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Lucas Ospina: ¿Geppetto o Pinocho?

Lucas Ospina es el creador de un artista que no existe, el curador de las exposiciones de sus dobles y culpable de un robo magistral que nunca cometió. En esta entrevista, este mentiroso del arte habla del valor del engaño.

por

Carolina García Arbeláez


19.09.2011

Mentir, jugar al impostor o crear seudónimos puede, a veces, ser arte.  Y cómo el arte suele ser un tema muy serio -de grandes museos, tema de expertos y de palabras rimbombantes-  el juego pasa inadvertido.

Por estos días se exhiben en el Museo de Arte Moderno de Medellín unos bustos en cerámica de Hitler, Mussolini, Franco y Gilberto Alzate Avendaño. Un tal Pedro Manrique Figueroa firma la exposición y el señor Efrén Ospina dice estar a cargo. Pero ni Efrén ni Pedro Manrique existen, al menos en carne y hueso. Detrás de estos enigmáticos personajes esta el artista Lucas Ospina quien desde joven se ha dedicado a juguetear con las palabras y a crear ficciones. Todo esto para decirle a la historia del arte quién tiene el poder de definir lo que es real.

DESDE LOS ANDES

Lucas Ospina, director del Departamento de Arte de la Universidad de los Andes, será librero invitado en Biblos Librería este sábado 24 de septiembre a las 5 p.m.

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“Uno inventa un personaje para ocultarse a sí mismo”, dice Ospina, “lo que pasa es que es tan fuerte nuestra necesidad de buscar al autor que no dejamos que alguien se desaparezca”. Ospina habla con tranquilidad y al terminar cada frase suelta una risita inacabada. Hay algo en él que cautiva. Tal vez es la forma como habla o sus rizos desordenados que no encuentran dónde acomodarse.

“A uno no le sirve que le digan ‘¡eso es mentira!’, si esa mentira nos sigue afectando sensorialmente”, dice enfáticamente. Para él, en el arte las categorías de falso y verdadero son obsoletas. “¿Qué pasa si hacemos un precursor del collage que nunca existió y ese precursor empieza a hacer obras de arte antes de que los artistas las hubieran hecho? ¿Qué pasa si yo utilizo los mismos mecanismos que ustedes usan para certificar un artista, pero para contar la historia de un artista que nunca existió?” De todas estas preguntas – o mejor, de sus respuestas- nace Pedro Manrique Figueroa.

¿De dónde surge la idea de crear este personaje?

Primero, si no lo hubiéramos inventado habría que inventárselo y segundo, ya existe. El mundo está lleno de Pedro Manriques Figueroas: de artistas que tal vez tuvieron una obra menor pero tuvieron una vida interesantísima.

Pedro Manrique Figueroa surge de unos estudiantes a los que un profesor les pide que para la próxima clase traigan una presentación sobre su artista favorito. Dos de esos estudiantes prefirieron inventarse uno y resultó ser el precursor del collage en Colombia. Entonces trajeron unas fotocopias viejas y las mostraron con un aparato anticuado que era un proyector de opacos. Para cada cosa tenían una historia.

¿Mostraron o mostramos?

Mostraron. Es que  es bonito como el lenguaje puede crear ficciones así de rápido. Después, a esos estudiantes les ofrecieron una página en El Espectador y ahí le hicieron una cronología más completa. La periodista se molestó muchísimo cuando alguien le dijo que no era muy cierto que Pedro Manrique Figueroa hubiera tenido cuerpo y alma.

¿Por qué al narrar la historia habla en tercera persona?

Porque me parece más interesante que hablar desde uno mismo. Me parece que buscar quién está detrás de las cosas oculta lo que está pasando con ellas.  A veces pareciera que fuera más importante saber quiénes están detrás de Pedro Manrique Figueroa que Pedro Manrique Figueroa mismo. Nadie se pone hablar de quién inventó el fútbol, usted simplemente juega fútbol.

¿Cómo se terminó haciendo una película sobre la vida de Manrique? 

Luis Ospina, director del documental, quería contar la historia Pedro Manrique Figueroa, de este país, y sobretodo, de su generación. Pero qué jartera uno reunir a una cantidad de gente desencantada por la vida porque quisieron hacer la revolución y no se pudo. O reunirlos a hablar de nostalgia. Por qué no reunirlos y decirles, miren, hay un personaje llamado Pedro Manrique Figueroa, él era como raro, él hizo estos collages, él estuvo metido en estas cosas. ¿Usted lo conoció? Cuando usted ve el documental, ve una cantidad de gente que jamás, jamás, habría hablado con ese entusiasmo sobre su época porque les habría dado jartera. Por supuesto que acabaron con Manrique; lo pintaron como un tipo muy bobo, un oportunista. Pero para mi Manrique es también un personaje que nace en Choachí, que llega a Bogotá, que nunca estudió en una universidad, que no tuvo unos papás pudientes. De pronto podría ser un tipo como raro,  a veces grosero, no muy de confianza. Pero bueno de pronto alguien algún día va a hacer ese Manrique. Por ahora Luis hizo ese, porque él quería contar esa historia. Eso es lo que me gusta, como cada persona lo cuenta diferente.

¿Entonces cada persona puede crear su propio Manrique?

Sí. Pero también lo chévere es que ya tiene unas reglas.  Digamos, ahora en Medellín tuve reunión con los guías de la exposición de los bustos de Manrique; en esas reuniones se supone que el artista le dice a los guías qué quiso decir con su obra, y ellos después se encargan de decir lo que el artista les dijo. Yo lo que le decía a los guías en Medellín es ¡aprovechen esta exposición! Aquí el artista no está, y lo que hay es una cantidad de elementos: collages, fichas, datos. Pero ustedes son los que tienen que empezar a relacionar eso.

Manrique Figueroa no es el único personaje que ha creado Lucas Ospina. Recientemente hubo una exposición en la galería Valenzuela Klenner en Bogotá donde se presentaba la obra de Luisa Poncas, Lucas Ospina y Paulo Cassin. ¿Eran tres artistas diferentes o solamente uno acompañado de sus seudónimos? “Yo quería hacer una exposición en todo el edificio y hay unas obras con las que he tenido que ver pero que no parecen mías”, cuenta ahora Ospina con entusiasmo. “Entonces uno simplemente escribe Lucas Ospina en un papel y se pone a sacar nombres diferentes con las mismas letras. Anagramas. ¡Salen unos nombres rarísimos!”. Dice que es un placer ver a sus obras liberadas, que él mismo se asombra cuando se pone mirar la obra de Poncas o de Cassin. “Ese es el problema de las mentiras; se las cree uno mismo”

¿Por qué no dice a su nombre lo que dice a nombre de sus seudónimos?

Hay una figura de seudónimo que no se llama seudónimo sino heterónimo. Y el heterónimo es un seudónimo pero que no se parece al que lo creó. Es como un alter ego, un personaje bizarro, un espejo distorsionado de uno. Por ejemplo a mi no me gustaría exponer un collage como obra mía. Sin embargo sí puedo hacer que Manrique lo haga. Es darse cuenta de que  un hombre contiene muchos hombres. A veces uno dice: ¡Ay, yo quisiera ser más malo!, o ¡Yo quisiera moverme en otro circuito y no este que me tocó! ¿Hasta qué punto uno define realmente lo que hace en la vida? Entonces crear un heterónimo es una manera así sea ficticia de hacerle el quite a lo que nos impone la vida.

¿Pero además de heterónimos también tiene seudónimos?

No. Ya desde hace un tiempo dejé de usar seudónimos. Me quedo con mi propio nombre para mostrar que uno puede ser contradictorio, que uno puede ser un tipo raro, que uno puede ser un día de una manera y otro día de otra».

 

Lucas dice que a veces es necesario utilizar un seudónimo para no dañar la obra. Tal es el caso del comunicado elaborado por el Grupo Arte Libre 11-S que se atribuía el robo de un grabado de Goya, durante una exposición itinerate que pasó por Bogotá en 2008. “Si yo hubiera mandado eso con mi nombre habría dañado esa ficción. La dañaba porque le faltaba una firma. En cambio bajo el seudónimo, se podían imaginar un grupo todo desbaratado que había cogido el comunicado del M-19 y lo había trucado con el otro”.

La idea de redactar el comunicado surgió cuando estaba en Yopal dictando una conferencia. Ahí se enteró de que se habían robado un grabado de Goya de la exposición que tenía lugar en la Fundación Álzate Avendaño. “Siempre me había interesado por el comunicado del M-19 cuando se robaron la espada de Bolívar. Entonces lo que hice fue cruzar cosas entre un comunicado y el otro. No literalmente. No es que simplemente haya trucado espada por grabado. Pero se prestaba” Este comunicado se lo envió al director de Esfera Pública, un prestigioso espacio de discusión artística en Internet.

Oscar Wilde escribió una obra que se llama La decadencia de la mentira, donde lamentaba que se pensara que en el arte se tenía que contar la verdad.

El comunicado fue retomado por Noticias Uno y Lucas tuvo que dar explicaciones para ahorrarse problemas con la justicia. Sin embargo, esta mentira artística tuvo grandes efectos en el intento por definir la realidad. Noticias Uno inclusive contrató a un experto que describía las características del supuesto autor del comunicado. El psicólogo decía “ésta persona es un megalómano, tiene un resentimiento grande contra la sociedad” y Lucas miraba y decía, “no está tan malo este psicólogo”. Esto es tan sólo otro ejemplo de cómo el lenguaje es capaz de crear ficciones.

Ospina se recuesta en su silla. Atrás, en las paredes de su oficina en el Deprtamento de Arte de la Universidad de los Andes se encuentran colgados algunos collages de Manrique Figueroa, el comunicado del Grupo Arte Libre y otras de sus obras. Lo miro fijamente y termino por preguntarle: ¿Cuál es entonces el rol de esta clase de engaños o de imposturas? “¡Pues es volver a decir mentiras en arte! Oscar Wilde escribió una obra que se llama La decadencia de la mentira donde lamentaba que se pensara que en el arte se tenía que contar la verdad. Que el arte tuviera que ser el reflejo de los hechos cuando su naturaleza siempre ha sido mentir. Pero sus mentiras tienen que ser bellas. Una bella mentira es la que se deja ver a sí misma. Es la que muestra que está mintiendo y sin embargo, a través de la mentira dice algo de verdad.

* Carolina García es estudiante de derecho y de la opción en periodismo del CEPER.

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Carolina García Arbeláez


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