Las niñas de Colombia están dejando de serlo prematuramente. Al menos un 17.4 % de las adolescentes colombianas están embarazadas y muchas otras se casan antes de ser mayores de edad. Este es el panorama de un país en el que los ambientes familiares violentos, los círculos de pobreza y la falta de oportunidades se están robando la niñez a sus mujeres.
Daniela no está contenta con su vida. Se le nota en su mirada vacía, sus largos silencios y la forma en la que camina por su casa, con la apatía de quien no espera que la vida le traiga días mejores. Las horas se le pasan mirando por la ventana, conectada al celular, o frente a la televisión, desconectada del mundo. Tiene 16 años, pero en su habitación solo queda un indicio de que alguna vez fue niña: un conejo de peluche que cuelga de la pared.
Todo lo demás —los afiches, los muñecos, las tarjetas ilustradas con plumones— salieron de su cuarto poco antes de que Esteban, su pareja de 24 años, se mudara con ella a casa de su madre. Fue un gesto tácito de ruptura con su niñez. Un acto simbólico con el que culminó la transición iniciada a sus 14 años, cuando supo que estaba embarazada.
Óscar, su hijo de año y medio, es el único que la saca de su muda parsimonia. Si el niño corre, Daniela va tras él. Si llora, lo amamanta. Si se cae, acude velozmente a levantarlo. Mientras tanto, Esteban mira hipnótico la televisión. Es la única actividad que suele hacer cuando está en la casa. Daniela, en cambio, cocina, barre, lava, dobla la ropa, baña al niño y, cuando tiene un segundo, con el bebé en sus brazos, abre su cuaderno argollado para hacer las tareas que le dejan en la escuela nocturna.
—Lo del embarazo fue un balde de agua fría porque yo estaba muy enfocada en el estudio y me tocó dejarlo aparte para ir a las citas médicas —cuenta ella sin emoción, aunque se altera al hablar del parto—. Me hicieron cesárea porque me podía dar preclamsia. Al principio no me cogió la anestesia, así que cuando me pasaron el bisturí ¡me quería morir!
Cuando no está echado en la sala, Esteban se la pasa en una esquina polvorienta de Barrio Azul, uno de los barrios más pobres e inseguros de Cartagena, conversando con otros amigos que, al igual que él, se rebuscan la vida como mototaxistas. Por la casa llega almorzar y a comer. Poco se le ve dedicado al hogar o al niño
—Tener un hijo es muy difícil porque ya no tengo ratos libres. Extraño las salidas con mis amigas y el grupo de porristas del colegio —y al decir esto, la cara de Daniela vuelve a ser la de siempre: triste y resignada.
El tiempo pasa muy lentamente en Barrio Azul y el calor infernal aumenta el peso de las horas.
Una estadística ausente y alarmante
El Caribe colombiano tiene la tasa de fecundidad más alta del país y la segunda tasa más alta de fecundidad adolescente, según la Encuesta de Demografía y Salud de 2015. En Cartagena más del 17 % del total de nacimientos corresponde a madres entre los 10 y 19 años y este porcentaje ha sido mayor a la media nacional durante cinco años, según el Departamento Administrativo Distrital de Salud de Cartagena. Barrio Azul es el segundo barrio de la ciudad con mayor número de embarazos en adolescentes: siempre se verá por cualquiera de sus calles a una niña o joven que camina cargando un bebé en brazos.
En Colombia nadie conoce con exactitud cuántas niñas menores de 18 años viven la misma situación de Daniela. Se sabe que 135.789 de ellas fueron madres durante 2016, o que 448 niñas y niños menores de edad contrajeron matrimonio ante un notario ese mismo año. Pero la de Daniela es una estadística escurridiza: ninguna entidad del gobierno lleva el registro de cuántas niñas viven en uniones conyugales de hecho.
Mientras que en otros países de Latinoamérica es ilegal que una persona menor de 18 años se case, en Colombia sí es posible hacerlo desde los 14 años con consentimiento de los padres.
El asunto tiene gravemente preocupadas a organizaciones como Unicef, Fundación Plan y Planned Parenthood que llevan más de 50 años buscando erradicar el matrimonio infantil en el mundo. Según estas organizaciones, decenas de miles de niñas colombianas viven en uniones tempranas —matrimonios o, en su inmensa mayoría, uniones conyugales de hecho, en los que al menos uno de los contrayentes tiene menos de 18 años, por lo general la niña—. Mientras que en otros países de Latinoamérica es ilegal que una persona menor de 18 años se case, en Colombia sí es posible hacerlo desde los 14 años con consentimiento de los padres.
Las uniones tempranas “perjudican al país en la medida que perpetúan las desigualdades de género, refuerzan las masculinidades nocivas y aumentan la fecundidad adolescente”, asegura Andrea Tague, oficial de Género en Unicef Colombia. “Son una vulneración de todos los derechos de las niñas”, dice Martha Rubio, asesora de Salud Sexual y Reproductiva del Fondo de Población de las Naciones Unidas en Colombia.
A pesar de estas alertas por parte de organismos internacionales, en América Latina y el Caribe las uniones tempranas todavía no se perciben como un problema. Los pocos estudios que existen han determinado que las uniones tempranas aumentan la deserción escolar de las niñas y el riesgo de que sufran violencia doméstica, especialmente sexual. También, asegura Unicef Colombia, incrementan “el riesgo de embarazo precoz, frecuente y no planeado y con ello la mortalidad materna y neonatal”. Todo lo anterior lleva a que las niñas no puedan en el futuro acceder a un trabajo digno y, por ende, a recursos propios. Dependen económicamente de sus parejas y esa dependencia será algo que transmitirán a la siguiente generación.
En México, una de cada cinco mujeres se ha casado o unido antes de los 18 años, de acuerdo a ONU Mujeres. En Costa Rica, Unfpa determinó en 2011 que el 8.6 % de las mujeres entre 12 y 19 años había estado casada al menos una vez. Por lo general, estas niñas viven en zonas rurales, en condiciones socioeconómicas adversas, tienen un nivel educativo más bajo, muchas de ellas ya son madres y los padres de sus hijos son al menos cinco o seis años mayores que ellas.
¿Qué pasa en Colombia?
No lo sabemos. A la fecha no existe una sola investigación sobre las uniones tempranas en el país que dé cuenta de quiénes son las niñas que se casan o se unen, cuántas son, dónde viven o por qué lo hacen. Y, sobre todo, cómo impacta este fenómeno su desarrollo integral.
La única pista que tenemos se encuentra en la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS), que en 2015 determinó que el 23,4% de las mujeres colombianas entre 20 y 24 años se unió antes de los 18 años de edad y el 4.5% lo hizo antes de los 15 años. Según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, se calcula que el 13.3% de las mujeres de 15 a 19 años, unas 279 mil niñas, se encuentra actualmente unidas (informal o contractualmente).
La razón principal por la que se sabe tan poco de las uniones tempranas es porque estas ocurren de manera informal y están profundamente naturalizadas en la cultura. Una joven no se casa mediante un rito religioso o en una notaría sino que simplemente se va a vivir con su pareja. De esa unión nunca quedan registros. Y a su alrededor, el evento es tan común como una fiesta de quince años.
Jennifer* vivió con Jorge* un par de meses en la isla de Tierra Bomba pero luego regresaron a la casa de la mamá de ella en Barrio Azul.
Embarazos y violencia
Barrio Azul, en Cartagena, no comparte nada del esplendor colonial y la exuberancia de la ciudad de los turistas. Todo lo contrario. Es un sector de casas improvisadas, con paredes hechas de tablas o tejas que se amontonan sobre cientos de calles angostas sin pavimentar. Para llegar hasta acá hay que atravesar Cartagena en un viaje de casi una hora en carro. En tiempo seco, sus calles se pierden entre la polvareda, y durante las lluvias, se transforman en lodazales. Se va la luz al menos dos veces a la semana, sobre todo en la noche; no tiene acueducto ni alcantarillado. Y a los periodistas y funcionarios de entidades que trabajan en la zona se les recomienda venir durante el día. En la noche la seguridad no está garantizada.
No muy lejos de Daniela vive su amiga Jennifer, de 17 años, una joven morena, muy flaca, con trenzas largas y ojos grandes negrísimos. Su pancita, que apenas se asoma, aún alcanza a disimular sus cuatro meses de embarazo. Ahora vive con Jorge*, de 21 años, en un rancho de latas y maderas, con paredes interiores de tela verde de paroi y piso de tierra. En dos espacios (uno de los cuales sirve de cocina, de habitación y de depósito de chatarra) residen su abuela, su mamá, dos hermanos menores y un tercero más pequeño que, según cuenta, les regalaron porque nadie lo quería. Jennifer validaba el bachillerato en las noches porque no le gusta madrugar, pero desde que quedó embarazada tuvo que dejar el colegio porque vomitaba y se mareaba en clase.
—Con Jorge nos fuimos a vivir juntos como a los dos meses de ennoviarnos para conocernos más, porque él me gustaba y yo le gustaba. Queríamos hacer las cosas bien. Ya vamos para dos años —cuenta Jennifer, como si se tratara de una colección de anécdotas sin importancia.
Jennifer no es ajena al malestar que produce el embarazo. Es su segundo: la primera vez tuvo un aborto espontáneo.
“Fue el año pasado, en diciembre. Estábamos peleando con Jorge y en eso me resbalé y lo aborté. Al caerme me pegué en las caderas y se me salió, lo tenía muy bajito. Eso fue muy duro”, dice, hace una pausa y concluye: “ahora Jorge está contento”.
“En Barrio Azul es muy común ver cómo la historia se repite y para la gente está bien que así sea. Si una mujer tuvo un hijo a los 14 es válido para ella que su hija viva lo mismo. Hay mamás que dicen ‘ay, es que la niña ya se está quedando’”, comenta Shirley Navarro, gerente de la Oficina de Cartagena de Fundación Plan, una organización que promueve los derechos de la niñez y la igualdad de las niñas en todo el mundo.
En 2014 Plan y Unicef publicaron el informe Vivencias y relatos sobre el embarazo en adolescentes en el que participaron jóvenes de Barrio Azul. Una de las conclusiones del estudio es que en este barrio “la maternidad otorga otro estatus a la adolescente madre. Aunque no deja de ser niña, asume otros roles de mujer adulta, lo que de algún modo abre una nueva categoría, que no es ni solo niña/adolescente, ni sólo adulta, sino la suma de ambas”.
“Tal vez las personas de mayor pobreza se han resignado a que ese es su destino, por eso estos contextos son tan determinantes, pues no empoderan a las niñas. Desde que están pequeñas son sometidas a estereotipos de género que las confinan al ámbito de la casa y la reproducción”, afirma Martha Rubio de Unfpa Colombia.
Viviendo entre esterotipos
Muchas jóvenes en Barrio Azul se ven presionadas a convivir con hombres mayores por cuestiones económicas, para huir de la violencia de su propio hogar o como represalia de su familia por haber quedado embarazada.
La adolescente que se une y que además es mamá está en riesgo de quedar confinada a las labores del hogar, a desertar del sistema educativo y a depender económicamente de su pareja.
“El esposo o pareja de la niña se ve como una solución a la pobreza, porque puede aportar dinero a la familia o, incluso, con el hecho de que se la lleve a vivir con él ya aligera los gastos de los papás. Esta idea es muy nociva, refuerza los estereotipos de género y en muchos casos alimenta la violencia de género”, dice Marcela Henao, asesora técnica de género de Fundación Plan.
Además de los recursos económicos, dice Henao, las niñas prefieren vivir con sus parejas porque muchas veces son agredidas en su propia casa y al convertirse en esposas, creen, erróneamente, que obtienen más libertad y seguridad. También están los prejuicios y estereotipos de género en cuanto a la maternidad: hay familias que no aceptan que una niña haya quedado embarazada sin estar casada y las obligan a unirse con el padre de su hijo.
Ángela* vive a dos cuadras de la casa de Daniela. Son amigas. Ella creció en Barranquilla con su mamá y regresó a Barrio Azul a vivir con su abuela cuando tenía 8 años. Es una chica inteligente, alta y morena. Tiene 17 años y desde los 14 vive con César* , de 22.
—Tuve una infancia traumática porque mis papás peleaban. Se separaron cuando yo tenía ocho años y me dejaron aquí. Yo sufrí una depresión como callada, nadie sabía. Sentía que me hacía falta amor, me sentía sola —narra Ángela, quien añade que cuando era niña su madre viajó a Venezuela en busca de oportunidades económicas—. Yo digo que a causa del abandono de mi mamá es que conocí al papá de la niña. Me hacía falta esa compañía.
La relación entre el embarazo adolescente y la unión temprana es un poco más compleja de lo que muestran las estadísticas. “El embarazo es a la vez causa y consecuencia de las uniones, y a veces no es fácil determinar dónde termina uno y comienza el otro”, dice Marcela Henao de Fundación Plan.
A diferencia de Daniela, que empezó a vivir con Esteban después de haber tenido su primer hijo, Ángela ya vivía con César cuando se enteró que estaba embarazada de Natalia*, su hija de año y medio. Al igual que Daniela, para ella fue una sorpresa saber que sería mamá a los 15 años.
—Sabía que podía pasar pero no quería que pasara todavía. Él lo tomó bien. Mi abuela me dijo que yo tenía que tenerlo, que era mi responsabilidad. A mi mamá le dio duro porque ella quería que fuera una profesional.
Diversas organizaciones nacionales e internacionales han realizado durante las últimas dos décadas campañas agresivas en todo el país con eslogans como “Sin preservativo ni pio”, “#Yocuidomifuturo” o “Por mí, yo decido” para promover el uso de métodos anticonceptivos y prevenir el embarazo adolescente.
Sin embargo, el efecto de estas campañas deja mucho que desear. Luego de sufrir aumentos durante 20 años consecutivos, el porcentaje de adolescentes embarazadas experimentó un leve descenso en 2010, pasando 20.5% a 19.5%, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud. Ocho años después, la tasa no ha sido reducida en más de dos puntos: el 17.4 % de las adolescentes colombianas están actualemente embarazadas.
En comunidades como Barrio Azul, caracterizadas por una cultura machista que promueve el inicio temprano de las relaciones sexuales en los hombres como una confirmación de su masculinidad, los jóvenes “exigen la obediencia de sus mujeres y que les den hijos”, lo que “se convierte en un factor inhibidor del uso de métodos (anticonceptivos)”, dice el informe Vivencias y relatos sobre el embarazo en adolescentes de Unicef y Plan.
Después de quedar embarazada Jennifer* enfermó y tuvo que retirarse de la escuela nocturna. Ahora solo se dedica a limpiar, cocinar y cuidar a sus hermanos.
El extraño caso de la custodia de Gabriela
Muy lejos de Barrio Azul, en Bogotá, vive Gabriela*, una muchacha de 17 años que hace cuatro meses se mudó con su novio Andrés*, de 21. Ella no tiene hijos y tampoco está embarazada. Vive con él desde que su mamá se enteró de que ella tenía novio.
—Mi mamá es muy estricta. No me dejaba tener amigos y mucho menos novio. Sólo podía ir de la casa al colegio, del colegio a la casa y estudiar, nada más.
Gabriela mantuvo una relación a escondidas varios meses hasta cuando su mamá la descubrió y la obligó a escoger: o le terminaba a Andrés o se iba de la casa. Gabriela continuó con la relación.
Además de expulsarla del hogar le advirtieron que ya no se harían cargo de ella y que cualquier cosa que le sucediera sería responsabilidad de su novio. Su mamá los citó a Andrés y a ella en la Comisaría de Familia de la localidad de Fontibón para entregarle a él la custodia de su hija. Ante la ley Andrés es hoy el acudiente de Gabriela. Actualmente vive en la casa de la mamá de su novio.
Durante los últimos diez años, 76.577 niñas han sido madres antes de los 14.
—Al principio fue muy duro el cambio, pero ahora me siento más libre— dice—. Mi familia no tenía en cuenta mis opiniones, en cambio en la casa de mi novio sí importa lo que pienso. Me siento con una responsabilidad más grande de la que tenía en mi casa. Ahora me toca pensar en el colegio y, como esposa, tengo que aportar algo a la casa.
Ignoradas y desprotegidas
Las organizaciones que promueven los derechos de la niñez aseguran categóricamente que la unión temprana es una práctica que debe desaparecer por completo. Para eso, hay que comenzar por medir y entender qué está ocurriendo, pero en Colombia es poco lo que se ha hecho para lograr ese objetivo.
En 2015, el Comité de la Convención de los Derechos del Niño manifestó su preocupación por que en Colombia todavía exista una excepción a la edad mínima para casarse que permite a jóvenes de 14 años contraer matrimonio con el consentimiento de sus padres. Como respuesta a este reclamo, un proyecto de ley en el Congreso busca actualmente derogar el artículo 117 del Código Civil que posibilita el matrimonio de una persona menor de 18 años. El articulado también crearía una política pública que sensibilice y divulgue las consecuencias del matrimonio y las uniones maritales de hecho con menores de edad.
—Este tema no está en la agenda nacional pero deberíamos empezar a hablar de él—, dice Luz Mila Cardona, defensora delegada para la Infancia, la Juventud y el Adulto Mayor de la Defensoría del Pueblo. Cardona señala que es prácticamente imposible saber cuántas niñas están unidas o casadas porque es un fenómeno que ocurre en la informalidad y en contextos donde la unión temprana y el embarazo adolescente son normales.
Entre tanto, en la oficina de Restitución de Derechos del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, aseguran que no existe nada de información al respecto.
La más preocupante dimensión de este problema está relacionada con las más pequeñas y vulnerables, pues de cara a la ley, las niñas menores de 14 años que viven en unión temprana son, además, víctimas de acceso carnal, pues el artículo 208 del Código Penal prohibe las relaciones sexuales con esta población.
La Fiscalía no sabe a ciencia cierta cuántas niñas colombianas se encuentran en esta situación, pero cuenta con un dato alarmante: durante los últimos diez años, 76.577 de ellas han sido madres antes de los 14. Aunque existen casos en que estos embarazos ocurren entre pares, la gran mayoría de estos embarazos son considerados frutos de violación. “Seguramente, muchas de estas adolescentes contrajeron en algún momento una unión en edad temprana con quienes pudieren ser interpretados como eventuales responsables de la agresión”, asegura dice Mario Gómez, fiscal delegado para la Infancia y la Adolescencia.
El año pasado, Unicef, Unfpa y Onu Mujeres lanzaron el programa regional para erradicar el matrimonio infantil y las uniones tempranas, que iniciará su primera fase de implementación en 2018 en Colombia, El Salvador, Guatemala, México y República Dominicana. El objetivo es prevenir y erradicar el matrimonio infantil y las uniones tempranas mediante la ampliación de opciones para las niñas y la promoción de la igualdad de género con medidas de educación, protección e inclusión social y acceso a servicios públicos.
Hasta el momento, ninguna organización ha establecido un plan que logre medir la magnitud de este fenómeno.
¿Qué quieres ser cuando grande?
Ángela* tuvo a su hija Natalia* a los 15 años. Ella ama a su bebé pero dice que no debió haber quedado embarazada tan joven. No quiere que Natalia cometa los mismos errores que ella.
Antes de irnos de Barrio Azul les pedimos a las niñas que escribieran en una hoja cuáles eran sus sueños y qué querían ser cuando fueran grandes. Les dimos marcadores de colores y escarcha para que decoraran como quisieran su hoja y de paso para que volvieran a ser niñas por un instante. Daniela hizo este ejercicio como una más de sus tareas del colegio, como una obligación. Tomó la hoja y se sentó en el comedor a escribir. Los colores y la escarcha no la animaron.
–Yo quiero ser abogada, salir adelante. No quiero vivir en Barrio Azul, quiero vivir en Estados Unidos, conocer otras partes.
Eran las tres de la tarde. Daniela tenía que hacer tareas porque en tres horas se iba a estudiar y ese era el único momento del día que tenía para ella. Oscar estaba dormido y Esteban estaba en la calle hablando con los vecinos.
Una hora después llegó Ángela. Daniela sacó una mesa de plástico a la calle para que ella se sentara y decorara su hoja. El ejercicio la entusiasmó y la puso a hablar sin parar.
–Me imagino teniendo una casa grande, mi carro, mis negocios, cambiar de entorno, viajar a otras partes.
Varios niños jugaban a nuestro alrededor. Sus gritos se mezclában con el canto del gallo de un vecino, parecía una fiesta. Una niña empezó llorar y le dijo a Ángela que Natalia, su hija, le acababa de morder el brazo. Ángela dejó de ponerle escarcha a su hoja y se fue a atender la situación.
*Los nombres propios y el barrio en el que viven las niñas han sido cambiados para proteger la integridad de las niñas.
**Este artículo fue reportado y editado por MTNT para Ser Niña en América Latina, un esfuerzo regional en seis países para exponer y denunciar la desigualdad y la violencia de género en la infancia de América Latina».