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Los pasos de un reciclador

Todas las noches atraviesa la ciudad buscando en cada esquina, en cada caneca, en cada rincón. Es testigo de la noche bogotana buscando el sustento entre papel, vidrio, plástico y cartón.

por

Laura Pedraza Rodríguez


14.04.2016

Foto: Laura Pedraza Rodríguez

A Jeison David Ortiz Pulido le gustaría trabajar en otra cosa. Le gustaría estudiar. Le gustaría vivir en otro barrio.

Pero él no hace parte del grupo de colombianos que pueden construir un futuro a su antojo. Pasadas las seis de la tarde de un lunes, cuando aún no es de noche pero el azul del cielo comienza a oscurecerse, el sol se despide de los imponentes cerros de Bogotá. La luz del día es cada vez más escasa, el viento es cada vez más frío. La jornada de este joven reciclador —anunciada por los rugidos que produce el viento al chocar con las montañas— acaba de comenzar.

Jeison parquea su ‘zorro’, como él mismo lo llama, sobre una esquina en un barrio del norte de la ciudad. El zorro —la carretilla de madera en la que Jeison lleva todo el reciclaje que encuentra— está vacío, esperando que su dueño lo abarrote de papeles. Tiene dos llantas negras y pequeñas pero lo suficientemente resistentes como para andar sin pincharse por las calles de Bogotá. Tiene dos palos largos que Jeison utiliza como manijas. Con cada brazo coge un palo y camina jalando la carretilla. La base del zorro está hecha de tablas pero sus paredes son cajas de cartón grandes, estiradas y amarradas con cuerdas para evitar que lo que está adentro se salga.

El joven se sienta sobre la acera, se quita la cachucha y respira hondo, tomando aliento para emprender la larga caminata que lo espera. La Iniciativa Regional para el Reciclaje estima que los recicladores del país caminan 18 kilómetros diarios para proveer más de la mitad del material que se recicla en el territorio. Con un aire pensativo Jeison mira a su alrededor. La mayoría de edificios del barrio Santa Paula tienen seis pisos, pero también hay pequeñas casas con jardines privados. Los separadores están decorados con flores. En las ventanas de los edificios se ven familias reunidas, televisores encendidos y mascotas que ven pasar a los peatones. Hay canecas en cada esquina. Jeison recuerda que es hora de comenzar a trabajar.

Una vida diferente

Desde que nació, en el sur de Bogotá, Jeison ha estado rodeado de cajas de cartón, botellas de vidrio, revistas, periódicos viejos y cualquier cosa que pueda ser vendida como reciclaje. Aunque a él no le gusta su trabajo, lo hace porque la falta de educación no le ha permitido explorar otros horizontes. Estudió hasta quinto de primaria en un colegio público pero cuando su padre cayó en las drogas (“Mi papá sí era un vicioso, andaba con el costal al hombro y todo barbado”, dice Jeison haciendo la mímica) y su madre tuvo que dejar de reciclar por problemas de salud, le tocó aprender a hacer lo que hacían sus padres para sobrevivir. Hoy, Jeison tiene 22 años, es uno de los 20.000 recicladores que censó el programa “Basura Cero” en Bogotá. Pero él no trabaja directamente con la Alcaldía porque dice que “los trámites son muy complicados”, Jeison es uno de los 13.000 recicladores que trabajan de forma independiente.

“A mí sí me gustaría volver a estudiar. Yo fui con mi mujer a hacer esa vuelta para estudiar los sábados. Fui al colegio donde estudiaba antes para sacar un ‘Paz y salvo’, pero la coordinadora me dijo que no pagaba que yo estudiara. Que eso era para los burros. A mí me dio piedra y me fui”, recuerda Jeison con un gesto de frustración. Él aún piensa que es posible una vida diferente.

 

En Bogotá se producen alrededor de 6.400 toneladas de desechos al día

 

Jeison no es alto, tiene los ojos claros y su pelo es negro. Es delgado pero musculoso. Su voz es aguda y vigorosa y se expresa con un tono suave pero contundente. Suele vestirse con un pantalón de sudadera gris y camisetas oscuras. Utiliza tenis blancos desgastados de tanto caminar. Le gusta usar cachucha, incluso en las noches. Tiene los dientes torcidos pero sonríe cada vez que recuerda momentos o personas de su pasado. Sus manos y su cara están sucias. La tinta de los periódicos, el polvo, los restos de líquidos y otras cosas que encuentra en las canecas se pegan a su piel formando un manto grisoso. Según la Alcaldía, en Bogotá se producen alrededor de 6.400 toneladas de desechos al día y son jóvenes como Jeison quienes seleccionan, con sus propias manos, el material que puede ser reutilizado. En 2013 la labor de los recicladores permitió separar más de 54.000 toneladas de reciclaje.

01

Para Jeison, la jornada laboral comienza a las nueve de la mañana, cuando él sale de su casa en el barrio Alpes, en la localidad de Ciudad Bolívar al sur de la ciudad, y se dirige hacia la bodega donde tiene parqueado su zorro en el barrio 12 de Octubre. La Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP) y el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) han reportado que el 93 % de las bodegas en la industria del reciclaje son de carácter informal. Los sectores que más bodegas tienen son: Kennedy, Los Mártires, Bosa, Suba, Engativá y Puente Aranda.

Mientras tanto, la novia de Jeison deja a su hija en un jardín gratuito, se va a trabajar y vuelve a recoger a la niña a las cuatro de la tarde. Jeison se demora dos horas en el bus T11 del SITP mientras que llega a la bodega. No se queja. Puede irse “sentadito”. El paradero donde inicia la ruta el bus está a dos cuadras de su casa.

Cuando llega a la bodega, le entregan su zorro vacío. A él le toca “encartonarlo”, es decir, ponerle cartones largos de madera alrededor que le permitan asegurar el material que recoja. Con lo que va encontrando, va armando su carretilla. La suya es naranja porque cada bodega tiene un color asignado para los zorros que le pertenecen. Además, cada zorro se marca con un número para diferenciarse de otros de la misma bodega. El de Jeison es el 01. Así se identifican los recicladores entre sí y entre las muchas bodegas que hay en el barrio donde se vende el reciclaje. Hace poco más de un mes, Jeison decidió comprarle el zorro, con el que lleva reciclando por más de dos años, al señor dueño de la bodega donde trabaja. Él se lo vendió por 150.000 pesos y hoy a Jeison le faltan 30.000 para que el zorro sea suyo. Con lo que ha recogido esta noche tiene alrededor de 40.000, aunque no todo le va a quedar a él. El zorro va pesado porque tiene mucho vidrio. El vidrio pesa pero es lo que menos ganancias deja porque sólo se vende por 100 pesos el kilo. El kilo de cartón vale 200 pesos y el de papel vale 500.

— De poquito a poquito pero ahí compré carro, ¿sí o qué?

Los muertos

Jeison tenía diez años y acababa de empezar a reciclar cuando se encontró con algo que aún no deja de sorprenderlo. Después de lo que sucedió esa noche, Jeison no volvió a ser el mismo, sintió que algo dentro de su corazón se quebró. Ese día, recuerda con la voz entrecortada, Jeison encontró un muerto.

Era de noche en el barrio Rionegro. Jeison y su papá estaban reciclando. De tanto caminar Jeison comenzaba a sentir un hambre que crecía con el paso del tiempo. Su papá le dijo que entrara a una panadería a ver si le podían regalar un pan. La señora que atendía le ofreció algo. Jeison no recuerda si era un roscón o una torta. Mientras disfrutaba de su cena, Jeison siguió caminando con su papá hasta que llegaron a la calle que está detrás de la cárcel de mujeres de Bogotá. Se separaron para hacer el trabajo más rápido.

Cuando esculcaba una caneca, a Jeison le llamó la atención un frasco de vidrio, como de salsa Fruco, que estaba pesado. Lo levantó, vio que estaba lleno de un agua turbia y tenía una especie de espuma en su interior. A medida que lo fue girando, Jeison entendió que no era espuma lo que estaba viendo. Era el cuerpo de un feto muerto que había sido metido dentro del frasco y tirado a la caneca.

“Yo pensé que era un muñeco, luego vi que era un bebesito de verdad. Me dio susto y lo solté en las bolsas de basura. Llamamos a la policía. Nos quedamos mirando, pero de lejitos. Nos enteramos que el niño era de una pareja: un soldado y una policía. La cucha que les tenía arrendado el apartamento dijo que se agarraron y que al bebé lo mataron. Luego llegó un man de la Sijín y dijo que claro, que sí era un bebé de verdad. Nos dio miedo y nos fuimos. Pero así puede pasar, alguien hecha un muerto a la basura y quién se da cuenta. A cosas así nos toca acostumbrarnos a nosotros.”

El cielo es cada vez más oscuro, el sol ya terminó de despedirse. Con una mirada profunda, Jeison indica que, al fin de cuentas, él ya está acostumbrado a ver muertos. Explica que en Alpes la muerte es el pan de cada día. “Digamos, usted va caminando y si se queda mirando le empiezan a decir ‘qué mira, qué quiere’ y ahí tiene su problema”. A Jeison no le ha pasado nada porque él dice que sólo camina de la tienda hasta su casa y de su casa hasta la tienda. La corrupción entre la Policía y grupos paramilitares reina en Alpes. Se trata de un barrio ubicado sobre una colina, donde a las casas se les llama “ranchos”. Las paredes están marcadas con grafitis que indican que desde un punto, al que pase, lo matan.

“Hace como dos añitos a mí me mataron dos amigos allá en el barrio. Por drogos los mataron. Yo llegué al sitio porque con los muchachos éramos socios desde pequeños. Uno estaba vivo y decía que lo ayudaran. Pero llegó el policía y lo cogió para tirarlo a la patrulla como si fuera un perro. El chino gritó y ahí quedó. Él hubiera tenido la oportunidad de vivir. Tenía 16 años y tenía un hijo de un añito. La mujer tenía 15 y quedó sola con el niño. Nosotros rompimos la patrulla y a ese policía también le dimos duro”.

Volver a estudiar

Insiste: le gustaría trabajar en otra cosa. Le gustaría estudiar. Le gustaría vivir en otro barrio.

No le “trama” vivir allá pero que el arriendo, que le cuesta $ 120.000, en otras partes le sale más “cariñoso”. Cuenta que a su mujer le gusta la privacidad y que en donde viven tienen cocina y baño propios. Pero de nuevo hace énfasis en que lo que más quiere es volver a estudiar.

“Si usted me ve, yo no hablo como ñero. Mi mujer es estudiada y todo. Ella sí hizo el bachillerato. A veces los domingos salimos a un parque o algo así y nos ponemos a leer. De las revistas que yo me encuentro, no más. Leemos lo que salga, porque de eso vivimos, de la basura”.

Los contenedores de basura ya están listos para que Jeison busque el reciclaje. Se despide, sonríe, suspira, se para y se vuelve a poner la cachucha. Acerca su zorro y se pone a echarle los papeles, las botellas y las bolsas plásticas que encuentra en las canecas. Aún le queda un largo y arduo camino por recorrer.

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