Cultura ambiental o ambiente cultural, un caramelo semántico. Un enfoque interdisciplinar para la conservación de las especies que habitamos el planeta. La cultura como interacción con el entorno y no solo con las expresiones artísticas. Y el ambiente como escenario dinámico de esa interacción. Pensar en ambos campos con una mirada integradora desde el Estado suena exquisito. Pero en Colombia, ahora mismo, hace ruido.
Rodolfo Hernández propuso, de quedar electo presidente, convertir el Palacio de Nariño en un museo de arte contemporáneo, arte moderno y una sala de arte itinerante de nivel internacional [sic]. Después llegó más lejos: se le ocurrió fusionar el Ministerio de Cultura con el de Ambiente. “Lo primero fue un gesto con el que quedó desnudo el emperador, lo segundo es un insulto a tres décadas de intentos por construir cultura en este país”, dice el artista y crítico Lucas Ospina.
Esta no es una propuesta necesariamente anticonstitucional, pero según las fuentes consultadas para este reportaje, va en contravía del avance de ambas áreas que, por años, estuvieron opacadas por un subdesarrollo jurídico, conceptual y técnico.
Ospina cree que Rodolfo Hernández y su campaña reconocen en esta propuesta, metida dentro de sus decretos, una posibilidad de consolidar el mensaje eslogan de austeridad presupuestal. “Pero una propuesta real de austeridad habría sido meter en esos decretos un recorte a la Policía o al Ministerio de Defensa”. No lo hacen, dice, porque se habrían metido en problemas y estaría toda la oficialidad y los militares en retiro diciendo que eso no es posible. Entonces escogen cultura y ambiente, deduce el crítico, por pura astucia y cobardía de no tener que enfrentar ni a los medios ni a las alas guerreristas de este país.
Rodolfo Hernández insiste como lo ha hecho Iván Duque con su propuesta bandera de la Economía Naranja, en que la cultura debe ser autosostenible. “¿Qué pasa si le dices a los militares o a la Policía que sean autosostenibles? —pregunta Ospina—. La perversión que genera es muy sencilla: se llama paramilitarismo, se llama asociación con bandas criminales, se llama falsos positivos”. Y recuerda que el presupuesto anual de Defensa en Colombia es 40 veces mayor al presupuesto de Cultura.
En esta fusión de los ministerios están en riesgo al menos dos asuntos: por un lado, una idea de cultura entendida como el fortalecimiento de una identidad nacional pluralista, con formas de ciudadanía diferenciada y multicultural y, por otro lado, una Constitución Ecológica, es decir, los cerca de 40 artículos que desde 1991 hablan sobre la protección a la naturaleza y que proclaman el derecho al Medio Ambiente Sano como uno fundamental, colectivo y de interés superior.
Esto ya había pasado
La idea de Rodolfo Hernández de fusionar carteras no es nueva en Colombia. En 2003 el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez lo hizo con seis ministerios y suprimió 714 cargos de éstos mediante decretos. El Ministerio de Ambiente, entonces, lo absorbió el Ministerio de Vivienda y se convirtió en el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial.
Según la Red de Desarrollo Sostenible, durante los ocho años de la administración de Uribe Vélez, el Viceministerio de Ambiente “se convirtió prácticamente en una máquina expendedora de licencias ambientales”. Y Colombia, según el Atlas Global de Justicia Ambiental, ocupó el primer lugar del continente y el segundo a nivel mundial entre los países con más conflictos ambientales (fumigaciones con glifosato, empresas madereras, complejos hoteleros, obras hidroeléctricas, etc.)
Julia Miranda, la directora de Parques Nacionales y congresista del Nuevo Liberalismo, salió a apoyar abiertamente a Hernández pese a que más tarde criticó su propuesta. Según escribió en Twitter, esa decisión en el pasado le quitó importancia al tema ambiental en el país; subordinó prioridades e hizo que se perdiera el asiento de ambiente en el Consejo de Ministros —lo que permitía, como mínimo, posicionar una política ambiental transversal a todos los sectores de la economía—.
“El propósito central de las fusiones de esos ministerios fue generar ahorro fiscal”, escribió. “Evaluadas desde la perspectiva de la reducción del gasto, las fusiones no cumplieron su cometido”. Y explicó que con la recuperación posterior de la naturaleza jurídica del Ministerio de Ambiente, en 2011, se pudo afianzar y extender su rol rector en la política ambiental.
A quien le correspondió atender esa escisión del Ministerio, precisamente, fue a Carlos Castaño Uribe, entonces Viceministro de la dependencia. Hoy cree que con lo difícil que fue insertar de nuevo y adecuadamente el tema ambiental en la estructura del Estado, volver a plantear una fusión no tiene sentido.
“Hicimos un esfuerzo extraordinario. Y esto, claramente, nos implicó un ejercicio en el tiempo con un desgaste institucional. Ha sido una de las experiencias más importantes que hemos tenido para saber lo que significa ahora una nueva fusión, que tendrá además implicaciones complicadas y que hará perder la credibilidad en nuestro país”, dice.
Castaño Uribe, antropólogo y arqueólogo, y quien estuvo a cargo de la declaratoria de la Serranía del Chiribiquete como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, enfatiza en el retroceso con la visión que aspiraba la Constitución Nacional, tanto en lo ambiental como en lo cultural.
“Estuvo concebida desde una perspectiva muy innovadora, imaginativa y particular para la realidad de un país pluriétnico con un enorme capital natural”. Recalca que la propuesta atenta contra el espíritu de defensa ambiental que permitió, en sus palabras, tener una de las constituciones más avanzadas y con una reincorporación enorme de la dimensión ambiental en contraste con otras regiones.
El antecedente enseña que se requiere un robustecimiento institucional y no lo contrario. De acuerdo con Camilo Prieto, profesor de posgrados en las áreas de cambio climático y salud ambiental en las universidades Javeriana y Rosario, “esto nos alinea con la perspectiva de depredación que tiene Bolsonaro”, quien en 2018, electo presidente de Brasil, propuso fusionar ambiente con agricultura y se convirtió en una amenaza para la Amazonía.
Una propuesta ingenieril
No es fortuito que sean el Ministerio de Ambiente (por segunda vez) y el Ministerio de Cultura los que estén en la mira. Esto tiene unas razones claras y respalda un modelo de gobierno basado en la infraestructura. Esta palabra, de hecho, aparece más de 30 veces en el programa de Hernández que solo tiene una página dedicada a cultura. Sobre la misma escribe: “que sea lo mejor del mundo para el mayor inversionista de lo público: el pueblo”. Y sobre el ambiente: “Colombia es una gran reserva inexplotada”.
Según Lucas Ospina, la elección de cultura y ambiente se debe a que son las carteras que cuentan con menos dolientes. “El Ministerio de Ambiente, por el manejo que le ha dado este último Gobierno, ha perdido poder. Y el Ministerio de Cultura tiene problemas de avidez presupuestal. Es el más desfinanciado de todos”, aclara.
El profesor Prieto señala que aunque hoy no hay una sola cartera que no tenga que ver con el ambiente, las inversiones que se hacen desde el Presupuesto General de la Nación para esos asuntos siguen siendo paupérrimas. “En Hacienda tenemos alrededor del 0,4 %. En agricultura, 0,75 %. En el sector minero, 2,44 %. Eso no es suficiente. No queremos que por el afán de innovar se cometan errores que ya se cometieron en el pasado”.
Castaño Uribe, a su vez, teme que ya no serán dos ministerios débiles sino un solo ministerio endeble. Y cree que no podemos seguir dando pasos de ciego, pensando que hay un supuesto beneficio y ahorro económico del Estado cuando, en la misma estructura orgánica de éste, ambiente y cultura siempre son las grandes cenicientas.
“Juntar esos dos ministerios es llevarlos a la atrofia innecesariamente”, dice, y no le cabe la menor duda de que la disyuntiva en el país sobre esta posible fusión recae en la falta de conocimiento sobre el modelo de desarrollo que, en cambio, le apuesta a un enfoque de infraestructura en detrimento de las dos agendas. “Estamos ante un panorama que profundiza la crisis ambiental y humana, entonces el sector ambiente y cultura deben seguir fortaleciéndose y no invisibilizándose mutuamente”.
Catalina Ceballos, antropóloga y con una larga trayectoria en gestión cultural, advierte que todo el plan de gobierno de Rodolfo Hernández, en sus escasas 70 páginas, está muy asociado a la infraestructura, no solamente en cultura, sino en todos los campos. “Él propone construir un gran centro vacacional en la Sierra Nevada de Santa Marta o que el Río Magdalena sea como el Río Rin de Europa. Se olvida por completo de la necesidad de crear estrategias territoriales que apoyen el crecimiento del sector creativo, teniendo en cuenta la diversidad, las poblaciones vulnerables y el trabajo de base”, dice.
Ospina coincide en esa observación. “Hernández quiere la cosa ambiental para poner hoteles. Pero qué, ¿poner un hotel en el Tayrona y vale güevo la directora del Tayrona asesinada?”, reclama, y asegura que la de Hernández será una política inmobiliaria a todo nivel.
Explica que Hernández habla de construir unos centros, atroces en términos arquitectónicos —dice el crítico—, llamados ‘Ópera’. Serán infraestructuras para servicios de salud y cultura. En ninguna parte, sin embargo, el candidato dilucida nociones que tengan que ver con ciudadanías e identidades o conceptos que entiendan la cultura más allá de los escenarios y espectáculos.
“Pondrá a unos arquitectos/curadores a que revisen los sitios culturales enfocados en la industria turística. Porque la industria turística y la industria inmobiliaria, para él, son la bisagra entre Cultura y Ambiente”. Esta es, para Ospina, una continuación de muchas de las políticas de la economía naranja de Duque.
El camino está abonado
Una de las acciones más importantes del Ministerio de Cultura en el Gobierno Duque, explica Catalina Ceballos, consistía en hacer más sólido el Sistema Nacional Cultural y en avanzar en un mapeo de los actores que a todo nivel lo componen. Es decir, tener un panorama de cuánto costó, quiénes, dónde, cómo, cuándo, por qué y para qué lo están haciendo y cómo se articulan diálogos más amplios con diálogos en otras regiones. Ese propósito fue ignorado y provocó, junto con la pandemia, una erosión cultural en el país. “Si es que esa Economía Naranja dejó por fuera la integralidad del sector, visto en espejo retrovisor no será Hernández quien borre todo, Duque ya avanzó en ese trabajo”.
Algo similar ocurrió con el sector ambiente. Prieto considera que uno de los grandes inconvenientes actuales tiene que ver con la forma en que Duque manejó con militarización la seguridad ambiental, recrudeciendo la crisis de la deforestación. Durante su gobierno, no hubo forma de frenar ese flagelo a la naturaleza y, como también lo piensa Castaño Uribe, ese es uno de los temas más urgentes.
“Fue completamente erróneo el actuar de este Gobierno. Se necesitan recursos para involucrar a las comunidades en el cuidado de los bosques. Pensar que el aumento de la cobertura vegetal a expensas de sembrar árboles es lo mismo que reforestar, restaurar, técnicamente es un error”, dice Prieto.
Se necesita, según el profesor, inversión hacia las comunidades para generar proyectos de desarrollo con enfoque territorial y se necesita invertir en la recuperación de ecosistemas. “El temor es que Hernández no tenga la comprensión de lo que es el estándar ambiental, que no es de Colombia, sino del Derecho Internacional. El uso de la naturaleza tiene límites y no todas las zonas son aptas para hacer turismo”.
La pérdida de la biodiversidad, del agua, de los servicios ecosistémicos, además, empezó a ser considerada como un elemento de la seguridad estratégica ambiental en el mundo y, según explica el antropólogo Castaño Uribe, Colombia tenía hasta hace 15 años un tercer lugar entre los países con mayor oferta hídrica por habitante. En el Gobierno Duque, Colombia bajó al puesto 19 por haber perdido más del 50 % de sus recursos hídricos. Así, dice el arqueólogo, ha quedado en riesgo la gran apuesta del capital natural a futuro. “Ese es el motor de la calidad de vida de las comunidades, de la biodiversidad y del sector productivo, por no ir más lejos”.
Y esa responsabilidad del Estado colombiano de proteger los servicios ambientales, también está relacionada con garantizar la permanencia de los grupos culturales que habitan los ecosistemas y con entender y darle lugar a su propia identidad —que aún no encuentra una concreción y una articulación adecuada—.
Cada renovación política trae toneladas de amnesia. Ceballos cree que, también por eso, no es deliberada esta decisión. Aun en países como el nuestro, advierte la antropóloga, las conversaciones sobre memoria, género y territorio siguen sin ser relevantes. Ha sido desde la cultura y el reconocimiento de la diversidad que se han podido dar. “Que la propuesta de Rodolfo Hernández no tenga en cuenta esas grandes conversaciones, que no pueda tener debates interculturales para abordar temas ambientales, demuestra que tiene una mirada pequeña de la cultura y el ambiente pensando que son solo expresiones artísticas y que la Colombia insular no dialoga con la Colombia amazónica”.
A la antropóloga le preocupa que al darse esta fusión se relegue el componente de denuncia y sanación del arte en el país y su invitación social a tener una postura crítica frente a la realidad individual y social. Desde la Comisión de la Verdad, para la que trabaja, reconoce cómo las artes y las culturas han sido las herramientas más importantes para los procesos de sanación, perdón, resistencia y resiliencia y expresión de dolor. “Tienen un componente estético pero también ético, por eso los cambios estructurales deben apoyarse en esto y no atropellarlo”.
Colombia ha tenido un progreso relevante en la consolidación de ambos sectores. La cultura, de hecho, ha facilitado ejercicios de espejo para nuestra idea de nación. Y el ambiente ha sido el lienzo de lo que esa memoria ha sacado a la superficie. Sin embargo, el empeño en inundar de infraestructura y sacar provecho económico que propone Rodolfo Hernández desperdicia una narrativa de encuentro entre cultura y ambiente que bien podría insertarse en nuestro contexto pero que, con su enfoque, deja más preocupación que entusiasmo y la sensación de que se podría profundizar la crisis.