“Muchas veces hacemos cine para festivales, yo quería que esta película le llegara a la gente”: Simón Mesa Soto

Simón Mesa Soto estrena ‘Un poeta’, una comedia con tintes autobiográficos que, tras ganar en Cannes, busca llegar a las salas de todo el país.

por

Isaac Vargas


27.08.2025

Desde su premiación en Cannes (Premio Especial del Jurado) y su notable movida en redes sociales, Un poeta no ha dejado de generar conversación. La película se mueve entre la comedia y el retrato íntimo de un artista en crisis, un territorio poco común en el cine colombiano reciente.

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Mesa, cineasta y profesor nacido en Medellín, ha trabajado desde sus primeros cortos con personajes que se mueven en la frontera entre lo real y lo ficcionado. En Madre, Leidi y Amparo —su primer largometraje— exploró lo social desde un registro cercano al drama. Con Un poeta, en cambio, se arriesga a reírse de sí mismo, de su generación y de los dilemas que atraviesan hoy al arte.

En esta entrevista hablamos sobre la creación de personajes, el uso de actores no profesionales, el lugar del humor y los riesgos de representar temas delicados. También sobre lo que significa estrenar en Cannes y, al mismo tiempo, apostar por llegar a salas comerciales en Colombia.

Acá la entrevista para 070:

Algo que me llamó mucho la atención, y lo noté también en tus otros trabajos, es el uso de actores naturales y la dirección de actuación. Incluso desde Madre los protagonistas son actores naturales, ¿cierto?

En Un poeta hay una mezcla de ambos. El protagonista no es actor profesional. El término “actor natural” se acuñó mucho con la obra de Víctor Gaviria aquí en Colombia, pero yo prefiero hablar de actores con diferentes niveles de formación. Para mí todos son actores. Algunos tienen formación académica, otros no, pero lo importante es la capacidad de estar frente a una cámara. Eso puede surgir en cualquier persona. En Un poeta busqué actores formados, pero Weimar, que interpreta al protagonista, trajo algo tan específico que era difícil hallarlo en un actor profesional.

¿Cómo es esa experiencia de trabajar con actores distintos a lo que normalmente se encuentra en el medio?

Siempre he buscado en todas partes, sean profesionales o no. En los cortos, por ejemplo, las protagonistas eran chicas muy jóvenes. Buscaba que se acercaran estéticamente y en su forma de expresarse a los personajes. En Amparo también trabajé con actores formados. Al final lo que importa es que tengan la capacidad de ser frente a una cámara, algo muy específico del cine. Y eso puede surgir en cualquier lugar: de un actor profesional o de alguien sin formación. Incluso a veces un actor formado no logra esa naturalidad. En Un poeta quería trabajar con actores formados, pero no tanto con caras conocidas, sino con quienes se adaptaran a los personajes. Así se mezclaron profesionales y no profesionales. En mis trabajos previos había un realismo más social, con actores naturales más evidentes. En esta película buscaba algo distinto: personas idóneas para cada papel.

Es la primera vez que tienes un protagonista hombre. ¿Cómo fue construir ese personaje? ¿Por qué decidiste explorar por ahí?

Fue un proceso con muchos dilemas. Me interesaba retratar a un hombre porque hoy en día el género define muchas identidades. Quise hacer un retrato personal de mis dilemas como cineasta, retarme a salir de la zona de confort. Por eso elegí la comedia, el retrato del artista y un protagonista hombre. También los personajes secundarios recogen mucho de mi vida: mis padres, mis tíos, mi abuela. Son cosas muy mías, pero también universales, como el arquetipo de la oveja negra de la familia.

Y siguiendo con la creación de personajes, ¿cómo fue para ti construir el de la niña, la poeta? Es alguien que encuentra silencios en una casa llena de ruido y que disfruta de pequeños detalles como el sol entrando por las ventanas.

Al inicio tenía claro que quería contar la historia de este poeta frustrado. Pero con la llegada de Yurlady pude retratar otros aspectos: el mundo del arte, la relación director-actriz, los dilemas éticos de sacar a alguien de su vida cotidiana y ponerla en el mundo del cine, que puede parecer más surreal. Ese personaje refleja también mis experiencias previas con las actrices de mis cortos.

Aunque el protagonista es un hombre, me parece que los personajes femeninos son los más elocuentes de la película. Eso resulta cercano a la realidad, pero a la vez se aleja de los estereotipos habituales en el cine colombiano. ¿Qué significa eso para ti?

Fue algo poco deliberado. La abuela es mi abuela, Yolanda es mi mamá, y el poeta es un tío o incluso un profesor. No fue algo que busqué de manera consciente, se dio así, y es bello. Además, como hombre artista me cuestiono mucho: qué responsabilidades tenemos, qué significa envejecer, cómo nos ubicamos entre generaciones con visiones distintas. Yo estoy en la mitad: no joven, pero tampoco viejo. A veces critico a unos y a otros. Me da miedo envejecer y volverme facho. Por eso la comedia fue clave: permite reírse de esos dilemas.

En esta película el humor aparece como nunca antes en tu obra. ¿Qué lugar ocupa para ti?

Antes de Madre, Lady y Amparo hice cortos donde coqueteé con la comedia. Es un género que me gusta mucho, aunque es difícil. Decidí dejarla entrar en Un poeta y hacer una comedia imparcial: reírse de todo, incluso de uno mismo. Ahora hay temor a hablar de ciertos temas, pero yo abandoné ese miedo. Si podía reírme de mí, podía hacerlo también de otras cosas.

¿Y en qué sentido te estás riendo de ti mismo en la película?

En muchos. Creo que todos los artistas somos un poco como Efraín, el poeta oportunista. Ser artista implica cierto narcisismo y búsqueda de reconocimiento. En público solemos dar discursos ejemplares, pero estamos llenos de errores. También me río de las frustraciones: hacer cine es hermoso, pero duro, depende de tu contexto. Los sentimientos de fracaso son habituales.

Yendo al conflicto principal de la película, la supuesta violación: ¿cómo fue esa decisión?

Hubo un evento real parecido que me inspiró. Desde el inicio esa fue la premisa de la película. Pero al escribir exploré todas las posibilidades. Es un tema delicado, fácil de caer en lugares comunes. Lo abordé desde la comedia, que me permitió tratar un asunto sensible sin hacer un juicio directo. Era un guiño a los dilemas actuales: cancelación, viejos enfrentados a nuevas generaciones, discursos que se distorsionan. Quería que fuera ante todo una historia de personajes. Por eso trabajé mucho en hacer orgánica la relación entre la hija, Daniela, y Yurlady. La comedia me permitió abordar el tema sin prejuicios, incluso en escenas delicadas.

En la película queda claro que el protagonista no comete la supuesta violación, aunque todo alrededor hace pensar sí lo hizo. ¿Por qué decidiste mostrar la excepción cuando en la realidad suele pasar lo contrario?

Estoy de acuerdo, porque los hombres en general somos cuestionables. No me interesaba retratar una violación ni idealizar una excepción. Mi interés era cuestionar percepciones, no convertir al protagonista en benefactor. Incluso estuvo mal llevar a una menor a una fiesta. Todo lo que hizo pudo estar mal. Pero quería que la audiencia supiera que no había pasado nada, porque no se trataba de eso, sino de explorar las reacciones de los personajes y de la sociedad. Vivimos en una sociedad implacable con el juicio, donde si tocas un tema tienes que ser políticamente correcto. Yo no cuestiono las luchas sociales, que son justas, sino los mecanismos actuales: los juicios colectivos, las dinámicas de redes sociales. La comedia me permitió explorar eso.

Después de la proyección comentaron, y también lo vi en redes, que hay una intención fuerte de mover la película y que llegue a un público amplio. Incluso mencionaron que Cine Colombia la distribuirá en salas de todo el país. Eso me parece muy positivo, pero también me genera curiosidad: ¿qué significa para ti intentar masificar una película que, al mismo tiempo, ganó en uno de los festivales más importantes del mundo? Muchas veces se piensa en esos caminos como polos opuestos: lo popular frente a lo que gana en Cannes. ¿Cómo entiendes esa dualidad en el caso de Un poeta?

Yo buscaba hacer una película con audiencia, más que con nichos. Me he dado cuenta de que las películas que me gustan son las que entretienen, aunque sean abstractas. Muchas veces hacemos cine solo para festivales, pero yo quería que esta película llegara a la gente. Que tuviera valores de festival, sí, pero que no se limitara a eso. Un poeta no fue hecha para Cannes, aunque terminó allí. Su fin era conectar con audiencias.

¿Es la primera vez que buscas eso? ¿O ya lo habías pensado con trabajos anteriores?

Al final siento que no he hecho tanto. Con Amparo tenía inquietudes deliberadamente políticas y quería que fuera así, pero también buscaba que no fuera esquiva con la audiencia. Con Un poeta quería una película que me gustara principalmente a mí, que me conectara, que fuera impredecible, rara. No quería encajar en nada. Creo que una película se preserva más en el tiempo si conecta con la gente. También me interesa buscar mecanismos para que el cine colombiano llegue a la audiencia. Es un reto. Con esta película intentamos estrategias de promoción y voz a voz. Ojalá funcione.

Durante la construcción del guión, ¿hubo decisiones en las que sentiste que podías llevar la película hacia un público más de nicho o, por el contrario, hacia un público más amplio? ¿Sentiste esa presión en algún momento?

Sí. Pero sentía que era un reto más grande hablarle a la gente. Contar una historia clara es más riesgoso que refugiarse en lo abstracto. En las academias dicen: no voz en off, no finales felices. A mí me decían que quitara la voz en off. Pero yo quería abrazar esa “fealdad” y lo popular. El final emotivo, por ejemplo, busca conmover a la audiencia. No solo porque quiero que sea viable para salas, sino porque me interesa cerrar bien una historia, que sea un círculo redondo.

¿Podrías darme un ejemplo de ese tipo de decisiones en el guión?

Filmamos dos finales, uno menos esperanzador. Esas alternativas me daban margen para ver qué funcionaba en edición. Además, la película tiene una estructura muy clásica: tres actos, un punto de giro a los 25 minutos. Es una estructura de cine clásico.

¿Y cómo te sientes con el resultado?

Me gusta mucho. Obviamente uno es crítico, pero cada vez menos. Abrazo la imperfección: si algo no sale perfecto, está bien. El cine es un trabajo colectivo de muchos años. Lo que me gusta es que la película tiene personalidad, es libre y única en sus rarezas. Cuando buscábamos financiamiento nos decían: “¿a quién le interesa un poeta de 50 años en Medellín?”. Pero era mi historia, la que quería contar. Me alegra haberlo hecho. Me parece que es una buena película, que cuenta su historia y la lleva hasta el final. Y eso refleja también mi proceso de madurez como cineasta.

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