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La extraña muerte del anestesiólogo que denunció la corrupción en Caucasia

Óscar Pastrana, de 35 años, murió en la Clínica Los Nogales de Bogotá en diciembre de 2020 en circunstancias que aún no han sido esclarecidas. Su deceso ocurrió después de que denunciara presuntos hechos de corrupción, cuestionables prácticas de contratación y falta de salubridad en los insumos médicos del hospital público de Caucasia. El médico sufría depresión por acoso y presiones derivadas de sus acusaciones.

por

Cuestión Pública, Vorágine y La Liga Contra el Silencio


23.01.2022

El cuerpo del anestesiólogo Óscar Pastrana fue hallado en el piso de uno de los baños de la Clínica Los Nogales en Bogotá. Eran las 2 p.m. del 12 de diciembre de 2020. Tras cuarenta minutos de reanimación, la doctora Diana Bel Rivas Caicedo, del Instituto de Medicina Legal, lo declaró muerto. 

Horas antes, Óscar había contactado a la abogada Cielo Rusinque Urrego para acordar una cita, pero el anestesiólogo nunca llegó. La cita era para pedirle una asesoría sobre las denuncias de corrupción en los hospitales públicos del Bajo Cauca antioqueño que él venía realizando. Cielo compartió el audio de WhatsApp del doctor Pastrana con W Radio al día siguiente de su muerte. Aunque los hechos del deceso todavía no han sido esclarecidos, varios de sus allegados creen que sus denuncias pudieron llevarlo a la muerte. Esta es la historia de cómo Óscar fue testigo de incontables episodios de corrupción a lo largo de su vida y que nunca dejó pasar por alto. 

La familia Pastrana aún no sabe oficialmente qué ocasionó la muerte de Óscar. Paola y su padre han solicitado al menos tres veces a la Fiscalía y a Medicina Legal el certificado de defunción de su familiar. La última vez fue a través de un derecho de petición enviado en octubre de 2021 que no ha sido contestado desde entonces.

Óscar Pastrana trabajó poco más de un mes como anestesiólogo en el hospital público de Caucasia durante el 2017. Luego lo hizo en la sede de Puerto Berrío de dicho hospital, entre junio y septiembre de ese mismo año. El tiempo fue breve, pero suficiente para darse cuenta de las cuestionables prácticas de contratación que llevaban los dirigentes del hospital, Félix Olmedo y Orlando Rodríguez Álvarez, y de varias irregularidades como lo ha denunciado el periodista Sergio Mesa en su blog personal y en Vorágine, así como el columnista Yohir Akerman en El Espectador.

En 2019, Pastrana denunció en sus redes sociales que, en el periodo que laboró ahí, los quirófanos representaban un riesgo de salubridad para los pacientes y los médicos: las paredes estaban agrietadas y, en lugar de puertas, se usaban cortinas. Si bien había cortes de agua potable en los lavamanos, el agua sí fluía a través de humedades en el techo que goteaba sobre la cama de cirugías y se filtraba por las tuberías hasta tocarse en el suelo con cables eléctricos en mal estado. 

Asimismo, los cirujanos debían usar un matamoscas eléctrico para acabar con los insectos que entraban al operatorio. Los pacientes eran atendidos en camillas con sábanas sucias y sondas que, aunque debían estar esterilizadas, traían pelos. Todo esto sucedía porque las directivas del hospital, según denunció Óscar, habían amañado entre amigos la contratación.

A más de un año de su muerte, quedan intactas las mismas preguntas. Sus familiares y amigos coinciden en asociar el fallecimiento con sus denuncias. 

Para la construcción de este texto Cuestión Pública habló con Paola Pastrana, hermana de Óscar; y Alonso Vallejo y Manuel Romero,  dos de sus amigos más cercanos. 

***

Paola Pastrana, hermana

Mi hermano no podía ver injusticias. Él veía una injusticia y la tenía que sacar a flote. Por ejemplo, recuerdo que en 2014 cuando él hizo el internado de anestesiología, en Bogotá, denunció a un profesor que maltrataba mucho a los alumnos. 

Cuando le ponían en una balanza el dinero y el bien común o el dinero y la salud de otra persona, él siempre escogía por el otro. “Yo hice un juramento ante Dios y eso lo tengo que cumplir”, me decía. 

Yo le explicaba a mi hermano que sus denuncias sobre el Hospital César Uribe Piedrahita de Caucasia no iban para ningún lado. Él me respondía que si al menos una voz se alzaba no había silencio, se hacía bulla. Él era muy soñador, pensaba que las cosas podían cambiar. 

Mi hermano, desde la especialización en 2014, quedó sufriendo de una leve depresión. Tenía una migraña con aura —se le nublaba la vista— y problemas de sueño porque los turnos eran de 36 o 48 horas, una cosa inhumana. Y Óscar denunció, se quejó y mandó cartas ante la SCARE (Sociedad Colombiana de Anestesiólogos de Colombia) para mejorar las condiciones, pero el gremio de él es bastante fuerte y él sintió que no lo respaldaron porque nada de eso tuvo efecto.

Él fue despedido de varios centros de salud de manera injustificada porque no cedió a lo que buscaban. Ellos [sus exempleadores] estaban buscando a alguien que se callara con plata. Eso era algo que [Óscar] nunca hacía —venga le damos estos 200, 300 millones y quédese calladito, como si nada hubiera pasado— me contaba mi hermano que le decían. 

El sábado 12 de diciembre, sobre las 2:30 p.m. me llamó una chica, creo que del departamento de talento humano de la clínica en la que trabajaba Óscar. Me preguntó si yo era su hermana y luego me dijo que algo le había pasado. Yo estaba muy angustiada, a ella se le entrecortó la voz, se le oía muy intranquila y luego me colgó. Le devolví la llamada y no me contestó. No fue capaz de decírmelo. Otro médico anestesiólogo muy amigo de Óscar, cuyo nombre no recuerdo, me llamó y me dijo que mi hermano había muerto y que yo tenía que ir a Bogotá a reconocer su cuerpo.

Pero yo llegué muy tarde porque no estaba en la ciudad. Cuando llegué a Bogotá ya se lo habían llevado y yo no lo reconocí. Realmente lo único que yo le pedí a la funeraria para no aumentar el dolor fue que me mandaran al menos una foto para yo saber que el cuerpo que iba camino a Medellín era el de mi hermano. En Bogotá hice el papeleo para trasladar el cuerpo, buscar funeraria y recoger las cosas del hotel donde Óscar se estaba quedando.

Óscar y yo fuimos muy unidos. Él era mi luz, mi todo. Él siempre me decía que yo tenía que salir adelante sin importar las dificultades. Nosotros no venimos de una familia con facilidades económicas. Somos de Tarazá, un pueblo pequeño de Antioquia, entonces realmente nos hicimos nosotros mismos: Óscar fue becario de la Universidad de Antioquia. Mientras estudiaba, él trabajaba en la biblioteca de la universidad. Llegó a vender fresas y chocolatinas mientras estudiaba. 

Cuando se cumplió un año de la muerte de Óscar, en diciembre de 2021, tuve un episodio de depresión. Me quise alejar de todo, del trabajo, del proceso con el abogado para esclarecer la muerte porque todo eso me afecta mucho. Apenas estoy retomando. Ya me siento con fuerzas para iniciar y continuar.

Alonso Rodríguez, amigo cercano

Ese fin de semana, cuando Óscar apareció muerto, yo estaba en mi casa y sentí una angustia rara. Abrí Twitter en mi celular por accidente y alcancé a ver una foto de Óscar en el perfil de uno de sus amigos; nos seguíamos en esa red social. Me dio curiosidad ver la foto y decía algo así como “lamentable que a mi amigo Óscar lo hayan asesinado».  En ese momento quedé supremamente frío, sentí un vacío en el estómago. Se me empezó a ir el aire. No lo podía creer. Busqué en las tendencias “Óscar Pastrana” y cuando confirmé que había muerto se me vino el mundo encima.

A Óscar ya lo habían matado en vida. Nunca tuvo la oportunidad de un trabajo estable en un hospital. Estaba bloqueado laboralmente. Los directivos del hospital, entre los que estaban Félix Olmedo y Orlando Rodríguez, lo mandaron de Caucasia, donde está la sede principal, a la sede de Puerto Berrío para callarlo porque sabían que ahí le quedaría más difícil hacer las denuncias que estaba haciendo de corrupción en el Hospital César Uribe Piedrahita.

Aun así, Óscar le mandó las fotos de gasas viejas, rotas, mohoseadas, a su director científico [Félix Olmedo]. Incluso me contó que a los médicos les tocaba volver a usar sus guantes y las batas. 

Óscar me contó que al hospital llegaron niños con apendicitis y murieron. Recuerdo que me mostró la foto de un niño y me decía que no podía dormir de pensar que había muerto en sus manos. Muchas personas se morían, pero las registraban como cirugías exitosas. Cuando me contó esto, Óscar pasaba por una gran depresión y le dolía muchísimo hablar del tema. Tras cada cirugía él daba su informe completo en una bitácora y lo que hacían allá [los directivos] era pasarlo como si fuera una apendicitis, una cosa de menor grado.

En Puerto Berrío, con un derecho de petición que redactamos, pedimos las bitácoras de los médicos, donde consignan todo lo que hacen y el procedimiento de cada cirugía. Nunca supe si tuvo respuesta. Yo le decía que necesitábamos recuperar esas pruebas, pero era muy difícil.

En la noche del 3 de febrero de 2020, al salir del trabajo en la Clínica La Nuestra de Ibagué le lanzaron piedras unos desconocidos. Tampoco sabíamos si esto era fruto de los acosos que recibía. En ese momento no teníamos certeza de que esos golpes que recibió [Óscar] en dos ocasiones saliendo de su trabajo estuvieran relacionados con las denuncias que él estaba haciendo sobre el hospital de Caucasia y sus directivos.

En 2020, cuando él vivía en Medellín, nos comunicamos una noche. Él salía de la clínica donde trabajaba y tenía que llegar a la casa a estudiar sobre covid-19. Él me llamaba cinco minutos antes de comenzar a estudiar y me decía: “Mira, acabo de entrar y hay personas afuera. Hay gente en moto rodeándome. Me cambio de lugar y ahí están. Yo sé que uno con esto se vuelve paranoico y quizás estoy somatizando mi inseguridad, pero esta vez no, creo que esto es real. Cuando llego a mi casa mi computador no funciona, tengo problemas con el internet y no puedo abrir Word”.

Óscar trabajó en la Clínica Los Rosales de Pereira en abril de 2020 y allí también lo golpearon. Él me aseguraba que en la portería de la clínica preguntaban mucho por él y que se encontraba con las mismas personas, aun cuando cambiaba de turno.

Él ya sabía que en cada hospital que visitaba su nombre estaba en una lista negra porque siempre lo echaban. Decían que a él no debían contratarlo porque como se la pasaba denunciando en los medios de comunicación los abusos, a ellos no les favorecía eso. 

Como soy abogado, Óscar me pedía ayuda con sus denuncias. En 2019 yo lo ayudé a interponer una denuncia por amenazas ante la Policía y otra ante la Fiscalía, además de cuatro derechos de petición ante la Sociedad Colombiana de Anestesiología, el Sindicato Antioqueño de Anestesiología y el Hospital César Uribe Piedrahita para defender su buen nombre. 

Desde que nos conocimos en 2019, mi teléfono también comenzó a funcionar mal, cuando publicaba en redes sociales mi celular se trababa, tal como le sucedía a Óscar. Cuando le comenté que estas cosas me pasaban, él dijo que no quería ponerme en peligro, al igual que a su familia, y se alejó. 

Óscar me cambió la vida por sus lecciones. Siempre me decía que hay que vivir el aquí y el ahora. Solo con su muerte lo vine a entender. Creo que las personas se te cruzan en el camino por algo y que el destino nos unió. No sabemos qué nos depara el destino, pero creíamos que si nos unimos fue para arreglar la vida de uno de los dos. Creo que el destino, con Óscar, me arregló a mí la vida y se lo llevó fue a él. Siempre lo he dicho, quiero que él pase a la historia como el médico que se atrevió a enfrentar la corrupción en salud de la que tantos han sido silenciosos porque les toca y otros porque son cómplices. Es de los pocos que ha sido parte de la lucha por los derechos de los médicos.

De pequeño siempre me pregunté por qué al país le ocurre tanta violencia y por qué a mí no me había pasado nada. Trataba de ponerme en los zapatos de las víctimas, pero no sabía cómo hacerlo. Cuando me tocó a mí, con Óscar, fue que ya dije “así se siente”.

Manuel Romero, amigo

Óscar vino a visitarme a Argentina en 2012 y yo traté de convencerlo de que se quedara, pero él no quería, creo yo que por la familia. Se sentía muy responsable por ellos y decidió regresar a Colombia.

Luego volví a saber de él por Facebook. Un día, en 2019, vi que escribió un mensaje acusando con nombre propio a Félix Olmedo Arango Correa, el entonces subdirector científico del hospital de Caucasia y posterior alcalde de ese municipio en 2020. 

Óscar decidió denunciar en sus redes sociales las irregularidades que presenció en el hospital de Caucasia y su sede en Puerto Berrío  y publicó en su Twitter fotografías del mal estado en que se encontraban los suministros e instalaciones del hospital en el momento en que trabajó ahí.

Lo contacté inmediatamente, le pregunté qué pasaba y ahí me contó todo. Me dijo que estaba muy solo, que todos le habían dado la espalda. Le ofrecí que se viniera a Argentina, a mi casa, con su familia, pero al final no se pudo.

Él se quedó en Colombia y empezó a liderar un grupo de médicos, una especie de sindicato, que nunca se formalizó. Luego de trabajar en diferentes hospitales, Óscar llegó en diciembre a Bogotá y creyó estar seguro allí. 

Con él hablábamos mucho sobre la muerte, él había decidido morir por la causa que defendía, pero peleando. Sabía que podía morir y yo le decía que estábamos rodeados de mártires y que eso nunca sirvió para nada, pero él estaba muy indignado.

Supe de su muerte a través de un grupo de WhatsApp de amigos médicos. Uno de los miembros lo mencionó con nombre propio. Ellos no sabían que él era amigo mío. Sentí tristeza, luego empezaron a especular sobre «las extrañas circunstancias» de su muerte y sentí rabia porque nadie se pone en el lugar del otro y todos están prestos para calumniar o hacer lo que sea por sobrevivir, después sentí frustración. 

En un principio traté de explicarle a los miembros del grupo de quién estaban hablando, tuve hasta una discusión con ellos y me salí. 

Yo quiero que lo recuerden como lo que fue: un chico inteligente, ambicioso, estudioso, con deseos de transformar la sociedad en la que vivía como cualquiera de los muchachos que dejaron su vida en las protestas de 2021.

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