¿Qué ocurre cuando una mujer vence los preceptos de una cultura machista y violenta? Lucía Vargas, una rapera bogotana, derrota los estereotipos para llevar un mensaje de esperanza a los más oprimidos, todo a través del arte.
Son las ocho de la mañana y el parque Cantarrana, en la localidad de Usme al suroriente de Bogotá, todavía está cubierto por una ligera capa de neblina. Allí, el frío se mete entre los huesos y los congela. Los hace doler. El parque –solitario– está sumergido en medio de un silencio absoluto que se quiebra, remotamente, por el ruido de alguna buseta bajando la loma de la Carrera 14 sur, que lleva a los barrios de invasión del límite urbano de Bogotá.
Poco a poco empiezan a llegar algunos niños que, tímidamente, se reúnen en el centro del parque. Ninguno supera los quince años, usan ropa holgada, con la que procuran agrandar sus músculos todavía en formación y la mayoría llevan perforaciones en sus orejas; las niñas llevan ropa muy ajustada, con las que pretenden acentuar sus caderas apenas insinuadas.
En menos de veinte minutos se reúnen aproximadamente cuarenta personas, de entre tres y quince años, que esperan ansiosos la llegada de los profes. Un carro color crema comienza a descender desde la parte alta del parque. Lucía Vargas es una de las personas que viene en el carro, una mujer de pelo crespo y negro, recogido en una cola de caballo alta. Su piel blanca contrasta con sus ojos verdes y con el par de cejas negras que enmarcan su cara redonda. Cada vez que sonríe, sus mejillas se inflaman y revela unos dientes grandes, que terminan por acentuar un carácter infantil.
Lucía se baja del carro y saluda a todos. Lo hace sonriendo, dando un beso en la mejilla y abrazando con fuerza. Es la líder del grupo, la que lo inició todo, la profesora preferida por los niños. Tras saludar, Lucía empieza a coordinar un calentamiento que, poco a poco, saca el frío de los huesos y prepara al grupo para emprender una caminata alrededor del parque. Mientras calientan todo es juego. Los niños, que antes se perdían entre ropa grande o muy ajustada, reaparecen entre risas, similares a las de Lucía.
Con este ejercicio Lucía busca concientizar a los niños sobre el uso del plástico y el reciclaje. Pero lo hace a través del contacto con la naturaleza y, especialmente, a través del rap. Y es que Lucía Vargas está catalogada como una de las mejores raperas de Colombia y, al contrario a lo que representa estereotípicamente el Hip Hop, combate todo un imaginario de odio a partir del amor. Combate el odio a partir de lo que ella llama una revolución inteligente.
Mientras existan rocas y en el cielo brille el sol/
Mientras existan corazones y el retumbe del tambor/
Mientras exista música y lata el corazón/
Existirán los sueños, la lucha y la re-evolución
Las mujeres en el Hip Hop, como en muchas otras culturas y profesiones, han tenido que luchar su espacio. El papel de la mujer casi siempre se ha visto relegado a tres posiciones: el objeto de deseo, la bailarina en algunas presentaciones o la corista del MC, o rapero, principal. A pesar de esto, algunas exponentes del género han aparecido venciendo todos los prejuicios de una cultura que se define a partir del macho violento. Missy Elliot, Lauryn Hill, Mala Rodríguez, Lil’ Kim y Melissa de Gotas de Rap, son algunas de las abanderadas que, por encima de la oposición de sus compañeros, supieron hacerse un espacio en el género. Actualmente, raperas como Lucía han logrado quebrar todos los preceptos al punto en que, como ella misma lo reconoce: “Tú te ganas el espacio por tu talento, independientemente de que seas hombre, mujer, gay, lesbiana, transexual, tú haces bien las cosas y te lo ganas”.
Lucía se inició en el rap por herencia familiar. Su padre fue músico y eso la acercó, desde muy pequeña, a la música tradicional colombiana. Fue más o menos a los once años cuando le regalaron un cassette de rap que conoció el género. Algún tiempo después, en un parque, escuchó rapear a un grupo de muchachos y, finalmente, asistió a un festival en Kennedy –una localidad al suroccidente de la ciudad– en el que vio presentaciones que la llevaron a ensayar sola en su casa.
Una vez cumplió los quince años conformó su primer grupo de rap en compañía de Diana Avella, otra de las raperas más relevantes de la escena actual quien ya ha sido una de las invitadas principales en Hip Hop al parque. Con cuatro discos producidos por ella misma, Lucía ya ha participado en cuatro giras internacionales totalmente autogestionadas, que la han llevado por varios países europeos, entre ellos Dinamarca, Francia, España, Suiza, Austria y Alemania; sin embargo, al recordar sus logros, ella misma pierde la cuenta de cuántos han sido: “¡Juepucha!, ¡ya son cuatro giras!”, exclama sorprendida.
Lucia en medio de sus clases en la localidad de Usme. Foto: María Fernanda Fitzgerald.
Con esa misma sorpresa Lucía abraza a dos de los niños que, en medio de la caminata, deciden empezar a rapear, para mostrarle que ellos quieren ser iguales a ella. Al principio tímidos se apegan a ritmos básicos, pero poco a poco logran soltarse más y unirse a los versos que ella les propone. Niños como ellos, que se han criado cercanos a la pobreza extrema, ya que en su localidad un 32 % de los jóvenes pasan hambre a diario, han sido los beneficiarios del programa dirigido por Lucía y sus amigos. Ellos, que no han recibido mayor financiación de entidades estatales ni privadas, han logrado sostenerse principalmente con el dinero recolectado por las giras musicales de Lucía. Gracias a esto han venido consolidando desde 2008 el programa Latidos, iniciativa que se ha replicado en otras localidades y en otras ciudades de Colombia.
El objetivo de Latidos es acudir a los barrios con mayores índices de violencia, ubicados principalmente en las zonas limítrofes de la ciudad, para alejar a los niños de pandillas, de la violencia de calle, del reclutamiento por parte de grupos armados ilegales, de la explotación sexual y del consumo de drogas. Lo que buscan es ayudar a estos niños a que encuentren un espacio en el que se ocupen y que no les quede tiempo para caer en cualquiera de estos fenómenos.
Y es que la localidad de Usme, junto con Rafael Uribe Uribe y San Cristóbal, son tres de los sectores con problemáticas más complejas que tiene Bogotá. De acuerdo con un estudio hecho en 2015 por la Defensoría del Pueblo, la constante presencia de grupos armados ilegales en estas localidades pone en riesgo a los jóvenes que se ven asediados para ser reclutados. Si a esto se le suma el hecho de que existe un déficit de 30.000 cupos escolares en la localidad, se entiende de dónde vendría el tiempo libre para que los niños y jóvenes sean arrastrados por cualquiera de estas situaciones. Si trasladamos esto a porcentajes, según un estudio de la Secretaría Distrital de Integración Social, también del 2015, un 58 % de los jóvenes en Usme no recibe educación formal, bien sea por falta de dinero o porque deben salir a buscar empleo, y esto se complementa con el hecho de que esta localidad es una de las que tiene un porcentaje más alto de desempleo, rozando ya el 11 %.
“Aquí la infancia es demasiado dura, y pasan cosas que no deberían pasarle a nadie”, me dice uno de los nuevos integrantes de Latidos que vino, invitado por uno de los primeros estudiantes de Lucía, a ver cómo puede ayudar desde su arte: la fotografía. Él, que se crió en el barrio, tuvo que irse por unos años de allí ya que, después de pertenecer a una pandilla, cayó en el consumo de drogas. Sin embargo, asegura que logró cambiar su mentalidad y ahora quiere saber cómo puede ayudar más en Latidos pues considera que ellos, a diferencia de las ayudas que se prestan estatalmente, sí saben cómo encantar a los niños: “Cuando vinieron los del ICBF nos pusieron a hacer manillas, ¡imagínate! Nos aburríamos demasiado. Esto sí divierte”.
El grupo de profesores, que además de Lucía cuenta con Nina, Cloe y Gandaya, busca enseñar a los niños todas las facetas de la cultura del Hip Hop. Los breaker, o bailarines de Breakdance, son dirigidos por Nina, una psicóloga que desde hace más de veinte años empezó a aprender a bailar este y otros ritmos, y que se convirtió en una de las primeras bailarinas del género en Colombia. Quienes se encantaron por los graffitis aprenderán de Cloe, quien también se inició hace veinte años en este arte y que hizo parte de la mesa de representantes que discutió con el Distrito la reglamentación del graffitti en la ciudad. Finalmente, aquellos que se encanten por la formación musical que se requiere para crear un buen verso podrán aprender de Gandaya, un sociólogo y productor musical que, como Lucía, también se apasiona por el rap.
No apunte al defecto, sienta la causa/
Viva tranquilo y admire la pausa/
Respire tranquilo y relaje su alma/
Vibre cuando de Hip Hop se trata
“Este es El Tío, es mi hijo más querido”, dice Lucía señalando a un moreno alto, de camiseta blanca ancha y cachucha verde. Él hizo parte de la primera generación de Latidos, cuando tenía apenas nueve años, y desde entonces ha soñado con dedicarse por completo a la música. “A mí la música me atrapó, y desde esa época no he querido salirme”, asegura. Me cuenta que cuando inició eran él y sus amigos, pero para este punto solo queda él: “Los demás se perdieron. Unos están en las drogas, a otros los mataron y a otros les toca trabajar mucho en otras cosas. Pero aquí sigo yo”.
Después de la jornada finalmente puedo sentarme a hablar con Lucía. Ella, que ha dirigido al grupo durante toda la mañana, sigue con la energía intacta. Sus causas son varias, y desde la música ha conseguido llevar el mensaje a muchos lugares, donde ha logrado contarle a su público las condiciones reales de las minorías en Colombia. Es una abanderada de los desaparecidos, de la Guardia Indígena, de la resistencia contra la expropiación de territorios y, por supuesto, de la juventud. Ella asegura que, desde muy pequeña, su padre le enseñó a ser rebelde pero que, años después, encontró una revolución que le ha ayudado a entender la vida de manera diferente: “Era la misma revolución, pero no tenía que ver con ricos y pobres, sino con el crecimiento interior del ser humano, y ese crecimiento interior se reflejaba en tus acciones desde el amor. Finalmente eso es lo que le falta al mundo”, me dice mientras se despide de los niños a quienes llama sus hijos.