De corsets a jeans: la historia feminista contada a través del traje
El traje es aquel lenguaje que comunica sin hablar, es aquel que cuenta una historia de lucha, de vida, de gustos y de preferencias. El traje permite camuflar, mutar y convertirse en uno mismo, y provee un discurso que expresa pensamientos, extiende factores culturales y permite la subversión de lo establecido.
Por: Natalia Martínez Camelo. Natalia es estudiante de Economía y Diseño de la Universidad de los Andes. Es una mezcla andante de números, telas y feminismo.
El traje es aquel lenguaje que comunica sin hablar, es aquel que cuenta una historia de lucha, de vida, de gustos y de preferencias. El traje permite camuflar, mutar y convertirse en uno mismo, y provee un discurso que expresa pensamientos, extiende factores culturales y permite la subversión de lo establecido. Con todo el poder que tiene el vestido, a las mujeres se les ha exigido estar en constante mutación con el fin de estar siempre “bien puestas”, atendiendo las exigencias de etiqueta, escenario, temporada y tendencia. Como muchas otras cosas, el traje ha sido una construcción impuesta sobre las mujeres; sin embargo, también puede verse como el hilo conductor de la historia feminista a lo largo del tiempo: aquellos cambios de tamaños, formas y colores en el vestido de la mujer que ahora pueden parecer retrógradas, en su momento fueron completas transgresiones a lo aceptable. Es por esto que haré un breve recuento de las principales modificaciones que ha tenido el traje de las mujeres a lo largo del tiempo. Hemos pasado de usar corset mientras paseábamos por los jardines, a andar sin brassiere en la universidad donde estudiamos.
Desde 1910, cuando las sufragistas comenzaban a tomar fuerza, el traje empezó a emerger como ellas, más activo y osado; este permitió algo de movilidad al dividir la falda, que antes restringía por estar ajustada en los talones, lo que no les había permitido a las mujeres dar los grandes pasos para los que estaban destinadas a dar. Después de esto, Coco Chanel, imagen de elegancia y delicadeza, irrumpió al tomar diseños masculinos y adaptarlos para las mujeres, de forma que aún fueran aceptables y no completamente radicales para su época. Desarrolló el primer traje que respondía al estilo de una mujer que estaba cambiando de vida en un momento de post-guerra. Fue una convergencia natural hacia el suit, a partir de la primera aproximación de Chanel, unido al deseo de las mujeres de usar pantalón, y esa necesidad de la mujer trabajadora de sentirse segura fuera de su hogar. El pantalón llegó en 1932 cuando Marcel Rochas creó el primer traje con espalda ancha, de paño y gris; era un traje que emanaba poder y responsabilidad, que ahora debían asumir sus portadoras.
En la década de los cuarenta, durante la Segunda Guerra Mundial, llegó el traje desde el suroeste norteamericano con los gangsters de la cultura méxico-americana; aquellas mujeres que lo usaban demostraban ser rebeldes y duras, asociadas directamente al feminismo por ir en contra de la idea de que las mujeres estaban concebidas para ser madres y esposas únicamente. Años después, en 1966, el traje tuvo un irreverente giro: Yves Saint Laurent introdujo el smoking para mujeres. El tradicional traje de etiqueta masculino fue usado por las mujeres más audaces involucradas en la política, quienes creían en el progreso y eran vistas como revolucionarias. El hecho de usar un traje puramente masculino era más que una intervención de moda, era una declaración política que mostraba que aquello que hacían los hombres, también podían hacerlo las mujeres.
A partir de 1970, cuando la mujer invadía el mercado laboral, el traje tenía que modificarse para brindarles una coraza que las mostrara igual de competentes y capaces que sus contrapartes masculinas. Fue así como el traje de las mujeres empezó a copiar por completo el masculino, con traje de pantalón que escondía las curvas de las mujeres, camuflando por completo su figura y mimetizándose con una figura tradicionalmente masculina. Esto sin conseguir ser tomadas en serio del todo, ya que eran solo la copia barata del género opuesto. Fue por esta razón que en los ochenta, las mujeres exigieron poder y autoridad sin tener que estar disfrazadas. Donna Karan dejó de lado el traje cuadrado y le permitió a la mujer explorar su poderío sin olvidar sus gustos y la movilidad que necesitaban para ejercer su potestad y su sensualidad.
En los noventa, los trajes se liberaron de restricciones, construcciones, excesos de tela y dobladillos; las faldas se hicieron más cortas y las líneas más simples, con insinuaciones más románticas y menos agresivas. Con la llegada del nuevo milenio, el atuendo para la oficina ha llegado al punto de prohibir los jeans o la falda con tenis. Las mujeres ya están definiendo su propio poder a través de sus propias concepciones de qué es lo que está bien usar, siguiendo su comodidad y creencias.
Quizás aún quedan pasos por avanzar, pero si recordamos que hace menos de un siglo las mujeres estaban restringidas por varillas y faldas, podemos sentir un gran avance hasta el día de hoy, en el que escribo este artículo usando un vestido arriba de la rodilla y con tenis, completamente empoderada de lo que llevo puesto. Las prendas que estoy usando son un reflejo de lo que siento, de lo que soy y de lo que quiero transmitir, sin importar si la persona que está sentada a mi lado cree que es apropiado o no, sin preocuparme si voy a ser tomada en serio por no tener pantalones, y sin esconder mi cuerpo o mis rasgos por miedo a dejar de sentirme empoderada.