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‘Locas, maricas y guayabas’: discriminación LGBTI en Medellín

Jacobo y Alexis quieren vivir en paz. Quieren vivir juntos, en su casa, en Belén, al oriente de Medellín. Pero sus vecinos no los quieren en el barrio y ya les dieron un ultimatum.


Fotos: Estefanía Avella Bermúdez

El parque de en frente de la casa de Alexis y de su compañero Jacobo Pasos estaba oscuro. Frente a su casa no hay alumbrado público. Una pelea entre el pitbull de Alexis y el perro de una vecina desencadenó gritos, insultos y disparos al aire. Fue la excusa para hablar de “las locas, maricas y guayabas” del barrio, como les dicen sus vecinos.

“Nos dijeron que teníamos dos días para irnos. Eso es desalojamiento, eso es discriminación”. Así habla Alexis Pacuaza de lo que pasó en su casa mientras acaricia un gato de dos meses que tiene cargado como a un bebé en sus brazos. El gato que lo intenta morder para llamar su atención. Alexis, mientras tanto, cuenta lo que pasó el lunes festivo, 19 de junio, a 10:30 de la noche en el barrio Belén las Violetas, en el oriente de Medellín.

Esa noche 10 jóvenes rompieron la puerta de la casa de Alexis y Jacobo, dejaron la marca de ladrillos en sus paredes y les pusieron un ultimátum para desalojar el barrio. Ellos no han hecho caso, se rehúsan a irse de su casa porque otros lo exigen, pero las amenazas continúan y las demandas y denuncias no han tenido efecto alguno.

“Nos dijeron que sacáramos los fierros para que nos enfrentamos, nos dijeron que éramos unas maricas y pues bueno… los demás insultos que le hacen a la población gay”, dice Alexis sin ganas de entrar en detalles, como queriendo decir que es lo de siempre, lo común, a lo que él, Jacobo y la población LGBTI se han acostumbrado.

Alexis

Alexis y Jacobo trabajan en lo mismo:  “Somos modelos de páginas internacionales”, dice entre dientes riéndose y Jacobo complementa diciendo que son páginas de acompañamiento visual. “Como porno”, señala y después de un silencio agrega que no son sólo de porno, que también son para charlar. “Me gustaría que se cambiara la forma en que se ve nuestro trabajo, porque hay personas que nos buscan para cosas diferentes, para conversar, para que les hagamos compañía porque se sienten solos”, dice.

Reportaron las agresiones ese mismo día a la Policía y al día siguiente la administración de la unidad residencial accedió a hacer una conciliación entre los vecinos para resolver el inconveniente. No hubo acuerdos: para los vecinos la culpa es de Alexis y Jacobo y no ha habido ninguna intención de la comunidad de reparar los daños, de arreglar la puerta, por ejemplo, que ellos remendaron con plásticos amarillos.

De acuerdo con el informe del Observatorio Ciudadano LGBT de Medellín, entre enero y abril de 2017 se registraron 13 casos de violación a los derechos de esta población en la ciudad. Esto incluye asesinatos, agresiones físicas y verbales y otras formas violentas de exclusión. Para Pablo Bedoya, fundador del Observatorio, se trata de una cifra poco confiable. “Si bien Medellín es una ciudad central del país, con un músculo económico importante y con movilización social, no hay un seguimiento sistemático de las vulneraciones que ocurren contra la población LGBTI”, asegura. No hay registro, no hay datos, no hay denuncias.

Jacobo y Alexis se conocieron bailando en Cali, su tierra natal. Llegaron a Medellín por trabajo: Alexis llegó hace tres años y Jacobo hace uno. Desde entonces viven juntos. Ambos llevan un anillo en la mano derecha. Jacobo tiene el pelo negro y corto. Alexis tiene un gorro rosado, que en la parte de enfrente dice PINK y bajo el cual se ven mechones de pelo largo tinturados de amarillo. Los dos están vestidos con una chaqueta de sudadera y chanclas, pero Alexis tiene un pantalón blanco y Jacobo una pantaloneta negra. Es domingo en la tarde y su pinta es informal.

Cuando arrendaron el segundo piso de la casa en la que viven, creyeron que se trataba de un barrio tranquilo. De hecho, dice Alexis, “nunca habíamos tenido problemas con nadie, más allá de escuchar el bullying”.  

La casa, que en la misma sala tiene la cama, es el lugar de trabajo de ambos. Por eso casi no salen y si lo hacen, siempre es en taxi. “En la conciliación dijeron que nosotros siempre estamos dando espectáculo. No es cierto porque casi no salimos de acá. Pero y qué, si lo hiciéramos igual en la calle no es prohibido abrazar a un hombre, así como una mujer puede abrazar a otra. Normal”, dice Jacobo.

Jacobo

Para ‘La Toya’, mujer trans y activista en Medellín, “la población LGBTI siempre se encuentra con la violencia en el momento en que decide afrontar una realidad diferente a la heteronormativa, que es la común, más aún en la sociedad paisa del macho bravero, del más brusco, del más fuerte”. De acuerdo con Pablo Bedoya, las parejas son más agredidas porque son más visibles, porque viven juntos y hay expresiones de afecto que no son aceptadas por la sociedad.

Alexis y Jacobo dicen que se han dedicado a ignorar los insultos que siempre han estado presentes desde que viven en el barrio. Cuentan que una chica trans se fue de esa unidad residencial hace tres meses porque estaba cansada de lo que le decían, tenía miedo de lo que le pudiera pasar. “Desde que llegamos nos han tenido rabia. Son personas que no hacen nada. En cambio yo trabajo hace mucho tiempo, yo soy independiente desde que era menor de edad. Esos pelaos que nos agreden la pasan en una esquina tirando vicio, dañándose, drogándose”, dice Alexis.

Para él su independencia laboral importa. La recalca cada vez que puede. De su trabajo viven y viven bien, aseguran ambos. Es un trabajo bien pago, como tiene varios años de experiencia, en una quincena pueden ganar hasta cinco mil dólares. No es algo fijo, pero Jacobo explica que si se es un modelo que cautiva y que tiene un show eso se ve reflejado en las ganancias. Además, se trata de un trabajo que no tiene horarios, pero sobre todo que es seguro: “Uno no está expuesto a lo que pasa en las calles. Es visual, sólo por medio de una cámara y ahí no hay enfermedades, golpes ni discriminación de personas desconocidas”, señala Alexis.

La población LGBTI ha tenido que crear piel de serpiente para que todo nos resbale y por nuestros propios medios proteger nuestras vidas

Y que lo agredan no sólo es el mayor temor de él, lo comparte también con su mamá, quien vive en Cali y que fue a visitarlo a penas supo lo que les había sucedido. Ella dice que él no está solo, que él tiene mamá. “Yo no me voy a dejar de nadie. Yo puedo sacar la cara por mi hijo porque me costó dolor. Sólo las madres sabemos qué es parir un hijo y por eso no me gusta que se metan con él”, agrega.

Alexis y Jacobo están a la espera de una respuesta por la denuncia y la demanda que pusieron contra los jóvenes que los continúan agrediendo. No es una pelea fácil, los agresores son menores de edad y su ley está mediada por el Código de Infancia y Adolescencia. Si bien sí se puede contemplar juzgarlos por hechos como discriminación, desplazamiento y amenaza de muerte, el procedimiento y las medidas son distintas. Se trata de medidas preventivas, de capacitaciones sociales y seguimiento a los padres.

Mientras tanto, Alexis y Jacobo buscan otro lugar para vivir porque como dice Alexis es muy difícil soportar un ambiente con personas así. Para “La Toya”, activista trans, “acá hay una agresión y revictimización desde la ley que no actúa con eficacia. La población LGBTI ha tenido que crear piel de serpiente para que todo nos resbale y por nuestros propios medios proteger nuestras vidas”.

Si bien la Policía ha dado acompañamiento y seguimiento al caso, dice que no puede hacer nada más allá que seguir patrullando el sector. Por su parte, la Personería dice que pueden guiar el proceso para los jóvenes, pero no tienen la competencia para investigar ni sancionar civiles, por lo que todo recae en las manos de una sola entidad: la Fiscalía. Y ahí es donde más desconfianza hay porque como señala Laura Cuervo, encargada de los asuntos LGBT de la Personería de Medellín, el aparato estatal es lento. “Este caso ocurrió hace un mes y aquí no ha pasado nada”, asegura.

*Esta nota es producto de la Beca que Cosecha Roja y el programa “Independent Journalism” de Open Society Foundation otorgaron a periodistas de América Latina para su formación en temas sobre juventud, desigualdad y pobreza, violencia contra las mujeres, crímenes de odio y ataques contra la comunidad LGBTI.

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