El ‘Silencio de los fusiles’ y la responsabilidad compartida
Volver a mirar la historia de Colombia desde una responsabilidad compartida es la propuesta de la periodista Natalia Orozco en su documental ‘Silencio de los fusiles’. Una mirada al proceso de paz entre el Gobierno de Colombia y las Farc.
“En Colombia todavía existe la idea de que si un hombre logra cosas es porque es un ‘verraco’, pero si es una mujer es porque alguien se enamoró de ella”. De esta manera, Natalia Orozco, narra la odisea que enfrentó, como mujer y como periodista independiente, a lo largo de cinco años en La Habana Cuba, mientras se desarrollaban las negociaciones entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc. El documental Silencio de los Fusiles logra explorar los pasos que posibilitaron que el pasado 26 de noviembre del 2016 se firmara un acuerdo para poner fin al conflicto armado en el país. Una negociación que estuvo marcada por el hermetismo, la zozobra política, la indiferencia y a su vez por la esperanza de alterar la cultura política de violencia en Colombia.
El documental, desde el punto subjetivo de la directora, ha logrado conquistar más de 30 festivales de cine en el mundo y se alista para llegar a otros más. Sin desarrollar un único personaje, ni la estructura convencional de un documental, este largometraje contrasta los testimonios de quienes se enfrentaron sin armas para terminar una guerra desgastada de más de cinco décadas. En Colombia fue aplaudido por su investigación documental, su investigación periodística y la capacidad de no pasar inadvertido ante ningún espectador. Natalia Orozco, la directora, después de ser reportera de guerra en Medio Oriente, narrar los periplos de los gitanos por Europa, las torturas en Guantánamo y la crudeza de la guerra en Libia, decidió narrar la paz del país que dejó hace 17 años, por buscar llegar al periodismo desde otras latitudes. Esta búsqueda la llevó a estar en los principales medios del país e importantes medios en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, en este documental explora como periodista independiente las preguntas que por media década el mundo se hizo con respecto a las negociaciones de paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las Farc.
¿Cómo influenció su experiencia como corresponsal de guerra internacional Silencio de los Fusiles?
Por formación y por curiosidad, siempre me ha interesado la diferencia. Las culturas diferentes, las múltiples maneras de mirar el mundo y las realidades que son desconocidas. Eso fue lo que me llevó a estudiar afuera, lo cual me abrió la puerta para ser corresponsal. Esto también responde a que por mucho tiempo fui muy crítica de la superficialidad de algunas facultades de comunicación. También quise estudiar cine y para poder pagarme los posgrados me ofrecí como corresponsal, primero para El Colombiano, luego para Semana, W Radio y RCN televisión. Después entré a medios internacionales como RFI (Radio Francia Internacional), Euronews, hice corresponsalías para Univisión, también para Teleamazonas. Todo esto es para mostrar que cuando uno es periodista internacional todo es más fácil, no se trata más que de pedir las entrevistas con la legitimidad que te da ser corresponsal internacional. Tuve la oportunidad de vivir momentos históricos como el despertar árabe. Con la trayectoria que tenía en medios internacionales, les ofrecí hacer una corresponsalía desde estos lugares. Mi curiosidad también me permitió explorar lugares como Guantánamo, después pude entender la realidad de los gitanos en Europa a través del periodismo. Esa curiosidad por entender las realidades que tenía alrededor también me llevó hasta Libia. Esta formación desde lo humano, fue lo que me preparó durante una década para dedicar los últimos cinco años de mi vida a hacer este documental sobre la paz.
Foto: cortesía de Natalia Orozco.
¿Cómo nace este proyecto?
Inicialmente fue un proyecto personal, decidí que quería narrar esta apuesta por la paz que estaba naciendo en Colombia. Yo viajé sola a La Habana, para entonces yo ya era una periodista independiente, no fui como enviada de ningún medio. No le propuse el proyecto a ningún coproductor, hasta no tener la certeza de tener el acceso a los personajes que yo quería que estuvieran en esta producción. Para lograr ese acceso me demoré un año buscando el aval del Gobierno y de las Farc, primero obtuve el de las Farc y un año después el del gobierno. Teniendo el aval de los personajes tuve la certeza de poder tener un acercamiento privilegiado y le propuse el proyecto al canal ARTE y, de al mismo tiempo, RCN se interesó y entró con una parte menor de la coproducción. El problema surgió con relación a la fechas, los coproductores querían tener el producto listo a finales del 2015, hasta ese momento había financiación pero como el proceso se alargó tanto los últimos meses fueron momentos de “maromas económicas” para poder terminar, ya que no tenía la misma solvencia de los coproductores. Sin embargo, ellos respetaron mi decisión de grabar hasta el final.
Para algunos críticos el documental es objetivo, para otros no lo es ya que no se abre espacio para ciertas voces que se opusieron al acuerdo de paz. ¿Cómo se maneja la objetividad dentro del documental?
Yo no fui objetiva, siempre he creído que la objetividad es un espejismo que le venden a los estudiantes de comunicación social. La objetividad es una gran mentira. Yo considero que es imposible realizar un trabajo y despojarse de su historia, de su visión de mundo y de sus experiencias. Todo está atravesado por el lente de lo que es uno. La obligación que se tiene como periodista y como documentalista es a la transparencia. Yo nunca busqué ser objetiva, ni siquiera busqué un equilibrio. Aunque me sorprende que la prensa internacional y nacional es lo que más ha destacado. Yo lo único que busqué fue contar esta historia como la viví yo, de la manera más honesta posible.
Debe quedar en la memoria colectiva e histórica que todos los actores, armados y no armados tenemos responsabilidad
¿Cómo se debería contar la historia de aquellos que fueron victimizados por este conflicto?
Hay muchas maneras, hay tantas maneras de contarla como hay víctimas, narradores y documentalistas. Lo que sí creo es que uno no puede revictimizar a sus víctimas, porque se convertiría en un altavoz o en un ciclo de propagación de una mirada lastimera, esa mirada judeo-cristiana y religiosa que nos enseña “pobrecito el desvalido”. Lo que creo en el caso de Colombia, donde las víctimas dieron esa lección de grandeza, de resiliencia, de humanidad, de dignidad y de perdón que lo que hay que hacer es dignificarlas, mostrarlas como el ejemplo a seguir. Porque las víctimas son las que marcaron un antes y un después en el Proceso de Paz y en la historia de Colombia, también porque muchos de ellos han considerado que es necesario pasar la página para que las siguientes generaciones no pasen por lo que ellos han tenido que pasar.
La memoria colectiva es problemática tanto por lo selectiva que es, como por su característica de corto plazo. En este sentido, ¿qué imágenes del Silencio de los Fusiles deberían ser recordadas?
Hay varios puntos que deberían quedar en el espectador. Uno, es que todos los que han estado involucrados en esta guerra –el Estado, las guerrillas, los paramilitares, la Iglesia y nuestra indolencia– tienen responsabilidad en las ocho millones de víctimas con las que hoy cuenta Colombia. Contrario a lo que por mucho tiempo nos hicieron creer los medios de comunicación, de que aquí hay una guerra entre buenos y malos, y que los malos eran las Farc y que cuando se acabaran íbamos a solucionar nuestros problemas, yo creo que la historia demostró lo contrario. Debe quedar en la memoria colectiva e histórica que todos los actores, armados y no armados, y en diferentes proporciones tenemos responsabilidad. Además, yo creo que se debe desaprender lo aprendido y volver a empezar, volver a mirar la historia de Colombia desde una responsabilidad compartida. Dos, no se nos puede olvidar que las víctimas fueron las que dieron la mayor lección de humanidad y de grandeza y que son ellas las que deberían tener la primera y la última palabra sobre hasta dónde se hacen concesiones. Tres, hoy no contaríamos con tanto dolor y tantas heridas abiertas si la sociedad civil hubiera sido mucho más solidaria, si no hubieran cerrado los ojos a las atrocidades cometidas por la guerrilla, los paramilitares y el ejército, frente a las arbitrariedades de algunas instituciones. Si esto se queda en la memoria colectiva podemos empezar a construir un futuro diferente.
El Silencio de los Fusiles explora una responsabilidad compartida de las élites y la sociedad civil en el conflicto armado. ¿Cómo entiende esta corresponsabilidad?
Yo le pregunto al espectador, mientras todo el conflicto ocurría usted qué hizo. ¿Qué hicimos los estudiantes, la clase media, las clases privilegiadas mientras veíamos las noticias y veíamos que vestían a campesinos de guerrilleros y los mataban? Parte de la responsabilidad recae en los más privilegiados, en la falta de voluntad política de hacer paz, la corrupción que desviaba recursos para las regiones y nosotros quienes los elegíamos. Me parece muy importante no perder de vista esta relación.
Como documentalista ya habías desarrollado tres largometrajes: Guantánamo: ¿hasta cuándo? (2011) , Gitanos, ciudadanos sin patria (2013) y Benghazi más allá del frente armado (2014), los tres con reconocimientos nacionales e internacionales. ¿Cómo fue ese paso de periodista a documentalista?
No tengo formación como documentalista, lo que yo tengo es una enorme pasión por abordar temas que permitan una aproximación profunda, sin la presión de los scoops y de generar audiencia. Eso ha estado en mí desde que a los 15 años me escapaba a ver como Victor Gaviria trabajaba sus películas en el centro de Medellín. Yo dejé de creer en las grandes revelaciones espontáneas a menos que sean producto de investigaciones periodísticas muy rigurosas. El buscar la inmediatez es un cliché vergonzoso, que sólo envenena a los periodistas y al periodismo. Creo mucho en las grandes investigaciones que se hacen en el tiempo, contrastando fuentes y anteponiendo el interés de la gente del común. No sé en cuánto medios hoy sea posible hacer eso. Cuando yo informaba de Guantánamo, de la extradición de paramilitares, de los secuestros, siempre necesitaba una aproximación diferente y los documentales han sido ese espacio, me he mantenido entre estos dos puntos como periodista y como documentalista.
Habiendo estado en tantos conflictos alrededor del mundo, ¿algo hace particular el conflicto armado colombiano?
Yo creo que todas las guerras son el resultado de hombres y mujeres que pueden tener una naturaleza muy buena, pero que en condiciones extremas se ven abocados a hacer actos horrorosos e injustificables. En Colombia, sin duda, lo que hizo que esta guerra se degradara hasta este punto es, por un lado, el narcotráfico. Por el otro, yo creo que el cáncer social de este país son las divisiones sociales en estratos y en clases, que nos hacen pensar que los de una condición económica diferente es casi como si fueran de otro país. Esto sucede en muchos conflictos alrededor del mundo, pero en Colombia la desigualdad es tan alta que el coeficiente Gini, el que mide la desigualdad en el mundo, es el más alto de la región después de Haití. Es una vergüenza que en Colombia la economía mejora, pero lo hace para algunos. Todo esto hace que las diferencias sociales, al igual que el narcotráfico, se instalen como motores de violencia armada o desarmada.
Foto: cortesía de Natalia Orozco.
¿Cómo superó los dos grandes retos que enfrentabas como mujer y como periodista independiente?
Fueron dos grandes retos. Por un lado, a las Farc la han cubierto grandes periodistas, pero todos ellos hombres: Alfredo Molano, William Parra, Jorge Enrique Botero, Hollman Morris, entre otros. Las Farc, no hay que olvidar, son una guerrilla muy machista. Por eso, al principio me tocó mostrar que no había ninguna diferencia en que yo fuera mujer en el desarrollo de la dinámica de este largometraje. Por otro frente, también empezó una mirada de los colegas en que se preguntaban el porqué del acceso que yo había conseguido con las Farc. Esto fue algo que me pareció inaceptable, ofensivo y que demuestra lo que aún nos falta por recorrer en la equidad de género en el oficio periodístico. Algunos pensaban que por ser mujer tenía una ‘carta bajo la manga’ o porque uno le pareció bonito a alguien. En Colombia todavía existe la idea de que si un hombre logra cosas es porque es un ‘verraco’, pero si es una mujer es porque alguien se enamoró de ella. Yo vine a vivir esto después de 17 años de estar afuera. Por otra parte, la batalla más importante que di, fue como periodista independiente, yo tuve coproductores pero en los contratos siempre dejé en claro que sería dueña de mi línea editorial, lo que implicaba una serie de retos y dificultades, pero esto me permitió la total independencia del contenido y esto tiene también implicaciones económicas. Ser independiente te exige perder tiempo que inviertes en tu narrativa y en tu producción por buscar financiamiento.
Como única responsable de la línea editorial y dada la gran acogida internacional y nacional que ha tenido el Silencio de los Fusiles, ¿le cambiaría algo al documental?
Yo quedé con la tristeza de muchos temas que se quedaron por fuera. Por ejemplo, ver esas imágenes de cientos de guerrilleros caminando con sus armas hacia las zonas de transición. Pero para ese momento, ya no contaba ni con los recursos ni con la energía, hasta pensé en iniciar una segunda parte con todo el material recogido. Pero lo más sensato que yo podía hacer era parar, para que otros cronistas y documentalistas narraran otros puntos, y eso ya empezó a ocurrir, hace poco se estrenó el documental de Marc Silver To End a War y el de Margarita Martínez La Negociación. Reconocí mis limitaciones.
¿Qué otros proyectos vienen después del Silencio de los Fusiles?
Como documentalista siempre se tiene la tentación de parar y seguir grabando otras historias que podrían registrarse. Después de ver la acogida que ha tenido el documental en sectores que han estado tanto a favor como en contra del proceso de paz, yo me siento con una obligación moral de entregar al país este documental a personas que no lo han visto, también me sorprende las emociones espontáneas que este documental ha levantado. En este momento me encuentro buscando aliados estratégicos para montar talleres sobre concertación y comunicación no violenta. Yo quisiera llevar esto a la Colombia profunda y me encuentro buscando a estos aliados, que en el 2018 nos permitan llegar con este documental como excusa. Porque esto es una excusa, una que nos permite hablar de cambios sociales, de concertaciones y de cambiar la cultura política de la violencia por el diálogo.