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De Venus a Kim Kardashian: Consejos para ser la mujer perfecta

¡Estamos estrenando blog de moda! Le Fashion Tragédie es un espacio para hablar de la moda a través del lente del arte.

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«1 millón de likes», María Elvira Espinosa. Óleo sobre lienzo, 2016

 

Recuerdo claramente una de esas monótonas tardes en que me quedé con la mirada fija frente a la pantalla viendo el vídeo de «Crazy» de Britney Spears en MTV, pensando, mientras ella bailaba en sus pantalones deportivos y un top que revelaba por completo su estómago plano y tonificado, que ella era perfecta, que era la mujer más hermosa que jamás había visto. También supe en ese momento que yo no era así y que todo lo que constituía mi cuerpo no era sino un defecto al ser una diferencia con respecto al de ella. Mi pelo crespo era una desgracia frente a su pelo dorado y liso; mi barriga suave y prominente jamás sería apta para el piercing de diamante que ella ostentaba en su pequeño ombligo, y mis pechos estaban creciendo de una manera irregular que desde entonces sabía que jamás emularían los suyos.

Nunca notamos algo como defecto hasta que otro lo señala como tal. Siempre fui muy alta, muy gorda, muy masculina, muy femenina, muy fuerte, muy débil, muy habladora o muy callada, muy loca o muy pasiva…Siempre fui demasiado o no lo suficiente, nunca algo en su justa medida. Desde que recuerdo me encuentro en una lucha permanente e ineludible con el constante bombardeo al que me enfrento por el sólo hecho de existir en mi cuerpo y como mujer. Chimamanda Ngozi Adichie dijo, “El mundo entero está lleno de revistas y de libros que les dicen a las mujeres qué tienen que hacer, cómo tienen que ser y cómo no tienen que ser si quieren atraer o complacer a los hombres”, y a las otras mujeres, a nuestros followers en Instagram, a las viejas amistades que queremos impresionar en Facebook, a las tías que siguen cuestionando nuestra prolongada soltería…

Nunca notamos algo como defecto hasta que otro lo señala como tal

Como muchas, vivo impávida ante la ráfaga de imágenes en televisión, en las revistas de moda que sigo comprando, los mil trescientos posts por minuto que veo en cada cuenta que tengo en internet, y así he ido, desde muy pequeña, formando un imaginario de lo que significa ser mujer, ser amada y exitosa. ¿Tengo, como Kim K, que renovar mi guardarropas al estricto gusto e imagen del próximo Kanye West que me conquiste? ¿O puedo seguir siendo una loba de corazón mientras me meta solo con hombres de espíritu basquetbolista? ¿Si cambio muy rápido de novio tendré la misma suerte de Taylor Swift y mis desamores se convertirán en éxitos instantáneos? ¿O solo me tildarán de perra mis amigas? ¿Me veré linda con la melena platinada?

Los parámetros de lo aceptable y lo real los hemos tenido que ir sorteando solas. La belleza pareciera ser a veces una suerte de pase para la vida: el día que la tengamos –que podamos capturar a esa escurridiza musa- podremos empezar a vivir; ese día seré feliz, podré soñar en grande, todas las puertas se abrirían a mi paso, la alfombra roja se desplegará frente a mí, los flashes me bañarían con su luz, llegaré al cielo en la tierra. La mayor fantasía: el antídoto ideal para que ningún mal nos pueda afligir, el camino que nos alejará no solo de un cuerpo imperfecto, sino de la realidad desastrosa no ser modelos ni rubias.

La publicidad pone un estándar, nos exige un cuerpo esbelto, atlético y delgado, piernas largas que no se toquen entre sí (#thighgapfordays), un busto firme y redondeado, el abdomen perfecto y bronceado, el pelo largo, liso y sedoso. Los hombres parece que en cambio, nos quieren más bajitas con curvas, pero aún flacas; femeninas, bien arregladas, silenciosas, sonrientes y comportadas (…¡ah! Y unas fieras en la cama). Pero ellos no son todos iguales, así que debemos ser camaleónicas, poder transformarnos a cada exigencia, con cada relación, incluso cada noche, o varias veces al día.

Hoy más que nunca, el modelo al que nos quieren someter ha llegado a extremos solo posibles gracias a las nuevas tecnologías. Lo que pudo haber solo sido una distorsión en Photoshop es ahora un modelo monumental, solo accesible a través de una jugosa cuenta bancaria que pague las cirugías, inyecciones salinas, el botox del quarter-life-crisis, millones en productos de Fedco y la Riviera para el contouring que aprendimos a hacernos en YouTube, las sesiones peligrosamente largas en el gimnasio en corsets (sí, el corset es algo que está pasando)… Y cómo olvidar el toque final con dosis de manipulación digital, pues la realidad no es suficiente para obtener la selfie perfecta.

Pero esa belleza, particularmente en una época híper-conectada y saturada como la nuestra, no es más que un ideal vacuo, que como un espejismo brillante nos atrae, pero en realidad es un fuego consumidor y peligroso que convierte en cenizas la integridad emocional de quien ose ceder a sus encantos. Sin embargo, en la propagación masificada de estas prácticas, así como la democratización de la moda –y por ende la belleza- también nos abre a la oportunidad de empezar a definir bajo nuestros propios términos, qué modelos aceptaremos y bajo qué influencias vamos a funcionar. Por eso, cambio ahora las preguntas ¿Lo peor que a una mujer le puede pasar es ser gorda? ¿Es mejor tener un hueco entre las piernas que ser grandes profesionales? La respuesta me parece obvia, pero citaré parafraseando a Samantha Jones de Sex and The City: “(Social media) te amo, pero me amo más a mí misma”

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