Instant Stooge: Algo más sobre Ernesto Yamhure

En magia hay una técnica que se llama Instant Stooge. El Oxford Dictionary define stooge como “a subordinate used by another to do unpleasant routine work”. En español: un subordinado que es utilizado por otro para hacer una rutina desagradable.Así, la técnica del Instant Stooge es una manera de crear a estos subordinados de manera […]

por

Alejandro Gómez Dugand


07.09.2011

En magia hay una técnica que se llama Instant Stooge. El Oxford Dictionary define stooge como “a subordinate used by another to do unpleasant routine work”. En español: un subordinado que es utilizado por otro para hacer una rutina desagradable.Así, la técnica del Instant Stooge es una manera de crear a estos subordinados de manera instantánea. Abracadabra y, ¡Puf!, alguien está haciendo algo –desagradable– por ti.

En el caso de la magia, lo que un mago consigue (a punta de susurros infra sónicos, señales y persuasiones) es que alguien del público mienta por él. Que sea su cómplice en ese engaño consensuado que es la magia. Pero el mago (y su stooge sin saberlo) tienen un compromiso ético con el público. Un mago (uno bueno, al menos) le deja claro a su público que lo va a ilusionar, que lo que le va a mostrar es una versión de la realidad, creada por él, y el público acepta eso en un contrato tácito de confianza.

Si se pusiera un espejo en el que se reflejara el oficio de un mago, pero al revés, lo que se vería sería algo muy parecido al oficio del periodista. En efecto, un reportero (re)crea una versión de la realidad y le pide a su público que firme un contrato en el que –al revés de la magia– acepte esta versión como la más parecida a la realidad que pudo hacer. Sin duda se trata de un poco de magia, sin duda hay humo y espejos aquí y allá en una crónica. Algo de ilusión y trucos tuvo que hacer Gay Talese para que Sinatra se hiciera de carne y hueso en ese retrato de papel que hizo de él. Una vez más, lo que cambia es el contrato: a los magos les exigimos que nos engañen, a los periodistas que no lo hagan.

Si se pusiera un espejo enfrente del reciente caso de Ernesto Yamhure, la imagen invertida que veríamos sería la de un mago que llama a alguien del público al escenario. Este mago le diría a esta persona que lo va a desaparecer dentro de una caja, el público suspira ansioso mientras el equipo del mago se prepara tras bambalinas para “desaparecer” al voluntario. El mago muestra que no hay nada debajo de sus mangas y le pregunta al voluntario que si se han conocido antes. Entonces, justo antes de que el mago lo guíe hacia la caja con un gesto grandilocuente, el voluntario se acerca al mago y le susurra algo al oído sin que el público se de cuenta. El mago, servil, entra a la caja y hace la rutina que tantas veces ha practicado, sólo que esta vez es él el que desaparece. Al final, el mago vuelve a aparecer ante el público jurando y re jurando que el voluntario tiene poderes sobre humanos, que no entiende lo que acaba de ocurrir, que no era un truco de magia. Que lo que acaban de ver es un milagro… El voluntario decide entonces hacer una religión, vender sus servicios milagrosos, y se hace rico.

Nada más peligroso (para los efectos de ese contrato tácito) que un mago se convierta el Instant Stooge de alguien que quiere usar su oficio para algo diferente que ilusionar. Lo mismo, pero al revés, se aplica al periodista. Yamhure le entregó todos sus trucos, su caja con salida de emergencia, su naipe marcado, sus esposas falsas, su habilidad para la prestidigitación a alguien que quería hacer todo lo contrario a lo que exige el oficio del periodismo.

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