La voz de la historia

Los estudiantes de historia en la Universidad de los Andes se han reunido a preguntarse cuál es el papel de su disciplina en la coyuntura actual. Hoy, después de conocer el resultado del plebiscito, los historiadores recalcan la importancia de entender el Acuerdo de paz desde una perspectiva histórica.

por

Laura Pedraza Rodríguez


05.10.2016

Imagen: Wikicommons

En plena semana de parciales y con ansias de salir a la semana de receso (ingenuamente llamado “semana de trabajo individual”), lo que menos se le pasaba por la mente a la mayoría de uniandinos era tomarse un tiempo para pensar en el pasado de su país. Sin embargo, en medio de ese ambiente atareado en el que los pasillos de la Universidad de los Andes eran testigos de preocupaciones académicas y dilemas personales, la historia empezó a hablar.

Fueron pocos los que la escucharon pues su voz era tímida en comparación con los apasionados debates, trinos y afirmaciones que a diario polarizaban a los colombianos en respuesta a los recientes acontecimientos políticos que se daban en el país. Ante los afanes de la vida cotidiana y la tensión generada por la dicotomía SI-NO del plebiscito, la voz de la historia había dejado de ser significativa, parecía innecesaria y aburrida.

Preocupados por la timidez de la voz histórica en el debate actual, Andrés Felipe Salazar, Rafael David Nieto, Juliana Morales y Felipe Pinilla, estudiantes de Historia de los Andes, se tomaron la labor de hablar en nombre de su disciplina para explicarle a quienes estuvieran interesados la necesidad de mirar al pasado para pensar en el futuro. Fue así como surgió la idea de generar un espacio en el que, literalmente de espaldas a Monserrate y simbólicamente de frente al país, se pudiera hablar sobre la historia de Colombia con el fin de encontrar los matices en un país cada vez más fuertemente pintado o en blanco o en negro. De esa forma nació la propuesta “Cátedra de historia para entender el conflicto armado en Colombia”, un evento pensado para hablar de historia entendiendo que a todos nos concierne conocer nuestro pasado si queremos entender nuestro presente e imaginarnos un futuro mejor.

Sentados o en unas graderías de metal improvisadas o en las escaleras que conducen a la excapilla del bloque R, los asistentes al evento disfrutaron de su almuerzo bajo el sol bogotano del mediodía al tiempo que escuchaban, y, en el mejor de los casos, se sorprendían de los grandes aportes que puede hacer la historia al debate coyuntural. Algunos comieron pasta, otros sacaron el “calentao” de la noche anterior, otros compraron rápidamente un sándwich y los más saludables optaron por ensalada. Pero, a pesar de sus discrepancias gastronómicas, todos estaban allí por el mismo motivo: querían pensar en el proceso de paz desde una perspectiva más profunda que la que ofrecían los medios de comunicación tradicionales; querían oír lo que la historia tenía que decir al respecto.

Como no se trataba de una clase obligatoria ni de un examen más, en el ambiente primaron la convicción de que estar allí era importante y las ganas de escuchar —aunque fuera difícil por la falta de micrófono— las propuestas de quienes lideraron el espacio de discusión.

Los organizadores tuvieron problemas con el lugar del evento —que inicialmente iba a ser la Plazoleta Lleras—, también tuvieron demoras con la transmisión y el mapa de Colombia que ambientó el encuentro no halló mejor lugar que la intersección entre el piso y una mesa imprevista. Además, como era de esperar conociendo a Bogotá, el clima nunca logró decidirse: caían gotas espontaneas a las que le seguía un fuerte sol que después era cubierto por nubes que posteriormente daban paso a la famosa resolana que finalmente obligaba al público a improvisar una especie de visera con la mano.

A pesar de los inconvenientes menores, que podrían considerarse “gajes del oficio”, el evento tuvo mucha acogida —según la lista asistieron más de 250 personas— y, en la mañana siguiente a la primera reunión, un profesor externo a la Universidad expresó por qué lo consideró una iniciativa admirable.

Efraín Monroy Ramírez, profesor de tercero de primaria en el IED Jorge Soto del Corral, localidad Santafé, centro oriente de Bogotá, comentó en Facebook:

“Soy maestro de escuela pública en el barrio de Las Cruces y pudimos ver y escucharlos en nuestro salón. Muchas gracias porque vamos aclarando conceptos. Un saludo y que se repita esta actividad porque ayuda mucho a los niños y niñas”.

Tal fue el impacto que tuvo la iniciativa liderada por cuatro estudiantes de la Universidad de los Andes que quisieron decirle al país que la historia no sólo es sinónimo de pasado sino también de futuro; que la historia es importante.

Es importante entender que la historia es una herramienta que, tanto desde sus alcances como desde sus límites, nos permite pensar en nosotros mismos como parte de una comunidad que es compleja, discontinua y, en algunos casos, paradójica

El lugar de la historia en la coyuntura actual

Alguna vez Calvin le dijo a Hobbes que la historia es una fábula inventada por nosotros mismos. Que la reinventamos conforme van cambiando nuestros valores para justificar nuestros prejuicios. Que recurrimos a ella para hacer inteligibles los eventos y darle sentido a la vida. Así, rápidamente, Calvin logró mejor que muchos expertos invitarnos a dejar de pensar en la historia como una mera acumulación de eventos. Sin embargo, tampoco es cierto que la historia sea simplemente una ilusión. Por el contrario, la historia es una disciplina que necesita de un método riguroso y ético para llegar a conclusiones coherentes. Por eso no es el objetivo de ningún historiador serio inventarse cuentos arbitrariamente.

Margarita Garrido, profesora titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, nos ayuda a entender mejor en qué consiste hacer historia.

La historia no apela sólo a los hombres que ya murieron, ni a los eventos que ya pasaron. La historia vive cada vez que aludimos a ella para recordar de dónde venimos, quiénes somos, por qué somos como somos. Por eso mismo la historia juega un papel fundamental cuando nos preguntamos para dónde vamos. Si dejamos de pensar que “todo ha sido siempre así”, tal vez podamos construir un futuro más consciente de las grandes capacidades de cambio que brinda la acción humana. Si dejamos de pensar que la historia la hicieron los “grandes hombres”, tal vez podamos darnos cuenta de que la historia la construimos todos, a diario.

Son cada vez más los historiadores conscientes de que es necesario hacer de la historia un conocimiento público, de que se debe abandonar la torre de marfil en la que viven los intelectuales para hablarle al ciudadano corriente sin eufemismos ni rimbombancias. Margarita Garrido asegura que la historia debe invitar a dejar de lado el individualismo para abrirle paso a miradas que trasciendan la inmediatez y fomentar así una visión más incluyente del país.

Desde esa perspectiva la historiadora plantea que es necesario “romper las ideas espontáneas”: ideas tales como que nuestra sociedad siempre ha sido violenta, como que los ricos han sido siempre los mismos o como que el Estado siempre ha estado en contra de los ciudadanos. El deber de la historia es generar espacios en los que dichas afirmaciones vacías puedan ser controvertidas por medio del análisis serio y la argumentación sólida.

Una iniciativa estudiantil

De esa forma, la propuesta de los cuatro historiadores uniandinos que decidieron organizar cátedras de historia abiertas con el fin de entender críticamente el conflicto armado en Colombia se articula con las nuevas aproximaciones a la historia que plantean los académicos contemporáneos. La idea surgió de la inquietud compartida por los cuatro sobre el lugar que su disciplina ha jugado en la coyuntura nacional actual. Al coincidir en que los historiadores no han contribuido lo suficiente dentro del espacio público al entendimiento y análisis del proceso de paz de La Habana, estos jóvenes resolvieron abrir espacios para hablar con un público abierto sobre la necesidad de pensar el conflicto desde la larga duración y no desde la inmediatez.

Para estos estudiantes sirvió de ejemplo una propuesta similar que llevaron a cabo jóvenes de la Universidad Nacional llamada “Clases de historia gratuitas en tiempos del plebiscito”. Al darse cuenta del éxito y la relevancia de dicha iniciativa, los cuatro uniandinos se convencieron de que espacios así son fundamentales para fomentar un debate serio, respetuoso e informado con respecto al conflicto como algo más allá de lo que se ha mostrado en los medios de comunicación.

Se trata de un proyecto innovador teniendo en cuenta que, durante mucho tiempo, hemos estado acostumbrados a pensar en la historia únicamente en términos de formatos escritos académicamente y guardados en las estanterías. Catalina Muñoz, profesora asistente del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, asegura que los historiadores deben pensar más allá de los formatos tradicionales para así generar un mayor impacto en la ciudadanía.

Por eso, estas cátedras no fueron pensadas para ratones de biblioteca sino para estudiantes de todas las carreras que estuvieran interesados en asumir una posición informada y analítica frente a los acuerdos de paz. Igualmente se trata de ver en la historia una aliada para dejar de estigmatizar al “otro” y entenderlo desde entenderlo desde lógicas más complejas que los simples prejuicios.

El evento

Las cátedras tuvieron lugar los pasados martes 20 y jueves 22 de septiembre en la Plazoleta Richard de la Universidad de los Andes. Los autores del proyecto se organizaron de tal forma que cada uno abordara el conflicto armado en Colombia de manera distinta. Siendo así, los cuatro ejes fundamentales fueron: las tensiones sociales producidas por los modelos económicos, la participación política, el desarrollo agrario y las interpretaciones sobre la violencia. De tal manera, los estudiantes le apostaron a una mirada no solo crítica sino multidisciplinaria que permitiera a los asistentes asumir una postura amplia.

Rafael Nieto expuso el papel de los modelos económicos como líneas explicativas del conflicto armado en Colombia. Para preparar su exposición, este estudiante recurrió al documento elaborado por la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, especialmente a los capítulos que explican el conflicto relacionando elementos sociales y económicos. Su enfoque le dio relevancia a la tenencia de la tierra como un asunto clave para entender las disputas entre quienes han poseído la tierra y quienes se han visto privados de ella a lo largo de nuestra historia. En ese sentido, Rafael destacó el hecho de que para entender el conflicto a profundidad es ineludible ir más allá de las series económicas y darles valor a las luchas sociales generadas alrededor de los sistemas de producción. Otras fuentes importantes para la elaboración de esta exposición fueron distintos textos de Fernán González sobre la formación del Estado en Colombia y las tensiones sociales derivadas de la economía. Rafael resaltó el papel que han jugado productos como el café, el caucho y la quina en el sistema monetario nacional. En este punto se cuestionó el hecho de que la economía sea pensada como el resultado de la explotación de un único producto. De hecho, el expositor propuso que los fenómenos económicos están interrelacionados con múltiples factores sociales que ayudan a entender por qué en Colombia el latifundismo ha ido de la mano con la predominancia de unas mercancías sobre las demás. Los problemas de larga duración en los que se centró Rafael fueron la relación capital-trabajo, los conflictos económicos en torno a la tierra y los asuntos de marginalización social. Partiendo de esos puntos Rafael quiso demostrar que “no todo siempre ha sido como es hoy y no todo tiene que ser como es hoy”.

Andrés Salazar estuvo encargado del panel sobre participación política y se centró en explicar históricamente ese fenómeno partiendo desde mediados del siglo XX. El tema de la participación política es central en los acuerdos de La Habana. Explicó la importancia de pensar en procesos que, al igual que el plebiscito del 2 de octubre de este año, tuvieron objetivos de participación política y fueron determinantes para la historia del país. Habló sobre el plebiscito del 57 y resaltó que fue fundamental en la medida en que, por primera vez, las mujeres comenzaron a ser pensadas como parte activa de la ciudadanía. También se refirió a la “séptima papeleta” que dio origen a la Constitución del 91 y aseguró que se trató de un momento fundamental en la historia pues grupos indígenas, organizaciones de izquierda y otros actores fueron finalmente reconocidos e incluidos en la ley colombiana. En esa medida, el papel de los actores subalternos en la historia de Colombia fue un eje central de la exposición de Andrés. Más allá de eso, Andrés le dio relevancia al hecho de que en Colombia es difícil establecer límites claros entre culpables e inocentes por las dinámicas culturales e históricas del conflicto como tal. Por otro lado, los trabajos de Mauricio Archila y de Ricardo Arias fueron muy relevantes en lo que respecta a las dinámicas de los conflictos sociales en Colombia en distintos momentos históricos. Se expuso la idea de que la historia hace parte fundamental de nuestra identidad pues determina la manera en que nos relacionamos entre nosotros según los fenómenos que nos rodean.

Felipe Pinilla lideró la cátedra sobre el desarrollo agrario en Colombia y el famoso “problema de la tierra” que ha sido determinante a lo largo de la historia del país. Este tema fue fundamental pues el primer punto del acuerdo actual trata precisamente las cuestiones de la tierra. La exposición partió desde mediados del siglo XIX pues se consideró que fue en este punto en el que se dieron las reformas económicas que más afectaron las estructuras de largo plazo de la vida política nacional en términos agrarios. El trabajo de Fernán González titulado “Poder y violencia en Colombia” fue uno de los documentos que consultó Felipe para preparar su exposición. El objetivo del estudiante fue explicar que los conflictos derivados de la distribución de la tierra —tema fundamental para las guerrillas que tomaron las armas en las décadas de los sesenta y setenta— a pesar de haber estado presentes en la historia de nuestro país desde hace siglos, han sido muy diferentes en cada etapa. Por eso, siendo consciente de la arbitrariedad de las fechas, Felipe tomó tres periodos (1860-1926, 1926-1936 y 1936-1964) para demostrar que en cada uno de ellos los conflictos en torno a la tenencia de la tierra compartieron ciertas características, pero difirieron en muchas otras. Para el primer periodo se tomó como rasgo principal la “colonización de las fronteras agrícolas” por parte de campesinos y terratenientes que buscaban hacer esos territorios productivos. Se habló entonces de cómo fueron las dinámicas -ciclos de migración y organización campesina- que permitieron llevar a los territorios del país distintos a las grandes ciudades los sistemas agropecuarios y de desarrollo agrario iniciales. Posteriormente se explicó que el segundo periodo estuvo más caracterizado por los inicios de una lucha ofensiva entre los campesinos que se “tomaron” los terrenos y los capitalistas que deseaban sacarles el máximo provecho a esos territorios. Por último, Felipe tomó como punto de quiebre la ley 200 de 1936 que determinó tanto el acceso como la tenencia y el uso de la tierra en el país. A partir de allí se expuso que esas décadas posteriores a la presidencia de López Pumarejo fueron las que vieron nacer el conflicto propiamente violento en torno a la tierra que en ultimas se transformaría en el centro del discurso de las guerrillas con las que hoy se está negociando. La investigación realizada por Darío Fajardo sobre el problema agrario en Colombia fue central en los planteamientos de Felipe. De igual forma, el trabajo de Catherine LeGrand sobre las movilizaciones campesinas en la historia de Colombia fue importante esencial para el desarrollo de la tesis de Felipe.

Juliana Morales finalizó las cátedras exponiendo el tema de las interpretaciones que se han hecho a lo largo de la historia sobre la violencia en el país. Ella partió de la base de que no se puede plantear un único origen o explicación del fenómeno en cuestión, por eso se aproximó desde múltiples perspectivas a los distintos tipos de violencia que se han dado en Colombia. El trabajo de Daniel Pecaut fue una de las fuentes consultadas por esta estudiante para hablar sobre las interpretaciones de la violencia en Colombia. Para Juliana resultó fundamental entender los contextos desde los cuales se ha hablado sobre la violencia pues asegura que a partir del lugar desde el que se habla se elaboran los imaginarios —nunca naturales— sobre dicho fenómeno. Uno de los contextos que más impactó los estudios de la violencia en Colombia fue la profesionalización de las Ciencias Sociales en el país; el aporte de la sociología fue especialmente importante. Este panel se diferenció de los anteriores en la medida en que les dio más relevancia a las nociones de violencia propias de ciertos textos académicos e institucionales, que a los procesos de violencia en sí mismos. Es decir, más que aproximarse cronológicamente a guerras, enfrentamientos, luchas u otras formas de violencia concretas, se centró en explicar cómo han sido narradas esas formas de violencia desde distintos sectores de la sociedad. Para lograrlo, Juliana dividió su exposición en tres bloques: 1950-1960, 1962-1986 y 1986-presente. Las investigaciones de Marco Palacios sobre la historia de Colombia también fueron muy importantes para entender la violencia más allá de lo inmediato. En términos generales, fue fundamental explicar que las interpretaciones de la violencia cambian conforme cambian las concepciones de “los culpables”, “lo que sucedió”, “cómo sucedió” y “por qué sucedió”. Igualmente, cada uno de esos temas ha sido abordado por distintos actores –que también se transforman con el paso del tiempo– interesados en resolverlos. Relacionando el tema con el contexto coyuntural, Juliana planteó que no es gratuito que actualmente se le dé tanta importancia a la violencia ligada al narcotráfico como un asunto central en los acuerdos.

Pensar hacia el futuro

No sólo es importante sino necesario que estas propuestas salgan de las universidades. Tampoco es sólo un deber de historiadores inculcar el pensamiento crítico en la ciudadanía; es una obligación de todos involucrarnos activamente en propuestas como la de estos estudiantes para contribuir a que la historia salga de su castillo y transite por los distintos rincones del país a diario. En ello consiste hacer de la historia un saber público y no excluyente. De lograrlo, al ciudadano común le serían mucho más evidentes los motivos por los cuales la historia es importante.

Del mismo modo, es importante entender que la historia es una herramienta que, tanto desde sus alcances como desde sus límites, nos permite pensar en nosotros mismos como parte de una comunidad que es compleja, discontinua y, en algunos casos, paradójica. Ana María Otero, profesora asistente del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, habla sobre por qué es tan importante pensar históricamente incluso después de haber tomado una decisión en el plebiscito del 2 de octubre.

Al igual que la historia, los medios de comunicación han jugado un papel fundamental en la elaboración de imaginarios con respecto al proceso de paz. Son los medios quienes han decidido y seguirán decidiendo qué información publicar y qué información ocultar. Por eso es importante observarlos con cuidado, siempre intentando ir más allá de los titulares que le apuntan más a generar polémica que a informar honestamente a los ciudadanos. Según Otero, hoy,  es clave el encuentro entre los medios y la historia.

Hoy, que se conocen los resultados del plebiscito, la invitación es a que nos entendamos críticamente y le apostemos a un futuro construido no con armas sino con argumentos sólidos y coherentes. La invitación es que escuchemos la voz de la historia y nos demos cuenta de que lo que nos tiene que decir es relevante. Hoy el país se enfrenta a grandes retos; retos que no podremos asumir a cabalidad si no entendemos cómo y por qué llegamos hasta este punto. Si no ampliamos nuestra concepción de lo que significa ser colombiano, construir la paz será más complicado de lo que se espera. Es hora de que dejemos de lado las apreciaciones simplistas, vacías y carentes de análisis para empezar a dialogar siendo conscientes de cada afirmación que hacemos. Ello implica entender que el lenguaje y la lógica argumentativa juegan un papel fundamental en la construcción de paz. En ese sentido, un debate constructivo necesita la voz de la historia, necesita el entendimiento de los largos y complejos procesos que nos han traído hasta el lugar en el que estamos. No es gratuito que hoy el país esté dividido literalmente en dos, no es gratuito que este proceso haya generado una polarización de niveles casi perfectamente simétricos. En lugar de cegarnos pasionalmente ante nuestras respectivas posiciones, deberíamos entender que nada de lo que sucede a diario sucede “porque sí”. En lugar de seguir hablando de “ganadores” y “perdedores”, deberíamos hablar de los complejos procesos que nos unen a todos como habitantes de un mismo país; un país con una historia confusa, discordante y nunca lineal. El día en el que nos conectemos con nuestra historia y la entendamos en todas sus dimensiones, será posible que empecemos a pensar en cómo construir un mejor país. El día en el que nos miremos en el espejo de nuestro pasado podremos comenzar a entender los rasgos del rostro de nuestra nación. El día en el que escuchemos la voz de la historia lograremos por fin abrir los ojos que durante tanto tiempo han estado cerrados ante la realidad de un adolorido país llamado Colombia.

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