Pensándolo bien, quizás esa despedida casi guerrillera que le hace 070, por fuera de las fiestas oficiales, los eventos protocolarios y las comunicaciones de una Facultad de Artes y Humanidades que tantas veces se expresan sin arte ni humanidad, sea la mejor posible para Omar Rincón. La videoentrevista nos invita a entender que la raíz de comunicación es la misma de comunidad, y que comunicar su salida de la planta de la Universidad de los Andes entre sus comunes es saberse joven entre los jóvenes. Es un ejemplo que da aliento y muestra cómo podemos seguir siendo juveniles, heterodoxos en medio de la ortodoxia, esquivándole a la senilidad.
Hay profesores que enseñan a memorizar conceptos. Y hay otros —mucho más escasos— que enseñan maneras de pensar y de estar con todos los sentidos en el mundo. Omar Rincón pertenece a estos últimos.
Su despedida de la planta de la Universidad de los Andes no ocurrió en el acto solemne en una fiesta oficial ni en el correo protocolario que recibió hace unos meses. Ocurrió donde tenía que ocurrir: en una conversación larga, desordenada y juvenil en el programa El Vagón del medio de comunicación 070. Una charla que se parece a sus clases: llena de rodeos que no son pérdida de tiempo, sino método en su locura, pensamiento en voz alta, razón que comprende con miedo y fascinación la sinrazón del mundo.
Santiago Narváez, editor de 070, moderó ese reconocimiento a un profesor que desde el próximo semestre no estará en la nómina por haber cumplido el tiempo para la jubilación y pasará a una forma de cátedra jubilada.
Rincón no es popular porque estudiantes le quieran —aunque lo quieren—. Es popular porque ha pensado la cultura desde donde la cultura realmente sucede: por el relato, por el cuerpo, por el humor, por lo colectivo. No desde la altura del concepto, sino desde la fricción con la vida.
II.
Su propia llegada a la Universidad de los Andes parece una escena sacada de una de sus historias. Él mismo la cuenta así:
«Yo estaba en la Javeriana y me llamaron a ver si quería venir a los Andes a hablar con la decana… Y uno, como todo guanabí, dice: ‘Uy, Javeriana, esto es como ya pasé de lo pobre, ya llegué a la Javeriana, ya me siento clase media, y me llaman de los Andes, man. Es como el sueño del pibe’.»
En su relato no hay épica meritocrática ni relato de ascenso ejemplar. Hay conciencia de clase, ironía, incomodidad. Hay alguien que llega sin pedir permiso para dejar de ser quien es.
El encuentro Gretel Werner, la decana de esa época, —»una señora superaristocrática, superburguesa, divina, educadísima» que «consideraba que después del siglo XVI francés no se ha producido nada»— marca el tono de lo que vendría. Más adelante aparece una palabra que lo acompañará siempre: heterodoxo. Werner lo presenta así ante el rector Carlos Angulo. Omar Rincón lo recuerda sin saber todavía si era elogio o advertencia:
«Ella le dice: ‘Le presento al nuevo director del CEPER. Es una persona heterodoxa’. Yo no supe si eso era un piropo o una crítica. Yo me quedé como: ‘¿Eso será bueno o malo?’.»
Ese no-saber es clave. Porque Omar Rincón no juega a la disidencia como pose. No se para «contra» la universidad: la habita a su manera. Tal vez por eso termina amándola.
«Esta universidad me hizo feliz. Yo he podido hacer lo que se me da la gana y crear lo que se me da la gana en esta universidad… y ahora me doy cuenta de que cuando le muestro el campus a alguien hablo en ‘nosotros’. Ya me volví igualado. Ya ascendí.»
Ser «igualado» aparece aquí no como defecto, sino como gesto político: sentirse parte sin pedir autorización simbólica. Como le dijo alguna vez un decano de la Javeriana a Omar Rincón: «Es que usted es un tipo superado». Superado, igualado: alguien que llegó donde, clasistamente, este boyacense, nacido en Maripí el 21 enero de 1961, no debería estar.
A Omar Rincón le bastó el hecho de sentirse distinto para innovar en la cultura universitaria de élite, su participación sin pertenencia le permite conducirse sin supersticiones, con una irreverencia que ha tenido y tiene consecuencias afortunadas.
III.
Cuando Omar Rincón habla de lo popular, no lo hace como categoría académica sino como experiencia vital. En la entrevista lo define con claridad en cuatro dimensiones que vale la pena escuchar casi sin interrupciones:
Primero, el relato: «En lugar de hablar en conceptos, se habla en relatos. Nunca se define nada. ¿Qué es la universidad? No se dice ‘es el centro de pensamiento donde construimos sujetos modernos’. Se cuenta una historia. Uno va a los Andes y todo es cool; entra emocionado. Va a la Nacional y se siente revolucionario desde que entra. Va a la Pedagógica y piensa: ‘me van a echar gas lacrimógeno’.»
Ahí hay teoría, pero contada. Pensamiento, pero encarnado. Eso es lo popular: pensar narrando.
Segundo, el cuerpo: «La cultura moderna nos enseñó a trabajar con la cabeza. Todos llevamos la cabeza de comité en comité. Del cuerpo tenemos teorías, pero el cuerpo no existe. En lo popular, en cambio, el cuerpo se expresa todo el tiempo: en el color, en el baile, en la exuberancia del amor.»
Unión entre cuerpo y mente. Presencialidad ante tanto llamado a la virtualidad. Performance antes que pose para lo nota, los pares o el algoritmo. Un ejercicio saludable en un medio académico tan enajenado que solo concibe la armonía en la «salud mental», como si esa mente no tuviera estómago.
Tercero, el humor: «El humor es la forma de crítica de los pobres. Cuando uno se ríe, critica. No con discursos decoloniales o epistemologías del sur, sino riéndose.»
El humor como puerta trasera: para entrar a un lugar de manera sigilosa, para afrontar temas difíciles, para reírse de sí y hacer reír a otros. Un laboratorio de emociones para comprender nuestros muchos humores.
Cuarto, lo colectivo: «Lo popular solo puede ser colectivo. Lo culto es individualista. Lo popular es estar con otros.»
¿Habrá que mencionar lo colectivo como algo importante en una universidad cada vez más individualista, aislada, empeñada en formar «líderes» y “emprendedores” pero sin experiencias reales de base ni de cocreación? ¿Cómo se puede liderar sin haber aprendido primero a estar, construir, fracasar y levantarse con otras personas por fuera de la burbuja universitaria?
Cuatro ideas sencillas. Ninguna ingenua. Todas necesarias hoy, cuando la universidad parece haberse quedado sin sangre y con exceso de diagnóstico. Relato, cuerpo, humor, colectivo: una transfusión urgente para evitar la anemia y la rigidez del encumbrado y endogámico cuerpo universitario.
IV.
Por eso no sorprende que, cuando le preguntan por su jubilación —esa forma elegante de expulsión reglamentaria—, Rincón no hable de jerarquías ni de reconocimientos. Habla de estudiantes:
«Lo que más me emociona son los estudiantes. Me parecen tan bonitos. Me da alegría ver a la gente pensando cosas grandes, imaginando cosas.»
Un profesor titular que ha actuado como creador, investigador, editor de decenas de publicaciones, autor de cientos de columnas y ponencias nacionales e internacionales, reconoce que es en el cuerpo estudiantil y en las clases donde está su corazón. Por esa misma conexión es que solo a alguien como él, hace unos años, casi al final de su periodo como director del Centro de Periodismo, se le podía ocurrir un pregrado como Narrativas Digitales en la Facultad de Artes y Humanidades, que lideró y puso en marcha junto a sus colegas, trayendo a esta unidad un aire de novedad y un respiro económico por la sintonía que tuvo en la cantidad inicial de estudiantes inscritos.
Y por eso Omar Rincón propuso, alguna vez, algo tan sencillo como subversivo:
«Yo propuse que en vez de un visiting professor a Harvard, hubiera un visiting professor a Colombia. Que el profesor se fuera una semana a una comunidad cultural popular. Que no hablara. Que escuchara. Y que volviera con un cuento, unas fotos, una relatoría.»
Escuchar como método. Ir al país como pedagogía. No para enseñar, sino para dejarse afectar, sensibilidad.
V.
Casi al final de la entrevista, Omar Rincón se distancia de la herencia solemne de antiguas genealogías universitarias y nos da pistas de cómo no perder la vida en el mundo académico:
«Hay gente que me dice: ‘el heredero de Jesús Martín-Barbero’. Yo no soy eso. A mí lo que me interesa es cómo piensa cada uno. Cómo piensa Foucault, cómo piensa Benjamin. El artefacto narrativo. Porque hoy estamos tan enredados en los conceptos que se nos perdió la vida.»
Tal vez ahí esté la razón de fondo de su incomodidad permanente: prefirió no perder la vida por salvar el concepto, ese bien apreciable y que da tantos réditos en la economía nobiliaria de los títulos académicos. Tener intereses en la educación no es lo mismo que estar interesado en la educación.
VI.
La salida de Omar Rincón deja una pregunta incómoda: ¿qué pasa cuando la universidad deja ir de su planta a quienes saben hacer de puente entre el viaje incesante entre concepto y el relato, entre la mente y el cuerpo, entre la solemnidad y el humor, entre el «yopitalismo» y la realidad de sentir, componer y cocrear bajo un enfoque social en colectivo?
“El capitalismo se convirtió en yopitalismo: todo soy yo.”, dice Omar Rincón.
Pensándolo bien, quizás esa despedida casi guerrillera que le hace 070, por fuera de las fiestas oficiales, los eventos protocolarios y las comunicaciones de una Facultad de Artes y Humanidades que tantas veces se expresan sin arte ni humanidad, sea la mejor posible para Omar Rincón. La videoentrevista nos invita a entender que la raíz de comunicación es la misma de comunidad, y que comunicar su salida de la planta de la Universidad de los Andes entre sus comunes es saberse joven entre los jóvenes. Es un ejemplo que da aliento y muestra cómo podemos seguir siendo juveniles, heterodoxos en medio de la ortodoxia, esquivándole a la senilidad.
La pregunta que nos deja su retiro forzado no es qué haremos sin Omar Rincón, sino cómo seguimos conectados con esas raíces que lo componen y lo conectan con una red sensible en tantos territorios y latitudes.
Tal vez Omar Rincón, tan popular, nunca trabajó en una academia. Solo estuvo —y estuvo bien— en una universidad.