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J Balvin o el afán de figurar

Más allá de los recientes comentarios contra los Latin Grammy y el video viral de Residente respondiendo a sus declaraciones de boicotear la ceremonia, lo de Balvin siempre ha parecido un grito desesperado por figurar a como dé lugar.

por

Sebastián Narváez Núñez

@EseNarvaez


01.10.2021

Periodista y editor musical. Dirige Sudakas Podcast.

Todo comenzó cuando J Balvin se autoproclamó “El niño de Medellín”, que afuera brilla por los sueños de la infancia que nunca abandonó, pero que en realidad se comporta como tal: un niño caprichoso y pataletudo y con una ambición sin límites. 

No es la primera vez que J Balvin se siente “pordebajeado”. Basta ver algunas entrevistas en medios internacionales donde cuenta cómo mucha gente no creía en el género e incluso en Colombia si no se trataba de artistas puertorriqueños no les prestaban atención. Y no es mentira, pero se le convirtió en muletilla: todo lo que ha logrado en su carrera, ha sido para callarle la boca a quienes le cerraron la puerta en su momento. 

A estas alturas no hay nada nuevo que decir, pero intentemos retomar lo que pasó. Su reciente trino tras el anuncio de los nominados a los Latin Grammys mostró nuevamente esa frustración –que recuerda el boicot que lanzaron varios de sus colegas en 2019 bajo el hashtag #SinReggaetónNoHayGrammys– y donde deja claro que siente que la Academia no reconoce el valor de su música ni de los representantes del género, que hoy por hoy sigue siendo de los más virales del mundo y los que más dinero mueve. 

La molestia, sin embargo, ya no es a nombre del mal llamado “movimiento urbano”, como sucedió en 2019, sino a nombre propio. Ya no se trata de falta de visibilidad (este año, hay que decirlo, se creó la categoría de Mejor Interpretación de Reggaetón). Se trata de que entre las más de 50 categorías del premio (sólo puede competir en siete, entre las principales y las “Urbanas”) recibió solo tres nominaciones. Posdata: Sí estás dolido, Jose.

El escándalo se armó tras la metáfora que lanzó Residente: «Te explico, pa’ que entiendas: tu música es como si fuera un carrito de hot dog, que a mucha gente le puede gustar o a casi todo el mundo. Pero cuando esa gente quiere comer bien, se van a un restaurante y ese restaurante es el que se gana las estrellas Michelin». Sin embargo, el tema, pienso yo, va más allá y tiene que ver con dos cosas: 

La evidente caída de popularidad de J Balvin tras sus posiciones ambiguas durante el Paro Nacional en Colombia, y su afán de protagonismo. Lo primero es claro: a la gente se le cayó un ídolo en el momento en que fueron conscientes de que Balvin sí tenía posiciones políticas sobre todo lo que pasaba fuera de su país, pero nunca supo manejar un discurso que tomara una posición sobre lo que pasaba en el patio de su casa. 

Mientras Bad Bunny se montó en un camión de bomberos para exigir la renuncia del gobernador Roselló y Yotuel Romero, de Orishas, cantó contra la dictadura cubana, a la pregunta de “¿Dónde está mi gente?”, que resonó mundialmente con Balvin, pocos respondieron en la pista de baile, sino afuera, en la calle, ignorándolo por completo. Y nadie se sintió respaldado por el Jose de la muletilla del “Latino Gang”.

A eso hay que sumarle que, terco y ambicioso como es, Balvin ha intentado volver a conectar con su gente usando contenido viral: puso de portada de su canción “In Da Ghetto” al TikToker viral italiano Khaby, sacó y promocionó su skin de Fortnite, incluyó a ChikyBomBon (la del video de Buenas Buenaaaaaaas, hoy amanecí rica, sabrosa, deliciosa porque puedo) en el video de “Perra” junto a Tokisha, –que, de paso, es una de las figuras más irreverentes del trap crudo en Latinoamérica–, apareció en cuanto remix de hits de la nueva escuela se publican, y básicamente relegó su fama a cualquier tendencia. 

Su plataforma de mercadeo dejó de ser la música y se volvió el meme. Lastimosamente, parece que Balvin envejece mal en su propio trono e intenta mantenerse vigente en una industria tan cambiante y versátil a punta de tendencias dictadas por algoritmos que suenan prefabricadas, repetitivas y superfluas. Si hay un truco aburrido en medio de todo esto, es ver a Balvin tropezar cada vez con más facilidad y hacer berrinche en el asfalto, en vez de limparse la tierrita y levantarse con dignidad, ya no como una valla digital en Times Square haciéndole publicidad a cuanta marca se le atraviese, sino como un tipo que está cada vez más cerca de los 40 y que debería comportarse como tal, en la música, en la industria y en el movimiento que defiende. 

A estas alturas ya no importan las veces que embutan sus canciones en la radio. Cuando la música no conecta difícilmente va a impactar globalmente como era la costumbre. 

En últimas, reggaetón o no, carrito de perro caliente o no, J Balvin o no, Residente o no, Latin Grammys o no, canciones escritas por otros o no, los reconocimientos en la industria no validan a nadie. Solo son un pajazo mental, una palmadita en la espalda entre “amiguis”. No suman ni restan legitimidad, son un adorno para Wikipedia y un estorbo para cualquier repisa. Basta googlear “artistas que nunca han ganado un Grammy” para darse cuenta de lo inútiles que resultan estos reconocimientos y la cantidad de genios inmensos de la música que nunca han tenido uno. 

Así que Jose, tranqui, no es para tanto. Aunque si el objetivo era llamar la atención, lo lograste de nuevo. 

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