«Todos estamos perdidos en el mar, zarandeamos entre la esperanza y la desesperación, llamando a algo que tal vez nunca venga a rescatarnos. La catástrofe se ha convertido en arte; pero este no es un proceso reductor. Libera, engrandece, explica. La catástrofe se ha convertido en arte; eso es, después de todo, para lo que sirve”.
“Devolvamos a nuestros ojos la ignorancia”, es una de las tantas frases que resuenan en la cabeza luego de sumergirse en la lectura del capítulo quinto del libro Una historia del mundo en diez capítulos y medio de Julian Barnes. Esta pieza de escritura habla de arte a partir de una obra: Escena de naufragio. La pintura de Gericault que partió del incidente real del encallamiento de La Medusa, un velero de una expedición francesa al Senegal, en 1816, y el destino posterior de 50 tripulantes en una balsa, abandonados a mar abierto por 13 días hasta que 15 de ellos fueron rescatados.
Barnes divide su texto en dos partes. La primera es una crónica detallada de los hechos: la balsa, las castas, la precariedad, las pugnas, la sinrazón, el canibalismo, los avistamientos y el rescate. Una narración vívida donde el escritor contrasta el toma y dame entre la Naturaleza y la voluntad humana. Al final de este recuento, Barnes parece naufragar entre la razón y la imaginación y filtra un par de datos ambiguos, un recurso que pondrá al lector en guardia y en la disposición para pasar a la segunda parte y recibir de entrada una pregunta irónica a rajatabla: “¿Cómo se puede transformar la catástrofe en arte?”.
Barnes, con el mismo desorden sublime del pasado y un claro entendimiento del siempre en el ahora, logra darle una vuelta de tuerca a la cuestión: “No es que simplemente imaginemos los padecimientos en aquella embarcación fatal; no es que simplemente nos convirtamos en los sufridores. Ellos se convierten en nosotros […] ¿Cuán raramente encuentran nuestras emociones el objeto que parecen merecer? […] Todos estamos perdidos en el mar, zarandeamos entre la esperanza y la desesperación, llamando a algo que tal vez nunca venga a rescatarnos. La catástrofe se ha convertido en arte; pero este no es un proceso reductor. Libera, engrandece, explica. La catástrofe se ha convertido en arte; eso es, después de todo, para lo que sirve”.