Educación afectiva

Siga caminado perra hijueputa, esto no es problema suyo… ¿Qué cree? ¿Cree que porque hay 20 personas alrededor no le voy a dar su pepazo, zorra malparida?

por

María Paula Ávila


15.02.2016

El hombre le gritó: “perra hijueputa…zorra malparida…zorra, perra, perra hijueputa”. Me detuve, y me dirigí a ella, quien recibía los insultos: “no te dejes tratar así”…ella lloró y siguió llorando con la cabeza agachada. No se volteó a verme. En cambio él sí lo hizo: “siga caminado perra hijueputa, esto no es problema suyo… ¿Qué cree? ¿Cree que porque hay 20 personas alrededor no le voy a dar su pepazo, zorra malparida?”. El tipo se metió la mano al bolsillo. No eran amenazas de lo que hablábamos. La mujer lloró y gritó: “por favor no lo hagas…nooooooooo, por favor”. Toda una telenovela.

El 11 de agosto de 2015 Florence Thomas, profesora de la Universidad Nacional y coordinadora del grupo Mujer Y Sociedad, publicó en El Tiempo una columna titulada: Homicidios y Feminicidios. Tras elaborar sobre las diferencias de género que atraviesan las cifras de violencia y asesinato en Colombia y llevar a cabo una reflexión en torno a la educación afectiva, Florence concluye: “Sí, se ha confiado el amor a la televisión, a las telenovelas, a las canciones más sintonizadas, al reguetón y a Diomedes Díaz, ¿por qué, entonces, extrañarnos de tanto analfabetismo afectivo, de tanta miseria amorosa, que termina demasiadas veces en dramáticos sucesos de violencias y, en el peor de los casos, en feminicidios?

Florence tiene razón y se equivoca. Tiene la razón porque aquello de que “la educación afectiva” tan sólo es comidilla de conversación new age, pero jamás ha sido parte de un pensum o de una política pública. El universo de las emociones -que ha sido amputado de los cronogramas de productividad capitalista- no espera y, sin previo aviso, se ha tragado 205 años de historia colombiana. Sin embargo, su comprensión se ha echado a un lado, como si sentir fuera el lastre de una naturaleza femenina indeseada que poco a poco se extingue.

Paradójicamente las telenovelas hacen parte de ese universo poco anhelado; la alienación de las élites del futuro, aquellos hombres y mujeres que guardan la compostura y no se dejan llevar por las emociones, es mucho más refinada y está compuesta por series, no por telenovelas. Entonces, quienes siguen confiando, como dice Florence, el amor a las poco sofisticadas telenovelas, no han de extrañarse de tanta violencia. Allí es donde Florence equivoca.

Las telenovelas son de las pocas reminiscencias dedicadas exclusivamente a las emociones. Todo es llanto, dramatismo, reclamos. Pura hipérbole salida de control. Por eso, hace tiempo que debimos preocuparnos por lo que ocurría allí. Procurar verlas, entenderlas, hablar de ellas, generar debate especialmente, muy especialmente, si tratan de los grandes patriarcas, como Diomedes Díaz. El analfabetismo emocional también pasa por ignorar estos nichos de sentimiento. No dejar que la televisión nos eduque es también a su vez no creernos tan educados como para subestimar a quienes se conmueven con ella.

El primer párrafo me ocurrió en Unicentro a las 8 pm del lunes pasado. Me ocurrió a la hora prime de las telenovelas.

 

Florence tiene la razón y se equivoca. Tiene la razón porque aquello de que “la educación afectiva” es comidilla de conversación new age, pero jamás ha sido parte de un pensum o de una política pública.
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