Cali. Decenas de jóvenes bailan, celebran y cantan en la calle. Los vecinos se molestan y llaman a la Policía. Varios agentes llegan a “controlar el desorden” y empieza el acto poético de rebeldía: todos, al unísono, entonan la misma canción de salsa choke: ‘los tombos son unos hijueputas, vaya, vaya”.
Esa estrofa también suena en Tumaco mientras estudiantes sacan a una patrulla de su colegio a punta de baile y canto. Buenaventura hace lo suyo mientras la tonada empieza a rodar como un virus rebelde por las redes sociales .
Este fenómeno se convirtió en otra de las manifestaciones desde la cultura en contra del abuso policial y de una historia antiquísima de opresión. No es gratuito que se esté dando, precisamente, en el Pacífico colombiano y en comunidades afrodescendientes. Desde sus orígenes, sus expresiones culturales han tenido que luchar para existir.
Por ejemplo, la experiencia de la esclavitud durante la diáspora africana en América Latina estuvo atravesada por la evangelización de la Iglesia Católica y de otras iglesias judeocristianas que reprimieron, prohibieron y tildaron de satánicos a la marimba, los tambores, sus cantos y su baile en muchos lugares y en diferentes periodos. Esto hizo que la música, en sí misma, se configurara como forma de resistencia para los africanos secuestrados y pasara de generación en generación hasta las comunidades afro actuales.
Es muy probable que la de los ‘tombos’ se convierta en un himno porque existe toda una fracción de la sociedad que se siente indignada y maltratada por la Policía.
Y, aunque nuestra Constitución hoy prohíbe la esclavitud, lo que se conoce como su fin no es más que una vaga sofisticación del asunto: en Colombia, el abuso del patrón sobre el empleado sigue siendo la norma. En muchas esferas de la sociedad así como en los tradicionales cañaduzales, cultivos de algodón y bananeras aún reciben maltratos. Se trata de un tema de raza pero también de clase: al negro pobre nunca han parado de violentarlo. Lo que ocurre ahora, con internet, es que hay visibilidad y sus luchas tienen un impacto en los medios y en la sociedad.
Y es allí, en esa base de los pueblos afro, en lo popular, en los estratos bajos, donde se cultiva la música y la cultura. Donde se prolonga lo tradicional como un mecanismo de cohesión social que estructura los pueblos. En estos espacios, manifestaciones musicales –como la de ‘los tombos son unos hijueputas, vaya, vaya’– siempre han tenido una connotación de resistencia civil. De este tipo de apreciaciones sobre la autoridad, y su abuso, encontramos también antecedentes en el hip-hop y otros géneros musicales urbanos de origen afroamericano. Son su voz y su resistencia ante la opresión.
Cualquiera puede hacer una canción: es lícito cuestionar el criterio de la autoridad. Esa es la resistencia civil y la libertad que expresan y, además, exigen.
Es muy probable que la de los ‘tombos’ se convierta en un himno porque existe toda una fracción de la sociedad que se siente indignada y maltratada por la Policía. Parte de la sociedad no cree que los uniformados los cuidan, sino que los persiguen por “negros”, por “Indios”… por pobres. La ley se aplica según el estrato y según la raza. Ese es el contexto en el que esta canción surge y en el que es lícito que se cante. Todos el territorio en el que se baila y se canta como muestra de resistencia, tienen grandísimos casos de violencia, corrupción y abandono estatal. Se expande en estos lugares porque el pueblo del pacífico siente solidaridad entre sí. En relación a ese abandono es que surgen estas protestas: todo, parece, está conectado.
Las asonadas bailables, sin embargo, no son en contra de la Policía. Son a favor de la expresión popular y afro. La Policía, con la interpretaciòn arbitraria del código policial, viene presentando conductas represivas que atropellan las libertades civiles. Esta canción y la desobediencia civil son solo la respuesta a la represión injusta. Se da en un contexto en el que hay una ignorancia y un irrespeto generalizado por el pueblo afrodescendiente. Hay que reconocer lo que este pueblo ha aportado a la cultura popular Latinoamericana y de la contradictoria criminalizaciòn de sus conductas.
Lo más grave es que exista el riesgo de que esos artistas lleguen a ser judicializados. Es realmente absurdo que en una democracia se llegue a castigar una expresión popular. Cualquiera puede hacer una canción: es lícito cuestionar el criterio de la autoridad. Esa es la resistencia civil y la libertad que expresan y, además, exigen.