Contra el feminismo no hay cura

Esta semana, aburrido en una clase magistral que no parecía acabar, me tomé la molestia de hacer un ejercicio medio entretenido: me puse en los zapatos de un hombre oprimido por el feminismo de estos días. La concentración se me iba entre risas mientras pensaba en la pobre víctima desamparada, pero la molestia fue pasajera y terminé con tan impactante resultado que decidí compartirlo por aquí.

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No es NoЯmal


24.09.2017

Por: Alberto Posada. Feminista de lunes a lunes. Estudiante de Derecho de la Universidad de los Andes de día, escritor romanticón de noche. En Bogotá le dicen paisa y en Medellín rolo. 

Esta semana, aburrido en una clase magistral que no parecía acabar, me tomé la molestia de hacer un ejercicio medio entretenido: me puse en los zapatos de un hombre oprimido por el feminismo de estos días.  La concentración se me iba entre risas mientras pensaba en la pobre víctima desamparada, pero la molestia fue pasajera y terminé con tan impactante resultado que decidí compartirlo por aquí. Para los que no saben, este tipo de actividades extracurriculares requieren de mucha seriedad, concentración y un espacio libre de feminismo. Lo que siguió de ahí en adelante fue el globo más grande que me he echado en clase desde que entré a la universidad. A continuación, relato lo que sucedía en mi cabeza, ese martes en la mañana, mientras el profesor daba clase.

En lo primero que pensé fue en crear un personaje. Muchos compañeros se me vinieron a la cabeza como protagonistas de semejante enredo, pero decidí empezar desde cero. Es importante poder crear un personaje con el que cualquier hombre pudiese identificarse siempre que se encontrara en una situación de abuso matriarcal. En lo primero que tuve que pensar fue en su orientación sexual, pues para incluir a las víctimas de la ideología de genero. Me imaginé que debía ser heterosexual porque cualquier otra opción empatizaría con el enemigo. Así, siendo esta primera asignación tan fácil, seguí con las demás caracterizaciones. Que fuera blanco porque, siendo mayoría, más hombres podrían sentirse retratados; pero con pipí grande porque así son más machos. Me pareció importante que tuviese barba, jugara fútbol, fumara Marlboro rojo y no negara nunca un aguardiente. En cuanto a sus creencias religiosas, decidí no pararle muchas bolas: mientras creyera que Eva tenía la culpa, no me importaba si era católico, cristiano o miti-miti. Por último, me imaginé que tenía que ser una persona muy amiguera, pero que tratara poco con locas (hombres afeminados y mujeres feministas).

Cuando noté que me estaba dejando llevar mucho por los detalles y la clase ya iba en la mitad, dejé al personaje como quedó, así, sin nombre, y me imaginé cómo sería su día corriente en un mundo regido por la dictadura gay y el feminazismo (como dicen sus amigos). Al sin nombre, seguro lo levanta la mamá o la trabajadora doméstica de su casa (la empleada o muchacha del servicio, dirían sus papás) y le hace el desayuno. Sinnom, como le llaman sus conocidos, siempre creyó que su mamá se quedaba en la casa por su instinto maternal y no porque al papá nunca se le ocurrió ser ama de casa. La verdad es que, cuando sus papás se conocieron, al papá le dijeron que tenía que mantener a su familia y su mujer debía limpiar la casa. Entonces, así se traga el desayuno el muchachito y sale corriendo a clase sin importar que el bus le toque lleno o vacío. Nuestro personaje prefiere no sentarse porque, si lo hace, debe enfrentarse a un terrible dilema: cederle o no el puesto a una mujer solo por el hecho de serlo. Este es el típico problema matutino con el que todos los hombres oprimidos tienen que lidiar. Si le cede el puesto a la mujer, se le van encima por creer que las mujeres son más débiles y necesitan más ayuda que un hombre. Se diría, erróneamente, que él es machista, cuando es todo lo contrario: un igualitarista, igualdadista, o algo así… Por el contrario, si cede la silla, queda como un hombre poco caballero, de esos que no abren la puerta a las mujeres ni les gastan en los restaurantes.

Durante la semana, el man llega a la universidad y revisa con quien tiene clase. Su profesor favorito es uno muy estricto e intimidante que explota todo su potencial. La profesora que más odia es una toda “jodona”. Para desahogarse, a veces le dice “vieja loca” o “malparida”, pero lo dice a sus adentros (o a sus amigos) y solo si le pone mala nota. Cuando la semana se acaba, Sinnom también se enfrenta con enredos femeninos que no le hacen gracia. A él le gusta mucho ir a rumbear los fines de semana, pero no le gusta cuando las niñas (otra palabra que tomó del léxico de sus amigos y papás) se hacen las difíciles. – ¿Qué importa si le dicen perra? – piensa para sus adentros. Sus amigos también le dicen que “es un perro”, pero eso no le importa mucho. Tampoco le gusta que bailen reggaetón en círculo pero que, al mismo tiempo, no quieren que se les pegue por detrás. Si no quieren ¿para que se ponen así? ¿no? Y, hablando de ponerse así, las niñas de su clase se visten provocativo, pero lo insultan si les lanza comentarios lindos; entre esos: “yo le hago”, “usted aguanta” o “bebé”. Mejor dicho, están locas y son un complique. Por eso es que se ríe cuando su papá hace chistes sobre el extenso manual de “cómo tratar a las mujeres”; también le parece inofensivo.

Ya acabándose la clase, me dio miedo del monstruo que creé, cerré el cuaderno y salí corriendo para no encontrarme al personaje por ahí. Para él debe ser muy difícil ser hombre. Le toca mantener a la familia, tomar las decisiones difíciles (o, en general, las decisiones) y buscarse a una vieja que lo quiera por lo que es, que no joda mucho y que sea linda. De lo contrario, hizo mal como hombre, los amigos se burlarían de él y, de paso, decepcionaría al papá.  Para ajustarle la pena al amigo, las feministas no se la dejan fácil: las mujeres ahora quieren los puestos de los hombres, pretenden tomar decisiones sin consultarles y no quieren ponerse lindas para ellos. Pobre tipo, le tocó la vida maluca por nacer con un pipí. Para alguien que sufre de victimización aguda causada por el feminismo, solo queda compartirle el pronóstico: el feminismo no tiene cura.

 

 

 

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