La historia del río Vicachá y nuestra relación con el agua
El problema del agua en Bogotá no sólo es de abastecimiento. Se trata de cómo nos relacionamos con sus cuerpos de agua. Así lo demuestra el entierro de uno de nuestros ríos más importantes, aquel que los muiscas llamaban Vicachá: “resplandor de la noche”.
por
Maria Emilia Gouffray
historiadora
18.11.2024
Canalización río San Francisco. Tomada de: Archivo Bogotá
Hace algunos años inauguraron el proyecto de habitaciones estudiantiles “City U” en el barrio Germania. Lo que antes era un lote cercado pasó a ser un espacio abierto, con restaurantes y almacenes, que recibe a varios visitantes al día. Pero pocos se fijan en la ruina que se asoma sobre la carrera tercera.
Se trata de uno de los últimos remanentes de los dieciocho puentes que cruzaban el río San Francisco o Vicachá: “resplandor de la noche” en lengua muisca. Era un río grande, reflejo de luz en las noches de luna. Hasta el siglo XX fue la principal arteria de la ciudad junto con el río San Diego. Pero río abajo, se convirtió en un vertedero de aguas residuales y desechos; un foco de infecciones y epidemias. Por esta razón, entre 1915 y 1930 fue canalizado y pasó a ser una arteria subterránea, que corre oculta bajo la Avenida Jiménez.
Enterrar el río, sin embargo, no fue sencillo. Como explica la historiadora María Atuesta Ortíz, aunque la canalización fue una política establecida por el gobierno municipal, “su proceso de ejecución no respondió a las directrices de un sistema de planificación centralizado”. Por el contrario, se hizo mediante un sistema de contribución de valorización, en el que el gobierno central y el municipio ponían recursos, pero los vecinos, las entidades privadas locales y demás “beneficiarios” también debían aportar su tajada. La promesa feliz: al enterrar el río, se verían beneficiados con la valorización de sus predios.
Así las cosas, el proceso de canalización duró varios años. Poner de acuerdo actores tan diversos fue sin duda un trabajo arduo. Y sin embargo, no deja de sorprender que el municipio haya logrado articular a tantos sectores de la sociedad para enterrar un río que hasta entonces había sido la insignia del paisaje bogotano. Además, no hubo mayor reticencia. Parecería que la ciudadanía entera estaba de acuerdo con la canalización, y los pocos sectores que se vieron afectados (como las lavanderas) no tenían suficiente poder para detener la obra.
El enterramiento del río alteró el paisaje de la ciudad. En 1930, cuando el río ya estaba casi totalmente canalizado, fueron demolidos los puentes que conectaban calles y plazas. Desaparecieron las lavanderas de ropa, y con ellas, los vecinos que hacían sus necesidades y vertían sus desechos en el río. Vacas, burros y perros buscaron nuevas fuentes para beber, y los molinos que utilizaban la corriente para producir energía dejaron de operar.
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‘Es muy sexy responsabilizar a la gente por el problema de la escasez del agua’.
También cambió el sistema de provisión de agua. Entre finales de siglo XIX y 1930 la población de Bogotá se triplicó, por lo que fue necesario integrar nuevas fuentes de agua al acueducto. A partir de 1933, se iniciaron las obras para jalonar agua potable de páramos y reservas cercanas mediante un sistema de embalses. Los primeros en operar fueron el embalse de la Regadera, la planta de tratamiento Vitelma, Chisacá y los Tunjos. Pero la ciudad siguió creciendo, por lo que en 1970 fue necesario integrar dos nuevos embalses: Chuza y San Rafael. Con el paso de los años, el Vicachá pasó a ser una fuente de agua secundaria.
Pero hubo una tradición que sobrevivió al paso del tiempo: el uso irrestricto de las aguas río arriba para abastecer la ciudad, y el uso de las aguas río abajo para librarse de sus desechos. Así, el sistema de provisión de agua quedó a medias, y dejó de lado las medidas más importantes para un manejo cuidadoso del recurso: la reducción del desperdicio, el aprovechamiento de aguas lluvias, y la descontaminación y reutilización de aguas residuales.
Bien lo explica Daniel Rivera en su artículo para La Silla Vacía: “la crisis por agua que enfrenta Bogotá no ha sido ni tan imprevisible, ni solo meteorológica […] una mejor gestión […] era necesaria y viable ante el riesgo de escasez que era previsible desde hace años”. Según el experto, en Bogotá, las pérdidas de agua ascienden al 34% –entre fugas de tuberías, conexiones ilegales, etc–. Para entender la magnitud de esta cifra, Rivera explica que, si se redujeran a la mitad, “se podría suministrar agua potable a casi 800.000 hogares cada día.”
Por su parte, la investigadora Elvia Casas-Matiz sostiene que la Secretaría de Ambiente no ha diseñado una política adecuada para el aprovechamiento y manejo de aguas lluvias, y en su visita a Bogotá, Michael John Webster, director del Water Resources Group del Banco Mundial, identificó que aquí a duras penas utilizamos el agua residual, mientras que en muchas ciudades es un recurso aprovechable. Tal es el caso de Ámsterdam, donde han realizado cuantiosas inversiones en sistemas para la descontaminación del agua. Por el contrario, el estado actual de las plantas de tratamiento de aguas residuales en Bogotá es deficiente, como ha sido corroborado por investigadores de la Universidad Central.
En Bogotá tenemos una larga historia de explotación de las aguas río arriba y de contaminación de las aguas río abajo. A raíz de la sequía actual, la ministra Muhamad y el alcalde Galán han contemplado diversas opciones para solucionar el desabastecimiento, como la implementación de sistemas para succionar agua de fuentes subterráneas. Pero sacar más agua de donde no podemos verla no nos hará transformar nuestra relación con el agua.
En cambio, enfocarnos en limpiar y reusar las aguas río abajo nos puede ayudar a forjar una relación más cuidadosa y armoniosa con el agua. El problema en Bogotá no sólo es de desabastecimiento. También es un problema histórico y filosófico, que se puede ver con claridad en la canalización del río Vicachá: el primer intento de ocultar las consecuencias de nuestra relación abusiva con el agua.
Casas-Matiz, Elvia Isabel. (15 de mayo de 2015). “Bogotá en el manejo del agua lluvia”. Revista de Investigación. Volumen 8, No. 1. ISSN 2011 – 639X- Fundación Universidad de América.
Atuesta, M. (2011), “La ciudad que pasó por el río. La canalización del río San Francisco y la construcción de la Avenida Jiménez de Quesada en Bogotá a principios del siglo XX”, en Territorios 25, pp. 191-211.