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¿Hay un lugar para mí en la mesa?

Una iglesia en el norte de Bogotá predica la igualdad, recibe a quienes otras iglesias rechazan y predica el amor como el valor más importante para poder reunir a dos comunidades opuestas: la LGBTI y la cristiana.

por

Andrés Camilo Torres

Estudiante de Literatura de sexto semestre con opciones en Periodismo y Francés


03.08.2018

El salón de la iglesia está decorado de un morado que anuncia la cuaresma. La cruz de madera, la mesa del altar: todo el lugar es morado. Los músicos aparecen y ocupan cada uno su espacio: un baterista, un corista que lleva una pandereta, una mujer con guitarra acústica y el cantante principal. Todos, al parecer, tienen menos de treinta años. Jonathan Cintrón los dirige. La suya no es cualquier voz, es aguda, como la de un soprano. Lleva en su cuello una estola de colores vivos, como un arcoíris. Después de terminar la primera canción, cede su atril a un hombre que lleva un alzacuello y está vestido de negro. Toma el micrófono y dice:

—Hoy es mi primer servicio como pastor.

Es Jhon Botía. Han pasado solo ocho días desde fue consagrado como pastor de la iglesia metodista.

—Recuerden —continúa Botía— que estos días de oración se los dedicaremos a aquellas personas que se han sentido marginadas u olvidadas, a todos los que están solos.

La Iglesia Colombiana Metodista Príncipe de Paz de Bogotá existe en medio de una frontera. Una parte de esta pertenece al exclusivo barrio Rosales y otra al popular Nueva Granada, ambos en la localidad de Chapinero. Muchos de los que asisten cada domingo también pertenecen a una frontera agrietada e impensable: son, al mismo tiempo, abiertamente LGBTI y cristianos.

'Para todo nacido , un lugar en la mesa. Para todo nacido —dice Jonathan—, agua limpia y pan. Para todo nacido, un lugar para empezar. Para hetero y gay, un lugar en la mesa. Compartiendo el pacto y lugares de inclusión. Un arcoíris de raza, género y color. Para hetero y gay, el cáliz de la equidad'.

Después de que el momento de alabanza llegó a su fin, Jhon dijo desde el micrófono:

—El sermón de este domingo le corresponde a Fabio.

Fabio Meneses, pareja de Botía, tiene 37 años y trabaja como promotor de lectura. Ambos nacieron en hogares muy religiosos: la familia de Jhon pertenecía a la iglesia mormona y la de Fabio a la pentecostal.

En el sermón, Fabio habla del dinero entre los cristianos. No obstante, vuelve al tema que hace de este servicio y esta iglesia un lugar particular entre todas las congregaciones cristianas que se reúnen un domingo en Bogotá.

—En algún momento me sentí perdido por mi sexualidad. Este es el lugar para todos los perdidos. No en el sentido tradicional de ‘hermano, estás perdido y deja que Jesús entre en tu vida’. No en esa manera: este es el lugar de los perdidos (de los homosexuales, de los divorciados). Esta es la casa de los perdidos.

Después de esto, Jhon se turna la lectura de la Biblia y las oraciones del rito con Jonathan Cintrón, quien habla con un acento caribeño:

—Para todo nacido, un lugar en la mesa. Para todo nacido, agua limpia y pan. Para todo nacido, un lugar para empezar. Para hetero y gay, un lugar en la mesa. Compartiendo el pacto y lugares de inclusión. Un arcoíris de raza, género y color. Para hetero y gay, el cáliz de la equidad.

Pasar de ser ceniza a signo y señal. Frase que repitió Jhon varias veces, refiriéndose a Jesús. Pero también es una metáfora para describir a quienes conforman la comunidad de esa iglesia. Hombres y mujeres de la comunidad LGBTI que crecieron en iglesias cristianas donde tenían dos posibilidades: guardar el secreto o confesarse y comenzar un proceso en el que, entre grupos de oración y consejerías, este pecado podía ser sanado o curado. Hoy sucede algo diferente:

—Esta es la respuesta a una oración que hacía desde que era niño e iba a la iglesia. Allí, cuando cumplíamos dieciocho años, nos mandaban a algún lugar del mundo como misioneros. Pero antes nos hacían una entrevista y, entre esas preguntas, estaba la de la orientación sexual. Yo tenía miedo, no sabía qué responder—, dice Jhon y su voz se quiebra, pero sus lágrimas no alcanzan a asomarse.

Jonathan ahora está en la tarima y gracias a lo que cuenta, puedo reconocer ese acento que me cuesta adivinar:

—En Puerto Rico estuve hasta los dieciocho años en el clóset porque solo así podía llegar a ser un pastor. Siempre he querido ver ese cambio en la Iglesia Metodista, sobre todo en América Latina. Ese sueño se hizo realidad el domingo pasado—, lo dijo refiriéndose a la consagración de John como pastor.

Después, Fabio me explica que Jonathan tuvo que emigrar a Estados Unidos para cumplir ese sueño que la iglesia de su país no le permitió cumplir. El culto termina y la mujer que toca la guitarra se baja de la tarima. Justo en la mitad del salón se encuentra con una mujer rubia que había llegado tarde y se se había sentado en la última fila. La altura de la guitarrista contrasta con la de la de la otra mujer cuando se besan y luego se abrazan. Salen de la mano hacia el patio de la iglesia.

Los antros gais son nuestras iglesias, es el único lugar donde podemos ser nosotros mismos.

***

Jhon nos invita emocionado a la cocina recién remodelada del templo. Reunidos en torno a una greca de café, algunos dan su testimonio. El de Pato —la mujer que repartió la comunión— parece ser uno de esos que siempre se cuentan y nunca dejan de asombrar:

—A los siete hice la primera comunión. A los nueve años me excomulgaron.

—¿Por qué?

—Porque descubrieron que era intersexual y, para colmo, lesbiana.

Esto le pasó en El Guamo (Tolima). Hace veinte años no va a misa y, además, fue mormona durante cinco.

También está Johan Salcedo, el muchacho que supervisaba el sonido durante el servicio. En su iglesia la manera en que se trataba la homosexualidad era a través de filtros. Primero, uno se confiesa con una persona y en la medida en que la situación se empeora, más autoridades de la iglesia se apropian del caso.  El proceso muchas veces termina en la expulsión.

Acaba su historia y me fijo en cómo toma la mano de su novio Oscar Baena. Él, paradójicamente, trabaja en la estación de Transmilenio que está justo al lado de una de las iglesias evangélicas más multitudinarias en Colombia: El Lugar de Su Presencia. En 2014, Andrés Corson, el fundador y líder de esta comunidad, recibió el apodo de ‘el pastor que cura a los homosexuales’ gracias a que Nerú, un famoso coreógrafo colombiano, compartiera su caso luego de congregarse con esta comunidad.

En muchas iglesias colombianas se le pide a los homosexuales el celibato y, en otras, dejar definitivamente de practicar su sexualidad. Fabio dice que el celibato es mucho mejor. Jhon lo apoya, porque qué difícil es para un hombre gay ver a alguien que le atrae en la calle y reprimir lo que siente dentro, dice en tono de broma.  En resumidas cuentas, el celibato permite el deseo dentro del homosexual, aunque le prohíba realizarlo. Para Jonathan estas concepciones han hecho que las iglesias cristianas del mundo pierdan asistentes al no abrirse a la comunidad LGBTI. Algunas ya no llenan sus grandes auditorios con gente joven, y en sus transmisiones en vivo, deben acercar la cámara al púlpito para que no se note el vacío.

Todo lo que dice Jonathan nos hace pensar en lo que está pasando en Colombia. Hoy en día crecen las iglesias que algunos bautizan como hipsters o millennials. Buscan llegar a la gente joven llevando el viejo mensaje pero con formatos nuevos.

Al final habla de la masacre en el bar gay Pulse (Orlando) como el desenlace de una tragedia clandestina que hasta ahora el mundo se atrevía a ver:

—Los antros gais son nuestras iglesias, es el único lugar donde podemos ser nosotros mismos.

***

Caminamos debajo de la hilera de árboles que acompaña las casas al estilo inglés de Teusaquillo. Es un día de marzo y acabo de salir de Redconciliarte, el grupo de apoyo que Fabio y Jhon dirigen los jueves por la tarde.  Salgo del Centro Comunitario Sebastián Romero con prisa, porque ya es de noche y la calle se ve muy sola. Sin embargo, Camilo y Ricardo me invitan a unirme a ellos, todos vamos hacia la avenida Caracas. Me acuerdo más que todo de Camilo, porque llegó tarde al grupo. Vino con su uniforme de estudiante de medicina y habló  cuando Fabio nos pidió anotar en un papel nuestra definición de familia. La suya está conformada por unos padres pastores de una iglesia. Pese a las discrepancias siempre queda el amor, dice al final. Con el tiempo, ellos han guardado silencio cuando él se refiere a su sueño de no casarse o tener una familia tradicional.  Ese silencio, para Camilo, es un resquicio de aceptación.

***

Es el último domingo de abril de 2018. La lluvia se siente mientras cae contra el tejado de la casa. Sin embargo, pareciera que la iglesia es la frontera de esa nube porque desde las ventanas no se ve el aguacero.

Muchos cristianos en el mundo pueden reconocer la canción con la que se abre el culto. Es la canción “Vivo estás”, del célebre ministerio de alabanza Hillsong, el cual causó polémica hace tres años por la pareja gay que presidía el coro de su sede en Nueva York. Una vez se conoció la noticia, el dirigente de este ministerio internacional, Brian Houston, sustituyó a la pareja y reiteró que los homosexuales, aunque eran bienvenidos, no podían ocupar un cargo de autoridad.

La Iglesia Colombiana Metodista de Bogotá rompe con los paradigmas que, desde la religión, se han construido alrededor de la comunidad LGBTI.

En algunos momentos del servicio llega hasta el salón el olor a guiso de la pasta que se está preparando en la cocina. Hoy cumple un año Redconciliarte, el grupo de apoyo que Fabio y Jhon fundaron. Se reúnen cada semana y, aunque van ateos y creyentes, muchos lo hacen buscando una espiritualidad que no se reivindica tanto en los demás grupos de apoyo de Bogotá.  Algunos miembros decidieron venir al servicio que se dará en su nombre, otros más reticentes —los que se consideran ateos o agnósticos— prefirieron llegar cuando se acabara.

Los momentos de alabanza, como es de esperarse, crean la atmósfera del momento. Las dos primeras canciones suelen tener júbilo e invitan a que la gente aplauda y baile. Las siguientes apelan más a una cierta intimidad, a cerrar los ojos. Una de esas es “El poder de tu amor”. Aunque es una canción vieja, aún se canta y seguramente muchos la conocieron en las iglesias en que crecieron.  Mientras la canción se extiende y todos permanecen con los ojos cerrados, me fijo en la pareja de atrás, en Johan y Felipe. El primero está llorando y abraza firmemente a su novio. Felipe lo consuela y también lo abraza como a un niño al que le duele algo.

La predicación descoloca a todos los que están ahí y cada dos por tres hay quien grita con júbilo ‘¡AMÉN¡’. Se habla de un Evangelio donde quepan todos y el pastor dice, señalando a la Biblia, que esta ha sido utilizada para excluir, escondiendo su verdadera esencia. No son noticia las grandes movilizaciones de los cristianos que se oponían a los acuerdos de paz en 2016, así como la indignación que provocó entre ellos una ministra de educación homosexual que promovía, supuestamente, una ideología de género en los colegios. Pero el Evangelio que se predica aquí es subversivo, muy cercano a la liberación de los oprimidos, a la justicia social que, para ellos, encarnó Jesús.

Yo creo que la Biblia es palabra de Dios, pero no la palabra de Dios. Es un texto que debe ser leído de acuerdo a su tiempo y a su cultura.

***

Hoy Fabio está enfermo y no pudo venir, como de costumbre, para acompañar a su novio. Al final del culto todos se van despidiendo y queda Jhon en la casa vacía. Se sienta en su despacho, un escritorio despejado que le permite moverse con libertad. Todo pastor lleva consigo un testimonio, un antes y un después, una moraleja en la que gana un Dios que corrige a sus hijos.  Su historia es diferente:

—Yo nací en cuna católica, pero a los doce años entré voluntariamente a la iglesia mormona. Detrás de mí, llegó toda mi familia. Pero entonces, cuando crecí, supe que me gustaban los hombres. Tenía un conflicto mental. Yo solía ocultarme… o no me ocultaba tanto: a mí se me notaba —dice entre risas— pero lo negaba. Llegó un punto en donde dije, no puedo seguir negando mi realidad, esto es lo que soy. Y si Dios no me ama así, no quiero creer en esa clase de Dios. Así que peleé con Él. Eso fue a los 18.

Hoy, con 29 años, asegura que llegar a la Iglesia Metodista le trajo paz. Fue, dice, como una reconciliación.

—Comencé el proceso y ya estaba listo. Se suponía que iba a comenzar una comunidad de cero, pero en diciembre del año pasado, renunció el pastor de esta comunidad. Soy el primer pastor abiertamente homosexual de la Iglesia Metodista en Colombia y Latinoamérica.

Jhon suspira. La iglesia, dice, perdió tres sedes a raíz de mi nombramiento.

—Todo cambia en una institución, todo provoca un conflicto interno. Todos queremos seguir pensando igual o revolucionarlo todo. Asumir esta iglesia también fue un reto para la comunidad, por el sector en donde estamos, por los niños. Pero la gente me ha ido conociendo… Pensaban que iba a mariquear el barrio, a mariquear los niños, la iglesia. Las personas no dicen nada, pero van viendo y luego las mamás traen a sus hijos de manera voluntaria. Ya hablan abiertamente de la sexualidad, ya no le temen a la palabra ‘gay’ ni ‘homosexual’. Yo creo que la Biblia es palabra de Dios, pero no la palabra de Dios. Es un texto que debe ser leído de acuerdo a su tiempo y a su cultura. Las palabras que se utilizaban cuando se escribió la Biblia, muchas veces, han sido mal traducidas e incluso bajo los intereses de determinadas personas. Yo no creo que la Biblia, o Dios mismo, condene la homosexualidad. Si existiera la mínima probabilidad de que algo condenara la homosexualidad, no lo creo, pero, aunque lo hubiera, sería porque un hombre lo puso ahí.

Jhon rememora, sentado en frente al escritorio, el día en que lo descubrieron entrando al único bar gay que había en Villavicencio. A raíz de esto, le retiraron sus votos y lo castigaron en su comunidad. Comenzaron los rumores y los chismes. Un día él le preguntó extrañado a su mamá por qué había dejado de ir a la iglesia. Ella le alivianó el camino con estas palabras: “Si yo que soy tu mamá te amo, cuánto más será el amor de Dios. Yo no voy a apoyar o asistir a ninguna Iglesia que te rechace, yo no voy a asistir a una iglesia que señale y chismosee la vida de otros”.

—No vamos a mentirnos, Pablito —refiriéndose al pasaje que escribió este apóstol sobre la homosexualidad— también estaba sujeto a su tiempo. Nosotros tenemos que leer la escritura a través del filtro y el lente del amor. Todo aquello que no entre por ese lente, debe ser analizado mucho más.

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