En las comunidades de San Pedro y San Juan, en el Amazonas colombiano, un grupo de mujeres Ticuna preocupadas por la pérdida de sus territorios y tradiciones crearon un vivero para reconocer y recuperar las plantas medicinales que sustentan conocimientos ancestrales. Vegetación utilizada para curar el cuerpo y el espíritu.
por
Simona Delgado
09.08.2023
Durante la pandemia del COVID-19, las mujeres Ticuna iniciaron una indagación sobre las formas de curar a sus comunidades sin tener que ir a centros de salud. Con las abuelas conocedoras descubrieron que sus ancestros trataban diferentes enfermedades con plantas como: «Guacapurana» o «Renaquillo». Especies de las que ellas escucharon alguna vez cuando eran niñas, pero que no resonaron hasta ese momento de necesidad.
Martha Parente, Deysi Sanchez e Hilda Parente son tres lideresas que rescataron estos saberes ancestrales y los convirtieron en un proyecto encaminado al bienestar de la comunidad y a reconocer otras formas de relacionarse con la naturaleza.
Hoy, junto a otras 20 indígenas están dedicadas a la recuperación de zonas deforestadas sembrando plantas medicinales. En su labor han identificado más de mil especies que se están descuidando en el territorio debido a la pérdida del conocimiento sobre sus características, uso y función. Como ya no se reconocen, tampoco se cultivan y es más difícil conseguir las semillas.
Gracias al trabajo de estas mujeres, -niñas desde los 5 años hasta abuelas de más de 70-, se construyó un semillero que consiste en una casa para resguardar las semillas y comenzar su germinación. Después de 45 días de crecimiento, hicieron la primera siembra en el vivero también construido por ellas con ayuda de la comunidad. Hoy tienen 1.500 plantas (entre las que se encuentran: Menta, Hierba Luisa, Sábila, Cura Todo, y Ají), en procesos de siembra, que ellas llaman: «restauración».
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San Pedro y San Juan son dos comunidades indígenas Ticuna pertenecientes al resguardo San Antonio de los Lagos ubicado aproximadamente a una hora de Leticia en bote, a orillas de la quebrada Yahuarcaca, afluente del Río Amazonas.
En esta zona existen varios espacios donde las mujeres realizan sus labores. A 200 metros del centro poblado de la comunidad, en una zona de cuatro hectáreas reparada y reforestada, construyeron el vivero y el semillero. También se han dispuesto áreas para las plantaciones medicinales en las chagras —espacios ancestrales donde las comunidades indígenas disponen de cultivos que sirven como fuente de alimento principalmente—, y en pequeños jardines junto a los hogares. Por último, en la selva crece vegetación que no se puede trasplantar a otros terrenos por lo que las mujeres la cuidan y conservan en su lugar de origen.
El área de trabajo se divide en dos zonas: una es la ladera de los lagos y la entrada a la comunidad donde el nivel del agua sube o baja dependiendo de la época de lluvias o sequía. Aquí existen plantas que no se pueden trasplantar. La otra zona es en las partes más altas donde se ubican el vivero, el semillero y la chagra, que no son afectados por los lagos, pero sí por las variaciones de temperatura. Según la época del año la disponibilidad de las plantas y semillas fluctúa.
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En principio, las mujeres ticuna tuvieron que pasar por muchos ensayos para saber cuál era la mejor época para sembrar y entender cómo funciona cada planta. A causa de los cambios climáticos las temporadas de lluvias y sequía se intensificaron y eso hizo que se perdieran algunos cultivos y que ellas tuvieran que recomenzar el proceso de siembra.
Las mujeres recolectaban las semillas y realizaban la germinación —lo que se convirtió en el semillero—. Luego sembraron estos terruños en el vivero y en los jardines de algunas casas.
Al tiempo emprendieron un proceso de reconocimiento de las plantas y de sensibilización en la comunidad por medio de espacios de intercambio de saberes en la maloca, en la escuela y visitas al vivero. La pedagogía consistió en enseñar sobre la conservación de semillas, el mantenimiento de los cultivos frente a amenazas como plagas o el cambio en las condiciones climáticas. En los días de minga (encuentros comunitarios guiados por un líder o lideresa en dónde se trabaja en diálogos o prácticas para lograr un bien común) se recogen los saberes y experiencia de las madres, abuelas y de algunas personas externas con conocimientos más técnicos, para aprender la importancia de estas prácticas ancestrales para el cuidado de la vida.
El proyecto, además, ha permitido que las comunidades Ticuna de San Pedro y San Juan reconozcan la labor fundamental que realiza este grupo de mujeres. Ellas son cuidadoras de las familias y la cosecha. Son sanadoras y son también las encargadas de transmitir sabiduría. Y ahora son las que proyectan los desafíos para la supervivencia de estos pueblos indígenas a través de su conocimiento botánico-medicinal.
Varias entidades indígenas lo han reconocido. La ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia) aportó recursos económicos y logísticos a través de su Consejería de Planes de Vida y Territorio, La AZCAITA (Asociación Zonal del Consejo de Autoridades Indígenas de Tradición Autóctono), ubicada en Leticia, se encarga de la ejecución y seguimiento del proyecto. Ambas entidades apoyan estos trabajos comunales para generar impacto en las nuevas generaciones vulevan a ser sean guardianes de estas tradiciones.
Hoy, además de seguir con la consecución de semillas nuevas, las mujeres Ticuna hacen trueques con otras comunidades para contribuir a su preservación, y desarrollan un inventario de las plantas que se encuentran en sus cultivos.
Sin embargo, un proyecto como este no depende solo del esfuerzo de ellas. Es necesario que desde la academia y los entes gubernamentales se brinden estrategias metodológicas que permitan garantizar su continuación y subsistencia:
Gracias al liderazgo de estas mujeres las comunidades Ticuna de San Pedro y San Juan han tomado conciencia sobre las soluciones frente a problemáticas como la deforestación, la contaminación de los ríos, la minería y la desprotección de los derechos humanos. Y han retomado su papel como guardianes de la selva.
El término *«MOWACHA NOÊ» en lengua Ticuna se refiere a las mujeres que siembran y las plantas que curan. En Cerosetenta queremos difundir el resultado de su esfuerzo y dedicación para mejorar la relación con la tierra y el territorio que es visto como la fuente de vida para el pueblo Ticuna.
Por esto , presentamos un herbario basándonos en los registros que fueron plasmados en cuadernos, libretas y fotos de celular, y que se han ido transformando en una base de datos digital. Esta es un valioso recurso no solo para las comunidades sino para las personas foráneas que desconocen el valor de estos territorios y sus saberes ancestrales.
Este trabajo de ilustración hace parte de Ritmos de la intuición, nuestra primera exposición no exposición que irá desde el 10 de agosto hasta el 7 de septiembre en el Salón de Exposiciones Edificio Santodomingo de la Universidad de los Andes.