‘La fuerza’ en contra del abuso

Más de 30 mujeres fotógrafas latinoamericanas han denunciado al fotógrafo Christian Rodríguez por acoso y abusos sexuales. Este es el relato de una de ellas.

por

Estefanía Avella y María Elvira Espinosa


14.03.2018

Leer la denuncia de la fotógrafa argentina Federica González en Facebook hizo que Lina Botero viajara en el tiempo. 

Mientras Lina leía, dice ella, su cara se tuvo que haber transformado.

Lina recordó  los últimos días de febrero y a los primeros de marzo del 2016.

Con estas palabras Lina volvió a la sala de su antigua casa en Bogotá, volvió a la cámara que se disparó sobre su rostro, volvió al día en que sacó a Christian Rodríguez de su casa y nunca más volvió a contestarle el teléfono.  

 

“A mí también me pasó”, posteó horas después de leer la denuncia de Federica.

 

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Van más de 30 mujeres fotógrafas en América Latina que lo han denunciado. Más de 30 mujeres víctimas de un mismo modus operandi de un hombre con poder y admirado por ellas. Víctimas de un reconocido fotógrafo uruguayo que trabaja para  National Geographic; que ha colaborado y publicado en The New York Times, La Nación, Time Magazine, Routers, AP, entre otros; que fue profesor de la EFTI en Madrid; y que hasta que ocurrieron estas denuncias era miembro de reconocidos colectivos de fotógrafos como Everyday Latin America y Prime. Más de 30 jóvenes fotógrafas latinoamericanas creyeron en sus palabras y en los proyectos que les ofreció. Creyeron en él, que tiene una famosa serie fotográfica de embarazo adolescente en América Latina por la que ha recibido varios premios, uno de ellos el Picture Of the Year Latam 2015 en la categoría Mujer y sociedad.

Lina tenía 25 años. Se enteró de un taller dado por Christian Rodríguez, se postuló y llegó a la primera sesión sin fotos para mostrar, a diferencia de los demás participantes. A pesar de llevar varios años trabajando haciéndole retratos a músicos, escritores, y en campo, siempre se ha sentido insegura de sus proyectos personales, de los que muestran una parte más íntima de ella. Lina tenía sed de conocimiento, de nada más, pero al terminar el taller Christian Rodríguez le insistió en que debía mostrarle algo. Abrió su página web y él apuntó a las fachadas de las casas del barrio Santa Fe que ella retrató hace varios años. Un proyecto que para ella estaba archivado y que para él fue la puerta de entrada.

Le ofreció un beca, ser su tutor, “sus alas”, le dijo que tenía el mejor ojo que había visto. Detrás de esto vinieron más halagos, insistencias, llamadas, mensajes, coqueteos, piropos, fotos, promesas y propuestas. Las mismas, exactamente las mismas, que ya había usado con varias fotógrafas jóvenes latinoamericanas y que estaría por usar con otras.

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“El hecho de que usara la mentira, la manipulación, que les montara un futuro prometedor indica que ellas actuaban en función de un fin”, explica Angélica Bernal, directora del departamento de Ciencia Política de la Universidad Jorge Tadeo Lozano e investigadora en temas de género. Para Bernal se trata de una situación en donde es difícil resistir a propuestas que prometen un mejor futuro, una mejor carrera y la idea de trabajar junto a un gran fotógrafo por el que sienten admiración. Es difícil, además, porque él se aprovecha de que ellas son jóvenes que apenas comienzan a moverse en el medio y que no necesariamente tienen tan claros los límites entre un tutor y una alumna, entre alguien que inspira y un seguidor. “Él se mueve precisamente en esa línea de incertidumbre, de desconocimiento y de ingenuidad de ellas que está mediada por un deseo de tener una carrera profesional en un espacio competitivo y dominado por hombres”.

Las tutorías que Christian le prometió a Lina nunca ocurrieron. La primera vez que se vieron por la supuesta beca que había recibido hablaron 10 minutos de su proyecto y después él comenzó a hablar del suyo. Le había dicho por chat que estaba comenzando una serie y que quería hacerle unas fotos a ella. En ese mismo chat le había pedido que llevara un par de camisetas: “como la negra que tenías transparente y una blanca. Y en función de ello la ropa interior”, decía el mensaje. Le explicaba también que se tomarían un café y que luego harían las fotos en un hotel que rentarían por unas horas: “la idea es algo así como Todd Hiddo. Trabajar mucho lo sensorial y lo experimental”.

Un nueva serie: las fotos, la ropa interior, el hotel, Todd Hido y lo experimental. Ese es su discurso, el que le ha repetido una y otra vez a las jóvenes fotógrafas. “Cuando son agresores en serie, cada vez más perfeccionan su modus operandi y su discurso”, señala Lilibeth Cortés Mora, abogada especialista en temas de género. Por su parte, Isabel Cuadros, psiquiatra y directora de la Asociación Afecto, lo explica en términos de la simpatía en reversa: “lo que hacen los agresores es encontrar la debilidad de las personas, las inseguridades, las ganas de triunfar y de tener cosas. El tipo se da cuenta dónde está la fragilidad y de ahí las manipula, las amenaza y ejecuta sus maniobras. Lo hacen a través del sexo, el afecto o la culpa”.

Lina desde el principio le dijo no al hotel y a las fotos en ropa interior. Pero en una de las “tutorías” en la casa de ella tomó un giro no consensuado.

Carmela, una fotógrafa de Uruguay, dijo sí al hotel y sí a las fotos. “Al subir a la habitación me llamó la atención que lo primero que me dijo fue que podía ir quitándome la ropa… Quedé solamente con mi ropa interior y al volver a la habitación me pidió que me colocara en la cama. Comenzamos a sacar las fotos: constantemente me pedía más sensualidad y soltura”. Esa es parte de la denuncia que Carmela posteó en su Facebook sobre estos hechos que ocurrieron en 2013.

Y Sigue:

“Él se subió a la cama y comenzó a sacar las fotos cada vez más cerca de mí. Seguía pidiendo: “más sexy”, “más sensual”. Y después empezó a tocarme y a abalanzarse más sobre mí… Mi incomodidad y miedo llegaron al punto de que tuve que pedirle que parara. Me dijo que él hacía eso (tocarme sin mi consentimiento) para lograr la “naturalidad” y la “sensualidad” que necesitaba en sus fotos”.

Después de esto Lina y Carmela guardaron silencio, lo dejaron en el pasado, como todas las demás. Ante esto hay dos explicaciones: la primera, la psicológica. “La memoria del trauma está guardada en una parte del cerebro distinta. Es normal reprimir la memoria traumática”, explica la psiquiatra Isabel Cuadros y añade que ese es el mecanismo de defensa del cuerpo para seguir viviendo.

La segunda, la social e histórica. “Hay una normalización social de la violencia y del abuso de poder. Hay una normalización de que los hombres son hombres y siempre tienen lo que quieren tener. No puedes decirle que sólo tienen una relación profesional, porque es hombre y las relaciones laborales están mediadas por el coqueteo y por la idea de que hay que aguantarlo todo porque si no, no se llega a ninguna parte”, explica Emilia Márquez, antropóloga y co-directora del Observatorio del sexo de Temblores ONG.

“Lloré. Dije que no servía para nada, que no valía un centavo, que ese tipo había estado ahí para estar encima mío. Sentí repulsión”, dice Lina y agrega que después de esto no dijo nada por miedo, “porque ese man así como en un momento promete subirte, también te puede bajar”.

Lina dice que nunca lo vió como un abuso, al menos no con esa palabra. “Dije qué malparido, qué man tan asqueroso, me afectó total, pero no lo categoricé. Meses después esa historia no estaba en mi cabeza, la borré por completo”, asegura Lina.

Para Catalina Quintero, directora de eliminación de violencias contra las mujeres y acceso a la justicia de la Secretaría de la Mujer, no es que no se sientan violentadas, sino que no ven la necesidad de denunciar por las barreras del sistema, porque creen que se trata de eventos cotidianos que hacen parte del relacionamiento entre los individuos, pero también porque hay desconocimiento normativo. No se sabe qué es abuso y mucho menos que es una forma de violencia y que está tipificado como delito.

“Ese man así como en un momento promete subirte, también te puede bajar”.

En 2008 en Colombia, la Ley 1257 dictó normas de sanción a formas de violencia y discriminación contra las mujeres. Una de ellas el acoso. El acoso que se explica, de acuerdo con Quintero, como abuso de poder, ya sea por una posición jerárquica como jefe o por la simple razón de ser hombre y tener privilegios históricos. Por acoso, Lina tiene todavía tres años para denunciar.

Pero ese es el panorama en Colombia, no funciona igual en todos los países. Hay víctimas en todo el continente y por eso el tema legal en este caso es tan complicado, explica la abogada Lilibeth Cortés. Sin embargo, Cortés defiende que lo cierto es que hay más de 30 afectadas, que el tipo es un agresor en serie y que para todos los casos, de acuerdo con el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, aplica la presunción de credibilidad de las víctimas.

Desde que comenzaron las denuncias a través de las redes sociales, la mayoría de las fotógrafas que vivieron estas violencias, se unieron. ‘Fuerza’ se llama el grupo de Whatsapp en el que han compartido sus experiencias, en el que se han sorprendido del discurso y la actuación serial del fotógrafo, en el que se han burlado de que Todd Hiddo sea el infaltable y eterno referente de Rodríguez, en el que han cuestionado la poca o superficial reacción de sus colegas hombres y de los medios para los que él trabaja, y en el que han discutido qué harán frente al caso en términos legales, pero sobre todo qué acciones sociales tomarán para evitar que esto siga pasando en el gremio fotográfico.   

Porque el gremio fotográfico, como muchos otros, está dominado por los hombres. Ellos son los que por lo general tienen mayor prestigio, más reconocimientos, mejores cargos, mejores sueldos. Ellos son los que pueden hacer uso de un discurso paternalista en el que a través de su trabajo ayudan a las mujeres.

Para Juliana Martínez, coordinadora de proyectos de Sentiido y profesora de género, sexualidad y estudios culturales de American University en Washington, esa táctica la describió la teórica feminista del cine Laura Mulvey como to-be-look-at-ness. Es decir, “la idea de que las mujeres somos ante todo objetos para ser mirados para el placer masculino, no sólo sexual, sino también de su ego”. Martínez agrega que esta es una objetivación que han construido industrias muy poderosas controladas por hombres como el arte, la fotografía, el cine y los medios de comunicación. “A nosotras nos dejan el papel de ‘musas’ o ‘divas’ mientras los hombres controlan la estructura y el sistema”.

***

Que otras chicas denunciaran le dio a Lina la fuerza, la seguridad y el respaldo para decidir hacerlo ella. Denunciar en términos sociales: “Una de las cosas que han demostrado casos como el Me Too es que el sistema de justicia le ha fallado a las mujeres y a otras minorías. Cuando la justicia falla, la gente recurre a mecanismos alternos de denuncia, que están fuera del sistema”, explica Juliana Martínez.

Hoy estas fotógrafas están unidas en busca de acciones legales, pero sobre todo en busca de reparación por otros medios. Aunque algunos fotógrafos reconocidos se han pronunciado rechazando estos actos de violencia y aunque algunos medios de comunicación también lo han hecho, no ha sido suficiente. National Geographic, por ejemplo, no ha dicho absolutamente nada.  Él, por su parte, sólo ha dado una respuesta a través de un correo a Federica, la fotógrafa argentina. “Te escribo porque me ha sorprendido mucho tu comentario del post. Trabajamos juntos en fuerte apache y te pagué por tu labor con un trato correcto y ameno”, redacta en el mail Christian Rodríguez. Le dice además que él se ofreció a ser su tutor y a ayudarle con su proyecto, tal y  como lo ha hecho con otras fotógrafas latinoamericanas que, insiste, han ganado becas y premios para seguir con su carrera. Rodríguez, añade también que  ha «trabajado para brindar igualdad, no sólo en las historias en que trabajo sino también brindado oportunidades a otras mujeres”.  

Ni los medios, ni el gremio fotográfico ni mucho menos él dan respuestas contundentes. Sobre esto Ángélica Bernal, directora del departamento de Ciencia Política de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, señala que el problema es que las reacciones no son contundentes ni suficientes porque lo que se necesita en este tipo de casos son actos y apoyos distintos a los meramente legales: “Nos hemos quedado pidiendo condenas, creando delitos, pero también hay que empezar a pensar otras formas porque ni la cárcel recupera a esos agresores, ni permite la reparación de las víctimas”, explica Angélica Bernal,

Aunque algunos fotógrafos reconocidos se han pronunciado rechazando estos actos de violencia y aunque algunos medios de comunicación también lo han hecho, no ha sido suficiente.

Para Bernal, ellas han sido y seguirán siendo señaladas: porque fueron al hotel, porque accedieron a tomarse fotos y por un sinnúmero de razones más. “El acompañamiento que necesitan es que se señale al agresor y que haya rechazo social reflejado en la pérdida de contratos, en que lo dejen de publicar, en que pierda prestigio”, explica la experta.

Es lo mínimo que esperan, porque para Lina lo más fuerte de esto es que él sigue retratando mujeres por toda América Latina que han estado o que están en embarazo y que son menores de edad. “No sabemos qué ha pasado con estas chicas”, dice. Y añade que fue con ese trabajo fotográfico, con ese supuesto “discurso de género” con el que las convenció a ellas y con el que ha convencido a los medios, a quienes lo premian y a sus seguidores -que crecen cada vez más en sus redes sociales- que lo ven como lo veía Lina: como un crack de la fotografía. En realidad es, como señala Angélica Bernal, una nueva especie manchista, supuestamente aliado de la lucha feminista:  “es un macho manipulador, hipócrita, que se quiere presentar ante la sociedad como lo que no es. Es el peor de los machos de esta cultura”.

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Estefanía Avella y María Elvira Espinosa


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