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Los campesinos piden a gritos la verdad del conflicto

Quiénes pagaron, quiénes dieron las órdenes, quiénes se quedaron con las tierras. Esas son las respuestas que exigen los campesinos que participaron en el encuentro “El campo cuenta la verdad” de la Comisión de la Verdad el pasado viernes.

por

Marcela Madrid

Periodista cartagenera, escribe sobre temas rurales y derechos humanos.


19.12.2019

Cecilia Lozano rompió el libreto. 

“¡No queremos más carreta!, queremos la verdad y ustedes la tienen. ¿Detrás de ustedes quiénes están? ¿Cuáles fueron los políticos y los empresarios que se quedaron con la tierra? ¡Eso es lo que queremos escuchar!”

Aunque se apoderó del micrófono, no lo necesitaba, pues habló con una fuerza que a cualquiera dejaría ronco. Esta líder de Mapiripán, Meta, de sombrero café y pelo negro petróleo, es fundadora de la Asociación de Mujeres Desplazadas de su departamento. Llegó, junto con otros 200 campesinos del país, a Cabrera, Cundinamarca, donde la Comisión de la Verdad organizó el encuentro ‘El Campo Cuenta la Verdad’ para escuchar durante dos horas sus historias de despojo, de desplazamiento, de estigmatización.

Sin esperar respuesta, Cecilia regresó a su puesto. El público, sin embargo, aprovechó el impulso:

¿Quién los mandaba a matar a los campesinos?, gritó una mujer desde atrás.

¡Respóndanle a las víctimas!, clamó un campesino.

¡No encubran a los empresarios!, gritó un hombre con sombrero negro.

En el escenario, congelado, Eleazar Moreno, excomandante del bloque Héroes del Llano de las AUC, miraba al público con las manos cruzadas. Era su turno de hablar, de dar explicaciones, de pedir perdón. Que “estamos construyendo la paz y podemos hacerlo hombro a hombro”, dijo. Que “los jóvenes deben empezar a tomar las riendas de este país, alejados de las emociones”. Que “yo pasé de ser víctima a victimario, a mi familia la desplazó las Farc”… 

Fue justo en ese momento que Cecilia se levantó de la silla: “Cuando yo lo veo diciendo que también fue desplazado, que era bueno pero se volvió malo…no, ¡olvídese! Yo dije ‘algo toca decirle a este tipo’”, contaría después. 

Cuando yo lo veo diciendo que también fue desplazado, que era bueno pero se volvió malo...no, ¡olvídese! Yo dije ‘algo toca decirle a este tipo’

La comisionada Alejandra Miller tomó la palabra para intentar ofrecer un parte de confianza a las víctimas: “Esas son las preguntas que la Comisión le está haciendo a quienes voluntariamente están llegando a contar sus  verdades. Tenemos el compromiso de construir esas verdades profundas”, dijo. 

La gente guardó silencio. 

El turno, entonces, fue para Sandra Ramírez, exguerrillera y hoy senadora del partido Farc.  Se escucharon, de nuevo, palabras de perdón: Aceptamos que cometimos errores que causaron daños irreparables en sus vidas. De nuevo, los lugares comunes: Vamos a ir juntos de la mano construyendo un nuevo país. Y, de nuevo, la voz de un victimario presentándose como víctima: También soy campesina y me tocó ver morir a hijos de compañeros campesinos, me tocó enterrar pedacitos de cadáveres. Esta vez el tono era el de un debate en el Congreso.

Cecilia seguía insatisfecha. “¿Para qué se creó esto? ¿para que ellos sean protagonistas o qué?”. Ya se había acercado antes a Sandra Ramírez a pedirle explícitamente respuestas concretas, “pero salió con un discurso todo tonto, mientras las mujeres de Mapiripán siguen buscando a sus hijos reclutados”. 

Más que perdones y abrazos, se vivió una catarsis colectiva.

Pese a estas decepciones, la verdad de los campesinos se escuchó en estas tierras del Sumapaz, en plena reserva campesina, donde se levanta la estatua del legendario líder Juan de la Cruz Varela. 

“El despojo significa muerte”

Sube a la tarima una mujer joven con un vestido, sombrero y la ruana que entregó la Comisión a todos los asistentes al evento. Es Claudia Machuca, víctima de una serie de despojos colectivos en la hacienda Las Pavas, Sur de Bolívar. Se presenta rápidamente y enseguida canta su historia:

Les vengo a contar la historia

que ha pasado allá en mi pueblo

Me quemaron la casita 

que tenía yo en Las Pavas

En 2003, llegaron a la finca los paramilitares del Bloque Central Bolívar y desplazaron a los campesinos que vivían ahí desde 1997. En la escuela reunieron a las 123 familias y “nos dijeron que si seguíamos trabajando en las tierras íbamos a pasar como cadáveres por el río”, recuerda Claudia frente al público.

Cuidan es al de la plata

Al pobre sí lo desplazan

para quitarle las tierras

y sembrar palma africana

Claudia Machuca, campesina.

Hasta 2009 vivieron en el corregimiento Buenos Aires del municipio El Peñón, sin tierra para cultivar. Ese año intentaron retornar pero se asentaron dos empresas de palma de aceite y lo impidieron mediante un desalojo policial. Dos años más tarde volvieron a intentarlo, con peores consecuencias: “La empresa palmera creó un supuesto grupo de seguridad que se encargaba de quemarnos las casas, envenenar los animales, atentar contra los compañeros, amenazar a las mujeres y arrasar con nuestros alimentos”, cuenta al terminar otra estrofa entrecortada.

Hoy los campesinos de Las Pavas resisten en medio de los hostigamientos y de una interminable disputa jurídica por las tierras. “Los campesinos somos tercos pero, ¿saben por qué? Porque para nosotros el despojo significa muerte”, dice Claudia y se baja del escenario. 

Así como las 3 mil hectáreas de Las Pavas, al menos 2,3 millones han sido despojadas desde 1991 en Colombia, según cifras de la Unidad de Restitución de Tierras. Solo el 5,6 % de los casos han sido restituidos.

“La estigmatización casi nos extermina”

-Soy Luis Ricardo Pérez, secretario de la ANUC Córdoba, la tierra para quien la trabaja.

Luis Ricardo, de piel trigueña y bigote poblado, era un joven estudiante de la Universidad de Córdoba cuando la ANUC -Asociación Nacional de Usuarios Campesinos- llegó a él. Ya era cercano al movimiento porque su padre y su abuelo eran campesinos, pero se involucró de lleno cuando instalaron una casa campesina como sede en su misma cuadra en Montería.

Luis Ricardo Pérez, campesino.

Por ahí vio pasar a los líderes de esta Asociación que ha luchado durante medio siglo por la consigna con la que Luis se presentó en el Encuentro como si fuera su apellido. Desde esa cuadra también empezó a ser testigo de la estigmatización contra la ANUC: “Notaba personas y miradas extrañas. No se me quita de la mente una camioneta que parqueaban en la esquina y no se bajaba ni se subía nadie”.

A esos mismos líderes los vería pronto pasar en ataúdes. En 1995 el presidente nacional de la ANUC, el cordobés William Jaimes, fue asesinado en la casa campesina de Bogotá y velado en la casa campesina de Montería, vecina de Luis. “Llegó el féretro a la ANUC y mi mamá me dijo ‘fíjate lo que pasó, no quiero que vuelvas por allá’”.

Así empezaba lo que él califica como un exterminio que acabó con más de 2.000 líderes campesinos de la ANUC y que terminaría por debilitarla al máximo.

Así empezaba lo que él califica como un exterminio que acabó con más de 2.000 líderes campesinos de la organización y que terminaría por debilitarla al máximo: “mataron, mataron, se fue, lo desterraron, lo despojaron, dejó la parcela sola, quedó la señora sola, dejó cuatro niños”. 

Compromiso con la verdad profunda

En este Encuentro por la verdad, el más político de los cuatro que se han hecho, hubo mención a las cacerolas y a la resistencia en las calles; las pausas estuvieron amenizadas por la arenga del público ¡A parar para avanzar…viva el paro nacional! y terminó con una propuesta de las víctimas para que la violencia contra los campesinos no se repita. 

Los Comisionados de la Verdad.

Implementar el Acuerdo de Paz con presupuesto suficiente, reconocer al campesinado como sujeto de derechos, firmar la declaración de los derechos campesinos de Naciones Unidas, prorrogar la política de restitución de tierras y proteger la agricultura campesina fueron algunas de las peticiones que leyó José Rivera, uno de los fundadores de la ANUC. 

En sus palabras de cierre, el presidente de la Comisión de la Verdad, Francisco de Roux, reafirmó su compromiso con la no repetición pero también le envió un mensaje a Cecilia: “Partimos de la verdad de su dolor para ir a la verdad profunda que está detrás”.

Así respondió al clamor que ella le expresaría luego en privado: “Sé que después de esto las amenazas van a aumentar. Por eso les pido que esto que hice hoy no haya sido gratis, que exponer mi vida no sea en vano”.

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Marcela Madrid

Periodista cartagenera, escribe sobre temas rurales y derechos humanos.


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