El morral liviano de la guerra: recuerdos de un guerrillero del M-19
Treinta años después de la toma y retoma del Palacio de Justicia, un exguerrillero y exconstituyente del M-19 cuenta su historia y mira en perspectiva este hecho. ¿Por qué, según él, vale la pena apostarle hoy a la paz?
Héctor ‘Tico’ Pineda es un exguerrillero del Movimiento 19 de abril (M-19), una guerrilla en la que militó entre 1983 y 1989. Este movimiento surgió a raíz del presunto fraude electoral cometido en 1970, cuando Gustavo Rojas Pinilla iba ganando las elecciones, pero misteriosamente, a la mañana siguiente el presidente electo había sido Misael Pastrana. Aunque Tico niega el hecho de que la guerrilla del M-19 fue influenciada por corrientes comunistas, su principal propósito fue recuperar la democracia, acabando con la figura del Frente Nacional (un acuerdo entre liberales y conservadores para que se turnaran la presidencia solo entre estos dos partidos desde 1958 hasta 1974). Este movimiento se caracterizó por hacer actuaciones simbólicas, como el robo de la espada de Bolívar, para legitimar su lema: “con el pueblo, con las armas, al poder”.
Tico es un hombre tranquilo y abierto, no tiene ningún problema con que las personas lo tilden de guerrillero, pues se siente orgulloso de haber participado en el M-19. Actualmente, Pineda es asesor del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, para la consolidación de la RAPE; Pineda, además, cree en una filosofía de vida que a algunos les puede parecer un poco hippie (la política de los afectos) y es un fiel creyente de que la paz no es un aspecto institucional, sino algo que depende exclusivamente de la forma en la que cada persona decide solucionar sus conflictos. Hoy, más de treinta años después de haberse desmovilizado, Tico dice que se arrepiente profundamente de haber sido cómplice de una de las mayores tragedias colombianas: La toma del Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre de 1985.
A raíz de la conmemoración de los treinta años de la toma y retoma del Palacio de Justicia, que dejó 11 desaparecidos y 98 muertos entre magistrados, empleados del Palacio, abogados, miembros de la fuerza pública y guerrilleros, hablamos con Pineda sobre su historia, la toma, la guerrilla y su perspectiva del proceso de paz que se adelanta en 2015.
Teniendo en cuenta ese contexto político en el que usted vivió —y el que se vive actualmente— ¿para usted qué es la guerra?
La guerra, según los teóricos, es la política por otros medios: la política cuyo sentido es la búsqueda del poder y por otros medios significa la vía violenta, la vía armada. Colombia, desde su vida Republicana, su independencia de la corona española, ha estado signada por la violencia. El proceso de independencia de España fue un proceso violento, fue un proceso de guerra y luego toda la vida Republicana de Colombia ha sido una constante guerra y tregua. Una guerra termina con una tregua y una tregua culmina con un nuevo ciclo de guerra.
Arrepentimiento como tal siento por un hecho del cual fui testigo y no tuve la suficiente capacidad de persuasión para que no se realizara y fue la toma del Palacio de Justicia
Dice que la historia de Colombia ha sido violenta desde su independencia. ¿Eso justificaría el medio siglo que llevamos en guerra en Colombia y todo lo que hizo el M-19?
No estoy justificando lo que pasó, pero lo digo porque en un momento de mi vida sentí que el único espacio que se tenía para acceder al derecho legítimo de ejercer el poder para construir desde ahí una visión del mundo fue el de la lucha armada. El resto era una democracia restringida/bloqueada y parte de esa democracia bloqueada era por la dinámica de la búsqueda del poder por el mecanismo del voto popular. Pero por la creación del modelo del Frente Nacional no era posible escrutar y elegir. De nada valía la pena que usted depositara su voto porque en los escrutinios se hacían todo tipo de trampas y, de hecho, la última trampa (en la cual yo fui actor) surge de un fraude electoral. De ese fraude electoral se toma la decisión de crear una organización armada que se llamó M-19 cuyo fin era la toma del poder, por eso su consigna: “con el pueblo, con las armas, al poder”. Y esa toma del poder la reivindicaba el M-19 como una ampliación de la democracia.
¿Cómo y por qué toma esa decisión de entrar al M-19?
Ingresar a la guerrilla no fue una decisión fácil porque de todas maneras significaba dar un salto o ingresar a un ámbito rechazado durante toda la juventud por simples principios. Yo provenía de una familia conservadora que negaba el uso de las armas y la violencia, y eso me enfrentó a los valores y principios que mi familia me había inculcado y también a mis amistades. Pero llegó el momento en el que también uno siente que la historia lo llama y lo convoca. En ese momento tenía dos alternativas: asumía esas convicciones que tenía o simplemente me quedaba callado. Por miedo, por conveniencia o por el «qué dirán» me abstenía de involucrarme de manera directa en la guerra. Siendo así, mi decisión es involucrarme de manera directa.
¿Cómo se va de su casa y se refugia en las montañas?
En 1983 decido un buen día, después de muchas reflexiones y discusiones internas conmigo mismo, que eran momentos de quemar todas las barcas, lo que significa que el camino que queda es el de la guerra y, como todo guerrero, el morral tiene que ser liviano: no hay que cargar con nada y lo que uno está exponiendo es nada menos que la vida. Mi esposa, la persona más importante de mi vida, me apoyó y me dijo que si esa era mi vocación debía asumirla y seguirla. Siendo así, el lugar en el que ingreso es en el departamento de Santander que se llama Plan de Rojas. En ese lugar, durante todo diciembre y parte de enero, se hizo un ejercicio de formación como combatiente y de ahí, después, me mandan a las montañas del Cauca, donde conozco a Carlos Pizarro. A partir de 1984 hasta 1989 estuvimos ‘tropeleando’ y haciendo todo lo que hace un combatiente guerrillero. Desde labores cotidianas de hacer guardia, hacer rancho, cocinar para toda la tropa hasta labores de alguna especialización.
¿Tenía usted una función específica dentro del M-19?
Alrededor de Carlos yo tenía la función de hacer una labor parecida a la que estás haciendo ahora: yo era un corresponsal de guerra de una agencia de prensa que se llamaba ‘Agencia de prensa Oiga Hermano’. Era el encargado de, cuando había un combate, hacer el recuento de lo que había sucedido, y sobre ese recuento, comunicarle a la opinión pública qué estaba pasando en nuestra guerra. Mi trabajo era estar oyendo radio y, cuando podíamos, ver televisión, estar pendiente de lo que los medios decían de nosotros.
Para el M-19 el punto final del proceso se da con la Asamblea Constituyente y la Constitución de 1991.¿Usted cree que los objetivos del M-19, los que usted plantea, se cumplieron en la realidad?
Hemos avanzado. Permíteme disentir contigo de que no importa la carta, sí importa. Importa porque ahí está el diseño de lo que tú puedes hacer en términos del poder político. Ahora, de la palabra escrita a la realidad colombiana hay una desarmonía. Desarmonía en lo social, en la manera de resolver conflictos… Cuando hablo de resolver nuestros conflictos ya no es solamente el de la guerra, sino los de la vida cotidiana: el taxista que toma la decisión de agredir a otra persona por tener un modelo de transporte público diferente, informar de una sociedad que no está armonizada con un mandato presencial, como es el mandato de la paz. Por ejemplo, Gustavo Petro nunca hubiera sido alcalde de Bogotá si no se hubiera hecho un marco constitucional y legal distinto que de alguna manera, no como guerrillero del M-19 sino como ciudadano sin armas, a través del voto popular llegara a la Alcaldía de Bogotá, el segundo cargo más importante del país.
Pero, entonces, ¿por qué seguimos matándonos? ¿Por qué los niños se siguen muriendo de hambre?, ¿Por qué las reglas no se cumplen?
Es muy sencillo y te lo voy a decir con un ejemplo. Cuando uno perdía una asignatura en mi época, la solución para corregir esa falta de conocimiento en la academia era un correazo o un hecho violento. Tu generación probablemente nunca ha sido objeto de ese tipo de correcciones violentas porque hay un marco constitucional distinto, donde todos ustedes tienen un derecho que los protegía: el derecho de los niños está por encima de cualquier cosa. Con esto quiero llegar a que todas esas normas y garantías de alguna manera muestran nuevas posibilidades; que las uses o no es un tema de conocimiento, de acceso, de decisión y voluntad, pero eso no quiere decir que no estén. Es un instrumental de recursos para hacer valer los derechos, nadie evita que los usemos, lo que significa que esto es un escenario en pugna permanente.
¿Usted se arrepiente de algo que cometió estando en el M-19?
Por supuesto. Los instrumentos que se usan en la guerra son lo suficientemente lejanos para no personalizarla. Hay una especie de guerra que se hace contra unos seres invisibles, por supuesto de uniformes y camuflados, pero no es personalizado, haciendo que de alguna manera eso te de la distancia suficiente para no sentir que hubo lo que se llama en la guerra crímenes de lesa humanidad. No siento haber cometido ese tipo de crímenes, sino que en el marco de las limitaciones se hizo una guerra hasta donde lo humanamente era posible.
Arrepentimiento como tal siento por un hecho del cual fui testigo y no tuve la suficiente capacidad de persuasión para que no se realizara y fue la toma del Palacio de Justicia.
Cuando este hecho acontece el 6 de noviembre de 1985, ¿usted dónde estaba? ¿Cómo y cuándo se entera?
Yo me enteré del tema del Palacio de Justicia aquí en Bogotá un 24 de julio de 1985, celebrando el cumpleaños de Álvaro Fayad, que era el comandante de el M-19 en ese entonces, en un apartamento arriba de la Plaza de Toros en la Macarena. En conversación con Álvaro se toma la decisión de hacer el hecho político-militar del Palacio de Justicia y luego ya en el monte, conociendo unos elementos más de la técnica de la guerra, con Carlos Pizarro llegamos a la conclusión de que eso era un hecho no sostenible, que no era posible tomarse el Palacio de Justicia y salir victorioso de esa toma. Sin embargo, de eso me hecho la culpa porque no tuve la suficiente capacidad de argumentación para persuadir a los que había que persuadir para que eso no se hiciera. A veces pienso que de haber aprendido y conocido tantas cosas como conozco ahora, probablemente hubiese actuado con mayor vehemencia en las discusiones que sobre el tema se dieron y otro hubiese sido el resultado. Pero no se puede cambiar, ahí está la historia y ese es uno de los grandes errores individuales y colectivos que yo creo que se cometieron y que para sanar las heridas que dejamos pasará mucho tiempo y muchas generaciones. Finalmente, me termino enterando en el monte, allá arriba. Estaba en la Cordillera Central en un sitio que se llama Loma Amarilla a las 9:30am en el momento en el que RCN anuncia la noticia de último minuto.
Entonces, ¿usted sabía que la toma del Palacio de Justicia iba a pasar en algún momento pero nunca fue informado que iba a suceder ese día y se termina enterando por RCN?
Sí, claro. Nos tocaba hacer de todo, como el rancho (que es hacer la comida) y casualmente ese día me correspondió hacer rancho. Estaba ahí y tenía los audífonos para hacer monitoreo de lo que sucedía, para luego al medio día hacer lo que lo llamaba un reporte noticioso de todo lo que pasó durante la mañana, de acuerdo con los distintos medios que lograba oír. Estando en ese momento escuché –y me acuerdo perfectamente: “atención, atención. Un grupo del M-19 se acaba de tomar el Palacio de Justicia”. En ese mismo instante dejé de hacer el rancho, me fui a la comandancia, les di información del suceso y se me dio la orden de dejar de hacer lo que estaba haciendo y ponerme a monitorear todo lo que los medios decían sobre el Palacio de Justicia. Me tocó subirme a un filo porque la señal de televisión no llegaba (los televisores eran de baterías y muy viejos) y fue así como estuve haciendo el monitoreo desde que lo anuncian en RCN hasta el momento de la explosión del cañón sobre el Palacio y lo que después pasó: la desolación y el dolor que produce haber perdido grandes amigos. Todos tenían una vitalidad y energía impresionante. Siendo así, en dos días se va todo un mundo de vida, tanto del M-19 como de los magistrados.
¿Cuál es el detonante que los lleva a comenzar un proceso de paz con el gobierno?
Fueron varios. Desde mi perspectiva particular fue un acuerdo afortunado con un texto que se llamó: “Derecho internacional humanitario” y la lectura de ese texto, donde decía “se prohíbe el secuestro” nos hizo, a Carlos Pizarro y a mí, reflexionar sobre nuestras prácticas, porque estábamos incumpliendo una norma humanitaria universal. Pero, al mismo tiempo, venía una discusión: si no secuestramos, entonces ¿de dónde sacamos plata? Y venía un debate entre la praxis y lo que decía el escrito. Igual, nosotros queríamos hacer la guerra en un marco de humanidad y no en un marco de des-humanidad y eran debates realmente fuertes, pues todos estábamos armados, eso subía la temperatura de la discusión.
Otro hecho que nos llevó a tomar esa decisión fue que la guerra se degradó de tal manera, que todas las señales que recibíamos de la misma era que no tenía sentido seguir en ella. El tercero fue una vocación implícita del M-19: se creó como una organización alzada en armas para luchar por la democracia, pero fundamentalmente para edificar la paz en Colombia; y la paz no era sino la posibilidad de que los ciudadanos disfrutaran de más derechos.
Después de que sucede lo del Palacio de Justicia, ¿usted tuvo algún contacto con alguna víctima? O incluso ¿recientemente lo ha tenido? ¿Cómo fue el tema de las víctimas después del proceso de paz?
Yo tengo que confesar que la paz y la reconciliación conmigo han sido generosas, porque desde el primer momento que tomamos la decisión de comenzar a buscar la salida al conflicto, desde ese mismo instante empecé a encontrarme con hechos maravillosos y con encuentros que parecieran sacados de una novela. Por ejemplo, en 1987 fui capturado en Cali y, por circunstancias del destino, sucedió frente al sindicato del Seguro Social. Los sindicalistas se dieron cuenta de mi captura, prendieron las alarmas, y evitaron que me desaparecieran. En ese momento todo el que era capturado no echaba el cuento. Afortunado en la guerra y afortunado en la paz: esa captura la hizo un oficial de la Policía, el capitán Velandia. Antes de llevarme a la cárcel me sentenció y me dijo que la próxima vez no iba a tener la oportunidad de contar la historia. Yo le respondí que no va haber próxima vez porque estábamos discutiendo el tema de la paz con el gobierno. Lo dije no porque tuviese certeza de eso, sino solo para darle una respuesta a esa amenaza que él me hacía. Después, en 1989, por decisión de Carlos Pizarro y el gobierno nacional, se designaron unos voceros para que saliéramos a decirle a la gente en qué consistía nuestro proceso. En manos de la Policía quedó la responsabilidad de proteger a esos voceros que íbamos a salir a la vía pública. A la persona a la que le correspondió cuidarme a mi fue justamente al capitán Velandia, que ya entonces era coronel. Al principio fue muy duro, pero después terminamos siendo grandes amigos.
¿Qué piensa del proceso de paz actual?
Yo, en primer lugar, no lo llamaría proceso de paz, sino proceso para la culminación de la guerra. La paz es una cosa diferente. La actual posibilidad del fin de la guerra con las FARC hay que saludarlo porque no nos podemos dar el lujo de otro fracaso, como lo dijo el Papa Francisco. Las personas que siguen en las FARC son personas que se han envejecido en la guerra. A todos ellos los conocimos muy jóvenes. El final de la guerra escasamente les va alcanzar para una década de algún disfrute de caminos distintos al conflicto.
¿Usted no apoya que los guerrilleros tengan cárcel? ¿Qué pasa entonces con el tema de la impunidad?
Los contextos son distintos. Hoy existe una Corte Penal Internacional, hay una internacionalización del tema de la justicia y en esa internacionalización hay unos delitos que no son perdonables. ¿Pero qué es cárcel? Cárcel es una pena y la pena consistente en poner a la persona tras las rejas, en un hueco 20 metros bajo tierra, para que sienta los dolores que sintió su víctima. Eso es una manera de mirarlo, y es mucho más parecida a la venganza que al real resarcimiento de la víctima.
¿Pero en dónde estaría poniendo a la víctimas? ¿Dónde queda el sufrimiento de la víctimas cuando ellas esperan que alguien pague por el dolor que les causaron?
Te lo pongo en términos prácticos. Cuando yo me encontré con Velandia, que me había torturado, que cuando me llevó a la puerta de la cárcel me llevó desecho después de tres días de tortura permanente… Más allá de la ley y más allá de la opinión pública, uno entiende que ese dolor que te hizo sentir la persona que te agredió es pequeño frente a este bien superior que se está tratando de construir: la paz. Entonces ahí en esas víctimas y victimarios también entran en juego sus corazones. Yo no puedo decirle a una persona que le asesinaron a su padre en un acto de secuestro y lo entregaron de una manera inhumana que tiene que recibir una plata, una finca y unos bienes, eso no se puede. Todos somos dueños de nuestros dolores y nuestro corazón también es dueño de nuestra capacidad de perdonar. El camino del amor y el perdón es el que cura las heridas, no el del odio y la venganza.
Quisiera finalizar la entrevista haciéndole una pregunta muy específica ¿Qué es la paz para usted?
La paz es la posibilidad de resolver todos nuestros problemas y diferencias por más pequeño o particular que sea sin matarnos los unos a los otros. Esa es la paz.
*María José Rodríguez es estudiante de Ciencia política. Esta entrevista se realizó en el marco de la clase Periodismo, guerra y paz de la opción en periodismo del Ceper.