Marymount: analfabetismo sexual, clase social y colegios privados
«La “Fe, honestidad y servicio” del lema del Colegio Marymount y por el que vela —y se desvela— su “Junta de Directores” parece ir a contrapelo con una educación coherente con los deberes y derechos constitucionales con que se identifica una nueva generación de mujeres: el diploma que tasa a “nuestras niñas” y las avala para la alta sociedad como “mujeres con valores propios de un colegio católico” se cifra como un certificado de ignorancia, de analfabetismo sexual y desconocimiento de lo propio.»
“Como víctima siento que en el colegio no me dieron la educación de poder enfrentar una vida sexual sana, reconocer abuso, porque el colegio es católico y se hacía un tabú gigante alrededor del sexo, no había educación sexual […] Jamás nos dieron herramientas para identificar estos casos», dijo Laura Cardona hace unos días a la prensa cuando le preguntaron sobre cómo había sido su formación escolar en el Marymount, un colegio privado de élite de Bogotá.
Cardona expuso por redes sociales el caso de acoso y abuso sexual al que fue sometida como estudiante del colegio por parte de Mauricio Zambrano, el profesor de Educación Física del Marymount. El acercamiento del hombre a la adolescente se intensificó en los dos últimos años del bachillerato y, al parecer, durante varios años fue extensivo a otras estudiantes en clases, salidas de campo, excursiones y viajes a otros países. En el caso de Cardona, el acoso culminó en abuso, en un encuentro sexual furtivo con el profesor, a sus 17 años, en un parqueadero del colegio: “Me besó, estaba en jardinera y abusó digitalmente de mí (no me da pena decirlo, es parte de mi historia y así de real fue el abuso). Yo no hacía nada, recuerdo que él intentaba que yo lo cogiera, que le hiciera algo, pero estaba tan nerviosa que me quedé congelada, le decía que no porque estaba muy nerviosa y así solo lo dejé besarme y tocarme hasta que se bajó del carro”.
Cardona cuenta cómo el analfabetismo sexual —que forma parte del curriculum oculto del Colegio Marymount— jugó una parte importante en lo ocurrido: “Era como un tabú alrededor de la vida sexual que permitió que gente como esta pudiera actuar.” Cardona reconoce que ahora, al salir de su burbuja educativa, pudo ver y verse a sí misma: “este abuso lo reconocí ahora que soy estudiante de medicina porque veo los mismos patrones en mis pacientes de Medicina Legal”.
El contacto con una realidad más amplia a la de su educación colegial y universitaria le permitió a Cardona reconocer que ese aprendizaje invisible del Marymount pudo detonar un daño profundo, problemas con alcohol, anorexia y trastornos de conducta: “Saber que todas fuimos víctimas de un abuso institucional e intergeneracional es desgarrador […] Tristemente, yo creo que somaticé mi abuso, en ningún momento yo lo había reconocido como tal y estos malos tratos que él me dio se empezaron a manifestar a través de mi conducta […]La lucha ha sido muy dura con el trastorno, pero hoy en día ya entiendo que todo era manifestación del dolor del abuso, pero esto se ha manifestado en mí durante cinco años y he tenido que ir a psicología, psiquiatría, tengo que tomar antidepresivos, pero puedo hablar de esto con más tranquilidad hoy en día sabiendo la causa de todo”.
Antes de exponer la situación ante los medios, Cardona llevó el caso a María Ángela Torres, rectora del Marymount, pero dice que “el colegio, tristemente, no hizo nada más que escuchar mi testimonio y darme mucho consuelo”. Ante la negligencia de la institución educativa, que se extiende a otras denuncias de estudiantes y docentes que, al parecer, fueron minimizadas y engavetadas por años, Cardona dice que se dio “cuenta de que no tenía ese respaldo de mi colegio” y que eso “fue lo que me hizo hacer todo esto sola: la denuncia sola, ir a la Fiscalía sola, buscar los contactos sola”.
El 22 de febrero, la rectora del colegio, tal vez previendo el tsunami noticioso que se venía, intentó navegar la situación con una comunicación a los “Padres de familia” en que anunciaba el despido del profesor Zambrano y lo asumía como un caso reciente, único y aislado. El 25 de febrero el caso del Marymount estalló como bomba periodística, se sumaron testimonios de otras estudiantes, otros casos de abuso, y la mezcla de elitismo con criminalidad produjo un cóctel noticioso potente y de largo aliento que capturó la atención por un instante y nos distrajo de la tercera guerra mundial.
Ante la respuesta desatendida de la rectora y de las directivas del Marymount algunos padres de familia del colegio pusieron a circular un volante en que decían: “Los papás del colegio Marymount haremos un PLANTÓN. No enviaremos a nuestras niñas al colegio, ni pagaremos la pensión, hasta que se hable de frente a la comunidad, María Ángela sea retirada de su cargo de rectora y la Junta Directiva del colegio se pronuncie”.
La “Junta de Directores” del Colegio Marymount, un ente que se narra y firma en masculino, se vio forzada a publicar un comunicado el 26 de febrero en que luego de las frases predecibles de solidaridad ante las víctimas, hacía una pirueta de lenguaje de oportunismo jurídico y sumaba a la misma institución Marymount como víctima: “velaremos para que se reconozca, dentro de las investigaciones, como es debido, el carácter de víctima que para nuestro colegio se deriva de toda esta situación, a fin de establecer la verdad alrededor de los hechos que se han venido señalando y de obtener la reparaciones a las que haya lugar”.
La “Junta de Directores” afirmaba, al final del comunicado, que “llevamos 75 años siendo una institución sólida formando mujeres con valores propios de un colegio católico, y seguiremos velando por la seguridad de nuestras alumnas”. Al tiempo que la “Junta de Directores” ofrecía la cabeza de la directora, le agradecía por su labor como egresada del plantel y sumaba a estas descargas de disonancia cognitiva un pasar la página invocando el regreso a la normalidad: “luego de hablar con la rectora y para favorecer la unión de la comunidad, acordamos nos acompañe en su cargo hasta el día lunes 28 de febrero del año en curso. Expresamos a esta exalumna nuestro agradecimiento por su labor durante estos años. La Junta adoptó la decisión de asumir de manera temporal, a partir de esa fecha, las labores esenciales que el colegio demanda para continuar con todas las actividades escolares con la mayor normalidad posible”.
El 1 de marzo, en un comunicado firmado por “Profesores del Colegio Marymount”, 8 hombres y 27 mujeres —35 personas de la base de 106 docentes—, firmaban en masculino para decirle a las estudiantes y exalumnas que las quieren “acompañar en el fortalecimiento de su voz interior, una voz que les permita confiar siempre en sí mismas, cuidarse y alertar cuando se sientan en vulnerabilidad. Debemos fortalecer redes de confianza y solidaridad que acaben con la cultura del silencio causante de tanto sufrimiento. Nosotros como profesores necesitamos aprender a identificar y denunciar con contundencia los riesgos que ustedes no estén listas para comprender”.
El mensaje autocrítico de las profesoras y profesores que reconocen sus limitaciones y están dispuestos a aprender suena alentador y es un eco sensible al mensaje de Cardona cuando, al final de su publicación en redes sociales, dijo: “nunca había entendido por qué, pero gracias a todo este movimiento ahora abrazo la libertad de aceptar mi pasado y poder sanar”.
Hubo que esperar un nuevo comunicado de exalumnas del colegio, con 671 firmas, para que apareciera la palabra sexo en las comunicaciones de la comunidad del colegio Marymount: “queremos manifestar nuestra preocupación ante las denuncias de abuso sexual”, decían las egresadas en una carta abierta. Ya por fuera de la hacienda mental del colegio, las egresadas mostraron que su lenguaje tiene más mundo que el de los límites confesionales del Marymount. Las exalumnas planteaban una crítica propositiva de reconocer que un “cambio cultural” es necesario para sintonizar al colegio con la realidad actual: “pedimos transparencia sobre las medidas concretas de cambio cultural que se están implementando, en particular, información sobre la manera en la que se está brindando educación integral: en sexualidad, en todos los cursos y áreas del colegio”.
La “Fe, honestidad y servicio” del lema del Colegio Marymount y por el que vela —y se desvela— su “Junta de Directores” parece ir a contrapelo con una educación coherente con los deberes y derechos constitucionales con que se identifica una nueva generación de mujeres: el diploma que tasa a “nuestras niñas” y las avala para la alta sociedad como “mujeres con valores propios de un colegio católico” se cifra como un certificado de ignorancia, de analfabetismo sexual y desconocimiento de lo propio.
2. “Ya no queremos ir a Disney, queremos ir a Panaca”
La noticia del Marymount coincidió con otra denuncia en el mundo paralelo, tan cercano y tan lejano, del Colegio Ciudadela Colsubsidio, al occidente de la Bogotá: la madre de una estudiante de 9 años, acudió al colegio por llamado de la enfermería, acusó a un profesor recién contratado de abusar de su hija y a la directora del colegio de obstrucción al impedir que el hombre fuera detenido dentro del campus escolar. Por un grupo de WhatsApp se viralizó el desacuerdo de la madre por el tratamiento del caso y estudiantes de los cursos décimo y once, acompañados de algunos familiares, decidieron hacer un plantón general para expresar su descontento, dialogar sobre lo que estaba pasando y recordar otras situaciones irregulares. Llama la atención cómo, en contraste con el caso del Marymount, el cuerpo estudiantil del Colegio Ciudadela Colsubsidio se sumó a las protestas. Todas estas adolescentes vencieron el temor, la docilidad y la indiferencia y optaron por dar voz pública a su descontento atreviéndose a salir del salón y a parar las clases.
En el momento de terminar este texto hay otra noticia en desarrollo de un colegio con origen igualitario y progresista en Medellín, el CEFA, donde un grupo de estudiantes de décimo se organizan, recogen denuncias de acoso y abuso por parte de tres profesores, en especial de uno, el de Educación Física del que dicen lo siguiente: “Él nos chantajeó y nos manipuló, diciendo que él había mirado así toda la vida y que no había nada de malo, que lo que pasaba en casa se quedaba en casa, que él estaba tranquilo, porque sabía que no podían hacer nada contra él pues no habían seguido el conducto regular”. La respuesta de la Alcaldía de Medellín para recibir a las estudiantes cuando extendieron su protesta, en el día de la mujer, al exterior del colegio, fue enviar la fuerza de choque de la policía del escuadrón del ESMAD que formó dos líneas paralelas de hombres motorizados y armados a la salida de la institución para intimidar a las menores de edad, a sus familiares y a las personas que las acompañaban.
El presidente Duque aprovechó las condiciones del clima noticioso para interceder en abstracto y sin dar nombres específicos de colegios hizo lo de siempre: creo un comité. Esta vez del“Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), y los ministerios de Educación, Interior y Defensa”. El mandatario señaló que con “esta instrucción que vamos a impartir el día de hoy, que la elevaré al consejo de ministros, lo que esperamos es que antes de 60 días tengamos esos protocolos para que con las secretarías de educación, o con el sistema de colegios públicos y privados, esté funcionando el protocolo y ese protocolo sea de manera uniforme, de tal manera que esas denuncias no queden en la impunidad sin ser reportadas, ni ser atendidas en la inmediatez que esto requiere”.
En menor grado, el presidente Duque se refirió a lo educativo y telegrafió que “dentro de la libertad de cátedra, la cual tienen las instituciones en todo su derecho en pleno ejercicio, profundizar la educación sexual y reproductiva”. El presidente Duque, como, es habitual en la secta derechista del partido de gobierno del Centro Democrático, favoreció el cortoplacismo del vigilar y castigar a plantear una política estructurada y de largo aliento en lo educativo.
La respuesta de la Policía fue casi inmediata al llamado de Duque: el director de esa entidad, en coordinación con la Fiscalía, como si se tratara de una película de vaqueros, propuso incluir al profesor Zambrano en el cartel de los más buscados por abuso sexual. El hombre fue detenido el 9 de marzo y, a las 24 horas, fue liberado por un juez de garantías. El caso presentado ante la ley resultó menos sólido de lo que mostraban las pruebas recogidas por la policía y la Fiscalía en una detención express para cumplirle al miembro de la familia Marymount que la pidió como alto funcionario desde la casa de gobierno.
En junio de 2018, Duque —como candidato presidencial del Centro Democrático— visitó el colegio Marymount para acompañar a su hija en el cierre del año escolar, celebrar el día de la familia, ir a misa, comulgar y, al cierre de la jornada familiar y electoral, se hizo una selfi con las compañeras de curso que puso a circular por redes sociales. Dos años más tarde, en febrero de 2020, se supo que, para celebrar el cumpleaños de su hija, y hacerlo coincidir con la agenda del presidente, María Juliana Ruíz, la esposa del mandatario, initó a un par de amigas de curso de la cumpleañera a pasar el día en el parque temático Panaca, en el Quindío, y para eso las enlistó en el vuelo del avión oficial. En su momento hubo algo de escándalo en la prensa, pero, en una entrevista posterior, la Primera Dama señaló que la apuesta se compensó con un comentario de su hija que le “dio las gracias por el mejor cumpleaños de su vida”. Ruiz dijo que “lo otro positivo es que, a raíz de eso, las dos amigas que acompañaron a mi hija estaban fascinadas con la región. Dijeron: “Ya no queremos ir a Disney, queremos ir a Panaca” (¿en el avión presidencial?). La compañera del presidente Duque es egresada del Colegio Marymount.
3. Apartheid educativo
La familia Duque Ruiz, con otros dos hijos en colegios privados, ha podido cubrir los gastos de una de sus hijas en el colegio Marymount: los $3 millones de la mensualidad, los $500.000 de la cafetería, los $400.000 del transporte, sumado a los útiles escolares, excursiones, gastos de preparación y primera comunión y, sobre todo, al “bono” que por ilegal se camufla en valores diferenciales en la matrícula y en otros cobros. Estos pagos permiten el acceso a 1.350 metros cuadrados construidos en un “Centro de conocimiento con espacios para las más pequeñas, afora, teatritos, salas de cómputo, sala de grabación, salas independientes de lectura”; sumados a los 35.936 metros de zonas de recreo, a las 2 aulas “ciberspace” y 2 salas de cómputo, a los auditorios, coliseo cubierto, cancha de fútbol profesional, canchas de “básquet ball, volley ball”, parque para preescolar, parque para primaria, bosque nativo, senderos peatonales, laboratorios de física, química, ciencias y biología; al comedor de 1.325 m2, a su parqueadero para camionetas de alta gama con choferes y escoltas. La clasificación del ICFES para este tipo de colegios es “muy superior” y las 951 estudiantes del Marymount disfrutan de una buena proporción de docentes por alumnas en cursos pequeños y amplios buses que las transportan en medio del tráfico capitalino.
Un ambiente escolar que parece un club privado y que se replica en las credenciales que hay que tener para lograr ser aceptado: no basta el dinero y la “Junta de Directores” vela por comprobar abolengos y certificar hidalguías en árboles genealógicos y hojas de vida para garantizar que el “¿en qué colegio estudiaste?” sea por siempre y para siempre la pregunta inicial de filtro para santificar una relación sentimental o un negocio, un colador verbal para separar a la “gente bien” de “la gente”.
Este tipo de colegios siempre bien ranqueados en la Revista Dinero por sus resultados en las pruebas estatales son el modelo a seguir para muchas otras instituciones privadas: emulan la inercia de sus mallas académicas anticuadas enfocadas en el ranquin, su manuales de convicencia morrongos, sus rejas, timbres, construcciones y templetes ostentosos; su esnobismo bilingüe, su miedo a la “ideología de género” y a las quejas de “papitos” sobre los docentes que hablan en sus clases sobre el Paro Nacional; sus uniformes con escudos, saquitos, cuadritos y rayitas escocesas se multiplican en todas las capitales del país bajo las múltiples variaciones que da un nombre de prestigio, una promesa de futuro que permite acoger la demanda de familias a las que les faltó algo de pedigrí, de recursos o de pureza para acceder a la versión original que oferta el “apartheid” educativo colombiano: Liceo Cambridge, Colegio Cambridge, Cambridge School, Nuevo Colegio Cambridge, Liceo New Cambridge School, Gimnasio Liceo Campestre Nuevo Cambridge y así hasta el infinito y más allá.
Los colegios privados y sus accionistas han sido los principales beneficiarios económicos de las carencias de la oferta de educación pública y, antes que contribuir a repensar la educación, a mejorar el sistema y a ejecutar políticas de inclusión —por ejemplo, implementado el pago de matrículas diferenciales acordes a los ingresos económicos de las familias—, se han encerrado en sí mismos en un sistema feudal de franquicias campestres de sálvese quien pueda.
En los casos de violencia sexual los colegios, antes que buscar ayuda y dedicar un presupuesto generoso a contratar terapeutas, sicólogos, abogados y comunicadores expertos recurren al silencio, despiden a los docentes involucrados —muchas veces indenmizándolos— sin optar por un retiro mientras se adelantan las investigaciones, garantizar un debido proceso para todas las partes y luego comunicar los resultados de manera sensible y con la mayor transparencia posible a la comunidad escolar: esto mantiene la opacidad, impide que se asome la verdad, que se aprenda y que haya actos colectivos de reparación y sanación, en su afán de no ver afectado su prestigio crean un ambiente de desconfianza tóxico para el trabajo y el aprendizaje (la película «La caza», de 2012 de Thomas Vinterberg, es un ejemplo claro del camino de dolor y malquerencias al que lleva el diseño errado y el prejucio moral en un proceso de investigación sobre presuntas conductas indebidas).
Las directivas de muchos de los colegios privados participan de una violencia institucional que se autoperpetúa en una educación jerárquica, sectaria, racializada y arribista. Para ver las consecuencias de este sistema educativo basta con recordar la memoria visible del estudiante Sergio Urrego, la violencia a que fue sometido en el colegio Gimnasio Castillo Campestre, que antepuso el prestigio de la institución y los prejuicios confesionales a su razón de ser educativa y ejerció un abuso sistemático que lo llevó a suicidarse en 2015 como víctima de homofobia (ver la labor de la fundación Sergio Urrego y cómo las buenas prácticas ahí propuestas pueden mejorar el ambiente escolar).
4. Red anti mujer
El caso del Marymount sirve como lente de aumento para enfocar la atención sobre una de las principales tragedias de Colombia: los abismos, tan quebrados como la geografía colombiana, entre la educación pública y la privada. Un sistema que durante estos tiempos de pandemia se ha hecho más disfuncional y con efectos notorios en la desigualdad de los años por venir.
De estos colegios privados de elite salen dirigentes como el actual presidente de Colombia cuyos pasos en la vida siguen el rumbo trazado desde el kínder de su burbuja escolar: el paso posterior a su formación universitaria privada, la rosca político familiar de su trabajo institucional en Washington y, más adelante, por tragicomedias del destino, el encargo uribista de dirigir un gobierno que se comporta como un negocio entre amigos que autosatisfechos se califican de “perfeccionistas”.
Una respuesta reciente del presidente Duque sobre una decisión de la Corte Constitucional es prueba de que vive en un reino paralelo parecido al de tantas influencers que capturan a cuenta gotas la atención de millones de seguidores en cuentas —con un algoritmo tóxico para las adolescentes— donde complementan la educación confesional de los colegios privados. Todo un esquema de formación que transforma los cuerpos y mentes de las hijas del Instagram para convertirlas en novias, esposas, madres y señoras infantilizadas. Ante el mandato de la Corte Constitucional de despenalizar el aborto en Colombia hasta la semana 24 de gestación, el presidente Duque replicó: “Estamos ante una decisión que atañe a toda la sociedad colombiana y cinco personas no pueden plantearle a la nación algo tan atroz como permitir que se interrumpa una vida hasta los seis meses de gestación […] Yo soy una persona provida”.
El artista estadounidense George Carlin, hace casi tres décadas, respondió así a los defensores «provida», a la educación y al rol que en realidad le atribuyen los prohombres a la mujer en este estado de cosas: “Estos conservadores son increíbles, están a favor de los “no nacidos”, harían cualquier cosa por ellos, pero una vez que naces, estás solo. Los conservadores “provida” están obsesionados con el feto hasta los nueve meses pero después no quieren oír ni saber nada de ti. Ni guarderías, ni comida en la escuela, ni sanidad gratis, nada. Si eres prenatal estás bien, si eres preescolar estás jodido (…) No son “provida”, ¿sabe lo que son? son anti mujer. Tan simple como eso. No les gustan las mujeres. Piensan que la función de una mujer es ser una yegua que cría para el Estado”.