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Nombrar(nos) animales

El desprestigio hacia otras especies es un gran síntoma de un sistema que garantiza el control sobre lo demás y la dominación de una clase muy puntual de seres blancos, heterosexuales, occidentales y por supuesto varones sobre todo lo que lo rodea.

por

Valeria Mira Montoya

@valevalerita_

Abogada de la Universidad de Antioquia y magíster en Gobierno y Políticas Públicas de EAFIT. Investigadora en temas de fortalecimiento de [...]


01.11.2022

Ilustra: Nefazta

Escuchar PERRA de Rigoberta Bandini

La familia de mi padre es campesina. Mi papá y sus hermanos fueron la primera generación en ir a la universidad pero, si no fuera por los animales, yo no estaría donde estoy: en un oficio intelectual. 

¿Cuántas vacas, caballos, serpientes, mulas, gallinas tuvieron que morir para que mi familia progresara? Las generaciones que me preceden tuvieron una relación distinta con los animales que la mía. Ellos tenían gatos para cazar ratas, yo no. Yo trabajo para que mis gatas no mueran. La forma en que domesticaron a los caballos, por ejemplo, para que fueran sus compañeros de trabajo, nada tenía qué ver con el romanticismo con que yo los miro. Antes no les temblaba la mano para pegarles. Una gran diferencia entre domar y domesticar. ¿Cuál es el producto que logramos de esa relación vertical? Ahora, cuando un gato caza un pájaro, le regañamos por ser gato. 

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Mico, conejo, elefante blanco, dinosaurio, burro, entre otros, son especies que no merecen el desprestigio que les asigna la conducta política nacional. La cultura antiética colombiana le otorga una mala reputación de los animales. Por eso, construimos un bestiario en defensa de su reino y en contra de la trampa.

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¿Quiénes son hoy los salvajes? Quienes viven sin energía eléctrica, fuera del sistema de consumo y producción masiva, sin empleo formal, sin vínculos fuertes con la tecnología, en resistencia. No puede haber vida buena lejos del capitalismo. No se puede mostrar los pies de barro, el vivir sabroso, salvajes y libres. Privilegiar una vida colectiva sobre la individual. En esa jerarquía de valores estamos protegiendo siempre la integridad del individuo, negando la capacidad de especie. Es la gran crisis del liberalismo, llegar al antropocentrismo donde todo el entorno y el ambiente nos es servido. Por eso, quienes cometen trampas en el ámbito político tienen apelativos de animales, porque la fábula que restringimos a los márgenes está puesta para excusar nuestra incapacidad de llegar al poder que está en el centro. 

Con el tiempo, el desprestigio hacia otras especies es un gran síntoma de un sistema que garantiza el control y yugo sobre lo demás y que está cimentado en garantizar la dominación de una clase muy puntual de seres blancos, heterosexuales, occidentales y por supuesto varones. Los atributos animales asociados a lo masculino, de hecho, distan mucho de los atributos asociados a lo femenino pero, en ambos casos, la obsesión por marcar diferencia representa una forma de dominación. 

Hay una manía bastante patriarcal que niega nuestra animalidad. El ser mujer, por ejemplo, nos lo enseña todo el tiempo: menstruamos, gestamos, parimos, lactamos. El sistema en que vivimos, sin embargo, ha tratado de separarnos de esa condición animal mediante el control reproductivo, en el caso de las mujeres, y mediante la obsesión por poner la razón sobre el instinto para los hombres —excepto cuando van a la guerra—. 

En la guerra es necesario deshumanizar al oponente para poder matarlo, torturarlo, reducirlo. Pero en la vida civil, según la idea de  “animal político” de Aristóteles, eso no es válido porque somos parte de un clan social donde cabe el disenso en tanto pensamos y tenemos lenguaje. 

La relación entre los animales y los humanos, según Aristóteles, consiste en la capacidad de los últimos de organizarnos políticamente para crear y moldear un estado superior al resto. Pero esa, sin embargo, es una visión muy limitada de la ecología: creer que no hay entropía en todo reino, que no cooperan, que no son solidarios, que no tienen lenguaje. 

La que propone Aristóteles no es cualquier forma de organización política, es una arquetípica de Occidente, y todo lo que no responde a esa lógica es inferior o por lo menos cuestionable. ¡Eso es bárbaro! 

Todo lo que no era griego, por ejemplo, se asumía bárbaro, salvaje, y otras formas de organización no tenían valor. Eso se ha replicado a lo largo de la historia y ha sido el fundamento de los procesos colonizadores, desde los que iniciaron en la antigüedad hasta los de hoy. 

Lo paradójico es que la deshumanización a la que someten a ciertas personas para oprimirles —como ha pasado históricamente con personas negras e indígenas y mujeres— permite tratarles como seres salvajes, menos pensantes. Despojar de lenguaje a los animales y otorgar de características infrahumanas a ciertos seres humanos es una estrategia para poder esclavizarles, para dejarles al servicio de otros que se supone tienen un lenguaje “más refinado” y mayor poder para someter. 

Desdeñamos del lenguaje salvaje y del poder animal, también, para poder comernos su carne, para poder usar su piel, para poder ir a los espectáculos en los que son explotados, para poder tenerlos en cautiverio.

En “¿Cómo miramos a los animales?”, por ejemplo, John Berger dice que la clasificación de los mismos —entre los que se dominan y los que se domestican— otorgó una ternura a unos para dejarlos con el papel de compañeros. Pero, en sus palabras, “hasta cierto punto tal ternura es una forma de envidia”. 

La jerarquía que permanece, en la que el poderoso somete al débil, es incuestionable. Es una jerarquía que llega a puntos de alterar la naturaleza, de hidroponizar, de someter a otros ritmos el sistema reproductivo de los animales, de servirnos de sus pieles, plumas y cueros. Olvidamos que estas también son leyes atropelladas por las que buscamos regir a la naturaleza y que se usa como licencia para someter mediante otro tipo de normas que son funcionales a nuestro sistema político y económico. Ese sometimiento responde a este impulso civilizatorio que está completamente ligado al surgimiento de la burguesía, a la consolidación del capital y de la acumulación. 

Lo único que este sistema normativo nos va a otorgar es la extinción generalizada. Si pensamos exclusivamente la existencia de lo que nos rodea al servicio de la nuestra y no nuestra necesidad de entrelazarnos en una cadena de solidaridad interespecie, nos vamos a morir como hemos estado muriendo. La clave del sistema económico comercial consiste en cortar los lazos de dependencia mutua. Somos individuos contra el resto del mundo. Se nos olvida el poder que tiene encontrarnos con otros y entendernos como dependientes de los otros. Imaginar otras formas de organizarnos como animales políticos que, en otros sentidos, puede mostrar otras formas quizá más anárquicas de repartir el poder.

El bestiario del parlamento colombiano. Leer aquí.
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Valeria Mira Montoya

@valevalerita_

Abogada de la Universidad de Antioquia y magíster en Gobierno y Políticas Públicas de EAFIT. Investigadora en temas de fortalecimiento del estado y sus instituciones, políticas públicas, gestión territorial y convivencia.


Valeria Mira Montoya

@valevalerita_

Abogada de la Universidad de Antioquia y magíster en Gobierno y Políticas Públicas de EAFIT. Investigadora en temas de fortalecimiento del estado y sus instituciones, políticas públicas, gestión territorial y convivencia.


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