Your Fair is so Unfair, UN_FAIR Tequendama: entre la promesa de democratización y el espejo del clasismo
En el especial de noche de brujas de Prueba de Artista, Jerson Murillo cuenta una historia de terror. El uso de la lucha contra el clasismo por parte del mercado secundario de arte colombiano.
Esta entrada hace parte de la columna «Prueba de artista con Jerson Murillo», un espacio donde se califican exposiciones de arte desde la mirada de un espectador. Si quiere ver los parámetros con que se califican las exposiciones, haga clic acá. Si quiere leer otras entradas de la columna, haga clic acá.
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Durante la Semana del Arte, paralela a ARTBO y a la primera semana de la BOG25, surgió una tercera alternativa para quienes querían saciar su hambre de arte: UN_FAIR Tequendama.
Personalmente, soy muy abierto a los nuevos formatos de exhibición, mercado y economía del arte. Creo firmemente que las dinámicas del mercado deben transformarse: vivimos años de recesión, las galerías luchan por formar nuevos coleccionistas en una época en la que la gente no quiere comprar arte, sino invertir en experiencias, recuerdos y patrimonio espiritual. Algo parecido al resurgimiento de las discotecas y festivales tras la pandemia.
Una de las razones que me motivó a visitar UN_FAIR fue que no se limitaba a un recinto cerrado de galerías para coleccionistas: invadía el espacio urbano, ocupando zonas de alta circulación en el centro de Bogotá con instalaciones monumentales (como el contenedor de Alejandro Sánchez), esculturas, locales intervenidos y espacios comerciales adaptados al arte. Según la feria, se trataba de “un circuito de instalaciones gratuitas en el Centro Internacional Tequendama y Torres Bavaria que busca democratizar el acceso a la cultura”. De esta manera, el arte salía de la “galería exclusiva” para instalarse en lugares por donde los transeúntes podían pasar, ver e interactuar. Esa visibilidad pública podía lograr que alguien ajeno al mundo del arte “cayera” por accidente en la experiencia.
Foto con IA publicada por la feria.
En el primer piso se encontraban más de cincuenta proyectos gratuitos para las familias, y en el segundo, un espacio VIP (con costo) donde se presentaban más de quince galerías. La idea sonaba potente. Si había estrategias para atraer nuevos públicos, nosotros, como medio, debíamos aportar a su difusión. Varios artistas participantes nos insistieron en ir a calificar sus proyectos; incluso uno de ellos me gestionó la entrada VIP. Decidí asistir a la inauguración para disfrutar, ver arte, saludar gente y, quizás, calificar la feria para esta sección. Quería sentirme parte, incluido. Pero ese día me pasó algo que no debía pasar.
El incidente
Si han leído mi columna, saben que cuando califico una exposición, también evalúo la atención del espacio. Aunque mis calificaciones públicas son recientes, llevo años haciéndolo en privado, como un ejercicio de sistematización para pensar la relación entre artista, público y espacio. Porque incluso si la obra es buena, una mala atención puede arruinar la experiencia. Y hay un patrón común en las peores exposiciones a las que he asistido: el clasismo.
Imaginación de la feria hecho con IA.
El 23 de septiembre fui a Suites Tequendama, al área VIP de la feria. Desde que entré, una galería ordenó a un guardia de seguridad escoltarme mientras veía las obras, “para que no me robara nada”, solo porque llevaba una gorra y una camiseta de fútbol americano. Para que me dejara en paz, empecé a hablarle de arte, intentando que entendiera que no estaba allí por otra razón que ver exposiciones. Aun así, no dejó de intimidarme.
Imaginación de un stand de la feria hecho con IA.
Cuando subí a contarle lo sucedido a algunos conocidos —los mismos que me habían invitado—, sus respuestas fueron desconcertantes:
¿Clasismo? Acá no hay clasismo, ARTBO sí es clasista, ARTBO sí es elitista.
Y repitieron el eslogan de la feria como loros:
“Aquí hay 52 proyectos gratuitos para el centro de la ciudad, aquí nadie te va a decir nada”.
Sentí impotencia. Nadie me iba a ayudar. Estaba molesto y sabía que no sería escuchado, a menos de que hiciera algo.
Nota: Cuando bajaba en el ascensor note dos (auto)entrevistas al organizador y al curador encargado del componente pedagógico de la feria, realizadas por una entrevistadora hecha IA, algo incomoda. Me costó conseguir fotos de la feria en redes sociales para poner en el articulo por lo que algunas fotos que puse son con inteligencia artificial, un homenaje a esas entrevistas. Mírenlas aquí.
A la mañana siguiente, día de la inauguración privada de ARTBO, subí un video a mi Instagram contando lo sucedido y reflexionando sobre ello. Miralo aqui.
An Un_Fair Art Fair que repite las viejas dinámicas
UN_FAIR se ha promocionado como una alternativa al supuesto monopolio de ARTBO, un espacio en contra del elitismo del medio y “no tradicional”. Pero lo que vi y escuché fue una distorsión del concepto de clasismo. Las palabras clasismo y elitismo no significan que un grupo de artistas o galerías no haya sido invitado a una feria.
Una feria “no tradicional” con dinámicas profundamente tradicionales. Mover el coctel de lugar no es suficiente para declararse anti-elitista. Los verdaderos espacios no tradicionales son aquellos que no se rigen por el mercado, que luchan por crear comunidad, generar tejido social y ofrecer programación para la gente. Si esta feria fuese realmente diferente, ¿dónde estaban sus estrategias de mediación?, ¿sus tarifas diferenciales para estudiantes?, ¿sus visitas guiadas?
Aunque su primer piso fuese gratuito, muchos ciudadanos aún se sienten ajenos al arte por los prejuicios que tienen frente a las galerías. ¿Qué hizo UN_FAIR para romper esa barrera?
Foto sacada de una publicidad de la feria.
Mi crítica no es contra los proyectos o artistas participantes —felicitaciones a quienes lograron circular allí—, sino contra la contradicción estructural de la feria. Si solo luchas contra el clasismo cuando encaja con tu discurso o tus intereses personales, también eres parte del problema. Si esto me pasó a mí, imaginen lo que puede pasarle a otros.
La reacción y la doble moral
Esa misma noche, en la inauguración privada de ARTBO, me encontré con varias personas que habían trabajado en UN_FAIR. La mayoría comenzó diciendo que lo ocurrido fue “muy triste” y que “no debería pasar”, pero enseguida me pidieron borrar el video porque “les estaba quitando el negocio”. Cuando me negué, llegaron los insultos, las provocaciones físicas y las amenazas de veto. Al dia siguiente publique este video: Miralo aqui.
Seguí pensando en lo mismo: si omites el clasismo porque no te conviene, también eres parte del problema.
La gente asume que por venir de un barrio voy a responder con violencia, pero he aprendido a defenderme con argumentos: para ganar convocatorias, escribir sobre arte y, ahora, para responderle a un par de elitistas. Vétenme si quieren; hay muchos curadores, artistas y agentes culturales que sí respetan y valoran mi trabajo.
Foto de stock del Centro Internacional.
Cuestionar el discurso de la democratización
Durante este mes he reflexionado sobre UN_FAIR Tequendama y la necesidad de mirar más allá de su discurso de democratización, para analizar sus tensiones internas: entre acceso y exclusividad, ciudad y mercado, experiencia y espectáculo.
Aunque la feria se presenta como una alternativa abierta y accesible, su estructura sigue orbitando alrededor del mercado: galerías con obras de alto costo, espacios patrocinados por corporaciones y una narrativa visual que seduce más de lo que transforma. La supuesta democratización opera, en realidad, como una estrategia de marketing cultural.
Primer piso de Suites Tequendama, programa publico de la feria.
El uso del Hotel Tequendama —símbolo histórico del poder económico en Bogotá— no es un gesto inocente. Convertirlo en epicentro del “arte accesible” puede leerse como una reapropiación elitista del centro, una forma de artwashing que disfraza procesos de gentrificación bajo la retórica del arte público.
¿Quiénes son realmente los “nuevos públicos”? ¿Los habitantes del centro o los mismos visitantes de ARTBO en busca de otra experiencia instagrameable? ¿Hasta qué punto el acceso gratuito equivale a participación? UN_FAIR acerca el arte a la gente, pero no necesariamente a la gente al arte.
En el fondo, la feria reproduce una paradoja: se llama “injusta” para parecer crítica, pero se inserta sin fricción en el sistema que dice cuestionar. Su principal valor no está en su promesa de democratización, sino en visibilizar esa contradicción: mostrar cómo el arte contemporáneo en Colombia intenta ser inclusivo mientras sigue dependiendo del capital, el espectáculo y el turismo cultural. ¿Democratiza el arte o simplemente lo reempaqueta con estética de rebeldía? Tal vez la verdadera “injusticia” de UN_FAIR sea esa: vendernos la ilusión de apertura mientras refuerza los mismos límites que promete romper.
Your Fair is so Unfair
Esculturas dentro del hotel.
Al revisar mi primer video, hay frases que vale la pena desarrollar:
“Clasismo y elitismo no significan que un grupo de artistas no esté en una feria”. Muchas de las galerías presentes en UN_FAIR aplican a la sección principal de ARTBO y no son seleccionadas por razones curatoriales, abundancia de mercado secundario, de representación o económicas. Prefiero que lo digan con honestidad antes que usar el clasismo como excusa.
“Mover el coctel de lugar no significa hacer un espacio contra el elitismo”. Usar la lucha contra el clasismo como propaganda no basta si se repiten las mismas dinámicas de exclusión.
“Los verdaderos espacios no tradicionales no se rigen por el mercado”. Ejemplos de ello existen: Artitis (Kennedy), El Dibujadero (Barrios Unidos) o Espacio, Taller y Galería (Ciudad Bolívar). Todos trabajan por acercar el arte a la comunidad y no al revés.
“¿Dónde están sus estrategias de mediación?” UN_FAIR ofreció cursos y charlas —como “Una historia UN_FAIR del arte colombiano: desde Chiribiquete hasta nuestros días”—, con el objetivo de acercar al público no especializado. Pero todos eran pagos. Además, la entrada general era más costosa que la de ARTBO, y no existían tarifas diferenciales para estudiantes, como sí las hay en otras ferias, por ejemplo, la Feria del Millón.
Para luchar contra el clasismo, también hay que ser amable con el bolsillo del público.
A las afueras de Suites Tequendama, programa publico de la feria.
Cuando fui ese dia al UN_FAIR y comenzó esta historia, apenas entré, en los pasillos alfombrados del hotel, la promesa de democratización empezaba a difuminarse. Los espacios más accesibles estaban en los pisos bajos, con obras gratuitas o pedagógicas; los pisos altos, en cambio, eran territorio de las galerías internacionales, con piezas de millones. El hotel, sin proponérselo, reconstruía su antigua jerarquía: el lujo arriba, la calle abajo.
Para mí UN_FAIR quiso ser un gesto de justicia estética, pero terminó siendo un espejo de sus propias contradicciones. En nombre de la apertura, reprodujo jerarquías; en nombre de la ciudad, reforzó un relato turístico del centro; en nombre de la democratización, expandió el mercado.
Quizá su mayor logro fue revelar el dilema de toda feria contemporánea: cuánto de arte y cuánto de espectáculo hay en cada intento de inclusión. En esta feria en el Hotel Tequendama, la injusticia (unfair en español es injusto) no está en el nombre, sino en el hecho de que, aun cuando el arte intenta volverse de todos, el sistema siempre encuentra la manera de ponerle precio a la entrada.
¿Y el medio?
Apenas publiqué el video, la gente se dividió en dos bandos.
De un lado estaban quienes apoyaban mi reclamo; del otro, los que decían que era un caso aislado o, peor aún, los que pensaban —en tono conspiranoico— que todo era una estrategia para desprestigiar al UN_FAIR, supuestamente orquestada por altos mandos de Artbo, solo porque reseñé la feria este año.
La típica discusión polarizada de nuestro medio: o estás conmigo o estás contra mí.
Pero de esos dos grupos surgió uno más raro todavía: los oportunistas extremos.
Ellos salieron a decir que las ferias de arte ya no son lugares amables ni seguros para el público casual o las minorías. Como si alguna vez lo hubieran sido. No tardaron ni un segundo en sugerirme “alternativas necesarias”, que casi siempre eran sus propios espacios o exposiciones abiertas esa misma semana del arte.
La respuesta que más me hizo rodar los ojos fue la de los que hablaban de la nueva galería de moda en San Felipe, ese barrio convertido en símbolo de la “escena independiente”. Creer que San Felipe es un espacio amable para nuevos públicos, seguro y amigable con las minorías, es tan ingenuo como pensar que las ferias de arte alguna vez lo fueron.
Todos sabemos cómo funciona: San Felipe, ese lugar tan amable con los públicos que no van a comprar, lleno de historias de exclusión. A mí mismo me han discriminado en más de siete espacios. Y lo más absurdo es que algunos de esos artistas me escriben después para que vaya a reseñar sus exposiciones, intentando barrer bajo el tapete todo lo que pasa en sus espacios.
Y luego están los otros oportunistas, los que más me cansan: los fundamentalistas del arte político.
Los que creen que todo el arte tiene que ser militante, y crucifican a cualquiera que no piense igual. Fueron los primeros en salir con antorchas a pedirme nombres. Dicen defender a las víctimas, pero en realidad lo hacen para empujar sus propias agendas curatoriales. Y son los mismos que luego, en sus medios o redes, sueltan comentarios clasistas contra artistas de región. Ahí está el ejemplo de Johan Samboní, que lanzó su libro en una piscina inflable —una idea divertida y sin pretensiones—, y ellos publicaron que tenía “arrogancia pueblerina”. Los comentarios eran un coctel de burlas elitistas.
Lo curioso es que recibí muchos abucheos por mi video, pero también muchos aplausos por atreverme a decir algo. Qué ironía.
¿Dónde están esas personas cuando voy a una exposición y los del espacio me miran con desdén, solo por asistir y no dicen nada ante la situación? ¿Dónde están cuando presencian esas situaciones y prefieren quedarse calladas?