Casi 20 años duró en funcionamiento la Sala Los Acevedo del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO).
Mientras existió fue uno de los lugares más tradicionales para ver cine de arte en la capital de Colombia pero, por cuestiones administrativas, dejó de existir en el 2001. Aunque, antes de desaparecer sembró una semilla en la mente de una estudiante de Literatura que disfrutaba de horas de cine sin compañía. Fue ahí, en esa sala que ya no existe, en donde Natalia Santa se encontró con la soledad y el cine, ambos elementos centrales en su vida.
Santa nació en Bogotá en el 77 y nunca ha vivido en otro lugar. Bueno, solo un año de los 47 que tiene hoy, lo pasó en Nueva York. “Aprendí inglés y me regresé”, dice durante la entrevista.
Su madre y su padre siempre se dedicaron a la producción audiovisual, especialmente a la televisión. Y, aunque creció entre libretos, cámaras y cables, Santa estudió Literatura en la Universidad Nacional, porque “era más fácil entrar y casi nadie quiere estudiar eso”, me dice y se ríe al mismo tiempo. Pensaba cambiarse a Cine a la mitad del camino, pero la escritura no la dejó. Cuando se graduó trabajó para Alfaguara, un empleo de oficina que al poco tiempo le hizo ver que su lugar era más bien en la creación. Entonces comenzó a apoyar a su mamá, que era libretista para la televisión pública, en lo que podía.
Luego, a sus 24 años, se metió de lleno en la escritura de guiones para un seriado juvenil que estrenaba un capítulo semanal. Por primera vez se encontró creando historias y en el espacio en donde más se siente cómoda, ese que mezcla la literatura con la creación audiovisual. Escribió un guión de una película que no se ha rodado aún. Tiempo después, inspirada en unas fotografías de su esposo, de “lugares olvidados por el tiempo” del centro de Bogotá, hizo el guion de La defensa del dragón, la historia de tres ajedrecistas de más de 60 años que viven en el centro de Bogotá.
Hasta ese momento, dirigir sus guiones era una posibilidad que no existía para ella, hasta que unos amigos la impulsaron a hacerlo, pues, según ellos, “era súper fácil”.
Entonces Natalia Santa dirigió su primera película.
La defensa del dragón se estrenó en 2017. Por azares de la vida, un seleccionador para el festival de Cannes vio la película en una muestra de cine independiente en Cartagena, y decidió que se la tenía que llevar a Francia. Y así, Santa se convirtió en la primera cineasta colombiana en presentar su obra en uno de los festivales de cine más prestigiosos del mundo.
Mientras estaba en el rodaje de La defensa del dragón empezó a escribir el guion de la película que hoy hace posible nuestro encuentro. Dos años después empezó a rodar Malta, la historia de Mariana, una chica bogotana que se acerca a sus 30 años y vive pensando que su vida no es la que quisiera tener. Y mientras se dedica a solucionar problemas de otras personas en un call center, pasa sus momentos libres explorando distintas ciudades del mundo a través de los ojos de Google Street. Malta también se mete en las complejidades cotidianas de las familias latinoamericanas, en especial la relación entre madre e hija.
Su última película es la excusa para esta entrevista.
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Tú has vivido en Bogotá toda tu vida. ¿Cómo piensas que la ciudad ha influido en tu visión como cineasta, en la forma de contar historias?
Ha influido totalmente. Siento que Bogotá es una ciudad que moldea a sus habitantes. No solo por su clima de montaña fría, gris y lluviosa. Sino porque nuestra influencia, a diferencia del Caribe, de los pueblos de tierra caliente, que tiene una influencia africana grandísima, nosotros somos andinos, nuestra influencia es indígena, nuestras raíces son indígenas. Entonces, yo siento que eso también moldea el carácter de los bogotanos. Y el ser frío, el vivir en un clima así, hace también que las personas vivan hacia adentro. No es como el resto del Caribe, que todo el mundo vive en la calle, que las puertas y las ventanas están abiertas, que todo pasa afuera. Acá todo sucede adentro, siempre está todo como encerrado. Y creo que un poco ese carácter de vivir hacia el interior, de estar echados hacia adentro, es el carácter de mis personajes.
Y de las historias…
Sí. Son historias de clima frío, no podrían pasar estas mismas historias en clima caliente. Entonces sí, siento que mis personajes y la forma de abordar los conflictos y las relaciones tienen mucho que ver con el carácter de la ciudad.
¿Y eso es algo que haces de manera consciente dentro del proceso de creación de tus guiones?
Yo creo que me sale. La densidad es espontánea (se ríe). Creo que no soy consciente de qué tan densos son los conflictos y los personajes hasta que creo que está terminada la historia. Lo que hago normalmente es ir buscando el personaje, buscando sus conflictos y su realidad, sus preguntas, sus obsesiones, como que lo voy moldeando y a medida de que lo voy haciendo también voy creando el universo en el que vive, quién lo rodea… Y en esa creación, creo que no soy muy consciente de muchas cosas de las que digo hasta que ya se termina. Incluso ya viendo la película proyectada veo cosas que nunca imaginé que estaba contando o que podían percibirse de una u otra manera.
¿Cómo nace la historia de Malta?
Lo que pasa es que el proceso creativo es a veces caprichoso. No es como que yo tuviera clarísimo qué quería contar. Yo tenía una imagen recurrente, que es la primera imagen de la película. Es lo único que yo tenía en ese momento. Y es una chica bañándose en un baño que no es de ella. Y explorando ese baño y ese espacio ajeno para encontrar en las cosas que hay ahí a la persona que habita ese lugar, que es algo que me parece muy interesante: cómo los espacios hablan de las personas. Entonces esa idea de descubrir a una persona a través de sus espacios me gustaba mucho. Y así empezó el personaje. Esta chica que va a diferentes casas y que las recorre y que en ese recorrerlas también se imagina otra vida diferente a la de ella. ¿Y por qué hace eso? Porque quiere huir. ¿Y por qué quiere huir? Y así va llegando, a través de las preguntas que me hago del personaje se va construyendo. Y voy creando también su cotidianidad y sus universos, los espacios que habita. Entonces, por ejemplo, si la persona quiere huir, que es el caso de Mariana, se quiere ir de su casa, quiere irse de su ciudad, pues, ¿qué trabajo tendría? Claramente tendría un trabajo con el que no tenga ningún vínculo emocional. Y qué mejor que un call center. ¿Qué haría? Pues estaría viendo ciudades todo el día en Google. Y además es voyerista. Lo que hace ella es mirar, es explorar, es observar durante toda la película. Entonces es en la exploración del personaje que van apareciendo esos mundos, sus relaciones y sus conflictos. Y ahí es que creo al final de qué va la película. No lo hago antes, lo hago después, después de ir sumando situaciones, digo bueno, ¿qué quiero contar acá? Acá están estos elementos, armemos el rompecabezas.
Uno siente que cada escena de Malta está sumamente planeada y pensada, aunque sea mínimo el detalle todo abona a la construcción de los distintos personajes, hasta lo que no se dice. Por eso creo que los silencios también dentro de Malta dicen mucho. ¿Me podrías contar un poco más sobre esta parte en la creación del guión? Es decir, ¿cómo eliges las escenas y los momentos que poco a poco van construyendo a los personajes?
Sobre todo en cine, porque en televisión es un poco distinto, está la estructura aristotélica de tres actos de un guión. Entonces, bueno, vamos a presentar el personaje, vamos a presentarle el conflicto, lo vamos a desarrollar, vamos a ponerle ciertos impedimentos a ese conflicto y lo vamos a cerrar y a presentar todo el arco del personaje. Esa es una forma de crear una historia que es estructuralmente muy sólida. Pero yo nunca hago eso en cine. Yo lo veo como viñetas: viñetas de acciones, viñetas de situaciones, como un cómic. Entonces viñetas de «acá es divertido que le pasara esto», «acá sería muy fuerte que le pasara esto», o «¿qué no hemos contado de ella todavía? No hemos contado la relación con sus hermanos”. Okay, entonces, «¿qué podría pasarle?» «¿Qué sería un bonito momento con los hermanos?». Entonces ponle el momento en donde bailan Just Dance. Ese momento está, pero yo no sé realmente dónde va a ir en la película. Lo escribo en cierto tiempo, pero luego voy poniendo esos diferentes momentos, que son como escenas de vida, de la cotidianidad. Porque eso es otra cosa que me interesa siempre. Contar lo ordinario y lo cotidiano en contraposición a lo extraordinario. A mí me gusta ese otro lado en donde aparentemente no está pasando tanto.
Que yo creo que esa es una diferencia entre los dos personajes principales de La defensa del dragón y de Malta, ¿no? En La defensa del dragón sí tiene algo extraordinario el personaje, que es un genio del ajedrez. Pero acá no tanto, acá tienes un personaje un poco más común y corriente, digámoslo así. ¿Cómo es que construyes un personaje que, aparentemente no tiene nada fuera de lo común, que puede estar viviendo lo mismo que muchas personas de su edad, pero a su vez es muy profundo?
Yo creo que haciéndolo singular. La singularidad te lleva a lo único. ¿Qué es extraordinario? Sería extraordinario que en este momento, no sé, se incendiara el café, porque eso no pasa todos los días. Y entonces tienes cosas extraordinarias que las hacen especiales por extraordinarias y cosas únicas, que las hacen especiales porque, aunque sean ordinarias, tienen unos rasgos que son irrepetibles. Entonces, cuanto más específico puedas ser delineando cada personaje, más único lo vas a hacer. Porque puedes decir «todas las personas que viajan en bus de su casa al trabajo, o de su casa a la universidad, comparten una característica». Todas esas personas, no sé, tienen mamá. Todas esas personas tienen una responsabilidad en su vida. Y así vas decantando lo que es absolutamente general y ordinario a cosas que solo le van a pasar a ese personaje. Por ejemplo, Mariana probablemente será la única chica en el cine colombiano que se orina en la ducha. Yo qué sé. Cosas así de específicas, así de intrascendentes, como orinar en una ducha, o de trascendentes como tener que ir a buscar a su padre porque no lo ve desde que tiene seis años. Entonces, entre más elementos y más especificidades le des a un personaje más único va a ser. Pero eso no quiere decir que sea extraordinario.
Vi por ahí una entrevista en la que mencionaste que en La defensa del dragón no tenías experiencia en dirección, pero ahora para Malta, ya tuviste pudiste trabajar más en la dirección de actores. ¿Cómo fue ese proceso?
Es divertido. Nosotros hicimos La defensa del dragón con tan pocas expectativas, sabiendo que ya el hecho de hacerla era un regalo, era una ganancia. Estábamos aprendiendo todos. Pero había muchas cosas de las cuales yo no era consciente, preguntas que surgieron de repente. Entonces cuando empezó el rodaje a mí se me fue la voz. Yo creo que estaba somatizando el terror que tenía. Se me fue la voz la primera semana de rodaje, entonces tenía que hablar muy bajito. Fue chistoso. Yo no podía representar ese papel porque no tenía ni idea de que estaba haciendo. O sea, todos los días estaba aprendiendo. Yo sabía qué historia quería contar, porque tenía clarísimo mi guión y tenía clarísima mi historia, mis personajes, todo. Pero la dinámica en el set yo no la conocía. Y me resultaba muy abrumador tener que tomar decisiones en minutos, porque tienes muy poco tiempo y si tienes muy poca plata, tienes menos tiempo todavía. Pero creo que es un reto trabajar con alguien que es así. Que no tiene esta voz que todo lo sabe y todo lo controla, sino que está dudando y que está frágil y que se muere del miedo y que es vulnerable. Y es el lugar desde el que a mí me gusta trabajar. Y lo que me parece muy interesante de ese lugar, que no lo sabía y que lo he entendido ahora, es que pone también en ese lugar a las personas del equipo que les interesa trabajar desde ahí. Y es interesante que el actor o la actriz con la que estés trabajando vea que tú estás en ese lugar y se abra también. O sea, no tengo que saberlo todo, puedo también ser vulnerable, puedo también tener dudas, puedo también equivocarme. Y cuando encuentras esa comunicación horizontal en donde el otro también se permite ser vulnerable y se permite dudar y se permite equivocarse, se crea una relación muy chévere, muy linda.
¿Y entonces cómo fue con Malta?
Con Rodrigo Trujillo, que fue el director de casting, hicimos todos los ensayos. Y lo que hicimos en el casting fue diseñar unas escenas que no estaban en el guion, que estaban localizadas cronológicamente antes de que empiece la historia, para crear las relaciones entre los personajes.
¿Como cuáles?
Por ejemplo el momento en el que Rigo, el hermano, le cuenta a la protagonista que embarazó a su novia. Ésa era una de las escenas de casting. Eso lo hicimos también en La defensa del dragón. Entonces quise repetir eso para ir moldeando los personajes. Y luego los ensayos tuvieron esa misma lógica. Creamos las relaciones entre los personajes para que cuando llegara el momento de actuar esas escenas, no fueran escenas que estuvieran gastadas, o sea, que ya hubieran hecho una y otra vez. Pero que sí esté la emoción, la intención, la conexión, las heridas, la memoria emotiva. Hicimos, por ejemplo, una Navidad, esa fue idea de Rodrigo. Hicimos también el momento en que Mariana no llega a su casa por primera vez y no le avisa a su mamá.
En la película la imagen familiar es un elemento central. ¿Pero por qué quisiste enfocarte en la relación madre-hija?
En el momento de la construcción del personaje de Mariana pasaba también que yo tenía mis hijos chiquitos. Convertirme en mamá me hizo ir mucho a mi infancia. Y me hizo repensar muchas cosas sobre la maternidad, sobre la paternidad y sobre las relaciones que vivimos. Y preguntas que yo nunca me había hecho y temas que no me interesaban. La maternidad, hasta que no me tocó, nunca fue un tema que a mí me llamara la atención, o me interesara especialmente. Y creo que la necesidad de hablar de esas relaciones familiares nace de convertirme en mamá. Y de pensar en qué tipo de relación quería establecer con mi hija, de la relación que tenía con mi madre, de mi propia infancia. Y aunque la película no es para nada autobiográfica en ese sentido, para mí era fundamental explorar en esa relación, pienso yo, porque era lo que estaba experimentando yo en ese momento. Y también hablar un poco de la familia, o sea hay muchas cosas que nosotros no escogemos, que nos pasan. Pero hay otras que sí escogemos y que podemos decidir qué hacer con ellas. Entonces, la tensión entre ser víctima de tus propias decisiones y entre tener que asumir la vida que te tocó, creo que finalmente es el paso a la adultez. Que es un paso que algunos nunca dan. Y ese paso a la adultez no necesariamente pasa en edad adulta. Y ese, ¿quién soy yo? ¿De dónde vengo y qué puedo elegir y qué no? Esas preguntas en esa familia, tanto en la madre como en la hija, casi que están en el mismo nivel. O sea, la mamá todavía tiene que entender quién es, tanto como la hija.
Hay dos escenas en las que esa conexión se ve muy representada. La del dinero que la madre le da a la hija y, después, cuando muere el papá y ella cambia a su madre para ir al funeral. En el orden del rodaje, ¿esas fueron las últimas escenas en rodarse?
La idea era poder crear un plan de rodaje que tuviera sentido también con la progresión dramática. A veces puedes, a veces no, pero intentábamos. Intentábamos lograr las escenas más intensas y más fuertes en un momento del rodaje que tuviera sentido. Y en esas escenas, por ejemplo, la del final, cuando ella viste a su madre significó revertir el rol. Entonces la cuidadora se vuelve cuidada y la hija se vuelve madre.
Como ella con su padre, también…
Exacto. Y para esas escenas, uf, hicimos mucha preparación. Ellas se habían escrito unas cartas, pero no se las habían entregado. Entonces yo le dije a Estefanía (Piñeres) que Mariana le escribiera una carta a su madre con todas las cosas que no le había podido decir y que le decía cuando se fuera a Malta. Y lo mismo con la mamá. Entonces ellas se entregaron esas cartas justo antes de esa escena.
¿Eso fue una idea tuya?
Sí. Fue súper lindo y emocionante, porque ellas nunca se habían leído eso. Yo lloré toda la escena, mientras la preparábamos, mientras la filmábamos, después de la filmación…
Por otro lado, el personaje de Mariana representa muy bien a una generación de jóvenes latinoamericanos clasemedieros con familias disfuncionales, que a sus veintes, o treintas, se dan cuenta de que no están haciendo lo que quieren, pero que tampoco saben qué es eso que quieren. En este caso, yo creo que lo único que quiere Mariana es huir y no convertirse en lo que ve en su madre. ¿Cómo fue la construcción de este personaje? ¿Ahí tal vez sí hay algunos rastros autobiográficos? ¿O de dónde vino la inspiración?
Yo creo que en todos los personajes, incluso en La defensa del dragón, que son tres hombres mayores, hay cosas personales, hay rasgos míos, hay alguna preocupación, alguna obsesión, algún miedo, algo mío. Y en Malta también. Siento que cada personaje es una excusa para hablar de algo que te gusta, que te obsesiona, que te has preguntado, que viviste o que viste en otros. Y entonces, sí, Mariana tiene muchos rasgos míos, aunque su historia no sea la mía. Pienso que ser una persona tan solitaria como yo. A mí me gusta mucho la soledad. No es que sea como el extremo de Mariana que no tiene porque no tiene amigos (se ríe), Mariana es una chica sin amigos y que no quiera aparte, crear lazos con nadie. No, yo no era así. No soy así. Pero sí disfruto mucho la soledad y la soledad para mí no es un inconveniente. A mí la soledad no me genera tristeza, me genera una gran alegría (se ríe). Puedo ir al cine sola, puedo comprarme cosas sola. Y disfruto estar con mis hijos, mi familia también. Pero pienso que este rasgo no tan sociable, es algo que está en mí.
¿Y por qué Malta? ¿Por qué escogiste esa isla como destino de la protagonista?
Es un lugar donde es fácil imaginarse un mejor futuro. Es una isla preciosa. Todo como que funcionaba, pero no hay una razón más allá que la conveniencia de todos los elementos que conforman ese destino. Que fuera accesible, que fuera lindo, que no fuera muy exótico, pero tampoco el mismo destino de siempre. Todo eso fue llevando a que fuera Malta.
Y bueno, pasando a otros temas, ¿cómo definirías el cine colombiano hoy en día? ¿Y en dónde ves a Malta dentro de ese panorama?
Yo creo que el cine colombiano, por fortuna, no se puede definir en este momento. No se puede agrupar, no se puede contener en una sola cosa. Siento que se han unido varias cosas. Por un lado, el fortalecimiento de nuestros fondos públicos para poder financiar el cine, también las políticas entre países latinoamericanos y europeos para cofinanciar en coproducciones. Pero también el hecho de que técnicamente sea más fácil y más barato hacer cine. La cámara con la que nosotros hicimos Malta es una cámara así de chiquita (junta el pulgar y el índice), súper sencilla. Porque queríamos generar esa intimidad con ella y que la cámara no fuera una cosa que estuviera creando ruido en la intimidad de todas las situaciones que necesitábamos que fueran súper reales y honestas. Y si tienes 30 personas y un equipo grande, pues no se va a poder. La cámara chiquitica, el equipo era re chiquitico. Puedes hacer cine con muy poco, documental y ficción. Y eso permite que haya cada vez más voces y cada vez más miradas, y miradas desde lugares mucho más excéntricos, más fuera del centro y de la mirada hegemónica. Eso también ha permitido nuevos géneros, nuevos lenguajes, nuevos formatos.
Entonces, en este momento que estamos estrenando hasta 80 películas anuales, que no se había dado nunca en la historia de Colombia, es muchísimo. Las que se estrenan, porque hay unas que se hacen y no logran estrenarse comercialmente, pero igual se hacen, igual están ahí. Entonces podemos hablar de más de 100 películas que se hacen todos los años y eso hace que sea imposible encasillar ese cine. Creo que tienes por un lado el cine comercial que funciona comercialmente, que es el mismo cine que se hace desde hace 20 años, de comedias que llenan teatros y que parte de esa taquilla de miles de personas, financia las otras películas. Y tienes películas increíblemente experimentales y arriesgadas que mezclan géneros, formatos, narrativas. Y voces femeninas también súper interesantes, muchas chicas haciendo cosas.
Justo esa es la otra pregunta. Como yo lo veo, no solo en Colombia, también está pasando en México, y creo que en general en Latinoamérica, hay una nueva generación de cineastas mujeres que van un poco en contra de lo que históricamente se ha hecho por hombres. Distintas historias, distintos ángulos. En ese sentido, ¿en dónde te sitúas tú dentro de esa evolución del cine colombiano contemporáneo?
Yo hago ficción con narrativas muy tradicionales. Mi cine no es experimental. Digamos que La defensa del dragón fue experimental, pero a un nivel personal (ríe), de crear experiencias. Pero mi cine es narrativo, es ficción clásica. Es un cine muy sencillo, que puede hacerse, no necesitas grandes equipos, no necesitas grandes despliegues de producción. Necesitas una historia potente. Yo creo que es lo que más me gusta contar, personajes e historias potentes dentro de lo cotidiano. No sé eso en dónde me enmarca, pero es lo que me gusta hacer.