La protesta en Medellín ha tenido uno de sus centros en el Parque de los Deseos rebautizado Parque de la Resistencia y vecino de Moravia, al que también conocen por Moravia Saudita. La violencia que se ha vivido entre la primera línea y la policía completa 60 días. Crónica sobre un campamento de batalla cada día más explosiva.
En el campamento del rebautizado Parque de la Resistencia, al norte de Medellín, está en pie de lucha desde hace más de 60 días la Primera Línea de Aburrá. Su última convocatoria a bloqueos, este 28 de junio, terminó en un enfrentamiento extremo, con la denuncia de la violación de una menor de edad por parte del ESMAD y el grito de auxilio de jóvenes que están agotados de ser reprimidos sin un campo contundente de diálogo y, en cambio, enfrentados a un gobierno sordo que les dispone un campo de batalla intraurbano.
Dos meses de aguante.
Eso es un gran mordisco al calendario pandémico que ya marca 460 días desde que se confirmó el primer caso de Covid-19 en Colombia. La Universidad de Antioquia, el Jardín Botánico y el barrio Moravia, nombrado por los manifestantes como Moravia Saudita, han sido puntos de colisión constante. El suelo parece un pergamino de rabia, lleno de mensajes SOS que algún dios podría leer desde los aires. El asfalto habla en mayúscula sostenida. Y es ahí, en el antes conocido Parque de los Deseos, donde me encuentro con David*, el coordinador de todo este escuadrón que domina con audacia.
En cuanto nos vemos noto el liderazgo entre quienes lo rodean. Sus pestañas le otorgan una curva de alegría a su expresión y a su paso da puñito, abraza y conversa. Me lo contará todo con la condición de no salir ante cámara. Pienso en que una de las formas del olvido es no prestar atención y por eso, le entrego la mía esa tarde. No amaneceré con ellos, porque aunque nada pinta inhóspito, cada noche ha sido una contienda. Su cansancio los delata.
Vamos hacia un costado de la Casa de la Música, la misma que administra el Grupo EPM y que desde el 28 de abril está ocupada. El sonido de los tambores se desvanece mientras va creciendo el ruido blanco de una máquina de tatuar en lo que antes de todo este desastre de salud pública era un almacén. Adentro un hombre clava la aguja entintada por cada poro de la nuca de una mujer.
Pasamos por un control de acceso: es una mesa de acero sobre la que hay una tiendecita ambulante, con chicles y cigarrillos en una caja de madera, y un joven detrás al que David le indica que nos deje pasar, que vamos con él.
Otro montón de mesas están contra los vidrios atrincherando el refugio que funciona como oficina, despensa y cuadro de rescate. Hay ropa secándose sobre las demás estructuras de acero apiladas. Corremos una, en un rincón, y entretanto David llama a un joven a quien le pide que nos traiga algo de tomar. No tiene uno de sus ojos. Lo perdió años atrás trabajando con explosivos artesanales.
—No graben. Primero conversemos–, dice David.
Le digo que quiero a alguien ON. Llegamos a un acuerdo. Y la voz de cada imagen sonora de este artículo es la de Lucía*, líder del frente de auxilios pre hospitalarios de la Primera Línea del Valle de Aburrá, como querían bautizarla, y abreviaron a Línea Aburrá en honor a los indios aburraes.
Comienzo por pensar que me encanta el paisaje sonoro de la máquina de tatuaje, mientras él empieza a explicarnos lo que vemos. Hay pelados y peladas que la tienen difícil, dice, incluso migrantes de Venezuela que han encontrado camello en el parche. La ropa es de un bloqueo anterior en Bello donde se mojaron de regreso al campamento. Luego señala las reservas de alimentos, gran parte de ellas donaciones. Hay panela, tarros de aceite, harina, latas de atún, bolsas de arroz y detrás mío una nevera.
Regreso la mirada a David y hablamos un poco de la olla comunitaria, y con ese afán por entrar en calor, entre una y otra historia, se la suelto: —Tengo entendido que tienen papas bombas aquí, municiones–. Y me lo confirma sin sorpresa. Incluso hay jóvenes, como explica, que tienen entrenamiento en el área desde las universidades. Empezamos entre todos a mirarnos fijamente. Este país no da tregua y le pido que me explique cómo llegamos hasta aquí.
El 28 de abril salimos a las calles. Ese día, y la semana siguiente, estuvo signado por el poder de la indignación. Muchas ciudades del país se vieron populosas, de puño alzado, y los barrios fueron estampando la pinta antiuribista en medio de barricadas y bloqueos que la Fuerza Pública salió a morder con todos sus dientes.
Por la forma en que este gobierno ha respondido a la manifestación, incluso con registros de para-policías y civiles armados, sabíamos que esto podría terminar con sangre. Cali nos lo restregó en la cara, desde el primer día allá la cosa se salió de control. En Medellín, una ciudad con una lacra de violencia extrema, sin embargo, se vivía una tensa calma.
Entre disputas por los discursos en el espacio público y la conformación de asambleas populares, se fueron encontrando otras formas de resistencia. De una y otra convocatoria surgió el video polaroid del paisaje musical conducido por la directora de orquesta Susana Boreal. Y centenares de personas lograron una protesta pacífica hasta antes de que llegara la noche, cuando todo se torna turbio y la Primera Línea es la única que permanece, incluidos DDHH y prensa, que también han sido fuertemente amedrentados. Son principalmente jóvenes que no ponen el rostro, pero ponen la carne.
No tardaron en aparecer las amenazas. Un hombre haciendo patrullaje armado que prometía matar a cada encapuchado que viera; otro panfleto de las denominadas Autodefensas Unidas por Medellín – AUPM intimidando con desaparecer a cualquier manifestante, otro más de ‘La Oficina’ directamente en contra de la Primera Línea y hasta tweets del político Álvaro Uribe Vélez, a quien siempre le asignan la responsabilidad de dar órdenes. La policía reprimió fuertemente durante dos semanas; el cantante Juanes advirtió que “la vida no valía un muro” por las iniciativas de tomarse la calle con pintura desde otros puntos de reunión y, entre persecuciones y detonaciones, se levantó un sutil toque de queda contenido por el espanto. Según Indepaz, en el marco del Paro Nacional se reportó un desaparecido, Jefferson Alexis Marín Morales, cuyo presunto victimario sigue sin ser identificado.
La Primera Línea de aburrá se pronunció, además, sobre la falta de representatividad del Comité Nacional del Paro a sus causas y luchas.
David es profesional. Es egresado del Instituto Tecnológico Metropolitano ITM, jugador de fútbol sala y estuvo en el Ejército durante tres años. Se dio cuenta de que en Medellín estaba desordenada la defensa a la manifestación y que la asistencia de derechos humanos estaba siendo debilitada por la misma fuerza pública y en cambio la presencia institucional la estaba supliendo la Administración Pública con la presencia de funcionarios ante cámara por un par de horas, hasta antes de que empezaran los disturbios.
Para él, a Daniel Quintero, el alcalde de la ciudad, le han faltado cojones. Tal vez desde lo local, como ha sido la estrategia del Gobierno nacional, hay una intención de debilitar la protesta a punta de desgaste. Nos rodea gente de la Universidad de Antioquia, de la Nacional, de privadas, pero también muchos que nunca han tenido acceso a la educación. Hay habitantes de calle y jóvenes nómadas que encontraron un lugar, también, para hacer familia y alimentarse.
David vio tanto desorden, pero también tal nivel de agresión con tanquetas y ráfagas de gases con Venom en otras ciudades al menos, y en esta cortes súbitos de luz, manifestaciones que se perseguían unas a otras y no lograban reunirse y primeras líneas regadas en barrios de resistencia histórica, cuenta, que entonces unió a los suyos con los otros.
En mayo conformaron un bloque popular de jóvenes voluntarios organizado en cuatro frentes: bajo su coordinación, un primer grupo encargado de atención pre hospitalaria APH; un segundo frente encargado de comunicaciones, exposición de su situación (lives), emisión de informes y recolección de cifras; un tercer grupo encargado de explosivos, sí, de explosivos y, el más conocido de la primera línea, el cuarto frente, que es el de los escudos.
Muchos de esos jóvenes son forasteros en su propia tierra y, a falta de un lugar, campearon en el parque. David me explica que a algunos los han echado de su propia casa por estar en desacuerdo con el designio que emprendieron. Que no ha sido fácil, que han desaparecido jóvenes por días y él, tras su búsqueda, siempre descubre que fueron capturados y maltratados por policías y coordina los procesos con abogados voluntarios para que vayan en su defensa.
— Nomás esta mañana a la mamá de un pelado le tocó venir por él. Se salió de sí. Gritaba: “hay una granada, hay una granada”, mientras levantaba desesperado los bolsos y la ropa sobre las mesas. Corría de un lado a otro y nosotros nos dimos cuenta de una: ¡este man lo que tiene es un ataque de pánico! Corrimos por la gente de APH, que consiguieron una psicóloga profesional, que cuando vino a auxiliarlo era su hermana. Aquí estamos viviendo como siempre la guerra, en carne propia.
Le pregunto si están consumiendo drogas. David me dice que él no, pero que no va a negar que hay pelados que sí lo hacen. Y es el momento oportuno para consultarle por las denuncias en contra de la Primera Línea, sobre las que se han pronunciado, como por ejemplo que tienen allí una plaza de vicio. Ríe y aclara que esa plaza existe desde siempre, desde antes de que ellos siquiera se conocieran, que tanto eso como el aumento de casos de Covid por congregarse masivamente, de lo que acusan al paro, es para desprestigiar su protesta. Como si antes de que existieran, el lugar fuera impoluto de todo tipo de dinámicas: en el sector hay prostitución, un combo que lo domina pero ha sido al mismo tiempo un punto importante de presencia LGTBIQ+ desde años atrás.
De hecho, David dice que la relación con los habitantes de Moravia es buena. Los han auxiliado con leche, vinagre, posada y alimento porque incluso la Primera Línea no solo tuvo parte de su campamento alrededor del Jardín Botánico, también hicieron de barrera de protección a principios de junio cuando el ESMAD hizo un desalojo a los habitantes del sector. Pero ese desalojo no ocurrió, y del mismo modo hay quienes rechazan su presencia y se sienten ajenos a la dinámica que se ha impuesto en el barrio.
Moravia Saudita, decimos, y pensamos en la mesa en Usmekistán, Manrifle y todas las nuevas placas destacadas en el país como Portal Resistencia en Bogotá y Puerto Resistencia en Cali que pretenden denotar así la intensidad de la pugna.
— No voy a negar que a la plaza de vicio le conviene tener consumidores. Eso no es un secreto–, dice. Y asiento, pero entonces le pregunto cómo ha sido la conversación con quien maneja el sector, con los dueños de esa plaza. Y se apresura a responder que todos son víctimas del mismo Estado, aduciendo que no habría razón por la que ellos no pudieran estar allí. Al fin y al cabo, reflexionamos, con la gente del combo hay un silencio y aceptación resignada sobre su toma del espacio, son de allí. Con los jóvenes siempre ha sido distinto.
Le pregunto a David por otro de los horrores y torturas más crueles de nuestros tentáculos de violencia. En este paro se han reportado más de 28 casos de abuso sexual por parte de la Policía, pero en el mismo perímetro en que acampa la Primera Línea de Medellín también surgió una acusación semejante contra él y contra Carlos*, quien lo respalda en la coordinación.
— Lo explicamos. Eso no sucedió. Además la mujer que hizo la denuncia estaba consumiendo tussi cuando tuvo el percance, y de eso hablamos. Claro que tuvo un momento incómodo y que nosotros mismos rechazamos, pero no fuimos los responsables–.
Llega Lucía, a quien conozco de tiempo atrás, y vamos a conversar al otro costado del Parque. Estalla de súbito una papa bomba a la distancia. Se ríe. Su cuerpo es grácil y elástico como el de una bailarina, su profesión. Entre todas estas carpas, entre cueros de tambores y guitarras, explosivos caseros, llanto, hambre, proyección de la asamblea popular audiovisual, el cólera con un sistema criminal que los hace víctimas, alguien sale gritando: APH, APH, APH.
Tres que están sentados se precipitan. ¡Qué pasó!, exclaman
— ¿Quién tiene unos guantes?–, pregunta alguien al otro lado. Exhalamos con risas ese miedo hecho de espasmos.