Hoy millones de mujeres entran en huelga en el mundo entero para exigir igualdad. No Zunga la Perra Roja. Ella, activista trans de Florencia, Caquetá, se rehúsa a pensar que las marchas de hoy representan a todas las mujeres: a las empobrecidas, a las excluídas, a las mujeres que trabajan en las calles. Por eso, dice, hoy no sale a marchar. Para ella, el feminismo será diverso, o no será.
Ayer, 7 de marzo, me arreglé para salir a la calle a hacer una de las tantas filas en instituciones para lograr que me autorizaran la remisión por la EPS a psiquiatría y psicología y, así, iniciar mi proceso de tránsito de identidad de género. El trajinar cotidiano para una persona transgénero estrato uno, con hambre y de mal genio por tener que soportar el acoso callejero, el clima bipolar del piedemonte amazónico de Florencia, Caquetá, donde vivo.
Para conseguir mi tránsito, debo someterme al sistema de salud y agachar la cabeza. Permitirles que me patologicen, que me traten como a una enferma, una paria, una no nadie: que me digan disfórica. Que un médico cis decida sobre mi derecho a tener la identidad de género que quiero para mi misma.
Me cuestiono el parar, o el marchar, el prender una antorcha, porque quienes paran son las que tienen comida en su casa, las que desde una posición de privilegios están en la academia y en los círculos de poder y de decisión sobre nosotras, pero sin nosotras
Luego del proceso, me encontré con un amigo abogado y nos tomamos un café en el puesto de tintos de la Señora Lucy. Muy amable la señora, de edad avanzada y con la mirada quizá perdida en la monotonía de su labor. Me atrevo a interrumpir la charla con mi amigo y le pregunto sobre qué significaba para ella el 8 de marzo. Me responde que para ella “no significa nada, igual me toca trabajar, llueva o truene. El hambre no da espera, la luz no se paga sola…”.
Yo no dejo de verla atentamente y no dejo de pensar en si debería marchar o no con las compañeras el 8 de marzo. Le pregunto a Lucy si ha asistido alguna vez a marchas o a conmemoraciones en el día de las mujeres. Me responde con la mirada incrédula y ahí confirmo lo que he pensado desde hace unos años en mi trabajo con mujeres de organizaciones populares en Caquetá: las mujeres proletarias, las mujeres de base, las campesinas, las pobres, las que viven del diario, no celebran, no conmemoran y ni siquiera conocen lo que significa este día, para unas histórico y rebelde y para otras un día más del año en donde, si no trabajan un viernes, no se hace lo del “mercadito”, no comen y no estarán tranquilas en sus hogares ahogadas por el gota a gota asfixiante.
Como mujer transgénero, de la calle y empobrecida, me resisto a tener que marchar un 8 de marzo y ser una privilegiada más y no pensar en las amas de casa, en las empleadas de servicio doméstico, en las putas callejeras en sus andenes fríos y con sueños olvidados por las millones de compañeras y camaradas del paro feminista a nivel Mundial. Me cuestiono el parar, o el marchar, el prender una antorcha, porque quienes paran son las que tienen comida en su casa, las que desde una posición de privilegios están en la academia y en los círculos de poder y de decisión sobre nosotras, pero sin nosotras. Cuestiono, me aflijo y sé que a las feministas de academia —las encopetadas— poco le importan nuestras realidades como mujeres diversas, estrato uno y realmente jodidas. Para mí Doña Lucy es una Feminista, aunque ella no lo sepa. Estoy convencida de que la lucha cotidiana, incansable y llena de coraje, le permite a ella y a todas las mujeres que estamos en los círculos de pobreza, miseria y exclusión, ser más dignas, más auténticas: sin maquillajes, poniendo las manos en las sartenes de las cocinas y preparando los tintos para las y los patronos que no valoran económicamente todo el trabajo de cuidado de las mujeres en sus círculos familiares y sociales.
Las mujeres populares somos actoras del cambio, protagonistas de nuestras historias, pero contadas y leídas desde nosotras, las callejeras y cotidianas que no marchamos porque la vida no nos cambia con una marcha, una vela o un grito. Nuestras vidas cambian cuando las necesidades básicas y los derechos humanos se nos garanticen y haya una transformación social y política de nuestras realidades.
El feminismo será diverso o no será. Por eso yo no marcho, porque no me representan las que se movilizan en nombre de “la igualdad” para unas y no para todas.
Me termino el café, me despido de doña Lucy, de mi amigo, y sigo convencida de que hay que permanentemente dialogar entre mujeres, en volver a la base social, no la de los foros y eventos pagados por cooperación internacional, sino las populares de las barriadas de las ciudades periféricas olvidadas por el feminismo privilegiado que no se cuestiona la clase, la etnicidad y las diversidades de las mujeres. Le hablo a ese feminismo, ilustrado, pero carente de sensibilidad por lo real, y no por los espejismos de los informes académicos que maquillan nuestras realidades y vivencias. Si vamos a parar, a huelga, que sea con todas, las negras, las pobres, las putas, las campesinas, las indígenas, las que venden tintos, las que están en situación de discapacidad… con todas.
El feminismo será diverso o no será. Por eso yo no marcho, porque no me representan las que se movilizan en nombre de “la igualdad” para unas y no para todas. Yo no marcho, yo resisto desde la calle, desde el ejercicio de mi ciudadanía. Yo no marcho, yo soy solidaria con las demás.
[*Diana Rey Melo es fotógrafa con alma de antropóloga. Sus reportajes han aparecido en Semana y diferentes medios impresos y digitales.]