En 1964 Bosley Crowther, crítico de cine para el New York Times, dijo que la película Dr. Strangelove de Stanley Kubrick había sido una de las “bromas enfermizas más abrumadoras” que había presenciado. La película de humor negro retrata a modo de sátira la constante amenaza nuclear que caracterizó la Guerra Fría. Desafortunadamente, especular sobre un maniático a cargo de armas nucleares parece ser tan vigente y enfermo ahora como lo era entonces.
La película ya cumplió más de 50 años y hablar de ella no es en vano. Hoy por hoy, ya es un chiste de mal gusto que sigamos cargando con miedos de hace más de cinco décadas. Parece inconcebible. Sin embargo, desde comienzos de este año ha empezado a resonar la posibilidad de un enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y Corea del Norte (cuento viejo, pero nuevo) en todos los medios de comunicación. A pesar de creer firmemente que el escenario de confrontación nuclear es altamente improbable e inexistente, los actos de provocación y “cruce de fuego” entre Donald Trump y Kim Jong-un nos recuerda que seguimos viviendo en un mundo donde la guerra nuclear es posible.
En la producción de Stanley Kubrick, el personaje Jack D. Ripper, un general de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos le ordena a sus bombarderos realizar un ataque nuclear a la Unión Soviética. Pero la orden podría activar automáticamente una “máquina del fin del mundo” construida por los soviéticos para asegurar la retaliación a cualquier ataque estadounidense y garantizar la destrucción de toda vida sobre la faz de la tierra.
En su momento, Dr. Strangelove se inspiraba en un mundo bipolar y del miedo constante al enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. A pesar de estar en la pos-guerra fría, algunos temores permanecen en relación a la amenaza nuclear, sólo que ahora el rival es el país norcoreano.
La película es un tributo al arte de la disuasión como estrategia de guerra nuclear. La disuasión se conoce como la amenaza o la intimidación de un actor para detener y/o evitar las acciones de otro por temor a las consecuencias. Para Dr. Strangelove, “la disuasión es el arte de producir en la mente del enemigo, el temor de atacar”.
Dr. Strangelove se burla de los exagerados esfuerzos que son necesarios para que una estrategia de disuasión nuclear funcione. Lo importante es que la amenaza sea creíble, de lo contrario el objetivo no se cumple. La “máquina del fin del mundo” es la materialización de eso. Piénsenlo como el último escalón para lograr un poder disuasivo inquebrantable. Lo que la hacía especial era que su activación no requería de ninguna manipulación humana, no podía ser desactivada y por eso la retaliación era inevitable y de paso, muy convincente. Pero no sólo eso, la “máquina del fin del mundo” pierde sus poderes disuasivos si permanece un secreto y si no se da a conocer al mundo entero.
Pienso que el intercambio de palabras (y algunos tweets de parte de Trump) y el tono amenazante entre el presidente de Estados Unidos y el líder de Corea del Norte, entre otras explicaciones, puede verse como una política disuasiva bilateral con miras a asegurar su propia supervivencia y la de sus aliados.
Desde el inicio del año y con la entrada de Trump a la Casa Blanca, Corea del Norte ha organizado varias provocaciones para tantear y poner a prueba la nueva administración. En año nuevo, Kim Jong-un anunció que se encontraban en las últimas etapas de preparación para realizar pruebas de un nuevo misil balístico intercontinental, una novedad para el caso norcoreano. En enero de 2017, un día antes de la inauguración de Trump, a través de varios oficiales de inteligencia se reveló que desde Pyongyang se estarían preparando para efectuar las pruebas de dos de los nuevos misiles anunciados en año nuevo. Comenzando febrero, el Secretario de Defensa James Mattis declaró durante un viaje a Corea del Sur que el establecimiento de un sistema defensivo en el país sería necesario, pues Corea del Norte era difícil de anticipar y estaba actuando de manera provocativa.
En marzo la dinámica continuó. Corea del Norte lanzó cuatro misiles al Mar del Este, a 200 millas de la costa de Japón. A esto, Estados Unidos respondió con el establecimiento del THAAD en Corea del Sur, el sistema defensivo capaz de derribar misiles balísticos. Esto incluso alertó a China, que se opuso al sistema defensivo y advirtió que tanto Corea del Norte como Estados Unidos se estaban involucrando en una colisión que sólo resultaría en una carrera armamentista en la región.
Pero nada de esto ha importado durante este año. Corea del Norte insiste en llevar a cabo más y más pruebas de misiles. Estados Unidos insiste en mostrar una postura de “mano dura” a la hora de resolver posibles amenazas militares en territorio extranjero. Por eso tomó la decisión de lanzar 59 misiles Tomahawk a la base aérea del Shayrat en Siria, y así crear una reputación basada en la determinación e intimidación. Además, Corea del Norte, en su desfile militar de abril, expuso modelos de sus nuevos misiles en un intento de demostrar sus aumentadas capacidades militares. Poco después, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, le advirtió al país asiático no poner a prueba la determinación estadounidense y la de su fuerza militar.
A la Casa Blanca también se le descubrió creando su propia retórica disuasiva al alardear sobre el despacho del portaaviones USS Carl Vinson hacia la península de Corea como un “acto de fuerza”. Prontamente se descubrió que el buque realmente se dirigía hacia el Océano Índico, lo que dejó muy mal parada a la Casa Blanca en términos de credibilidad. Desde entonces, el comportamiento provocativo ha aumentado.
Es justo aclarar que las retaliaciones no se han compuesto exclusivamente por amenazas militares y muestras de fuerza. Trump ha intentado presionar al gobierno chino para realizar mayores esfuerzos por contener el programa nuclear norcoreano y se han pasado varias resoluciones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenando el comportamiento agresivo de Corea del Norte. Se han impuesto duras sanciones económicas a causa de sus repetidas pruebas de misiles y su insistencia en desarrollar armas nucleares. Desafortunadamente, las estrategias no han sido efectivas en reducir las tensiones en la península coreana.
Para nosotros los latinoamericanos, la amenaza nuclear puede parecer lejana y extraña. Pero esto no implica que podamos olvidar las consecuencias que puede provocar una carrera nuclear que nos lleve a un escenario de destrucción devastadora
Autores como Paul Huth plantean que la alianza entre los Estados Unidos y Corea del Sur se enfrasca en una política disuasiva a largo plazo, para evitar escenarios de crisis, y extendida, en tanto busca prevenir una invasión o un ataque (a largo plazo), no en su propio territorio, sino en el territorio de un país aliado.
Pero el desarrollo de misiles balísticos intercontinentales generó una preocupación y amenaza urgente, que desató la necesidad de promover una política a corto plazo e inmediata en la región. Desafortunadamente, el mal cálculo político ha permitido un alto escalamiento en las provocaciones entre ambos países. Como lo retrata Dr. Strangelove y como lo comprobó la Guerra Fría, los avances en el desarrollo y la acumulación de armamento nuclear reduce la propia capacidad disuasiva. “La máquina del fin del mundo” hacía referencia al estado de destrucción mutua asegurada de la Guerra Fría, lo que describe un escenario donde las consecuencias del uso de las armas nucleares serían tan devastadoras que perdería el sentido utilizarlas, les resultan completamente “inútiles”. Algunos teóricos incluso defienden este escenario como el más pacífico posible.
Precisamente, por temor a la retaliación que significa el conflicto nuclear, los países que tienen control sobre armamento tienen sus manos atadas. La única manera de escapar este dilema es eliminando el factor humano en la activación de armas nucleares (como ocurre con “la máquina del fin del mundo”) o sospechar de aquellos a cargo de ellas. Justamente, el mayor temor que transmiten los choques entre Trump y Jong-un es la propia “máquina del fin del mundo” que han creado a punta de demostrarse como líderes volátiles, impredecibles e incluso irracionales que no cuentan con suficiente sensatez ante el escalamiento de tensiones.
Para nosotros los latinoamericanos, la amenaza nuclear puede parecer lejana y extraña. Desde 1969 entró en vigencia el Tratado Tlatelolco, que estableció la región como una zona libre de armas nucleares. Latinoamérica está compuesta por regímenes “democráticos” que no parecen poner en riesgo la seguridad de la región. No tenemos que vivir en la incertidumbre ni en el constante “ir y venir” que caracterizan las estrategias disuasivas. Pero esto no implica que podamos olvidar las consecuencias que puede provocar una carrera nuclear que nos lleve a un escenario de destrucción devastadora. No podemos permitir que escenarios de crisis como estos generen inseguridad en las convenciones y compromisos que ya hemos pactado en la región.
Precisamente, la incertidumbre de la ciudadanía en aquellos que están a cargo de armamento nuclear ha logrado desplazar las fronteras de la política disuasiva a un punto preocupante. Esta irracionalidad e incompetencia se retrata en la película de Kubrick a través del personaje Jack D. Ripper, quien se empeña en desconocer las consecuencias de sus propias acciones al ordenar el ataque en territorio soviético. En principio considero que este personaje es una exageración que personificaba el siempre presente “error humano” de una política nuclear que se basa en causar temor en el enemigo. Sin embargo, el rebelde y absurdo Jack D. Ripper parece un personaje mucho más familiar hoy que hace 50 años; el hecho de que esto genere así sea una mínima pizca de duda en un escenario de enfrentamiento altamente improbable, crea para todos nosotros una realidad escalofriante.
*Daniel Poveda, Profesor de la Universidad CESA. Politólogo con maestría en Ciencia Política y Maestría en Relaciones Internacionales.