comentario a las diferencias entre los espacios de participación estudiantiles entre universidades privadas (siendo esta la más privada de todas) y las públicas. Era obvio que la “intervención artística” sería censurada, tanto así que apostamos entre varios amigos cuántos días duraría. Finalmente fue borrada una semana después por la institución sin ninguna advertencia, sin ningún email, sin ninguna discusión. 

***

A las marchas del 2011 en contra de la reforma a la ley 30 se unieron universidades públicas y privadas, estudiantes de colegios públicos y privados, padres, abuelos, trabajadores y profesores. Por primera vez, después de muchos años de miedo y represión uribista, se restableció la importancia de la protesta social como mecanismo de participación popular, como espacio de encuentro colectivo para pensar y hasta para divertirse.

Durante esos cortos meses vi con emoción como la ciudad comenzó a llenarse de graffitis geniales. Cerca a mi casa apareció uno que decía “PÚBLICA LA QUEREMOS PÚBLICA” que no duró ni tres días, así que comencé a tomarles fotos para armar este fanzine como una especie de memoria de lo que pasó, que fue muy emocionante.

 

***

En el 2014, a pocos días de que Colombia fuera eliminada del mundial, me invitaron a hacer algo en una exposición sobre fútbol. Escribí en la pared “ÁRBITRO HIJUEPUTA”. La instrucción, para mi sorpresa, fue que debíamos tachar la grosería, la palabrita, así: “ÁRBITRO  ̶H̶I̶J̶U̶E̶P̶U̶T̶A̶”. El graffiti no fue aceptado ni siquiera en las paredes de la galería, que se supone están protegidas por el manto permisivo del arte contemporáneo donde las cosas no son sino que representan, y no ofenden sino que cuestionan.

 

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En Colombia no ha existido históricamente la cultura de la protesta social. Una de las consecuencias de este mal, que no es nada menor, es que nos ha vuelto intolerantes a sus manifestaciones estéticas. Los que somos capaces de ver su gracia y su valor a menudo terminamos en medio de discusiones vacías acerca de si el grafiti es o no válido, que es lo mismo que preguntarnos si el arte público es o no válido.

Hay que ser muy obtuso para generalizar e incluir todos los tipos de graffiti en un mismo paquete de “vandalismo”. Hay que ser muy ciego y muy sordo. Hay que venerar demasiado la propiedad privada. Hay que tener muy poco sentido del humor.

Los grafitis son una manifestación colectiva, de las pocas que aún tenemos que no suceden en pantallas. Catalizadores de lo común, operan como fijadores de la multitud, como su medio de comunicación y de expresión. No se esconden, por el contrario buscan lugares visibles y muy públicos, altos e inaccesibles para que no sean borrados. Los que suceden durante las marchas tienen un ánimo transitorio, en medio del movimiento, surgen con la marea humana, como el pensamiento vivo que tanto intentó definir Henry Lefebvre.

También son la memoria de la ciudad, las voces que literalmente han sido transcritas y puestas en la pared. Por los días de la velatón por los líderes sociales el expresidente Uribe se había caído del caballo y había terminado con una costilla rota. Durante la manifestación de repente la gente comenzó a gritar: “QUE VIVA EL CABALLO, ABAJO EL INNOMBRABLE” y fue una de las arengas más populares de la noche. Una absoluta genialidad que terminó “inmortalizada” en una pared con un simple “QUE VIVA EL CABALLO”.    

Frente a mi casa acaban de borrar uno que llevaba mucho tiempo. Decía “PUNKYEMPATÍA” grande y en azul. Lo leí mil veces. Lo pensé mil veces. Se me volvió todo un tema. De repente me pareció que la PUNKYEMPATÍA, así con ye y todo, reunía algunas ideas de la manera en la que estoy intentando pensarme políticamente. Desde entonces, cuando me preguntan si soy de izquierda o de derecha, a veces respondo que soy de la punkyempatía. Sigo pensando que esa combinación, puesta en Bogotá, no necesita de ninguna explicación.

La poca tolerancia con los grafitis tampoco es una cuestión de primermundismo o tercermundismo. Es, en realidad, una conducta muy gringa: ¿por qué una ciudad como San Francisco no tiene grafitis y una ciudad como Berlín sí los tiene? Por qué en unas ciudades el graffiti hace parte de la cultura y conversa con la cotidianidad de las personas y en otras nadie los hace y está muy mal visto hacerlos?

Si el grafiti es vandalismo o no, es un tema que está presente en la agenda de conversación nacional únicamente cuando hay protestas sociales. Es una maña muy colombiana, una estrategia de distracción para evitar las preguntas reales que generan y motivan estas movilizaciones. Lo que hay en el fondo de esta pataleta de los graffitis es un llamado a la normalización, que en la sociedad colombiana cala y es una manipulación mediática absoluta. Los actores responsables de poner la discusión en estos términos son medios de comunicación privados, aliados de intereses políticos que también están en pro de la privatización. Es una estrategia del uribismo clarísima que cada vez se extiende más, hasta el punto en que se ha vuelto parte de la psique colombiana. Al final el mensaje que se está dando es: queremos ciudades limpias. ¿Limpias de qué? ¿limpias de las personas que quieren expresarse? ¿limpias de los estudiantes y de su ingenio?

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Ana María Montenegro

http://montenegrojaramillo.info/

Artista de la Universidad de los Andes y del San Francisco Art Institute en California, EE.UU. Docente.


Ana María Montenegro

http://montenegrojaramillo.info/

Artista de la Universidad de los Andes y del San Francisco Art Institute en California, EE.UU. Docente.


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