Debajo del disfraz

Es la noche en la que todo el mundo se transforma en alguien más, en que se reciben dulces de extraños y que la brujas llenan las calles. Esta es una historia sobre la noche de Halloween.

por

José Luis Sánchez


28.10.2013

Foto: José Luis Sánchez

El disfraz es para esconderse. Desde el ladrón que lo usa para que no lo cojan hasta las múltiples máscaras del carnaval. También se ha vuelto de común uso el 31 de octubre, fecha de fiestas de disfraces, sobredosis de dulce y niños emocionados. La celebración, al igual que su nombre: Halloween, no son latinas. Su origen, como muchas de las cosas que pasan por estos lares, es del norte de Europa.

Un clavo saca a otro clavo. Lo que muchos intentan aplicar en sus relaciones personales es la historia de la iglesia católica en su intento por ser la religión dominante de Occidente. Y el llamado Día de las brujas nace de eso, de tratar de sacar un clavo de los Celtas, de esos paganos que habitaban sobre todo las Islas Británicas.

Para los Druidas, al anochecer del último día de octubre iniciaba el reinado de Samhain, el dios de la muerte. Cuando los católicos llegaron a “educar” a los druidas en la verdadera fe, ellos ya habían mezclado sus creencias con la de los romanos. Y la fecha coincidía con la cosecha que se hacía en honor a Pomona, una cosecha para aguantar el invierno.

Entonces se inventaron el clavo: el Día de los santos, celebrado el primero de noviembre. Así el día anterior adquirió un nuevo nombre, la vigilia del día de todos los Santos, en inglés, All Hallows Eve, que se degeneró en Halloween.

Pero así como no es cierto que un clavo saque a otro clavo, éste no logró desaparecer la fiesta pagana por completo. Para los Celtas, el nuevo año terminaba y comenzaba con la posibilidad que todos los muertos volvieran a esta tierra por una noche. Para espantarlos se hacían dibujos de monstruos en las puertas o la gente se disfrazaba para no ser reconocida por los espíritus, se ofrecían sacrificios, y siempre había fuego. Luces, velas, monstruos, disfraces, calabazas, manzanas, cosas que siguen siendo parte de la celebración del Día de Brujas.

Y la fiesta llegó a América, específicamente a Norte América. A nosotros nos llegó la parte católica, no influenciada por los celtas. Una celebración para los santos. Poco a poco fue metiéndose a Latinoamérica así como lo hizo Coca Cola, McDonalds y Disney.

Pero no llegó todo. En Norteamérica la tradición en que los celtas adivinaban el futuro vestidos de animales y bailando alrededor de una fogata, se transformó en que el 31 de octubre era el día para que las mujeres definieran la mejor parte de su futuro: su esposo. Con diferentes modalidades, desde comer mucha sal e irse a dormir sin tomar agua, hasta comer manzana junto a un espejo y una vela, las jóvenes esperaban ver la cara de su futuro, de su marido.

Lo que sí nos llegó fue el disfraz. Ya no es de monstruos, y en el caso de algunas mujeres, ya no es para espantar, incluso puede servir para lo opuesto, atraer a un prospecto de marido.

En México, lugar donde el Día de todos los santos tiene gran importancia, ha crecido la unión de las dos fiestas. Las ofrendas de flores a santos también pueden ser calaveras para los muertos. Hasta tal punto que es mejor conocido como el Día de Muertos.

En esos ires y venires de la tradición, ese triqui triqui, que en inglés es Trick or Treat, donde hay un castigo si no hay se entrega una ofrenda, llegó a Colombia. Pero acá cuando no entregamos dulces recibimos el castigo de Pinocho cuando miente.

La Iglesia católica pudo no haber sacado ese clavo, lo enterró más profundo. Y con el correr de la historia de esa profundidad solo ha quedado la superficialidad de una celebración carnavalesca, donde todos podemos ser lo que queramos, desde el cliché de la enfermera sexy hasta el superhéroe de turno. Todo menos pinocho, no podemos dejar que se nos crezca la nariz; porque dulces siempre tiene que haber para los niños que golpean, así sean de soya para ir con la moda.

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José Luis Sánchez


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