¿Cuál es el papel del periodismo en la construcción de la memoria histórica? ¿Qué se cuenta? ¿Cómo? ¿Quién lo cuenta? La periodista argentina María Eugenia Ludueña relata qué aprendió mientras escribía el libro de la desaparición de la hija de Estela Carlotto –líder de las madres de la plaza de mayo–.
Vengo de Argentina, un país donde la Memoria muchas veces se escribe con mayúscula, y donde aparece fuertemente vinculada a otras dos palabras, con las que forma casi un mantra: Memoria, Verdad y Justicia. El próximo martes 24 de marzo** será feriado, porque conmemoramos el Día nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia, al cumplirse 39 años del último gobierno militar. La gente saldrá masivamente a las calles. Cientos de banderas van a tener pintadas esas tres palabras que acompañan marchas, juicios, sentencias, señalizaciones de lugares que funcionaron como centros clandestinos de tortura y secuestro. Así, y en ese orden, Memoria, Verdad y Justicia son las postas de un camino que hace décadas creíamos impensable: que quienes cometieron delitos de lesa humanidad lleguen ante los tribunales comunes y cumplan condena en cárceles comunes.
El martes 24 de marzo van a estar las Madres y las Abuelas que durante años marcharon cada jueves en la Plaza de Mayo, frente a la Casa de Gobierno, las cabezas cubiertas con el pañuelo blanco –que en su origen era un pañal– donde habían bordado el nombre de su hijo y donde realizaron una práctica pionera de memoria, con el cartel en la mano, la foto, la fecha de una desaparición.
Nosotros aprendimos mucho de la memoria de las madres y abuelas, y si uno piensa cómo fue que empezaron a buscar a sus hijos encuentra que fue con lápiz, papel y fotografías. Al principio, armaban unos informes que ellas llamaban “dossiers” y resumían ahí la historia de sus hijos. Tenían que contar quiénes eran, cómo se llamaban, qué hacían. Darles identidad para combatir la desaparición de los cuerpos con que los militares pretendieron esquivar a la justicia. El plan fue: sin cuerpo no hay delito. “No están, son desaparecidos”, decía el ex presidente de facto, Jorge Rafael Videla. Y ellas resistían: son estos, se llamaban así y así se los llevaron el día tal”.
Estela Barnes de Carlotto es desde hace muchos años la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, una organización de derechos humanos que sigue buscando a unos 380 nietos robados por el terrorismo de Estado y ha logrado restituir la identidad de 116. Estela es también la madre de cuatro hijos. La mayor se llamaba Laura y en 1977 fue secuestrada por la dictadura, cuando estaba embarazada de dos meses. Tuvo a un bebé en junio de 1978, en los mismos días que Argentina ganaba la Copa Mundial de Fútbol en un estadio a metros de uno de los centros clandestinos de detención mas grandes de América Latina, la Escuela de Mecánica de la Armada. En aquel momento los grandes medios de comunicación no cubrían estas noticias pero hubo periodistas desaparecidos por correr esa frontera y contar, como Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Enrique Raab (se calcula que son alrededor de 120). Hasta el día de hoy, los grandes medios no han pedido disculpas por un silencio que no podríamos llamar olvido.
Laura Carlotto fue asesinada dos meses después de tener a su hijo en un lugar que aun no se logró determinar. Se sabe, por lo que contó a las pocas compañeras de cautiverio sobrevivientes, que compartió unas horas con él y la regresaron al centro de tortura y exterminio para matarla semanas después, simulando un enfrentamiento con las fuerzas armadas. Eso le dijeron cuando le entregaron el cuerpo a su familia. Recién en agosto del año pasado, 36 años después, se supo que ese hijo-el nieto de Estela- había ido a parar a una familia de peones rurales muy humildes, que creció en Olavarría y hoy es músico.
¿Por qué cuento todo esto? Porque muchas de las cosas que aprendí sobre el periodismo que narra la memoria se me formularon como problemas mientras investigaba la vida de Laura, la hija de Estela. Y las sigo aprendiendo en el trabajo con textos propios y ajenos en Infojus Noticias, la agencia nacional de noticias judiciales donde trabajo como prosecretaria de redacción. Uno de los principales temas de la agencia, un medio público, es la cobertura de los temas Memoria y el seguimiento de los juicios por delitos de lesa humanidad que han condenado a más de 550 personas: policías, militares, jueces que ocultaron pruebas, médicos que ayudaron al robo de bebés en maternidades clandestinas y otros cómplices.
Poder contar estas historias desde el periodismo le da a la memoria el poder del reconocimiento público, dignifica a las víctimas.
En los últimos años muchas de estas historias pueden leerse en diversas publicaciones que son el fruto de la investigación periodística sobre memorias históricas, pero también están las memorias de quienes fueron hijos de esa generación y producen unas memorias íntimas y colectivas al mismo tiempo, híbridas, desde nuevos modos de contar y de transitar las orillas entre el periodismo de investigación, la no ficción, el diario personal y la literatura.
Por otro lado, en los últimos años, los estudios que abordan la memoria como objeto de investigación también son un campo en crecimiento en las Ciencias Sociales. Seguramente, además de tener que ver con el proceso de Memoria Verdad y Justicia, tiene que ver con muchos años de silencio y de olvido. Y todo esto ocurre en medio de un fenómeno global donde el mundo muestra un boom de interés por la memoria personal. Se nos ofrece registrar el momento y compartirlo a través de diversos recursos tecnológicos y expresivos. En este gran maremágnum de memorias, las preguntas son diferentes pero hay interrogantes compartidos:
¿Qué se recuerda?
¿Para qué recordar?
¿De quién es la memoria?
Me pregunto por dónde empezar. Y me respondo: por lo que conozco. Lo que aprendí haciendo el libro con la historia de Laura, que es también un recorte puntual sobre la historia de una generación llena de matices y tensiones, en lo que fue la Argentina de los setenta, en La Plata, una de las ciudades que registra mayor cantidad de desaparecidos por ser enclave estudiantil y obrero. Solo en la Universidad Nacional de La Plata se registran en dictadura más de 700 desaparecidos entre estudiantes, docentes y no docentes.
Algunas de las cosas que aprendí escribiendo, leyendo a los que vienen estudiando el tema hace años, conversando y que sigo aprendiendo en Infojus Noticias –que como redacción funciona también como un ámbito de reflexión– cuando contamos los juicios que se llevan a cabo en todo el país. No son verdades reveladas, son aproximaciones que me sirven a la hora de escribir o editar un texto propio o ajeno.
1. La memoria se inscribe en una trama que debe ser investigada y contada.
Los periodistas tenemos que contar la configuración de esas tramas. Y si bien esta investigación empezó siendo la historia de Laura, desde la primera entrevista se fue anudando con las historias de quienes la rodearon: militantes, amigos, familiares, novios que no querían saber nada con la política. Contar la trama es contar quiénes eran Laura, sus compañeros, por qué los asesinaron, cuáles eran los grupos e intereses en disputa, cómo se llegó a ese punto de la vida social, cultural y política de un país, de una región, de un momento donde millones de jóvenes en todo el mundo querían transformar el mundo y percibían en el aire el perfume de la revolución.
2. La memoria dialoga con una dimensión colectiva que la vuelve histórica.
Paul Riccoeur dice que es el relato el que genera el salto de la memoria individual a la social. Desde el momento en que arrancó esta investigación, la idea era contar a Laura pero contar también a otras mujeres que vivieron en aquel momento: su madre, su hermana, sus amigas de la facultad de humanidades donde estudiaba historia, sus compañeras de militancia en la Juventud Universitaria Peronista.
Lo que le ocurrió a Laura es muy parecido y diferente a lo que le pasó a tantos otros jóvenes, y su historia cobra sentido también en esa masacre colectiva que fue el terrorismo de Estado, y en la lucha que siguió en manos de los familiares y que significó un eslabón crucial para que hoy estemos hablando de esto.
Es curioso observar cómo los allegados a las víctimas insisten en la importancia de la dimensión colectiva cada vez que alientan a hacer memoria para que eso que pasó no se repita nunca más.
3. La construcción de memoria rescata las voces y las historias mínimas del olvido.
Cuando me invitan a estos encuentros maravillosos, me gusta recordar que cuando empecé a escribir el libro no tenía atrás una editorial ni un editor y sí miles de dudas.
La Plata queda a 70 kilómetros de mi casa y en ese ir y venir sola en colectiva o en mi auto, mientras repasaba las preguntas de las entrevistas, muchas veces me preguntaba por el sentido de este trabajo: ¿por qué voy a escribir sobre esto? (en mi caso, sobre los setenta, un tema sobre el que en Argentina, como les decía, se escribe bastante y donde hay gente que también se siente con autoridad para decir que no hay que seguir hablando de esto).
¿Qué sentido tiene un libro más sobre un tema que divide tanto las aguas? ¿Qué puedo aportar? ¿Por qué Laura y no otra?, me preguntaba. Y una de las respuestas más tranquilizadoras me la dio una colega: “Porque nadie lo contó. Nadie reconstruyó esa historia. Para que no se olvide”. Mientras iba escribiendo el libro, cuando aparecieron otras historias, mucho menos conocidas, igualmente potentes, se me cruzaron en el camino unas palabras de la periodista colombiana Patricia Nieto: “Nombrar a esas víctimas es salvarlas de esa muerte que es el olvido. Ya no pueden ser salvadas, pero pueden ser nombradas, deben ser nombradas[1]”.
Unos años después, con el libro terminado, Estela tuvo la generosidad de hacer el prólogo. Escribió: “Como mamá de Laura –por el orgullo que siento, por el amor, porque la extraño, porque me acompaña aunque no está– que escriban de ella me hace mucho bien. Porque es como no olvidarla”. Escribir es lo contrario de olvidar. El que escribe no olvida y el que lee, tampoco.
4. La memoria abre el camino a la reparación y a la dignificación.
Las víctimas buscan conocer la verdad: qué les pasó a sus seres queridos, cómo ocurrieron los hechos, quiénes son responsables. Buscan también que haya justicia y que quienes cometieron un delito sean juzgados y condenados a una pena. Que la Justicia diga: esto es verdad, esto es lo que ocurrió. Poder contar estas historias desde el periodismo le da a la memoria el poder del reconocimiento público, dignifica a las víctimas. Si bien reparar le corresponde a la Justicia, el periodismo también puede traccionar fuertemente en esa dirección.
En un encuentro que Abuelas organizó en 2008 en la Facultad de Derechos de la Universidad de Buenos Aires, Carlos Beristain –médico y doctor en psicología– que trabajó en escenarios de conflicto armado en El Salvador, Guatemala y Colombia, habló de las reparaciones a las víctimas en el sistema interamericano de derechos humanos. Y dijo algo que vale también para los que trabajamos con víctimas desde otros espacios: “No se trata de reconocer fríamente los hechos, no estamos frente a una verdad aséptica, sino una verdad que debe ir asociada a una dignificación”.
Nombrar a cada una de las víctimas y reconstruir su dimensión vital, lejos de convertirlas en mártires o heroínas es aportar un granito de arena para que esa persona –que quizás es un personaje muy secundario en una trama– tenga su momento en la investigación y en el texto, como un modo de que el periodismo también dignifique y repare.
En uno de los capítulos del libro hablo del responsable político de Laura en la militancia en la facultad, un estudiante catamarqueño que estaba de novio con una amiga de ella –y esa mujer fue una fuente crucial en todo el trabajo–. Ella y el responsable político de Laura hicieron un viaje a Tucumán, él se fue una tarde a reunir con unos compañeros en un pueblo y mientras iban en la ruta, los mataron. Él está desaparecido y en el libro yo lo mencioné solo por el apodo, porque así me lo sugirió una fuente que conocía la trama y la vida de él. Hace unos días supe que la familia se puso muy feliz de saber que la historia está en el libro, y quieren armar un libro reconstruyendo el caso, porque él sigue desparecido. Incluso me han hecho saber a través de otros que les hubiera gustado que yo lo contara con su nombre y apellido.
5. La memoria abre el camino a la Justicia y perdura más allá de ella.
Pilar Calveiro es una argentina que fue secuestrada y torturada en centros clandestinos de detención. Sobrevivió y se radicó en México, donde vive. Doctora en Ciencias Políticas, en el texto“Memoria, política y derecho en la lucha contra las desapariciones forzadas” habló de otra tríada: memoria-política-derecho. Y situó la memoria como el primer eslabón de ese recorrido. Se valió del caso argentino para ejemplificar: “Probablemente, una de las sociedades en las que se ha hecho un proceso más amplio de recuperación de la memoria social, llegando recientemente a la meta de conseguir juicio y condena de los culpables del terrorismo de Estado. Pero esto ha sido fruto de un largo esfuerzo”, dice.
El papel de los organismos de derechos humanos en sus tareas de memoria (verdaderas prácticas de resistencia subterránea y alterativa) para reclamar justicia fue crucial. Ellos, integrados por víctimas, familiares y sobrevivientes, lograron tender el primer puente para que el periodismo internacional se ocupara del tema. Después, aún en los peores momentos de un proceso complejo que incluyó un juicio a las Juntas Militares en 1985, dos leyes de amnistía y un indulto en la década del 90, los organismos “persistieron con más fuerza y recursos que antes en la necesidad del mantenimiento y actualización de la memoria, junto a la demanda invariable de juicio y castigo a los culpables, que logró “colocarse” mayoritariamente en la población”, dice Calveiro.
A partir de 2003 empezó otra etapa, la de juzgar a los responsables. Calveiro se pregunta qué pasa con la memoria cuando el juicio se cierra. “La memoria perdura. ¿En qué sentido? No como repetición mecánica e inútil sino como narración de una experiencia colectiva, como interpretación de ese pasado compartido capaz de auxiliarnos en la comprensión del presente”. Destaca la memoria “como acto individual y social, móvil, proliferante, político, es una presencia que se activa en relación con el presente. Proviene de la experiencia, de lo vivido y, como toda experiencia, se hace acto, se actualiza, en el uso presente”. Solo en el ahora es resistente. Desde esta perspectiva, la memoria resistente, disparadora de la política y del derecho, no puede permanecer anclada en los sucesos ocurridos décadas atrás sino que reclama su puesta en acto en el presente”.
6. La memoria también está hecha de silencios, olvidos y contradicciones.
Mientras investigaba la historia de Laura, me impresionó el modo en que los testimonios de las diversas personas incurrían en grandes huecos de información en unos casos, y también en datos que al compararlos no coincidían entre sí. Los modos en que la memoria se activa y se obtura no son idénticos. Y los silencios dicen a veces más que las palabras.
¿Qué se recuerda?
¿Qué se olvida?
Algunos estudiosos del tema aconsejan tomar los testimonios de las víctimas menos distantes en el tiempo respecto de los hechos. Consideran que, con el paso de los años, la diferencia entre recordar e imaginar se vuelve más pantanosa. Otros, en cambio, tienen la teoría de que algunos sucesos, por ejemplo los delitos sexuales contra las mujeres en los centros clandestinos, se recuerdan más libremente con el paso del tiempo, cuando la víctima que durante años no se atrevió a comentarlo ni con su familia, ya no siente que la señalan con el dedo y considera al fin que ha llegado el momento de decir su verdad. O que incluso en otro tipo de delitos, el testimonio con el paso de los años se vuelve más valioso porque es capaz de reconstruir sus propias vivencias después de haberlas conversado y trabajado con las de los demás.
La memoria no es algo puro. Los testimonios son son la única verdad ni la excluyente, pero pueden ayudar a reconstruir lo que ocurrió realmente. Cuantas más voces se puedan relacionar entre sí, con datos y documentos, más podemos aproximarnos al conocimiento de los hechos desde el periodismo.
7. El nuevo periodismo que construye la memoria trabaja con las Ciencias Sociales.
El periodismo que narra la memoria dialoga con la historia y las ciencias sociales. Porque hablar de memoria no debería acotarse a contar un testimonio bajo la forma de un relato sensible, con un gran título. La construcción de memoria requiere de un trabajo complejo de análisis, documentación, registro, investigación. Las miradas oblicuas, transversales, híbridas o laterales, con el auxilio de diversas disciplinas de las Ciencias Sociales –la antropología, la sociología, las ciencias políticas– amplían el campo y permiten comprender mejor la trama en la que se inscriben las memorias.
8. La memoria es un sitio de disputa de sentidos y lucha política: un lugar conflictivo.
Cuando trabajamos sobre memorias y testimonios, estamos construyendo memoria colectiva y encarando sucesos que no son neutrales ni asépticos: son producto de una realidad social. Las memorias sociales generan disputas. Qué se dice, qué se calla, quién es quién y qué rol se ocupó en un hecho. Sobre todo:
¿Quién dice que esto fue así?
La memoria es un terreno donde se disputan los sentidos, desde lo micropersonal a lo macropolítico. Porque al ser un espacio que salta de la memoria individual a la social se vuelve pública, da lugar a tensiones y luchas. La memoria es lo que va a quedar del pasado en el futuro. La memoria social es una construcción colectiva y es política. El modo en que ponemos en relación los testimonios con los datos no es neutro, tampoco cómo los historizamos. Creo que tomar conciencia de estas operaciones desde el periodismo, ayuda a abordar mejor los materiales con los que trabajamos, a comprender y a contar mejor la memoria histórica.
9. El periodismo debe aplicar todo el rigor y la creatividad a la construcción de memoria.
Están los problemas del trabajo de campo con la memoria y están los problemas de su narración. Organizar los datos y voces en el campo es un rompecabezas caótico: las piezas están hechas de diferentes materiales, las formas no siempre coinciden. Se trata de enhebrar en una estructura narrativa datos históricos, documentos, experiencias, discursos, postales de época: música, cine, libros; contextos, escenas de familia, sucesos políticos y personajes de carne y hueso que nos marcan el ritmo de la historia y la hacen avanzar a costa de sus tragedias personales.
Para llegar a este punto, esas personas nos han revelado cuestiones íntimas, dolorosas, que deben ser tratadas con delicadeza. En la construcción de memoria histórica no hay elementos autónomos, que se basten a sí mismos: todo requiere de un chequeo y de ser puesto en relación con el resto de la información.
Porque como decíamos antes, “cuando la verdad es conocida, cuando la justicia repara, el último eslabón de esto que es que nos va a garantizar un futuro mejor es la memoria”, dijo hace un tiempo Carlos Rozanski, un juez que conformó muchos tribunales que juzgan a represores. Rozanski fue uno de los que confeccionó la sentencia por el juicio de La Cacha, el centro clandestino donde estuvo Laura y de donde la sacaron a parir a su hijo. Creo en la memoria como ese último eslabón: narrarla desde el periodismo es una manera de mantenerla viva y dinámica. Y para eso, hay que poner al servicio todas las técnicas de investigación y las mejores herramientas del periodismo narrativo.
070 RECOMIENDA...
"Laura, vida y militancia de Laura Carlotto", libro sobre Laura Carlotto, asesinada por el terrorismo de Estado argentino en agosto de 1978.
10. Los periodistas tenemos doble responsabilidad al narrar la memoria.
Por un lado, asumimos el papel de producir memoria a través de objetos culturales, que tendrán su propio circuito. Como dice un trabajo de la Universidad Nacional del Litoral que recomiendo, porque se ocupa de la relación entre testimonios, historia y periodismo[2]: se trata de “Pensar el oficio desde la perspectiva de la responsabilidad enunciativa que implica ser investigador de hechos singulares que deben ser reelaborados para producir el valor agregado de reconocerlos como hechos sociales”.
Por otro lado, tenemos el deber de hacer que esas memorias respondan a los criterios de verdad del periodismo, y de organizar narrativamente esas historias, con sus documentos, testimonios, datos, imágenes, fuentes adecuadas, de modo tal que generen interés en quienes los van a leer. Para que al sumergirse en esos hechos que hablan de otro momento, de otro lugar, de otras personas, sientan que no sólo hablan de quienes los protagonizaron sino también de una parte de ellos mismos, desentrañando alguna música personal, esa que nos conecta al pasado y al futuro, y a ciertas preguntas sobre la condición humana.
[1] Memoria Histórica y Periodismo, Taller con Patricia Nieto, relatoría de la organización Periodistas de a Pie, con sede en México.
[2] Adriana Falchini y Luciano Alonso (compiladores). Los archivos de la memoria. Testimonio, historia y periodismo. Universidad Nacional del Litoral. Ediciones UNL, Santa Fe, 2013.
*María Eugenia Ludueña es periodista, licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires (Argentina), autora de Laura, vida y militancia de Laura Carlotto (2013, Editorial Planeta), prosecretaria de Redacción en Infojus Noticias y profesora del Taller de Narrativas en DDHH II de la Maestría de Periodismo y DDHH de la Universidad Nacional de La Plata, y del Taller de Crónica de la Especialización en Periodismo Cultural.
**Este texto fue presentado como ponencia en el VIII Encuentro de Periodismo de Investigación, 19 y 20 de marzo de 2015, en Bogotá.