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El papa que los visita

La mayoría del mundo supo de la existencia del papa Francisco en el 2011. No lo argentinos. Para ellos existió antes Jorge Mario Bergoglio, un cardenal de opiniones polémicas que parecen haberse desdibujado cuando asumió su nuevo cargo. Ana Müller, periodista argentina, nos cuenta quién es el papa que nos visita.

por

Ana Muller


05.09.2017

Ilustración: María Elvira Espinosa Marinovich

Era una tarde en un pequeño pueblo del norte argentino. El televisor estaba prendido de fondo mientras los técnicos del cable e internet reparaban las instalaciones después que una tormenta tiró un árbol y arrancó muchos de los cables de la casa. No estábamos viendo tele, nadie de los que estábamos allí, hasta que la noticia irrumpió en las tareas. “Habemus papam” y es argentino.

Recuerdo con claridad que no pude pensar, pero sí decir a los cuatro vientos lo que se me ocurrió inmediatamente:

¡Cagamos! ¡Ahora si la despenalización del aborto en nuestro país nunca más! Nos jodieron de nuevo.

Los técnicos me miraron y no emitieron opinión, no estaban ni contentos ni sorprendidos, ni del papa, ni de mi desplante al televisor. Mucho menos de mi preocupación, que al día de hoy sigue siendo causa de la muerte de muchas mujeres por abortos clandestinos.

Escribir sobre el papa me parece desafiante. Mi mirada es profundamente subjetiva, desde los márgenes: soy agnóstica desde hace unos 9 años. Renuncié oficialmente a formar parte de la iglesia católica argentina por medio de una iniciativa que me llegó por las redes, la apostasía colectiva. No tanto por dudas sobre mi posicionamiento, sino porque no quería que el estado argentino siguiera depositando fondos en mi nombre a la iglesia, esa iglesia que concentra mucho dinero y oro en todo el mundo.

Durante diferentes etapas de mi vida dudé cuán lejos o cerca podía/quería estar de dios, y de todos los que hablen en su nombre. Y fue la escuela pública y “laica” la que me ayudó a definir de qué lado estar. A finales de agosto de 2017, Salta, la provincia donde vivo en Argentina, y donde mi hija actualmente asiste a la escuela pública —y no laica—, fue llamada a la Corte Suprema de la Nación (máximo Tribunal de la Justicia) para obtener el rechazo o la legitimidad definitiva ante la denuncia de madres para que no se puede dar en la currícula obligatoria de la escuela primaria la materia Religión, bajo la premisa que ello genera un acto discriminatorio y violento ante todos y todas las niñas que tienen otras creencias, otras religiones, otras dudas, o ninguna de ellas y simplemente no quieren practicar ni que practiquen con ellos el catolicismo en las aulas.

En esas horas de catequesis en la escuela Eva Perón, con 8 años, supe que la impunidad y la prepotencia de querer evangelizar me ubicaba lo más lejos de allí. Mucho tiempo después apareció toda esa fe y esa energía que la gente le brinda a las religiones en una pequeña certeza: el feminismo. Otro margen desde el cual también veo al papa Francisco.

 

Después de un fuerte y público rechazo a la ley de matrimonio igualitario en 2010, Francisco pocos años más tarde declaró que la Iglesia debía disculparse con los homosexuales

 

Al tomar la invitación como un compromiso, empecé a preguntar a otra gente sus miradas y opiniones de quien hoy es la razón de estas líneas. No obtuve mayores respuestas, todos tienen algo que decir pero al final nadie me dijo nada. Y ahí me di cuenta de que en realidad podía escribir y pensar desde mi propia experiencia. No debe haber frase cliché y más real que lo personal es político. Entonces resolví hacerlo desde allí. Estamos en un mundo (el de los mortales) donde hay que argumentarlo todo, ser coherentes, tener citas y autores a quien citar, tenemos que pensar en generalidades porque lo singular es inabordable, y así y todo, todos conocemos el mundo, tenemos fe y horizontes; penas y angustias desde lo más profundo de nuestras individualidades. Hay que darle entonces la oportunidad también de salir a la cancha y disputar el partido desde allí, desde lo políticamente personal.

Francisco es un personaje muy interesante. Más como papa que como argentino. En la coyuntura mundial ha dado algunos giros que han despertado la admiración de muchos, la indignación de algunos, y el respecto de otros tantos. No soy lo suficientemente necia o testaruda para negar eso. Es más: lo celebro. Prefiero que la sorpresa venga desde romper prejuicios y abrir discusiones a seguir sosteniendo argumentos que cargan muchos muertos desde la inquisición hasta hoy. En nombre de dios y de la fe se cargan muchas más cruces que la que Cristo llevó a su propio castigo y por la que la todos, como seres humanos, somos “culpables”.

070 RECOMIENDA...

Leer esta nota de la periodista mexicana Alma Guillermoprieto sobre el papa Francisco.

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Para los argentinos no es lo mismo que el papa sea nacido aquí. Francisco, acá, fue primero el cardenal Bergoglio, una personificación que a muchos de nosotros nos cuesta soltar, si es que eso se puede hacer. Un actor polémico y muy posicionado frente a los gobiernos de kirchneristas; con roles complejos en la dictadura más sangrienta de nuestro país, la del 76.  Y con discursos cercanos a los sectores más conservadores en el Conflicto del Campo, desatado en 2008 por una Resolución del gobierno que aumentó los impuestos a las exportaciones de granos y generó la reacción de los sectores rurales con manifestaciones, bloqueos viales y desabastecimiento en los principales centros urbanos. Este conflicto se convirtió en un momento bisagra en las grietas y las disputas políticas que al día de hoy se siguen acarreando en nuestra cotidianidad.

Bergoglio estaba en la vereda de enfrente de los tiempos de auge y unidad Latinoamericana que generó en nuestro continente no sólo alianzas políticas sino fundamentalmente el acceso a derechos de millones de personas que siempre habían estado en el lugar más incómodo de las desigualdades. La paradoja es que Francisco se ubicó en otro espacio de lo simbólico: él es el papa latinoamericano. En su visita en 2015 a varios países del continente habló fundamentalmente de la hospitalidad. Ese fue el eje de su homilía donde invitó a pasar de la lógica de «la división», «la superioridad», «el dominio», «de aplastar» y «de manipular» a la lógica de la hospitalidad y de la fraternidad. La visita en ese caso fue a Ecuador, Bolivia y Paraguay. Nada imprevisto o al azar el recorrido ni la invitación que le hizo a Cristina al cierre de la gira en Asunción, teniendo en cuenta que ese año se disputaban en Argentina las elecciones y el cambio de mandato. En la misa de cierre en Paraguay, sus mensajes fueron en contra la desigualdad, esa misma desigualdad que actualmente se profundiza cada día en el nuevo escenario político y económico de nuestro continente.

No creo que sea casual tampoco su mirada y opiniones públicas actuales frente a las problemáticas que se desencadenan en los procesos de distintos gobiernos nuevamente neoliberales y su decisión (u omisión)  de no dar el apoyo formal o institucional con una visita programada en el marco del gobierno de Mauricio Macri, al menos por ahora.

Ha superado las expectativas de muchos, pero a los más conservadores les genera una incomodidad interesante. A muchas señoras -madres de amigas y amigos- se las escucha renegar y preguntar a viva voz:

–No sé qué le hicieron al papa… él no era así… se está volviendo loco, dice cualquier cosa, ahora defiende a los gays, va a Cuba…

Jorge Bergoglio fue cardenal y en 2011 fue elegido papa de la Iglesia Católica bajo el nombre de Francisco. En ese momento dejó el Episcopado argentino tras seis años de una relación compleja con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, sobre todo en algunos puntos sensibles: miradas sobre la pobreza; la pelea con el conflicto del campo por las retenciones a la exportación de soja y la aprobación del matrimonio igualitario.

Sin embargo, la relación con Cristina se mostró fluida, cómoda y hasta cariñosa en los encuentros que tuvieron cuando ella aún era mandataria y él ya era Francisco.

De cardenal a papa también cambió su visión sobre la comunidad LGBTI. Después de un fuerte y público rechazo a la ley de matrimonio igualitario en 2010, Francisco pocos años más tarde declaró que la Iglesia debía disculparse con los homosexuales: “Y no sólo debe pedir disculpas a una persona homosexual que ofendió, sino que hay que pedir perdón a los pobres, a las mujeres que han sido explotadas, a los niños obligados a trabajar, pedir perdón por haber bendecido tantas armas y por no haber acompañado a las familias que se enfrentaron a divorcios o experimentan otros problemas”. Con este tipo de posicionamientos Francisco pasó a ser reconocido por la comunidad gay como el papa más abierto de los últimos años. Sin embargo, para muchos de los que conocimos a Bergoglio es difícil dejar de lado la convicción con la que el cardenal se opuso al matrimonio igualitario.

 

Se puede intuir que al interior de la iglesia no es lo que esperaban. El cambio de Benedicto XVI a Francisco tenía la intención de calmar las aguas. Jorge Bergoglio era ideal por ser doctrinalmente conservador, pero receptivo a las nuevas ideas. La intención tras una profunda crisis institucional era sencilla: garantizar un período de paz de los escándalos de la Iglesia, un periodo sin grandes movimientos y divisiones. Pero Francisco nació con una caracterización sencilla y espontánea, cercano a la gente común, lo que para diferentes sectores fue tomado como una acusación constante a las vanidades; obscenidades; a la violencia institucional y la arrogancia del clero frente a las desigualdades, a las diversidades y las problemáticas del mundo contemporáneo.

Como la comunidad LGBTI, los jóvenes también han sido un actor clave de su discurso. «Sigan haciendo lío, pero también ayuden a ordenar el lío que hacen» les dijo, primero en Brasil y un tiempo después en Paraguay. Alentándolos a desafiar y destrabando tantos prejuicios en las sociedades más conservadoras o periodos más represivos se ha instalado con fuerza sobre la juventud. Los jóvenes son naturalmente representantes de transformación, activos y desafiantes, por ello son también el miedo de muchos sectores dominantes en cada época. Hagan lío es correr algunos límites, pero haciéndose cargo de ayudar luego en los procesos que eso desencadene. Es comprometerse “con el lío” incluso. Encontrar puentes entre las generaciones me parece una estrategia oportuna para quien desee darle continuidad a sus convicciones y que ellas trasciendan los diferentes momentos de la historia. Preservar y conservar no garantiza la continuidad, pero si el estancamiento. Ojalá de eso hayan tomado nota los dirigentes de esta corriente religiosa y política. El problema no es en qué creen las personas, sino el uso de la fe como argumento y motor habilitante de atrocidades y abusos, de lo cual sobran ejemplos en la larga historia de la iglesia católica.

Una de las conquistas más innovadoras y polémicas de la Argentina –a favor de la comunidad LGBTI– ocurrió en el 2012. La Ley 26.743 le dio el derecho a los argentinos de decidir cuál es su identidad, de desarrollar su personalidad y ser tratados conforme a su identidad, y de cambiar su nombre, su imagen y su sexo en su documento nacional de identidad. A Bergoglio no le hizo falta esperar esta ley. Al cardenal Bergoglio, la Iglesia Católica le dió la posibilidad de nombrarse Francisco un año antes. Le dio la posibilidad de decidir quién quería ser y refundarse. Le dio la posibilidad de dejar atrás al cardenal: sus opiniones sobre el matrimonio igualitario, sus visiones conservadoras del mundo. Bergoglio no es ya Bergoglio, sino Francisco: un papa que es noticia por ser lo que no era. Un papa, dicen, liberal, reformador, cercano.   

Es lúdico e interesante pensar el “renacimiento” de quien obtiene la posibilidad de elegir un nuevo nombre, un nuevo rol, un nuevo estado, un nuevo sujeto político en todos los contextos y en sus propias internas del clero. Esa oportunidad ha sido tomada con mucha sabiduría en el caso de Francisco. Por eso de este lado del mundo seguimos esperando que él también salga a preguntar dónde está Santiago Maldonado el joven desaparecido el 1 de agosto en el sur de la Argentina en manos de las fuerzas de seguridad nacional, en el marco de un legítimo reclamo por tierras de las comunidades mapuches. Un mes más tarde el desentendimiento de los responsables del gobierno es escandaloso y se vuelve profundamente angustiante contar con la primera desaparición forzada del gobierno macrista, y que la única respuesta que dan ante el reclamo y la movilización es la represión y el hostigamiento a la sociedad civil organizada o espontáneamente activa por el pedido de la Aparición con vida del joven.

Luego de tantas acusaciones a Bergoglio sobre sus actuaciones y sus silencios en la última dictadura militar, que dejó 30 mil detenidos desaparecidos y más de 500 niños apropiados y privados de su historia y su identidad,  se hace imprescindible y urgente que Francisco haga declaraciones y como jefe de un estado le reclame al nuestro la seguridad y la garantía de cumplir con los derechos humanos de todas las personas. Por que cuando gritamos “Nunca más”, es también nunca más una iglesia cómplice o indiferente a las atrocidades del poder sobre las personas, y sobre las injusticias que son moneda corriente en todos los continentes.

*Ana Muller es comunicadora social, integrante de la Cooperativa de comunicación Coyuyo y docente de la Universidad Nacional de Salta.

 

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