Los pacientes que mueren por coronavirus no sienten miedo. Ese 3.4 % no siente miedo porque no puede respirar. Sus pulmones están contraídos, opacos. Se ven como un panal de abejas: duros, secos, incapaces de absorber el oxígeno.
El miedo necesita oxígeno.
Es una sensación que acelera el ritmo cardiaco y la función pulmonar para bombear oxígeno a todos los músculos del cuerpo. Es un rezago evolutivo: una herencia de cuando éramos animales que debíamos alistarnos para atacar o escapar. Los vasos sanguíneos se contraen, el sistema digestivo se detiene, la boca y las lágrimas se secan. Las pupilas se dilatan y se pierde la audición. El cuerpo está preparado para lo peor.
Los pacientes no pueden sentir miedo, pero los médicos que los atienden sí.
Cerosetenta habló con tres médicos que no tendrán nombre porque está historia no es sobre ellos sino sobre el miedo al que están expuestos. Sobre el lado humano de aquellos que afuera llaman héroes, aunque también los discriminan. Es, sin embargo, su testimonio, no una radiografía de lo que sienten todos los médicos. Es, acaso, una instantánea de lo que está pasando ahora, cuando aumentan los números y se empiezan a conocer casos de médicos contagiados por el Covid-19 en el país.
Los tres son médicos que atienden la primera línea del Covid-19. Los tres trabajan en hospitales de tercer nivel (es decir, los que ofrecen atención más especializada) y los tres trabajan en Bogotá que, en el momento en el que se escribe esta historia, suma 861 casos confirmados de coronavirus. Una cifra que supera por mucho al resto del país. No todos esos positivos están en los hospitales porque en Colombia, la experiencia del Covid-19 replica las estadísticas mundiales: solo el 20 % de los pacientes necesitarán hospitalización y solo el 5 % requerirá atención en las Unidades de Cuidado Intensivo, UCIs.
Bogotá podría ser la ciudad con más contagios pero también la que por ahora está mejor preparada para atenderlos. Tiene 11 mil camas hospitalarias, y mil camas en unidades de cuidados intensivos con ventiladores. Además, la alcaldesa Claudia López anunció que están preparándose para instalar otras 2 mil camas de cuidados intensivos. Pero, si se cumplen los pronósticos de los expertos, y la gente no cumple las medidas para contener los contagios, nada de eso será suficiente. Los expertos creen que el pico de casos puede llegar en dos semanas (cuando estaba previsto el primer plazo de cuarentena de 19 días) o dentro de más de un mes, a mediados de mayo.
El pico es una de las pocas certezas que tenemos. Y los primeros que lo saben, y que le temen, son los médicos de la ciudad.
El miedo detrás del tapabocas
“Llego todos los días a mi casa y tengo miedo. Tengo miedo de abrazar a mis hijas, tengo miedo de abrazar a mi pareja. Llego, me quito la ropa, me baño… pero igual tengo miedo. Tengo miedo de estar infectada y no saber. Pero pues, ¿qué hago? Tengo que trabajar”.
M* es una médica internista de 43 años. Desde hace tres semanas atiende pacientes con coronavirus en Bogotá. A pesar de trabajar en uno de los hospitales más reconocidos del país, su contrato es por prestación de servicios y solo cobra por cada paciente que ve. Tenga covid-19 o no.
Es la realidad que experimentan la mayoría de médicos en Colombia como le contó a Semana Carolina Corcho, vicepresidenta de la Federación Médica Colombiana. Según ella, el 80% de los médicos en el país están bajo formas de contratación ilegal y tercerizados y “esa inestabilidad laboral también genera inestabilidad para atender el coronavirus”, dice.
No es la primera vez que esta médica atiende una pandemia. En el 2009 estuvo en la primera línea del H1N1. También ha estudiado el SARS, el virus respiratorio que se expandió en el mundo en el 2003, y que aunque se parece, tiene diferencias cruciales con el nuevo coronavirus. No sólo es más mortal e infeccioso, sino también más visible: sus síntomas son evidentes. El Covid-19 es en cambio sutil y, en algunos casos, incluso invisible.
“El SARS produce síntomas en todos los pacientes pero el Covid-19 no. Una gran mayoría de la población puede estar infectada y no tiene ni idea. Y esa gente es el principal problema”.
Estar ahí, esperando, preparado para lo peor. No sabemos si ‘lo peor’ va a ocurrir. Todo el mundo dice que sí. Todos los días nos levantamos rezando porque estén equivocados, porque esto no se vaya a volver lo que nos dijeron que se va a volver.
A su hospital llegó hace unas semanas un paciente que fue infectado por su hijo asintomático, pero positivo del Covid-19. El paciente empeoró en 24 horas. Ahora está en la UCI y puede empeorar aún más porque tiene marcadores de mal pronóstico: edad avanzada y otras enfermedades además del virus.
“Después de atenderlo llamé a mi mamá y le dije: ‘Me muero de la pena, pero yo a esa casa no vuelvo a entrar hasta que esto se acabe’. Pensé: ¡dónde va a quedar la conciencia de uno de saber que le pegó el coronavirus a un familiar!”
Lo más difícil, sin embargo, ha sido la espera de la catástrofe que no termina de llegar: ver el hospital preparado, organizado, con dos camillas por cada habitación… Pero no pasa nada, no hay nadie.
“Estar ahí, esperando, preparado para lo peor. No sabemos si ‘lo peor’ va a ocurrir. Todo el mundo dice que sí. Todos los días nos levantamos rezando porque estén equivocados, porque esto no se vaya a volver lo que nos dijeron que se va a volver”.
Su hospital tiene listas 400 camas para atender pacientes de Covid, sesenta camas en cuidados intensivos y 120 respiradores. Afuera de la sala de urgencias hay dos contenedores enormes preparados para atender más pacientes. Además, están pensando en alquilar un hotel para atender a los pacientes no contagiados por el Covid.
Sin embargo, tras dos semanas de cuarentena, la sala de urgencias sigue casi vacía. Desde que empezó la emergencia, atienden un promedio de 10 a 12 pacientes covid que necesitan hospitalización, hay unos cuatro pacientes en cuidado intensivo y dos más que devolvieron “a piso” porque ya no tienen más que ofrecerles porque su situación es crítica.
Con esa afluencia, los pacientes y sus familias son los que toman las decisiones sobre sus cuidados. Si van a usar un ventilador o no, por ejemplo. Pero el miedo es que si la curva no aplana, esa decisión tenga que recaer en médicos de la primera línea como ella: qué paciente recibe atención y qué paciente no. Ya pasó en Italia y podría ocurrir en algunos hospitales de Estados Unidos. Pero esas decisiones son un juego de probabilidades que en últimas es como jugar a ser Dios. Porque el otro problema de esta enfermedad es que es muy difícil predecir cuál paciente va a empeorar y cuál no.
“Tuvimos dos pacientes iguales, jóvenes, de menos de 45 años. Los dos hombres, los dos sanos, sin ninguna comorbilidad excepto porque los dos tenían un poco de sobrepeso. Los dos llegaron con neumonía pero un paciente se fue para la casa y esta perfecto y el otro está en cuidados intensivos, hizo insuficiencia respiratoria”.
Tuvo otro paciente que llegó a estar tan bien que pidió la salida. Era el día nueve de síntomas. Los médicos sabían que ese es el estado de mayor riesgo: es entre el día 8 y 10 de síntomas, cuando la salud de los enfermos tiende a empeorar. Este paciente no fue diferente. En menos de 24 horas pasó de decir que se quería ir para su casa a entrar en falla respiratoria y estar a punto de morirse.
“Lo diagnosticamos temprano y se le ha hecho de todo. Pero se va a morir. El pulmón no oxigena pese a todas las medidas tomadas”.
M, como médica, prefiere no hablar con la gente.
Todos los días se pregunta qué papel va a tener que jugar en la pandemia: cuando Bogotá llegue a su pico de contagios. Si va a ser una fuente de energía, de trabajo en equipo o se va a quedar ahí, dándose látigo, creyendo que no va a ser capaz.
M prefiere la primera opción. Por eso, a pesar del miedo, todos los días llega a su casa con buena actitud. Les dice a sus hijas que todo va a estar bien, les muestra su mejor cara aunque no siempre sea la más sincera. Porque mañana será otro día.
¿Quién cuida a los médicos?
En el hospital de en el que trabaja M hay una línea de atención psicológica para los médicos que trabajan ahí. Hay psicólogos y psiquiatras que están listos para recibirlos. Ella no sabe de ningún compañero que la haya usado la línea, pero tampoco se atreve a preguntar. “Cada uno”, dice, “tiene su propia cruz”.
Aún así, no todos los hospitales cuentan con la misma suerte. O, peor aún, no todos los médicos están conscientes de la necesidad de hablar de su propia salud mental en medio de esta crisis.
“No se ha hablado de eso”, cuenta J*, un médico internista que trabaja en otro hospital de la capital. “Yo creo que a nivel psicológico estamos muy atrasados. Somos un país que ha sido tan expuesto a tanta violencia y a tanto trauma que uno no tiene derecho a sentirse vulnerado. Entonces que un médico se sienta vulnerado porque ve muertes o heridos o epidemias es como ridículo. No tenemos conciencia de buscar ayuda en esas situaciones”, dice.
De lo que se habla en su hospital es de medidas de bioseguridad aunque no siempre se hacen las preguntas correctas, ni se dan las mejores respuestas. J cuenta, por ejemplo, que él está en un chat donde hay varios internistas y allí son reiterativos mensajes como “necesitamos más máscaras, más vestidos de bioseguridad, de ébola”, “que se infectó tal médico, que el virus cruza todas las barreras. Todo el mundo está enfocado eso: en el miedo, el miedo y el miedo”.
Y es un medio generalizado. En entrevista con Semana, Carolina Corcho, vicepresidenta de la Federación Médica Colombiana, asegura que a la federación han llegado quejas de no suministro de insumos de protección: “(…) en algunas (ocasiones) se les obliga a que el médico asuma su protección de bioseguridad durante la pandemia. Eso significa que ellos deben proveerse su propia ropa de trabajo, guantes, tapabocas N95”.
Son equipamientos difíciles de conseguir, sobre todo en este momento. Pero además pueden generar más riesgos. J* explica que los trajes son difíciles de poner, exigen un área especial de desinfección y la ayuda de otra persona para quitárselo. “Entonces uno puede confiarse, creer que tiene una máscara especial, un vestido especial, pero al quitárselo, se puede contaminar más”, dice.
Es más peligrosa la gente que está mal informada que las personas de la salud que sabemos como cuidarnos y cómo cuidar a los demás
Se oyen historias que él no puede corroborar pero que ilustran la situación. El viernes, por ejemplo, escuchó a un colega contarle a otro que a un hospital llegó un paciente joven con un ataque exacerbado de asma, que tuvieron que intubarlo en la sala de urgencias pero que, cuando llegó a la sala de cuidados intensivos, el tubo se salió y el intensivista que lo recibió se rehusó a atenderlo porque no tenía el equipo de protección para casos Covid-19.
También cuenta que en su hospital ha visto que los médicos generales no quieren pasar revista a los pacientes con Covid-19 y esperan a que lo hagan los especialistas. Ha sido testigo del drama que significa conseguir un anestesiólogo (los expertos en intubar pacientes) porque los demás tienen miedo de hacer ese procedimiento, esencial para atender a los pacientes graves de coronavirus.
“La Organización Mundial de la Salud recomienda que la persona que vaya a intubar un paciente sea la más experta para evitar el riesgo de intubaciones erradas, de intentar intubar cuatro, cinco veces”, cuenta. “En orden de ‘experticia’ estarían primero los anestesiólogos, luego los intensivistas, y luego los urgenciólogos, pero entre todos se tiran la pelota a ver quién va a intubar el paciente”, dice. El riesgo es que intubar mal a un paciente puede obligarlo a toser, y es ahí cuando el virus puede salir y quedar en el aire en forma de partículas microscópicas: aerosoles.
“Cada persona, a su nivel, tiene miedo. Entonces, yo me pregunto, si eso es así ahora que tenemos 3 o 4 pacientes, ¿cómo será en un mes cuando tengamos 500 o 600?”.
J dice que se siente seguro porque usa las medidas de protección que recomienda la OMS, porque sabe que sus pacientes están identificados. “Es más fácil que te infectes en la calle, en el supermercado y en el bus que en hospital, en un cuarto de aislamiento, donde el paciente está con una máscara y con las medidas de seguridad. El trabajo no me preocupa tanto, me preocupa más los contagios por fuera. Y la familia”, dice, “la familia porque igual se expone”, dice.
Insiste que en este momento, cuando su hospital todavía tiene pocos pacientes con Covid, teme más por los pacientes sin Covid pero que pueden requerir atención de emergencia.
“Me preocupa que lleguen y la gente tenga miedo de atenderlos”, dice.
Es una preocupación que comparten otros médicos. Ellos saben que esos pacientes seguirán llegando, haya o no coronavirus. Porque la vida no se detiene porque el mundo esté siendo infectado por una pandemia. Si no se aplana la curva, todos los pacientes van a llegar al mismo tiempo a buscar atención médica y el sistema de salud puede colapsar.
Y si eso pasa, “los pacientes se van a morir por falta de atención médica, no por covid-19. Esa es la razón de la cuarentena, tratar de que los pacientes lleguen a los hospitales de a poquitos”, asegura la médica M.
El miedo por fuera
Cada vez son más comunes las noticias de médicos a los que sus vecinos no los dejan entrar en los edificios: les dicen que no se monten en el ascensor, les piden que se hagan atrás en los Transmilenios.
Le pasó a C, el tercer médico con el que hablamos.
C es médico general de hospitalización. Trabaja turnos de 12 horas. Sale cansado y por eso, después de graduado, se fue de la casa de sus papás para vivir cerca del hospital en el que trabaja, en el noroccidente de la ciudad. Allá consiguió un cuarto arrendado en un apartamento que compartía con dos estudiantes. Cuando empezó la pandemia, él los reunió y les habló de las medidas preventivas que tendrían que tomar.
“Hablamos de cosas como entrar a la casa y lavarnos las manos, dejar todas las cosas en la puerta y no tocar nada cuando estuviéramos en la calle para evitar traer gérmenes a la casa”.
El sábado pasado tuvo turno de 7 de la mañana a 7 de la noche. Salió de su casa y caminó las tres cuadras que lo separaban del hospital. A eso de las 9, recibió una llamada de uno de sus compañeros de cuarto.
“Me dijo que la familia de ellos estaba muy preocupada. Que por ser médico yo era un foco de infecciones. La familia les había dicho —les había dado la instrucción— de que me dijeran que yo no podía seguir viviendo ahí en la casa con ellos”.
Lo que más le sorprendió es que la recomendación venía de la hermana de uno de sus compañeros de apartamento que también es médica. Su interlocutor colgó, no sin antes decirle que por favor saliera de su apartamento lo más rápido posible. Ojalá esa misma noche.
Pensó en las opciones que había buscado antes de elegir ese apartamento y consultó con amigos. En ese momento, una de sus compañeras del hospital le ofreció ayuda, le dijo que ella tenía una habitación y que podía mudarse a vivir con ella.
Ese mismo sábado, C llegó a la casa a empacar sus cosas.
“Todos estaban encerrados en sus habitaciones. Incluso encerraron a las mascotas, que porque yo las podía tocar. La enfermera jefe me había ofrecido recogerme en su carro para que de una vez evitara ese rechazo, esa discriminación, y empezara a llevar las cosas para vivir con ella. Me llevé lo necesario: ropa, cosas de aseo, los libros y mis implementos de trabajo. Y salir de ahí”.
C sabe que no es el único que ha pasado por esta situación. Algunas auxiliares de enfermería le han contado que si portan el uniforme en Transmilenio, les dicen que se muevan para atrás de los buses. El asunto ha empezado a escalar, hasta a llegar el punto de que el Gobierno nacional haya pedido sanciones para quienes estigmatizan a los médicos del país .
También conoce los riesgos y sabe que están en la línea de frente en cuanto a la atención de los contagiados o de posibles contagiados. Pero también sabe que ellos, como médicos, reciben entrenamiento y asesorías para usar las medidas de protección adecuadas para evitar contagios a sí mismos y a otros.
Los médicos se enfrentan a la paradoja: son héroes que se aplauden desde los balcones pero son, también, parias sociales en (algunas) calles.
“Lo que pasa es que hay un exceso de información que puede inducir al pánico. Y la gente en pánico no es objetiva con lo que hace y con lo que piensa. Es más peligrosa la gente que está mal informada que las personas de la salud que sabemos como cuidarnos y cómo cuidar a los demás”.
Y lo harán, aunque tengan miedo. Porque saben que lo que sienten ahora es producto de enfrentarse a lo desconocido. Y lo desconocido siempre causará miedo.