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ARTBO más allá de ARTBO. Un recorrido por las propuestas marginales de la feria

¿Es posible pensar en obras de arte “disidentes o contrahegemónicas” en una feria de arte? Un recorrido atípico, quizás poco glamoroso, por la versión veinte de ARTBO, Feria de Arte de Bogotá, realizada del 26 al 29 de septiembre.

por

Jenny M. Díaz Muñoz

crítica y curadora


25.10.2024

Ros4, Dilda. Foto: La Central Galeria

“ArtBo tiene unas galerías que son muy buenas, no puedo negarlo, pero faltan muchas. La pintura formal de caballete no se ha acabado, lo que se ha acabado es el talento”

Estas fueron las palabras del artista David Manzur, durante la conmemoración de sus setenta años de carrera artística, celebrada en esta versión de ARTBO 2024. 

Resulta curioso que un artista como Manzur, que se caracteriza por la representación de caballos y naturalezas muertas, señale que ARTBO tiene una apuesta artística muy limitada, inclinada hacia lo conceptual, dejando de lado técnicas como la pintura de caballete. Lo llamativo es que a raíz de estas declaraciones, los medios de comunicación posicionan ahora a Manzur como un artista disidente o contrahegemónico. Y es llamativo porque él encarna la hegemonía misma, porque sus grandes óleos de equinos y bodegones son formas decorativas clásicas que poco tienen que decir sobre el arte de nuestros tiempos.

¡Desminar! ¿Desminar? Desminar (sobre una problemática exposición)

Las autoras de este diálogo afirman que “esta propuesta resulta problemática frente a la complejidad del conflicto armado colombiano”. He aquí el diálogo crítico.

Click acá para ver

El discurso sensacionalista de la prensa colombiana alrededor de las palabras de Manzur despierta mi curiosidad. ¿Es posible encontrar propuestas artísticas que desafíen el status quo (social, político y artístico) en un espacio dedicado especialmente a la comercialización del arte? Partamos del hecho de que ARTBO, al igual que cualquier feria, como la feria del hogar, la del libro o expoartesanías, tiene como objetivo el comercio, en este caso de piezas artísticas. Sin embargo, a diferencia de estos otros eventos, la mayoría de los asistentes y compradores son personas pertenecientes a la élite social y política del país, debido a los costos del arte que allí se exhibe: el precio base de la obra de un artista joven, representado por una galería, oscila entre los 500 y 1.000 dólares aproximadamente. Esto implica una mirada hegemónica frente a la oferta y demanda del arte que allí se consume, ya que el mercado está destinado a un grupo específico y reducido de consumidores.

Este hecho propende una hegemonía visual, que se refleja en la repetición de formatos bidimensionales, como la fotografía y la pintura. Además, las obras exhibidas no proponen reflexiones críticas frente al contexto que las circunda. Quizás ya no abunda la pintura de caballete, como lo reclama Manzur, pero la presencia de naturalezas e identidades exóticas y vírgenes, son una constante en la Feria. Lo mismo ocurre con la representación de problemáticas sociales o medioambientales, obras como los videos de los frailejones en llamas de Clemencia Echeverri, se quedan en la contemplación de la tragedia, que poco o nada aportan frente a las crisis climáticas que atravesamos. 

Recordemos que los objetos artísticos, como lo explican autores como Sergio Martínez Luna, están engarzados a los procesos sociales que los circundan, me pregunto si ¿no existen en Colombia otras propuestas artísticas más experimentales y alternativas que puedan refrescar el anquilosado arte colombiano? 

Propongo entonces realizar un recorrido que indague por las fisuras en la feria, para encontrar formas “contrahegemónicas y disidentes” que cuestionen lo que como sociedad no queremos ver o sentir, que denuncien y abran conversaciones incómodas, pero necesarias, frente a las crisis que como sociedad atravesamos. Recordemos que la pandemia, encrudeció y evidenció diversas problemáticas estructurales, sociales, políticas y económicas, locales y globales. La continuidad del conflicto armado en Colombia y el extractivismo de recursos naturales no son un hecho menor. Nuestro presente es la crisis.  El siguiente itinerario navega entre las propuestas marginales de la Feria que, aunque escasas, considero son coherentes con las realidades que habitamos.

Las galerías

Entre ese mar de tonalidades grises y ocres que fácilmente adormecen, destaca el stand de color rosa de la Galeria Hoffman quien trajo a la feria la obra de tres artistas mujeres jóvenes colombianas, no representadas por ninguna galería: Violet Forest, Jennifer Fonseca y Falon Cañon. Entre las pinturas de Fonseca –que juegan con la definición genérica de lo “femenino”– y las máquinas y armas de Cañón –que sintetizan un largo proceso de investigación plástica con desechos y basuras tecnológicas – respiro.

En el mismo piso, las imágenes fotográficas y de video narran las experiencias vitales de Ros4, una mujer trans, artista y cantante brasileña. Parece que la galería brasileña La Central  aporta cierto brillo y discomfort necesario entre tanta heteronormatividad y hegemonía reinante en la feria. En la sección de proyectos, la peruana Venuca Evanan cuestiona en sus tablas de Sarhua el cliché exótico de lo indígena, los roles de género y manifiesta abiertamente su sexualidad.

Ros4, Dilda. Foto: La Central Galeria

Otras propuestas

Si tras esta lectura considera que ARTBO puede ser un escenario interesante, lo invito a visitar ArteCámara en la próxima edición de ARTBO 2025. Esta muestra no tiene un objetivo comercial  y eso explica la apertura hacia la experimentación temática y la variedad de formatos presentes. Es desafortunado  que las posibilidades de experimentación queden relegadas a zonas no comerciales de la feria y que el arte, que puede ser atractivo para galeristas y compradores, se reduzca a ciertos formatos y preguntas artísticas, como se explica  al inicio de este texto.

Aunque el espacio es reducido y limita las posibilidades de  montaje, este año la curadora Ximena Gamma agrupó 30 proyectos principalmente de artistas mujeres y de artistas de regiones. Resaltan entre la variedad de propuestas: El ataúd de cemento de Eblin Grueso, la cosmogonía Queer de Carlos «Marilyn» Monroy, las columnas de jabón Rey de Vanessa Nieto, las búsquedas sobre las ovejas y tecnologías campesinas de Andres Quintero, el toro mecánico de Jonson y Jeison que junto al hacer de las tripas un cuerpo de Cristina Umaña construyen un cuerpo amorfo, fragmentado, digno representante del arte del país. 

Son propuestas que, en conjunto, demuestran que en Colombia hay espacio para otras estéticas y cuestionamientos artísticos. Cada vez más, los artistas no solo provienen de los centros urbanos, sino también de los márgenes y la periferia. Muchos de ellos vienen de lugares donde la guerra marcó sus vidas y ven en el arte una forma de transformación y resistencia. ¿Es posible descentralizar el arte en Colombia? Claramente esto no ocurrirá en medio de cocteles, salas privadas y tarjetas VIP que eventos como ARTBO promueven.

Eblin Grueso. Viaje en el tiempo, 2022 – 2024 
Foto: Cortesía MAMM 
PH: Carlos Arango
Carlos Marilyn Monroy, Akademie Schloss Solitude, 2022. Fotografía: Archivo del artista/ Carlos Marilyn Monroy, XPLORATORIUM, 2024. Fotografia Fabian Tello Torres

La no feria

“Es una enfermedad, la violencia es una enfermedad” expresa uno de los textos que acompañan las fotografías realizadas por Fernanda Pineda en colaboración con artistas del alto Baudó chocoano como Yazuri Dumaza. La exposición Radiografías del río Baudó, situada en la sección de instituciones, propone la pregunta ¿cómo se cura un territorio herido? Composiciones de imágenes, plantas y testimonios, recogidos por la artista en sus tránsitos por el Chocó auspiciados por Médicos Sin Fronteras, traen a la cuna de la hegemonía del arte una exposición que para muchos puede ser sosa o anticuada en términos de museografía, pero que pone en escena la herida incómoda de la violencia. 

¿Debería estar una exposición como esta en una feria de arte? El riesgo de caer en las buenas intenciones de la pornomiseria es una latente, sin embargo, reflexiones como estas son necesarias y no se deben limitar a las salas de los museos o lugares de memoria. Quizás, si tuviéramos menos vergüenza de nuestra historia, si reconociéramos las heridas como potencia y no como consumo, eventos como este podrían convocar más públicos locales y extranjeros, y ARTBO sería un destino interesante y distinto, y no una feria paisaje.

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Jenny M. Díaz Muñoz

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Jenny M. Díaz Muñoz

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