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El paro a pesar de sí mismo

Así como en Colombia no estamos acostumbrados a vivir sin guerra, tampoco estamos habituados a hacer acuerdos y a tramitar de forma eficaz y estratégica los conflictos de intereses. ¿Hacia dónde camina una marcha que no logra ponerse de acuerdo?

por

Juan Carlos Merchan

Investigador del Centro de Investigación y Educación Popular - CINEP


25.02.2020

Organizaciones sociales, campesinas, sindicales, estudiantiles y comunales del país fueron convocadas el 30 de enero de 2020 al Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá. Se dieron cita en la Asamblea Nacional del Comité de Paro luego de varios meses de actividades en la calle que convirtieron la última movilización social en la más grande de los últimos años en Colombia. El propósito era definir un rumbo, pero pese al entusiasmo de las más de dos mil personas asistentes, ese mismo día, el Comité Nacional se dividió: la dirigencia sindical del país quedó enfrentada a diferentes sectores sociales. Juan Carlos Merchan, investigador del Centro de Investigación y Educación Popular – CINEP, pone en evidencia cómo este panorama al único que parece favorecer es al Gobierno contra el cual se protesta y por qué esta situación exige modernizar la movilización.

* * *

Hoy tenemos dos vertientes de protesta social en Colombia que parecen haber entrado en disputa: los antiguos y los nuevos movimientos sociales. Son dos generaciones de movilización, pero no divididas por diferencias etáreas —es decir, por edades—, sino por la manera en la que entienden la movilización social y, también, por las agendas por las que luchan. Tenemos de un lado a todo el movimiento sindicalista —cercano a algunos partidos políticos de izquierda— y, por otro, tenemos una ciudadanía más joven en cuanto a trayectoria y a veces en edad, no tan enmarcados en partidos políticos, en donde caben algunos sectores del movimiento estudiantil, las organizaciones de víctimas del conflicto armado, las organizaciones de derechos humanos e incluso algunos movimientos políticos emergentes. 

Pero lo que se disputan hoy no son solo las vocerías frente al gobierno, sino el protagonismo del Paro y de las marchas. Los sectores más tradicionales, que se perciben como herederos de las históricas manifestaciones en el país, quieren mantener cierta preponderancia. Eso explica por qué en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, durante la Asamblea, eran los que más se percibían merecedores de estar dentro, por discutir, por tomar la vocería y las decisiones, mientras los otros sectores se sentían excluidos. 

Aunque muchas de las peticiones de los sectores menos tradicionales han encontrado un lugar en ese gran pliego del Comité Nacional de Paro (que hoy llega a los 104 puntos), algunos líderes estudiantiles, por ejemplo, son muy críticos frente a la situación actual del país y, si bien perciben importante el repertorio de los sectores tradicionales — históricamente centrados en los derechos laborales y en condiciones de seguridad, entre otros—, consideran que no están incidiendo directamente porque los sectores tradicionales son los intermediarios entre ellos y el gobierno. Por su parte, estos sectores tradicionales no abren completamente la puerta a los nuevos, aún cuando son conscientes de que esas nuevas masas han inyectado una renovada energía a las manifestaciones. 

El sector sindical ha sido perseguido, estigmatizado y victimizado por el conflicto armado. Los líderes sindicales han padecido también la crudeza de la guerra.

Por otro lado, las movilizaciones más recientes están muy ligadas a la historia del Proceso de Paz. Esto evidencia cierta fuerza de empatía con sectores sociales como el de las víctimas del conflicto y el de las y los excombatientes, así como con la grave situación de asesinato y persecución de líderes sociales y defensores de derechos humanos. Demuestra un sentido de solidaridad que no tiene que ver únicamente con los intereses inmediatos, lo que traduce una ampliación o ensanchamiento tanto de la empatía como de la participación.

Todo ello no quiere decir que las coaliciones de carácter tradicional no demuestren solidaridad con las víctimas de la violencia. Por el contrario, hay que tener en cuenta que el sector sindical ha sido perseguido, estigmatizado y victimizado por el conflicto armado. Los líderes sindicales han padecido también la crudeza de la guerra y no cesan de ser tachados como miembros cercanos a la subversión. 

Un pliego inacabado

Un repertorio de más de 100 peticiones se vuelve difícil de tramitar si no hay una decantación interna. No es menos preocupante el cuidado del agua, las luchas feministas, el despojo forzado, la economía extractivista, las ejecuciones extrajudiciales del Ejército Nacional, que las reformas laborales y pensionales. La precarización laboral y la dificultad para la pensión hacia futuro son razones de sobra para decir que sí se está percibiendo de manera común un monstruo de pisadas grandes que se acerca; sin embargo, este no es el único.

Los intereses de los sectores de las nuevas ciudadanías y los de sectores tradicionales, son todos igual de válidos. Pero como hay una nueva forma de movilización cruzada por el Proceso de Paz y por la terminación de la guerra con otros grupos armados que no se han desmovilizado, es necesario identificar un giro en los paradigmas que distintas agendas empiezan a hacer relevante. 

Cuando una de tantas agendas cobra más peso que otra, y los partidos políticos acechan para acercar la protesta social a sus propósitos programáticos, pueden generarse rompimientos dentro de la movilización social como ocurrió hace poco. La movilización, compuesta por varios sectores, representa una multiplicidad de temas (lo que es apenas lógico y no negativo), pero la división llega porque algunas de las peticiones quedan por fuera de la discusión y los sectores tradicionales que han estado cerca de la práctica política y son quienes representan en el comité de Paro, defienden sus propios puntos.

La ampliación de la democracia consiste, sin embargo, en que salgan a la luz todos los intereses de la sociedad, que en el fondo develan necesidades verdaderas y hondamente sentidas. Lo complicado es que así como no estamos acostumbrados en Colombia a no vivir en guerra, tampoco estamos habituados a hacer acuerdos y a tramitar de forma eficaz y estratégica los conflictos de intereses. 

Un paro en paro

Pese al optimismo, la división de los sectores del Paro es un hecho y eso lo aprovecha el Gobierno Nacional para decir: “ustedes no se ponen de acuerdo, es difícil hablar así, pero como gobierno no podemos estancarnos, debemos avanzar”. Es una forma bastante eficaz para desestimular la fuerza de la protesta; todo gobierno, y el colombiano es solo un ejemplo, presionará la movilización social para que se ponga de acuerdo internamente, sobre todo si intuye que al no tener herramientas para hacerlo, estará en peligro de fragmentarse, como vemos ahora.

No se trata de teorías de conspiración y de decir que esto estaba planeado fríamente por el gobierno, sino de aceptar el sentido común: para cualquier estratega en asuntos políticos, este es un momento que todo gobierno, sea de derecha o de izquierda, ve como una oportunidad. Por eso el gobierno de Iván Duque sigue presionado hasta tal punto, que la falta de unicidad y de capacidad de diálogo al interior de los movimientos sociales, le es conveniente para pasar de agache y no concretar las peticiones que se le hacen.

Estamos en el siglo XXI y existen formas de protesta y movilización en el espacio público perfeccionadas, que no afectan tan directamente a las personas no marchantes, lo cual optimiza el ejercicio comunicativo positivo hacia la sociedad.

El Gobierno ha logrado seguir incorporando sus temas en el Congreso mientras reprime sistemáticamente la protesta, eso indica que hay algo que no está funcionando en la movilización. Por un lado, la protesta repite las formas y modelos de siempre. Por otro, la crítica a la altísima represión de la protesta es agua sucia que por medios de comunicación y redes sociales cae a la Fuerza Pública de modo primario. En consecuencia, se ensucia la imagen del ESMAD y solo por salpicado la del Gobierno, lo cual distrae aún más el centro de los problemas. ¿Sería posible coordinar la movilización social y la protesta, de tal modo que no quede atrapada, al final, en el foco de la represión del ESMAD y si es justificable esta o no? ¿Puede realizarse la protesta de tal modo que sirva para sumar beneplácito social y acrecentar voluntad ciudadana y política a favor y no en contra de la acción movilizadora?

Es difícil pensar que en Colombia solo sepamos hacer marchas con bloqueos de calles para que al final el principal protagonista sea el ESMAD. Estamos en el siglo XXI y existen formas de protesta y movilización en el espacio público perfeccionadas, que no afectan tan directamente a las personas no marchantes, lo cual optimiza el ejercicio comunicativo positivo hacia la sociedad y suma mayorías a la causa en lugar de aversión. Además, modernizar la protesta y volverla más estratégica, podría mitigar la diferencia entre sectores tradicionales y nuevas masas en las movilizaciones —si es que se implementan primero técnicas concretas de diálogo interno para construir verdaderos espacios de negociación—.

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Juan Carlos Merchan

Investigador del Centro de Investigación y Educación Popular - CINEP


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