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El arte como último respiro

En el barrio Galerías de Bogotá, más de 120 artistas pintaron, decoraron y moldearon las paredes, los techos y los pisos de una casa que dentro de pocos meses desaparecerá. El Colectivo Lavamoatumba creó una galería de arte pasajera que estará abierta al público durante las próximas tres semanas.


Fotos: Gabriel Corredor Aristizabal

Hace algunos años era un restaurante chino, hace pocos meses era un espacio abandonado, hoy es una muestra de arte y dentro de algunos días será un edificio más de los que han remplazado las haciendas y grandes casas que en algún momento tuvo Bogotá. “Queremos darle el último respiro”, dice Chucho, un artista plástico que hace alguno años tuvo la idea de aprovechar los espacios abandonados y que están próximos a desaparecer.

Esta es la segunda versión. El colectivo Lavamoatumba se inauguró en marzo de 2015 con una casa en Rosales – uno de los barrios de clase alta de la ciudad – que 75 artistas intervinieron, a su mejor parecer, antes de que una constructora la demoliera. En esta ocasión, es en un barrio de clase media del occidente de la capital y son más de 120 grafiteros, escultores, pintores y demás artistas locales e internacionales los que han decidido plasmar en este espacio sus obras de manera pasajera.

Así luce la fachada de la casa en el barrio Galerías de Bogotá.

En la esquina de la calle 53 con carrera 27, en el Barrio Galerías, está esta casa que a lo largo de toda su fachada lleva un gran grafiti; un abrebocas del arte que se acumula en su interior. Durante mayo y junio la casa no sólo fue el taller de trabajo para quienes la intervinieron, fue también su lugar de descanso, de sueño, de comida y de vida; especialmente para Chucho y “Nice Naranjas” – un diseñador industrial – quienes han estado a cargo de la idea y su ejecución.

Son dos pisos amplios con espacios tan grandes y recónditos que, cuando no se han recorrido, es difícil volver a hallar la salida. Dos escaleras, corredores, puertas, arcos, una pequeña terraza, varios baños, cuartos grandes y medianos, oscuros y algunos otros más iluminados. Sólo unas pocas esquinas quedaron sin ser intervenidas. Los techos, las paredes, los escalones, los inodoros, las baldosas, las ventanas y todo lo demás que se extiende por esa casa, tienen al menos un pequeño rastro de arte que se combina con los huellas que dejaron quienes han pasado por el lugar.

Cada artista se apropió de un espacio y plasmó en él su obra.

Los vestigios del Chop Suey, el restaurante chino que allí quedaba, aún permanecen. En los techos hay cuadrados, uno de tras de otro, que en su interior tienen círculos dorados con detalles de formas de dragón y serpientes típicas de la cultura oriental. Encima de una de las escaleras cuelga una de esos balones de tela blanca que en rojo lleva una símbolo chino y en uno de los cuartos hay una mesa con otra muestra de la caligrafía oriental.

Un tsunami por ser una fuerza de la naturaleza. Un tsunami porque no discrimina quien entra ni quien sale. Un tsunami porque no escoge a quién se lleva entre ricos, pobres, grandes y jóvenes

Los artistas interpretaron estos vestigios y completaron el panorama cada uno con un estilo diferente. En el segundo nivel, en una gran pared, están pintados del piso al techo un par de personas que se abrazan o se respodián desnudos; no es tan fácil de descifrar pues sólo se ven del tronco hacia arriba. Ambos grandes, fuertes, con la piel colgante, con ojos alargados y mejillas robustas. En la puerta de un baño, por su parte, hay una mujer pequeña, delgada y de edad. Lleva una especie de kimono, su pelo que con una trenza que resbala por su brazo izquierdo le llega a la cintura y su cara es seria, con rasgos finos y con unos ojos que apenas se abren. Entre estas imágenes y muchas otras sensaciones se recorre esta casa que durante estas semanas lleva como nombre Tsunami.

Tsunami por se una combinación de vestigios de un restaurante chino con ideas nuevas, urbanas y abstractas de Oriente pasando por su comida, su industria, su cosmogonía, su tecnología, su estilo de vida y en fin… su cultura. Un tsunami por ser una fuerza de la naturaleza. Un tsunami porque no discrimina quien entra ni quien sale. Un tsunami porque no escoge a quién se lleva entre ricos, pobres, grandes y jóvenes. “Simplemente se lleva lo que ve. Lo mismo que nosotros. Queremos que este sea un espacio y un punto de confluencia de mucha gente sin ser exclusivo”, explica Chucho.

Uno de los artistas trabajando en su obra.

Hasta el 14 de agosto, la ciudad podrá disfrutar de este espacio de arte efímero. Pero seguramente, dentro de algunos meses, los apasionados de estas iniciativas podrán recorrer un nuevo lugar con figuras, colores y aires diferentes. Dentro de poco tiempo, otro espacio será el elegido para ser aprovechado por última vez por cientos de artistas.

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