El rompehielos del Putumayo

Según cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el área neta con cultivos de coca en Colombia aumentó de 96 mil hectáreas en 2015 a 146 mil en 2016. Edgar, un empresario del Putumayo, combate los cultivos ilícitos no con armas ni glifosato, sino con palmitos y un pequeño fruto púrpura llamado asaí.

por

Sebastián Romero Torres

Filósofo por convicción. Periodista de profesión.


10.07.2018

Foto: Johnny Vaet Nordskog/Business for Peace

Allí, raspando coca en medio de una plantación ilícita del Putumayo, Edgar Montenegro decidió finalmente irse a Bogotá. Para costear los gastos de transporte, vendió la única propiedad que un chico de 15 años puede tener a su nombre: la bicicleta. Se puso la ropa más fina que tenía –su uniforme de colegio– y se subió al bus que lo llevaría a la capital colombiana. Le dio un “hasta luego” a la Amazonía que lo vio crecer; a los venados, tapires y pequeños roedores que acompañaron su infancia. Nunca olvidó el Putumayo de su niñez, tanto así que ahora muchos de los esfuerzos de su empresa, CorpoCampo, buscan recuperar ese departamento olvidado por el gobierno y a punto de perderse en la espiral oscura del narcotráfico.

Fue recibido en Bogotá por Amparo Díaz, la instructora del SENA que convenció a Cecilia  Anaya, madre de Edgar, para que hicieran el esfuerzo de enviarlo a estudiar a la capital. El SENA es el servicio del Estado colombiano que ofrece educación técnica y tecnológica gratuita a personas de bajos recursos, como Edgar y sus hermanos. Dividiendo su tiempo entre trabajo y estudio, no sólo se graduó del curso del SENA en Contabilidad y Finanzas, sino que además, con apoyo de sus dos hermanos mayores, logró conseguir el título en Comercio Internacional de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano.

El rompehielos

“Al hombre, a Edgar, yo lo llamo un barco rompehielos”, dice Henry Montenegro, su hermano mayor. “Ese es el que va rompiendo el hielo del océano para que los otros vayan pasando”. Edgar no sólo consiguió romper el hielo de esa gélida ciudad llamada Bogotá, sino que finalmente lograría consolidar CorpoCampo oficialmente en el 2003. Nacida como un negocio familiar, la empresa se estableció con dos plantas de producción iniciales: en Guapí, Cauca y Tumaco, Nariño. Desde allí apoyaron la distribución nacional de lo que eventualmente se volvería su producto insignia: el palmito. La empresa nace de un simple sueño de Edgar que se convertiría en su obsesión: impactar positivamente la Amazonía que lo vio crecer. Tanto ha sido su éxito que hoy en día exportan anualmente 4 millones de dólares en palmitos y asaí a países como Francia, EE.UU., México y Japón.

Ahoritica ya estamos libre de cultivos ilícitos y se vive tranquilo. Las veredas que están trabajando con palmito ya no trabajan con coca

“Anualmente le estamos vendiendo a don Edgar casi 100 millones de pesos en palmitos”, dice Pablo Angel Cuarán, representante de la cooperativa de campesinos Copalmito, que cobija más de 40 familias en el Putumayo. Él, al igual que cientos de otras familias, le vende el producto directamente a CorpoCampo, lo que facilita la logística y elimina los costos de intermediarios. “Empezamos a trabajar con él en el 2015, los pagos son siempre como él los prometió y hasta el momento no nos ha quedado mal”. Adicionalmente, Edgar y sus hermanos visitan dos veces al año para revisar cultivos y para dar charlas sobre los beneficios de cultivar palmitos e intentar romper el molde de la ilegalidad. “Ahoritica ya estamos libre de cultivos ilícitos y se vive tranquilo. Las veredas que están trabajando con palmito ya no trabajan con coca”, remarca.

De esta forma, no sólo exporta productos naturales de la selva amazónica, sino que provee un sustento digno a las más de 240 madres cabeza de familia y 1.300 familias vinculadas a la empresa. En el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), los departamentos de Nariño, Putumayo y Cauca, lugares en donde CorpoCampo tiene plantas de producción, representan el 55 % de los cultivos ilícitos en el país; es decir 80.340 hectáreas de 143.139. En la Amazonía y el pacífico azotados por el cultivo ilícito de coca, los palmitos y el asaí de CorpoCampo se han convertido en la verdadera resistencia a la ilegalidad. Mientras que cultivando coca un campesino promedio puede ganar hasta $50.000 diarios, cultivando asaí y palmitos pueden ganar hasta $200.000 diarios. Este sustento diario es garantizado por Edgar, quien compra semanalmente a los cultivadores la misma cantidad de tallos de palmito y siempre al mismo precio.

“La compañía ha crecido bastante y demasiado rápido por la visión que ha tenido Edgar Montenegro tanto en el tema ambiental como en el tema económico”, afirma Carlos Sierra, Director de Mercadeo de Corpocampo. Muy seguramente esa visión y ese espíritu aventurero vengan de su padre, Luis Eduardo Montenegro. Oriundo del Caquetá, Luis Eduardo decidió moverse al Putumayo junto con su esposa Cecilia y sus hijos, principalmente para evitar la ola de violencia entre guerrillas y el ejército que sacudía el país en la década de los 60. En esa época, gran parte del Putumayo era territorio selvático y desconocido, aunque eso nunca detuvo al padre de Edgar, un aserrador consumado que se ganaba la vida vendiendo la madera de los árboles que tumbaba.

Explorar territorio desconocido, entonces, es algo heredado de su padre. Él y sus hermanos recuerdan además, entre risas amargas, una anécdota de su juventud: las arepas de su mamá.

Durante su época de colegio y la de sus hermanos, su madre Cecilia intentaba buscar formas para huirle a la coca y ganarse la vida dentro de la legalidad, tanto que en ocasiones “pasaba noches enteras trabajando”, dice Henry mientras su voz se resquebraja. Resolvió que haría arepas para que luego sus hijos las vendieran en el pueblo de Puerto Asís. Hernán, el hermano menor, fue el encargado de despachar las arepas, aunque finalmente no pudo vender nada e incluso, ni siquiera logró salvar las arepas de las fuertes lluvias tan comunes en la Amazonía. Su madre rompió en llanto. “Mi mamá se puso muy triste porque no sabía de qué íbamos a vivir” recuenta Edgar con una sonrisa agridulce. Frente a esa escena, él asumió la responsabilidad de vender las arepas. En poco más de tres meses, Cecilia tenía restaurantes y puestos informales distribuyendo sus arepas, gracias en gran parte a la labor de Edgar.

De cierta forma, esas arepas representaron una primera forma de resistencia al auge de los cultivos de coca hacia finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Luis Eduardo y Cecilia, ambos trabajadores sociales incansables y conscientes de los riesgos de la ilegalidad, dejaron ese legado de resistencia a sus hijos. La postura firme de Edgar, sus ojos cafés penetrantes y sus fuertes apretones de manos son la marca de un hombre serio y estricto.

Palmitos frescos del putumayo

“Íntegro”: esa es la palabra que usa Harry Sasson, tal vez el chef más famoso de Colombia, para describir a Edgar. Se conocen desde hace 14 años, cuando Harry se enamoró del palmito que distribuye CorpoCampo. Desde ese momento, no sólo se volvieron socios comerciales, sino que ha florecido una amistad entre ellos. Hoy en día Harry ofrece palmitos gratinados, a la parrilla, con ceviche, entre otros. Les ha dedicado incluso una sección entera del menú: “Los Palmitos Frescos del Putumayo”.  “Edgar es una persona que uno al principio cree que es acelerada, pero es simplemente porque él dice y hace al mismo tiempo”. Comparten ideas, se felicitan por sus éxitos y se tienden una mano en los momentos difíciles de la vida. “Todo el tiempo está pensando”, dice Harry.

Aunque CorpoCampo tiene sus oficinas en el sector de Paloquemao, en Bogotá, Edgar vive hacia el norte de la ciudad. Cuando llega a su casa, Edgar saluda a Lilu, su gata de cinco años, a su esposa Maria del Pilar y a su hija Valentina. No apaga el celular en la casa, lo mira, responde mensajes, apaga la pantalla y se empieza a cambiar. Se quita la camisa  –casi nunca usa corbata– y la deja sin doblar en su closet de madera. Las camisas se apilan unas sobre otras, coloridas y pálidas, con rayas o con puntos, en conjunto forman un organizado desorden. En ocasiones pierde el aliento hablando y descansa unos segundos, toma una bocanada de aire y continúa explicando; nunca se detiene.

Con su papel como empresario, Edgar busca no sólo ofrecer a los campesinos una salida legal al cultivo ilícito de coca, sino además promover un Putumayo y una Región Pacífica libres de estigmas

Es por eso que, tal vez inconscientemente, Edgar se ha rodeado de personas que atan los cabos sueltos que va dejando. Su esposa Maria del Pilar actúa como su polo a tierra; le recuerda que no todos llevan su mismo ritmo. Cuando lo aires se le suben, ella, acompañada a veces por Valentina, lo calma, dialoga, le da voz a la razón que no muchos se atreverían a decir. Sus hermanos, mayores y menores, le recuerdan entre risas y sarcasmos los desaciertos cometidos y los fracasos sufridos.

Edgar, el barco rompehielos detrás de CorpoCampo, es un hombre de tantas facetas como la jungla amazónica que lo vio nacer. Según registros de ProColombia, la entidad encargada de promover la exportación y el turismo en Colombia, solamente cuatro empresas están haciendo labores de erradicación de cultivos ilícitos y posconflicto. Con su papel como empresario, Edgar busca no sólo ofrecer a los campesinos una salida legal al cultivo ilícito de coca, sino además promover un Putumayo y una Región Pacífica libres de estigmas. El trabajo de Edgar es tan extenso que se vio premiado el pasado 16 de mayo en Oslo, Noruega, con el reconocimiento Business for Peace Award. De la mano de ganadores del premio Nobel de paz y de economía, Edgar recibió un primer fruto de las semillas de paz plantadas en las tierras que alguna vez fueron sembraderos de muerte.

 

*Esta nota se realizó en el marco de la clase Perfil de la Maestría en periodismo del Ceper y cuenta con la edición de Alejandra de Vengoechea.

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Sebastián Romero Torres

Filósofo por convicción. Periodista de profesión.


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