El barrio Prado Veraniego, al norte de Bogotá, está plagado de talleres para carros y panaderías. En cada cuadra se escuchan distintos géneros musicales y hay una pelea cazada entre los talleres para ver cuál suena más alto. Los overoles, las botas y las chispas que saltan cuando los trabajadores sueldan son el paisaje más común. Allí, la vida pasa entre la mecánica de los carros y los tintos de panadería.
Pero también hay un local pequeño con un anuncio sobresaliente. En ese rinconcito no se habla del cambio de exosto, ni de ventanas, ni de la instalación de un estéreo infernal que ocupa todo el baúl. En ese local se habla de rodamientos, marcos y pedales. Como no podía ser de otra manera, la Bicicletería Huguín está en medio de un taller y un local dedicados exclusivamente a los autos. Es una paradoja que dejó el tiempo y la casualidad en un mundo que escogió a los carros como su medio de transporte predilecto.
Huguín
Hugo Ernesto Manosalva nació en Cerinza, Boyacá. Desde que tuvo la capacidad para montar en bicicleta lo intentó y desde que lo logró no dejó de usarla.
Cerinza es un municipio ubicado a 2.750 metros sobre el nivel del mar y su temperatura media es de 13ºC. Allí fue donde Hugo aprendió a montar en cicla. “Por ahí a los siete u ocho años, que ya uno está consciente de lo que hace, aprendí a montar y de ahí pa’ca no he dejado la cicla para nada”, dice Manosalva. La geografía boyacense le facilitaba la diversión.
“Alquilaba uno la cicla y se iba a montar. Había una bajadita allá… o todavía está. Se iba uno, la subía y después se bajaba en ella montando”.
A los 9 años se mudó a Bogotá con sus papás y doce hermanos. De todos ellos, el único que dedicó su vida a la bicicleta fue él.
La ciclita, como Hugo le dice, es la que hoy, 58 años después, le sirve para conseguir el dinero para vivir.
La Bicicletería Huguín, su sitio de trabajo, es oscura y sencilla. No tiene una gran maquinaria, lo de él es la mecánica en su más humilde expresión. Las manchas color negro grasa se encuentran por todas partes y los sonidos de los golpes metálicos de las herramientas cuando caen son la melodía cotidiana. Hay dos vitrinas: una alta pegada a la pared y más cerca al andén, en donde exhibe sillines, frenos, pedales e infladores; la otra es más baja, es un mostrador que además de servir para desplegar los accesorios también funciona como división de su lugar privado con el de atención al público. Las llantas cuelgan del techo. De allí arriba es de donde sale ese olor a caucho que se alcanza a distinguir entre la grasa, el metal y, dependiendo la hora, el aroma de la comida hogareña. La casa está en la parte trasera de su taller. Una sábana infantil separa su lugar de trabajo de la vivienda. De vez en cuando sus nietos se abren paso entre la sábana de colores desteñidos para jugar con las llaves y los tornillos del abuelo.
Hugo aprendió de mecánica de bicicletas casi por obra del destino. Nunca nadie le enseñó, simplemente le gustó y se dedicó a conocerlas: «Montaba en cicla y mantenía en cicla, desde que nací nunca la he dejado para nada». Hace ocho años le compró las herramientas a un conocido y montó la Bicicletería Huguín. Desde ese momento todos sus ingresos giran alrededor de las bicicletas. «El trabajo tiene sus altibajos, de semana santa para acá se ha puesto pesadito. Estos dos últimos meses ha estado apretado, está solo, flojo, no sé por qué. Ha bajado las ventas y el trabajito».
Una bicicleta no alcanza ni siquiera un punto de porcentaje de emisión de CO2, mientras que los carros particulares emiten el 65% y los buses un 35%
El día sin carro
Para Hugo, el 22 de septiembre fue un respiro a los meses difíciles. Era el tercer día sin carro de 2015 decretado por la alcaldía de Bogotá, una iniciativa que restringe el uso de vehículos particulares. La tarde anterior aparecieron las primeras señales: le habían preguntado a qué hora abriría mañana. Pasado el mediodía llegaron más personas de lo común.
El auge de movilizarse en dos ruedas no es algo novedoso para ciudades como Ámsterdam, donde el 75% de los habitantes tiene una y un 50% de ellos la usa a diario. En América Latina es un fenómeno más reciente y Bogotá es la ciudad líder en la región. Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo en la capital se hacen 611.472 viajes en bicicleta por día, esto representa el 5% de los desplazamientos en la ciudad. Durante los días sin carro llevados a cabo durante el 2015 se registró que aproximadamente 1’400.000 personas utilizaron la bici para desplazarse a sus diferentes destinos.
A las 7:30 de la mañana Hugo abre las puertas de su garaje que hace las veces de taller. Inmediatamente saca un balde con un poco de agua, para sumergir los neumáticos y descubrir pinchazos; después, Hugo abre su caja de herramientas y trae unas bicicletas que tiene a la venta para exhibirlas.
En menos de 10 minutos ya hay tres personas en el local. «Hay mucha gente que tiene arrumaditas las ciclas, entonces en los días sin carro la sacan. Llegan acá y lo que más piden es cuadrada de frenos, despinchada y aire», dice.
Estas peticiones aumentan cada vez que se registra una particularidad como el día sin carro, pero usualmente el negocio no tiene tanto movimiento. Esto no quiere decir que la Biciclitería Huguín adolezca de clientes frecuentes.
Un hombre atraviesa con impunidad el mostrador que divide la parte pública del local de la parte privada, la que da hacia la sábana que a su vez lleva a la casa de Hugo y Mercedes, su esposa.
— Me le tragué la tostada.
— ¿Cuál tostada? —responde Hugo— Ayyy… ¿También se comió la tostada?
— Un pedacito de tostada que había ahí, yo le dije a Merce y Merce me la regaló.
Hugo se ríe con la complicidad de los compadres y me explica quién es.
— Él es un cliente vea… de bicicleta. Ese muchacho es plomero y ahí está la bicicleta.
Me señala con su boca una cicla recostada contra la pared que tiene un bolso amarrado en la parrilla.
— El maletín ese está lleno de herramientas. Él no paga bus, anda en su cicla pa’ arriba y pa’ abajo.
Hace unos meses, Hugo pensó que era mejor vender el negocio y volver a Boyacá. Su hijo fue quien lo hizo desistir. Los dos están convencidos de que lo mejor que saben hacer es armar y arreglar bicicletas. La esperanza de la familia Manosalva está puesta en que el uso de la cicla sea cada vez más masivo.
Los últimos gobiernos distritales han hecho esfuerzos por incentivar este medio de transporte, no solo para entretenimiento sino también como solución a los problemas de movilidad y contaminación. Actualmente, Bogotá cuenta con 392 kilómetros de infraestructura vial para la bicicleta y las administraciones locales han seguido implementando estrategias para promocionar su uso. Es el caso del proyecto ‘Al colegio en bici’, que facilita 4.200 bicicletas para que los estudiantes de colegios distritales hagan sus recorridos por este medio. Según el manual ‘Mi estilo es bici’, creado por la alcaldía de Bogotá en 2014, una bicicleta no alcanza ni siquiera un punto de porcentaje de emisión de CO2, mientras que los carros particulares emiten el 65% y los buses un 35%.
«Ahora la gente se ve más entusiasta. La gente viene y pregunta, compran bicicleticas, encargan. La gente que no ha tenido bicicleta viene y le piden el consejo a uno y yo claro que le doy consejos porque es que la verdad es muy práctica. En la bicicleta usted hace deporte y evita los trancones, el coge-coge de los buses, sobretodo del Transmilenio. Eso no se sabe ahí quien toca o quien no toca, entonces uno se evita hasta problemas y roces con la gente porque muchas veces creen que uno lo hace de adrede, pero no se da cuenta que el que va atrás lo va empujando también a uno».
Hugo Manosalva tiene 67 años y continua montando bicicleta incluso contra las indicaciones de los médicos.
«Yo creo que me muero y me llevan el cajón en bicicleta», dice.
La pasión alimenta su terquedad. Cada domingo pedalea hasta Zipaquirá o Chía. Él no necesita motor, le basta con sus pedales.