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¿Se están rajando las universidades latinoamericanas?

Conversamos con Joaquín Brunner –sociólogo experto en educación superior– sobre la posibilidad de educación gratuita en la región, los retos de la educación privada y el futuro de las universidades latinoamericanas.


Foto: Mauricio Salinas Rozo @Fliker

La educación superior ya no es un privilegio y tampoco un derecho. Ahora es una obligación. Quien no accede a ella tendrá, en la mayoría de los casos, un “futuro” precario o, al menos, eso no han hecho creer. El sistema universitario se ha transformado a pasos agigantados y saber si esos cambios han sido para bien o para mal, no es algo fácil de responder.

Si nos basamos en las cifras de deserción, del 40% en Colombia por ejemplo, es claro que el modelo actual es cuestionable. En Latinoamérica, por su parte, el 53% de las universidades no producen investigación y sólo el 1,3% tienen activamente este componente y la mayoría de estas son privadas. El sistema educativo universitario, a nivel global, plantea múltiples cuestionamientos y en América latina, a parte de preguntas, plantea desafíos. La masificación de la educación, la estafa académica, los bajos niveles de financiación por parte del Estado, entre otros aspectos, hacen reflexionar sobre cuándo el acceso universal a la educación superior dejará de ser sólo un ideal.

“Que toda la población tenga acceso a las instituciones universitarias es lo que más nos obsesiona a quienes hacemos sociología de la universidad”, dice José Joaquín Brunner, sociólogo y experto en temas de educación superior. Para este chileno hablar de la educación en términos generales para América Latina es todo un reto, pues las diferencias entre los países de la región en términos de educación parecen ser marcadas. Sin embargo, plantearse el desafío de cómo asegurar una educación para los jóvenes que tenga sentido no sólo a nivel económico sino en términos de su rol en la sociedad, le corresponde a todos los países y es un problema que aún no está resuelto, asegura el experto.

 

José Joaquín Brunner
José Joaquín Brunner

 

En América Latina hay más de 17 mil centros educativos y alrededor de cuatro mil universidades, ¿de qué manera esta masificación de la educación he generado la pérdida del ideal clásico de la universidad?

El ideal de la universidad moderna viene del tiempo de Kant y los filósofos alemanes que contribuyeron a dar forma a la Universidad de Berlín. Esa idea concibe la universidad como una torre de marfil; un lugar donde unos pocos catedráticos investigadores enseñan a sus estudiantes, a través de seminarios, a pensar como futuros investigadores y a conocer el mundo racionalmente, de acuerdo al método científico. Formación humana en silencio y aislamiento, decía ese ideal.

¿Qué tiene todo esto que ver con la América Latina contemporánea y su educación superior masiva, sus universidades variopintas y envueltas con el mercado, la plaza pública y la rotación de los signos; donde la formación es profesional y técnica, con fuerte énfasis utilitario, y la universidad suele confundirse con los ruidos de la calle como alguna vez escribió José Medina Echavarría? En realidad, nada. Vivimos hoy bajo la concepción de que la “idea de la universidad”, cultivada desde el idealismo alemán hasta Jaspers en el siglo XX, murió y que la nueva realidad de la educación superior es altamente diferenciada, diversa, plural, imposible de ser reducida a una sola idea o a una visión coherente y única.

 

Hace algunos años el gasto público que los países de la región invertían en educación era el más bajo del mundo, ¿cómo ha evolucionado esta situación y qué tanto falta para alcanzar un nivel adecuado?

Dado que los países de América Latina poseen regímenes mixtos de provisión de educación superior (público-privado y de varios niveles o pisos) y que éstos se financian mediante esquemas de costos compartidos entre el Estado, los hogares, los propios beneficiados y la sociedad civil, lo primero que se necesita hacer es constatar el gasto total en este nivel educacional, de fuentes públicas y privadas. Visto así, América Latina es una de las regiones del mundo con mayor gasto en educación superior por parte de algunos países como Colombia y Chile, que invierten anualmente más de un 2% del PIB en este sector. Es decir, bastante por encima del gasto total de los países de la OCDE. Sin embargo, es evidente que en algunos otros países de la región el gasto fiscal en educación superior ha sido relativamente bajo durante las últimas dos décadas, menos de 1% del PIB. Con todo, a lo largo de los primeros años del siglo XXI, simultáneo al positivo ciclo de las economías latinoamericanas, el gasto de los gobiernos en educación superior aumentó. En suma, no veo yo que hoy nuestro mayor problema en la educación superior sea de financiamiento. Lo que hace falta es mayor transparencia, eficiencia y efectividad social del gasto.

 

Finlandia es catalogado como el país con el mejor sistema educativo del mundo, ¿cómo cree que lo han logrado?

Hay un número de países desarrollados con sistemas de educación escolar que combinan alta calidad con buenos niveles de equidad, entre ellos Finlandia. Estos países muestran una intensa y eficaz preocupación por la formación inicial y el desempeño de los docentes; se preocupan por el trabajo de aula; los colegios tienen altas expectativas respecto de cada uno de sus alumnos; los directores de establecimientos escolares son líderes pedagógicos y no solo de gestión, y en general el Estado financia generosamente las oportunidades de aprendizaje para todos los niños y niñas por igual.

 

La deserción puede verse como uno de los mayores problemas de la educación en la región, ¿cómo combatirla?

Efectivamente, sobre todo en los niveles secundario y superior o terciario, el abandonado escolar y académico es un problema severo. Significa frustración a nivel individual, mal uso del talento a nivel colectivo y representa un desperdicio de esperanzas y de recursos. Los sistemas de educación obligatoria deben asegurar la universalidad de la asistencia en los grados desde pre-K a 11 ó 12 según los países. Y en el caso de las instituciones de educación superior, se requiere disponer de sistemas de alerta temprana y seguimiento de la trayectoria individual de cada alumno, además de instrumentos de apoyo para la integración social y académica de los jóvenes estudiantes, tales como becas, tutorías personalizadas, apoyo en las asignaturas críticas, cursos remediales y de compensación de los déficit heredados del hogar o de la escuela, etc.

 

¿Cuál es el mejor sistema posible de educación para América Latina?

Aquel que se adapte mejor a los desafíos del aprendizaje de las competencias claves (cognitivas y socio-motivacionales y emocionales) a nivel escolar y que otorgue una formación superior que permita a las personas insertarse en el mundo ocupacional y asumir reflexivamente la cultura de su época. Los mejores sistemas son los que logran asegurar esa formación y hacerlo con una distribución equitativa de las oportunidades de estudio y aprendizaje.

 

Las grandes universidades del mundo son instituciones emprendedoras que combinan la más intensa dedicación a la cultura con la más innovadora dedicación a los negocios. El capitalismo global y los mercados no permanecen fuera de las puertas del templo universitario.

 

¿Hasta qué punto las universidades están dejando de ser centros de estudio para convertirse en negocio? 

Este tipo de aparentes oposiciones entre estudio y negocio, academia y capitalismo, contemplación y acción, motivos altruistas y comerciales, etc., parecen suponer que hay una suerte de dualidad platónica entre las ideas, la teoría, los conceptos y los valores positivos por un lado y, por el otro, la materialidad, la praxis, los instrumentos técnicos, el utilitarismo y los hábitos pragmáticos.

La educación, por cierto, pertenecería a la esfera pura y aérea del espíritu, mientras los negocios serían representativos del materialismo del cuerpo, los placeres, el lucro y el hedonismo. Todos estos contrastes tan burdos nos impiden pensar que la universidad –desde sus orígenes—ha estado instalada entre la acrópolis y el ágora, al cuidado tanto de necesidades espirituales como de las necesidades de poder. Abelardo, nuestro santo patrón de la academia, fue un vivo testimonio de estas tensiones que hoy, al parecer, querríamos superar en la dirección de una idea pura, no contaminada, irreal por tanto, de la universidad. Las grandes universidades del mundo, desde Stanford a Heidelberg, desde MIT hasta Oxford, desde la Universidad de Tokio hasta el Instituto Federal de Tecnología de Zurich—son instituciones emprendedoras que combinan la más alta e intensa dedicación a la cultura con la más innovadora y plena dedicación a los negocios. El capitalismo global y los mercados no permanecen fuera de las puertas del templo universitario; entran a raudales y a ratos pueden amenazar los valores colegiales, las tradiciones prusianas, los valores del ‘gentleman’ pero, en general, sirven para que las instituciones participen en el tráfico de ideas, de tecnologías, de intercambios y productos que forman parte de las formas de vida contemporáneas.

 

El año pasado en Colombia estalló la crisis de las irregularidades financieras y administrativas de las instituciones de educación superior en el país. A raíz de ello el Congreso aprobó la Ley de inspección y vigilancia de educación que entre, otras cosas, ordeno la creación de un superintendencia, ¿cree que esta es una solución efectiva para enfrentar las irregularidades de algunas entidades educativas?

El fenómeno de la estafa académica y las fábricas de diplomas es un subproducto de mercados no adecuadamente regulados. Es responsabilidad del Estado evitar que los mercados colonicen la educación y la transformen en una nueva frontera donde impere el engaño y la venta de bienes alquímicos. EEUU, Chile, Colombia, Paraguay, Ecuador y República Dominicana –para nombrar algunos países solamente- han debido enfrentar asuntos de esta índole. Son fallas de mercado particularmente allí donde hay fuertes asimetrías de información.

La solución a estos problemas no puede radicar en un solo instrumento, como una superintendencia, por ejemplo. Supone un cuadro de regulaciones que establezca obligaciones como la de informar a las instituciones y crear normas y estándares exigentes de licenciamiento de nuevas universidades y de acreditación y de accountability ante la sociedad y el Estado. Además, dicho cuadro debe complementarse con condiciones bien articuladas que permitan a las propias universidades y demás organizaciones del sector autorregularse y desarrollar sus propias culturas internas de responsabilidad social, de comportamiento ético, de permanente autoevaluación y de ejercicio reflexivo en los planos de la gestión y de la profesión académica. Suponer que las instituciones podrían sanarse mediante controles externos terminaría prontamente con imponer a las universidades un régimen de sospecha y vigilancia que acabaría con la autonomía académica y tornaría las libertades de aprender y enseñar en un mero remedo.

 

¿Cuál debe ser el balance entre educación pública y privada?, ¿Debemos perseguir el ideal de la educación gratuita para todos?

No hay un balance ideal entre la contribución del Estado y de los privados a la educación pública: o en cuanto a su participación en matrícula ni en el financiamiento total. De hecho, si se mira a América Latina solamente, hay una gran variedad de distintos equilibrios en el campo de la educación superior, donde Argentina y Uruguay se hallan inclinados más hacia el polo estatal, Colombia se halla en un punto intermedio y Brasil, Chile y Perú cuentan con regímenes de mayor participación privada.

El tema de la gratuidad no es imaginable en sistemas con régimen mixto donde, al final del día, los privados tendrán siempre que financiar de su propio bolsillo o mediante créditos una parte de la educación superior, aquella provista por privados. Tampoco parece que la regla de la gratuidad universal –que, ya digo, es inviable—posea lógica de equidad o lógica económica. Pagar la educación de los hijos de hogares más ricos de una sociedad, cuando esa misma sociedad aun se halla a una distancia de varias décadas de poder resolver el desafío de ofrecer una educación obligatoria de igual calidad para todos los hijos de la nación, resulta a todas luces una política altamente regresiva. Lo mismo que pagar con la renta nacional los estudios de jóvenes de familias acomodadas que asisten a las universidades públicas más selectivas, como ocurre habitualmente en la región.

Frente a una educación superior que vive bajo una constante presión de costos (por cantidad y calidad), no es comprensible (ni viable) que el Estado asuma el total del costo de las universidades y demás instituciones de educación terciaria, abandonado la alternativa de desarrollar esquemas de costos compartidos. Aún en países de alto ingreso como EE.UU., Australia, Inglaterra, Canadá u Holanda, el Estado hace rato que renunció a la creencia de que la educación superior debía ser financiada única y exclusivamente por la renta nacional. En esos países y en muchos más alrededor del mundo, las universidades del Estado cobran una matrícula o arancel que contribuye a hacer más equitativo -¡y no menos!- al sistema.

 

Sólo una de las universidades colombianas está renqueada dentro de las cinco mejores de América Latina, ¿tiene eso realmente alguna validez? ¿qué es lo que verdaderamente nos dicen estos rankings?

Los rankings no dicen nada distinto de lo que saben la mayoría de los académicos, estudiantes, medios de comunicación, autoridades, investigadores y profesionales en cada país respecto a la calidad relativa de las instituciones universitarias. Colombia no vino a descubrir que la Universidad de Los Andes está situada en la cúspide del sistema colombiano, acompañada allí por una o dos más. Era vox populi y así se reconoce también en el resto de América Latina. Algo similar ocurre en EE.UU. con Harvard, Stanford, MIT, Yale, Berkeley, Michigan; o en Inglaterra con Cambridge, Oxford, UCL y otras pocas más; o en Brasil con las Universidades de Sao Paulo, Campinas, UFRGS y Universidad Federal de Rio de Janeiro.

Los rankings vienen a confirmar, por lo general, lo que ya sabemos: aquello que ocurre en la cúspide de nuestros sistemas, donde se agrupan las universidades de mayor prestigio, más selectivas académicamente, con los mejores profesores y alumnos, con la mayor intensidad de investigación e impacto en la región y en América Latina. En realidad los rankings agregan una aparente sofisticación aunque, en realidad, sus criterios de ordenación y metodologías padecen de graves deficiencias. Y, además, nos dicen poco de lo que ocurre en las partes intermedia y baja de la jerarquía o tabla de posiciones, donde se sitúan habitualmente las instituciones más numerosas, menos selectivas y que atienden a la más alta proporción de estudiantes de los estamentos de menores recursos. Estas instituciones no aparecen siquiera en muchos de los rankings y, sin embargo, tienen un valor estratégico para nuestros países.

 

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