Durante décadas, guerrilleros, paramilitares y Ejército se disputaron a sangre y fuego el control territorial y político de este municipio del occidente antioqueño, considerado la puerta de entrada a Urabá. En veredas y corregimientos aún se observan vestigios de esa guerra fratricida. Ahora, sus pobladores intentan dar vuelta a esa oscura página y reactivar la economía local cultivando maracuyá.
Justo donde inicia la pronunciada pendiente, escondidas entre cafetales, plataneras, pepineras y un riachuelo de aguas tranquilas, se encuentran las 130 matas de maracuyá de Saúl Moreno Goez. La vereda se llama Los Naranjos, pero lo que germina por montones allí es la “fruta de la pasión” como le dicen los europeos. Aunque en estas empinadas laderas de climas templados ha crecido desde siempre la maracuyá, de unos años para acá su cultivo se masificó, convirtiéndose en tabla de salvación económica para miles de labriegos de esta y otras veredas de Dabeiba, Antioquia.
Según Saúl, sus “palitos”, que no ocupan más de dos hectáreas, le pueden dar un promedio de 200 kilos semanales que son comprados por comerciantes que vienen directamente desde Medellín. Si la demanda es buena, los campesinos pueden facturar kilo a dos mil pesos, pero si las condiciones de mercado cambian, el kilo de la fruta se paga a 800, 900 0 700 pesos. La inversión inicial del cultivo se libra con las primeras cosechas y los costos de mantenimientos son relativamente bajos. Así, quien siembra maracuyá recibe efectivo constante y sonante cada ocho días y, como en todo: quien más siembra, más recibe.
“Este cultivo le da a uno para vivir bueno: para el mercado, para el arriendo, para los gastos de la casa”, asegura Moreno. Las cifras respaldan su optimismo. De acuerdo con datos de la Secretaría Agroambiental de Dabeiba, las 750 hectáreas que vienen labrando poco más de 300 cultivadores en este municipio están produciendo 250 toneladas semanales de esta fruta. Como se trata de un producto al que siempre le resulta comprador, así haya sobreoferta, semanalmente están ingresando a la economía local poco más de 500 millones de pesos.
Saúl Moreno Goez
Para el titular de este despacho, Absalón Martínez, “se trata de un cultivo que está dinamizando la economía local, porque hay flujo de caja permanentemente que está beneficiando especialmente al pequeño productor, porque, si se hace la relación, vemos que cada productor tiene en promedio 2.5 ha”. De nuevo, las estadísticas sustentan las certezas del funcionario: mientras las 1.600 hectáreas de café sembradas por dos mil productores locales arrojaron ingresos por dos mil millones de pesos entre septiembre y noviembre del año pasado, el maracuyá registró seis mil millones a lo largo de todo el 2016.
Quizás ello explique el milagro económico y social que vive Dabeiba actualmente. El pueblo, que antes no contaba con hoteles, hoy registra una inusitada apertura de estos establecimientos. La vida nocturna es agitada y el comercio dejó de registrar números en rojo. Si bien en los registros del Departamento Nacional de Estadística –DANE- figura que esta población cuenta con 23.600 habitantes, en la Alcaldía local saben que hoy, la cifra de pobladores se ubica por encima de los 30 mil.
Ello gracias al masivo retorno de campesinos que se viene registrando desde hace cinco años. Por cuenta de la guerra sin cuartel que protagonizaron décadas atrás las guerrillas, las Autodefensas Unidas de Colombia y el Ejército Nacional, corregimientos y veredas terminaron convertidos en pueblos fantasmas. Hoy, esos mismos campos, buscan convertirse en la despensa agrícola del departamento, aunque para ello deba sanar primero las heridas que la confrontación armada les dejó y esperar que las bondades del Acuerdo de Paz firmado con las Farc, sobre todo las relacionadas con el agro, no terminen convertidas en un simple “canto a la bandera”.
Vientos de paz en Chimiadó
Los Naranjos es una de las cinco veredas que conforman una región que en Dabeiba es conocida como Chimiadó. Le siguen El Retiro, El Salado y La Mesa. La más distante de todas es Llanogrande, donde está Zona Veredal Transitoria de Normalización “Jacobo Arango”, que concentra poco más de 250 guerrilleros de las Farc en tránsito de dejar sus armas y reintegrarse a la sociedad.
Por cuenta de esta ubicación temporal, el Ejército refaccionó el maltrecho camino de herradura que servía como vía de comunicación entre el casco urbano y la profundidad rural de Chimiadó. Sin duda un hecho que ha impactado positivamente en la vida de los pobladores de la región. Para muchos de ellos, la imagen de guerrilleros concentrados, sin armas ni camuflados, departiendo con militares y policías, contrasta con los recuerdos de una guerra que los devastó económica, social y emocionalmente.
“Antes, subir por acá era imposible. Cuando no eran los ‘paras’ era la guerrilla. Fueron años muy duros, muchos combates, muchos muertos, mucha gente salió de las veredas”, recuerda Saúl mientras recorre en su vehículo el polvoriento camino recién arreglado que lo conduce a su cultivo.
Si se miran las cifras del Registro Único de Víctimas, donde se contabilizan –hasta la fecha- unas 14.662 personas afectadas directamente por el conflicto armado en esta localidad, bien podría decirse que, aquí, una de cada tres personas padeció en carne propia los efectos de la guerra. Saúl es uno de ellos: a finales de los noventa su hermano fue secuestrado por las Farc. Su familia también quedó en bancarrota el día que la guerrilla bombardeó –y prácticamente destruyó- la localidad con cilindros bomba.
Tierra disputada
Ocurrió el 22 de octubre de 2000. Registros de prensa señalan que ese día, 800 guerrilleros de las Farc atrincherados en las montañas que circundan Dabeiba atacaron el comando de Policía, donde se apostaban 30 uniformados. Desde allí lanzaron cientos de cilindros bombas, los cuales destruyeron la sede de la Alcaldía, el templo y decenas de establecimientos comerciales adyacentes a la plaza principal. Entre ellos el de la familia de Saúl. El combate duró cerca de 30 horas. Esta acción subversiva es recordada, además, porque la guerrilla derribó un helicóptero Black Hawk del Ejército que acudió en apoyo a los policías y 23 militares que viajaban en la aeronave perdieron la vida.
Tan solo dos años antes, el 26 de abril de 1998, guerrilleros de los frentes 5, 34 y 58 de las Farc incursionaron violentamente en el pueblo, dejando un saldo de ocho personas muertas, 17 heridas y una estela de dolor y muerte. La justificación de tanta barbarie siempre recayó en el combate a los grupos paramilitares y sus colaboradores. Como en toda guerra, quienes terminaron llevando la peor parte fueron los campesinos y pobladores ajenos al conflicto. Lo que sí es cierto es que la atrocidad paramilitar en Dabeiba merece capítulo aparte.
Tal como lo relató ante los tribunales de Justicia y Paz el exjefe paramilitar Fredy Rendón Herrera, alias ‘El Alemán’, primero ingresó un contingente de la Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá (Accu), por allá en 1997. La intención fue disputarle a las Farc su hegemonía sobre el Cañón de la Llorona, un agreste accidente geográfico compuesto de peligrosos acantilados a los que siempre los cubre una espesa niebla que, además, constituye el límite entre el montañoso occidente de Antioquia, las interminables planicies del Urabá y la espesa selva del Bajo Atrato chocoano.
En pocas palabras, un punto geográfico bastante estratégico para los intereses de la guerra por el cual los paramilitares estaban dispuestos a matar o morir. Y así sucedió. Entre el 24 y 27 de noviembre de 1997, 200 miembros de las Accu iniciaron un recorrido de muerte que inició en la vereda La Balsita y siguió en las veredas Buenavista, Antasales, Argelia, Tucunal, Galilea y Chumascados. En total fueron asesinadas 14 personas, desaparecidas tres más –entre ellas dos menores de edad–, quemadas más de 30 viviendas y saqueados bienes indispensables para la supervivencia de la población.
Luego seguiría una seguidilla de asesinatos selectivos que motivaron una fuerte reacción de la guerrilla. Tras intensos combates ocurridos en el sector de la Balsita, los ‘paras’ decidieron abandonar Dabeiba. Pero regresarían años después. El 25 de diciembre de 2001, cuando los pobladores aún celebraban la Navidad, hombres del Bloque Elmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) ingresaron a la localidad para combatir a sangre y fuego a las Farc y sus colaboradores.
El climax de la confrontación sucedió el 19 de febrero de 2002, cuando en el filo más alto de la vereda Los Naranjos, 500 guerrilleros y por lo menos 200 paramilitares se enfrascaron en un combate que se extendió por varias horas. Nadie sabe cuál fue el saldo final que dejó la feroz batalla. Los labriegos solo recuerdan que luego de este hecho, los ‘paras’ decidieron instalarse en el casco urbano y no volver a incursionar en sus veredas. El municipio quedó dividido en dos. En Dabeiba se dice que por cuenta de la guerra entre las Farc y las Auc, las tierras de este pueblo son camposantos, pues muchos de los combatientes de lado y lado muertos en combate nadie los reclamó, ni los enterró.
¿Florece el campo?
Por fortuna para los dabeibanos, la guerra no se ensañó para siempre con ellos. Desde que los paramilitares y ahora la guerrilla comenzaron a dejar sus armas muchas cosas han cambiado en la región de Chimiadó y en el municipio. Los retenes ilegales instalados por unos en diferentes puntos de las trochas que comunican al casco urbano con sus corregimientos, ya son cosa del pasado. Transitar a altas horas de la noche ya no supone el riesgo de caer en fuego cruzado o ser retenido por un grupo armado ilegal.
A las veredas han comenzado a llegar nuevamente los labriegos que años atrás debieron abandonarlo todo por culpa de la confrontación armada. En Llanogrande, que estuvo prácticamente desocupada por más de cinco años, hoy viven unas 46 familias. Igual en el resto del pueblo.
Rosmery Higuita, por ejemplo, salió huyendo de su casa en la vereda El Retiro a finales de los noventa con su esposo y sus cuatro hijos. Estos últimos, adolescentes para aquel entonces, decidieron buscar fortuna en tierras donde no zumbaran las balas de fusil y los tatucos. Pero los padres sí regresaron a su tierra hace ya diez años. Hoy, ambos viven del pancoger, los subsidios de la Alcaldía y uno que otro día de jornal en plantaciones de café, papaya o maracuyá.
Desde la finca de Rosmery, ubicada en la cima de una pequeña colina donde golpea un viento suave permanentemente, se divisa a lo lejos la Zona Veredal donde se concentran los guerrilleros de las Farc que dejaron sus armas y que se están reincorporando a la sociedad. Ella, al igual que todos los campesinos de Dabieba, prefiere referirse al proceso de paz con un escueto y reticente: “pues muy bueno…pero vamos a ver qué pasa”.
Lo que sí es claro es que cada uno de los labriegos de esta región de Antioquia tan duramente golpeada por el conflicto armado espera que, ahora sí, el Estado muestre un rostro diferente al de la bota militar. “Que haya proyectos productivos para los campesinos”, responde Rosmery; mientras que Luis Gonzalo David, presidente de la junta de acción comunal de Llanogrande agrega: “ojalá haya tierra para nosotros los campesinos y que arreglen las vías para poder sacar nuestros productos”.
En esta región en particular, los campesinos aguardan con expectativa lo que será la implementación del Punto 1 del “Acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. Para muchos, se trata de la oportunidad de oro para la transformación que el campo colombiano ha demandado por décadas: “eso es lo que esperamos todos, que ahora sí el Estado se fije en el campo y nos apoye, porque este país siempre le ha dado la espalda al campo y a los campesinos”, dice Luis Gonzalo.
ZVTN “Jacobo Arango”
Luis Óscar Úsuga Restrepo, más conocido como ‘Isaías Trujillo’, llegó a ser uno de los jefes de las Farc más buscados en Antioquia y el país. Su solo nombre inspiró temor en todo el Urabá antioqueño y chocoano, así como en municipios como Dabeiba, Frontino y Cañasgordas. Hoy, quien fuera el principal jefe del Bloque Noroccidental de las Farc, llamado después ‘Iván Ríos’ y ahora ‘Efraín Guzmán’, integrante además del Estado Mayor y uno de los guerrilleros con más trayectoria en la organización subversiva, pasa sus días coordinando las labores de adecuación de la Zona Veredal Transitoria de Normalización “Jacobo Arango”.
La zona veredal se ha convertido en el nuevo símbolo de una paz que los dabeibanos anhelan hace años. Los protocolos diseñados durante las negociaciones en La Habana, Cuba, dejaron claro que allí sólo pueden convivir militares, oficiales de policía, guerrilleros y los observadores internacionales de Naciones Unidas. Pero, desde el mismo instante que los subversivos llegaron a instalarse allí, no han parado las visitas de estudiantes, académicos, activistas, periodistas y, por supuesto, campesinos de la región ansiosos por saber la suerte de familiares o allegados que, bien por la fuerza o bien por convicción, terminaron yéndose para la guerra con las Farc.
‘Isaías Trujillo’
“Aquí se está viviendo una verdadera paz”, responde ‘Isaías Trujillo’ al referirse a la relación de las Farc con los campesinos de la región. De hecho, varios labriegos de la vereda trabajan “manga por hombro” con guerrilleros y contratistas del Estado en las labores de construcción de los campamentos temporales. “La convivencia ha sido muy buena, positiva. Mucha gente de la región tiene familiares en la guerrilla, entonces, han venido a saber de ellos y eso ha hecho que la convivencia sea muy buena”, agrega el jefe guerrillero.
Desde el sosiego que brinda el fin del conflicto con el Estado colombiano, el otrora temido jefe guerrillero mira de frente su futuro y el de sus camaradas. Sus respuestas dejan entrever la incertidumbre propia de quien cambió abruptamente de vida: “¿qué va pasar con nosotros? Hombre no lo sabemos. Yo por lo menos pienso quedarme aquí porque, ¿para dónde más me voy yo tan viejo?”.
Es, quizás, la única apuesta de mediano y largo plazo que tienen las Farc. Tanto ‘Isaías Trujillo’ como los demás miembros de las Farc asentados en Llanogrande son conscientes que la mejor manera de mantenerse unidos como organización política y a su vez, contribuir con la reconstrucción de un territorio devastado por la guerra, es quedarse allí, sacándole todo el provecho económico a una tierra bondadosa y fértil.
“Esta zona es muy atractiva. El clima es muy bueno. Y se produce de todo. Promete muchas cosas”, dice ‘Isaías Trujillo’, y agrega: “se vienen los proyectos y nosotros queremos que a través de esos proyectos la gente se mantenga unida. Ya estamos pensando y organizando eso”. Para ello, a juicio del jefe guerrillero, urge que el gobierno nacional comience con la implementación del Punto 1 del Acuerdo de Paz, en especial con la creación del llamado Fondo de Tierras, el cual pretende redistribuir tres millones de hectáreas entre las comunidades campesinas y étnicas que lo requieran.
Al respecto, en este municipio, que apuesta por convertirse en la principal despensa agrícola de Antioquia, el tema de tierras es bastante sensible. “Aquí hay mucha gente que no tiene tierras. Esperamos que el gobierno busque la forma de entregarle tierra al campesino. Mucha tierra que hay en esta vereda por ejemplo, no están legalizados y eso es un problema para nosotros”, señala el presidente de la JAC Llanogrande, quien también aguarda por la implementación del Punto 1.
“En este municipio existe una alta informalidad en la tenencia de la tierra. Mucha gente sólo posee sana posesión y una carta compra-venta”, agrega por su parte Absalón González, secretario Agroambiental Municipal. “En los peores años del conflicto armado –dice el secretario municipal- mucha gente abandonó su tierra, hubo otros que no. Pero no tenemos certezas si también hubo despojo. Esperamos que esas informaciones salgan a la luz con este proceso de paz”.
Por ahora, la alta informalidad en la tenencia de la tierra no ha sido impedimento para que las autoridades locales continúen impulsando el cultivo de maracuyá, que tanto dinamismo le ha imprimido a la economía local. “Aquí se arrienda la tierra. Se pacta con el dueño una parte de la producción que se le entrega apenas el cultivo empieza a producir”, explica Saúl. Así es como trabaja su cultivo en la vereda Los Naranjos, pues él no posee tierra.
De acuerdo con el secretario Agroambiental, ya viene cursando trámite una iniciativa para fortalecer los cultivos existentes con recursos del gobierno departamental. Asimismo, el municipio espera ampliar sus plantaciones de cítricos en 280 hectáreas más.
Saúl, por su parte, espera conseguirse un buen socio para aumentar su cultivo y así poder sembrar más y recibir mayores dividendos de un postconflicto que, por ahora en Dabeiba, tiene el dulce olor de la “fruta de la pasión”.
*Esta nota fue publicada previamente en Pacifista. Hace parte de Mundo Sin Hambre, un proyecto periodístico de Cerosetenta y FES COMUNICACIONES que cuenta historias de campesinos, territorios y desmovilizados de las Farc.