El primero: Manuel Velandia y la memoria marica en Colombia
La Marcha del Orgullo LGBTIQ+ (#NadaQueCurar), hoy multitudinaria, contó en su primera versión en Bogotá con una treintena de personas. Era 1983, tres años atrás se había logrado despenalizar la homosexualidad en Colombia y poco antes había sido fundado el primer Movimiento de Liberación Homosexual del país. Detrás de todo, junto a otrxs pionerxs, estuvo él. Con ustedes, Manuel Antonio Velandia Mora.
Es 19 de junio de 2024, el sol y la lluvia aparecen y desaparecen a su antojo. Afuera, en el centro de Bogotá, las maestras y maestros marchan hacia la Plaza de Bolívar, pero aquí, a unas calles, apenas se escucha ruido. Es una sala con gente concentrada en sus computadores y libros. En una mesa hay más libros, revistas y papeles dispuestos en hilera: esta es la recién inaugurada Colección LGBTIQ+ de la Biblioteca Nacional de Colombia.
Junto a la mesa está él, Manuel Antonio Velandia Mora, que donó parte de su archivo personal para la colección. Santandereano, 68 años, gafas de pasta, abundante pelo teñido de un azul que recuerda al algodón de azúcar, camiseta con los colores del arcoíris ilustrada con caras que sonríen y se besan, guantes de látex para manipular el material porque este material es valioso.
Por ejemplo, hay números de la revista Play Man, fechada en octubre de 1997 y promocionada como la “guía gay más completa de Bogotá”, con titulares como “Sexualidad: idénticos, pero diversos”, “De ambos lados: cuartos oscuros” y “Sida: temor a la realidad”. O la revista AMB entre cuya pauta figura el local Video Septimazo que ofrece “proyección gay sin límite a mil pesos”. O la revista Reflejo, también de 1997, con una nota sobre el Grupo de Apoyo y Estudio de la Diversidad de Orientación Sexual de la Universidad Nacional. En esas revistas se ven avisos de bares emblemáticos y anuncios de personas que buscan citas en una época anterior a las aplicaciones hoy usadas para lo mismo. Además, están la cartilla Apoyando para la vida y el Sida, el libro de fotografía Cuadratura del círculo, la compilación de ensayos académicos Bioética y sexualidad y el poemario Déjame penetrar… por ese oído: poemas para mis hombres. El autor de estos últimos es Velandia.
Manuel Velandia es sociólogo, filósofo, sexólogo, docente universitario, estudiante con 13 títulos de posgrado, escritor, poeta, fotógrafo, artista, activista y referente de los derechos de la población LGBTIQ+ en Colombia. Cuando se revisan notas de prensa sobre él —no pocas, pero tampoco muchas— con frecuencia surge la palabra “primero”. El 9 de abril de 1977, Manuel fundó junto al profesor y militante León Zuleta —asesinado en Medellín en 1993 en un crimen aún impune— el primer Movimiento de Liberación Homosexual de Colombia. En 1980 integró el comité que, por primera vez, promovió y consiguió la despenalización de la homosexualidad en el país. En 1983 él lideró la primera marcha LGBTIQ+ en Bogotá.
Ocurrió el 28 de junio de 1983: un grupo conformado por 28 hombres homosexuales, dos mujeres lesbianas y una mujer trans, salió a las 11 de la mañana, custodiado por un centenar de policías, de la Plaza de Toros a la de Las Nieves. En una foto se ve al pequeño colectivo al lado de la plaza sujetando un pendón que anuncia: “Trabajamos por la liberación social y la liberación sexual”. Algunxs asistentes portaban un triángulo rosa, el símbolo que los nazis obligaron a llevar a homosexuales, bisexuales y mujeres trans en los campos de concentración. En entrevistas, Manuel ha recordado que el primer discurso de la marcha lo dio León Zuleta, mientras que el discurso de cierre estuvo a cargo de él.
Velandia fue pionero en la prevención del vih/sida. En 2002 se convirtió en el primer candidato homosexual a la Cámara de Representantes y ese mismo año, en plena campaña, sufrió un atentado con una granada que fue arrojada a su casa. En el material donado a la Biblioteca Nacional está un panfleto firmado por las Águilas Negras que amenaza: “Ya estamos cansados de tantas ratas, de tantas areperas, de tantos atracos. Ya no aguantamos más, no queremos más maricas en las calles ni en las esquinas”. En 2007, Manuel viajó como refugiado a España donde el Estado español le dio asilo por razones de discriminación por orientación sexual. Vivió doce años en ese país. Estando allá fue reconocido por la Ley de Víctimas como la primera víctima homosexual del conflicto armado en Colombia.
Dentro de un rato, cuando salgamos de la Biblioteca y entremos a un café cruzando la calle 24 para continuar con la entrevista, Velandia dirá que escuchar que es el primero en tantas cosas lo hace sonrojar. Ahora, frente a la colección, señala: esta es la Revista Latinoamericana de Sexología, esta es una revista feminista en la que escribió un artículo sobre el lenguaje inclusivo, estas fotos son de muñecas barbie que él customizó, estos son poemas para su novio (“Yo amo la imperfección, la incorrección es mi principio de existencia”, se lee en uno llamado “Danza salvaje”). Manuel dice:
“Mariquiando ando desde hace 47 años”.
En muchas ocasiones ha explicado que prefiere referirse a sí mismo como marica porque gay es un término anglosajón y homosexual era, hasta hace poco, alguien al que otros le diagnosticaban una enfermedad mental. “Marica es muchas cosas”, agrega. “Es un insulto. Según la RAE es sinónimo de pusilánime. Es el saludo coloquial de algunos heterosexuales. Es por lo que nos asesinaron y amenazaron de muerte. Ser marica es un acto político porque es romper con el deber ser del cuerpo, es una ruptura y todo esto [la colección] es una ruptura porque lo marica, lo trans, lo arepero, siempre fue subversivo, a escondidas, por debajo. Que la gente encuentre esto en una biblioteca es una maravilla”.
Aunque aún no es el nombre oficial, a Manuel le gustaría que la colección se llame Biblioteca Nacional Marica de Colombia.
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“Uno hace las cosas porque cree que son importantes, no para ser el primero. Tal vez lo que yo sí tengo es que me doy cuenta. Darse cuenta es mirar si lo que sucede tiene un valor. Yo me doy cuenta de muchas cosas, pero no me puedo centrar en todas. Pero siempre estoy… mi cerebro no para”, dice Velandia en la mesa del café Recoleta de San Diego donde pide un tinto, un pocillo de agua caliente para aclarar y una torta de amapola. En el lapso que duró su visita a la Biblioteca Nacional recibió decenas de mensajes telefónicos.
Quizás una palabra para describirlo sea abundancia. Manuel y lo que lo rodea parece venir en grandes cantidades. Sus respuestas son didácticas, llenas de historias, curiosamente articuladas con paréntesis y ramificaciones que terminan por converger en un punto en el que todo cobra sentido. Mezcla lo académico con lo cotidiano, asuntos teóricos con anécdotas de hombres que le resultaban divinos o con los que, en sus palabras, culió. Suelta la risa a cada rato. Dice que se fija en lo que pasa ahora, en este café: un hombre en la mesa vecina que nos mira, una chica que cruza vestida con una capa como de oso. Su método consiste en fijarse en lo que sucede alrededor, filtrar, pensar y luego elaborar.
“Por ejemplo, mis amigos viviendo con sida. Yo tuve que dar un diagnóstico, hablé con psicólogos y terminé escribiendo un libro sobre cómo dar apoyo emocional”, dice.
En esta entrevista, Manuel habla, sobre todo, de dos temas. El primero es el vih/sida.
Es 28 de junio de 1983. La marcha LGBTIQ+ fue en la mañana y en la tarde Velandia dio —cuenta— la primera conferencia sobre sida en Colombia.
¿En la universidad?
“¡No!, en el bar Amigos”, responde y aclara: Amigos, norte.
“Uno hace las cosas porque cree que son importantes, no para ser el primero. Tal vez lo que yo sí tengo es que me doy cuenta. Darse cuenta es mirar si lo que sucede tiene un valor».
Es 1983 y solo tres años atrás ser marica en Colombia era un crimen. El Estatuto de Seguridad, el régimen penal instaurado por el gobierno de Turbay Ayala bajo el que hubo todo tipo de violaciones a los derechos humanos, recién terminó en 1982. El Movimiento de Liberación Homosexual creado cuando Manuel estudiaba Sociología y Filosofía, motivado por su convicción de no ser un delincuente ni estar enfermo y nutrido con la teoría Sexpol, que aúna la liberación política y económica a la liberación sexual y reivindica nociones como la de analidad, se reunía a escondidas. Lo hacían en una biblioteca cristiana del barrio Teusaquillo. Allá leían al ensayista francés Guy Hocquenghem, su contemporáneo, el primer hombre en Francia que anunció públicamente su homosexualidad y autor de El deseo homosexual (1972), obra inaugural de la teoría queer. Hablar de derechos era subversivo así que en las reuniones intentaban no rotar información a alguien sospechoso. La policía podía llegar en cualquier momento. Igual la gente se encontraba. También en el edificio de Avianca, en la 16 con séptima, que, dice Manuel, era un ligadero. En las hendiduras del edificio unxs y otrxs solían dejarse cartas de amor y un día, para celebrar la despenalización de la homosexualidad, Manuel y su amigo Jaime fueron y empezaron a besarse en lo que Manuel recuerda como uno de los primeros performances marico-políticos del país. “Todo el mundo pensaba que éramos novios, pero solo nos queríamos montones”, dice.
Después Jaime se fue a México y allá murió con sida.
Es 1983 y Velandia fue invitado a un equipo de investigación de la Universidad Nacional sobre enfermedades de trasmisión sexual en Bogotá. Propuso enfocarse en la población homosexual, pero le dijeron que no, que era complicado. “Entonces conseguí 400 maricas y empecé a documentar lo que estaba pasando: la gente se hacía profilaxis pre y post exposición, o sea, se iban a tirar y se ponían la penicilina antes”.
Puede que todo parezca haber ocurrido rápido y al tiempo, como en un remolino: la llegada al país de un colombiano que vivía en Nueva York y estaba enfermo, no se sabía de qué, al que Manuel acompañó hasta que fue hospitalizado y murió. La publicación de notas de prensa en inglés que mencionaban un Síndrome de Inmunodeficiencia Relacionada con los Gays, un “extraño cáncer que afecta a los homosexuales”. La identificación del vih (virus de inmunodeficiencia humana) como agente causal del sida transmitido mediante el contacto con sangre, semen o fluidos vaginales infectados. El primer test de diagnóstico. La noticia de que amigos y conocidos se habían contagiado.
Es 1983, 1984, 1985, 1986, 1987.
“Resulta que había un chico que a mí me encantaba que se llamaba Fico. Siempre que nos veíamos alguno tenía novio. Entonces dijimos: el día que nos encontremos y no tengamos novio nos vamos a tirar. Nos encontramos y fuimos a tirar. Y en el bus yo le dije: ‘Oiga, ¿usted no ha pensado en hacerse la prueba del sida?’. Y nos fuimos al centro hospitalario. Ese fue el primer diagnóstico que tuve que entregar. El de Fico”, cuenta Manuel. Fico tenía 23 años. Cuando el hospital supo su diagnóstico lo sacaron a la calle y quemaron el colchón.
¿Y qué pasó con Fico?
Manuel responde que fue hospitalizado en la Fundación Santa Fe de Bogotá, que para hablar con él debía usar un aparatoso—e innecesario, ahora se sabe— equipo de bioseguridad, que fue a entrevistarlo y en medio de la charla salió al baño a llorar, que pensó que quizás debería desinfectar la grabadora, que Fico le dijo que un obispo le había transmitido el virus, que de la Santa Fe pasó a la San Pedro Claver donde la doctora Berta Gómez, entonces directora del programa de prevención y control de enfermedades de transmisión sexual de esa clínica, entendió la importancia del acompañamiento emocional y permitió que Manuel lo visitara, le acariciara el pelo, le cortara las uñas, pusiera algún adornito esterilizado en la habitación, que así pasó hasta que llegó un día en que Fico dijo que quería morirse y murió.
Su historia apareció en el programa de televisión que dirigía Germán Castro Caycedo y les valió al periodista y a Velandia amenazas de muerte. Manuel trabajaba en la fundación Apoyémonos que brindaba ayuda e información sobre sida, hepatitis y enfermedades de transmisión sexual. Esas fueron las primeras violencias en forma de llamadas, sufragios y coronas fúnebres que recibió y que se extendieron, más o menos continuas, hasta 2002, cuando fue víctima del atentado. Entonces partió a España. Y a los doce años, con cajas y maletas en las que algunas de sus esculturas de vidrio se echaron a perder, regresó.
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El segundo tema del que Velandia habla hoy, en este café, es la identidad. La identidad está en su obra académica y literaria, en su obra artística —fotografía, escultura, grabado, serigrafía—, en lo que mira y en él mismo.
Nacido en Socorro, en una familia compuesta por madre, padre y seis hermanos para la que la formación escolar y la expresión creativa eran importantes, Manuel explica que la identidad es una especie de elástico en tensión entre lo particular y lo social, y que ha investigado el concepto durante décadas. Como cuando en España lo llamaron Machu Picchu en un claro gesto discriminatorio (no tiene nada que ver conmigo, pero así me ven desde el racismo, pensó). O como cuando en la película Todo sobre mi madre el personaje de la Agrado relaciona la identidad con lo auténtico. Entonces, anotó Manuel, existe una identidad del deber ser, una del querer ser y otra del estar siendo.
Manuel tiene cuentas en X e Instagram. En estos últimos días ha escrito contra las mal llamadas terapias de conversión, una forma de tortura que aún no se prohíbe en Colombia y que él define como el mayor acto de violencia: adoctrinar a un ser humano para que se odie a sí mismo.
Ahora trabaja en el Ministerio del Interior en el grupo de Género y Diversidad que está elaborando diez políticas públicas con enfoque inclusivo.
¿Y entre todo lo que eres con qué te identificas?
“Para resumir, soy una persona feliz”. La frase que en otro podría sonar pasajera, dicha por Manuel es justa, auténtica.
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La —por ahora nombrada— Colección LGTBIQ+ de la Biblioteca Nacional surgió durante un encuentro LGBTIQ+ que se realizó el pasado abril. Manuel les escribió para decirles que él quería participar. Asistió, habló, leyó poesía, hizo la donación. Entonces la Biblioteca contaba con cerca de 400 ejemplares sobre esa temática y, según comenta Myriam Marín, coordinadora del grupo de colecciones, con el material de Velandia y otras cuatro o cinco donaciones en curso, el fondo suma 600 ejemplares. A Manuel le gusta coleccionar. En una entrevista realizada en su apartamento, él muestra un chaleco con botones referentes a la prevención del vih/sida, muchos de hace años. Desde una mirada anticuada, ciertas piezas que donó podrían entenderse como efímeras, descartables, poco dignas de ser preservadas. Pero no, replica Manuel. “No hay tanta memoria marica en Colombia porque mucha gente mayor que estuvo cuando el movimiento empezó murió y sus familiares pensaron que esas cosas eran basura y las perdieron”. ¿Dónde está, se pregunta, la grabación de 1980 cuando en el Congreso se discutió el artículo del Código Penal que penalizaba la homosexualidad? Claro que no es basura. Es literatura, es historia, es memoria, es maricada.
[Les invitamos a ver el video que acompaña esta nota en la cuenta de Instagram de Cerosetenta].