El Tíbet no es sólo una provincia de China. Es una región cultural que trasciende las fronteras administrativas y políticas
Viajar a China no es una decisión, ni siquiera un pensamiento que cruce por la mente de muchas personas. Sin embargo, China es la escapada perfecta para quien busca aventuras y horizontes nuevos por descubrir. La diferencia de moneda ayuda a que el único límite para conocer el país sea tener las ganas de hacerlo. ¿Qué puedo decir? Quise escaparme de la cotidianidad y corrí a la antípoda de Colombia. Me gustan los idiomas y por eso la beca del Confucio que me gané fue la excusa perfecta para hacer lo que a mí más me gusta: «hablar raro», hablar con la gente en su idioma y usar sus expresiones. Fui, aprendí chino (o a balbucearlo mejor al menos) y tuve la libertad de moverme por toda China para conocerla. Eso sí, no hay mejor escuela para aprender un idioma que un viaje.
Una vez llegué a China supe que es un país demasiado grande, con tantas cosas por ver que te marea la vista. Con el tiempo corriendo en contrarreloj, en los cinco meses que tenía allí armé una bucketlist con los lugares que quería visitar antes de irme. Me puse la meta y empecé a chulear. Algunos amigos pegaban banderas de los lugares sobre un mapa de China. Tíbet, «el lugar prohibido», el más difícil de todos para llegar, se convirtió en un reto.
El Tíbet no es sólo una provincia de China. Es una región cultural que trasciende las fronteras administrativas y políticas de la República Popular China, y que de hecho, agrupa tres provincias de éste país con partes de India, Butan y Nepal. El “Gran Tíbet” se presenta como un rompecabezas en el cual la cultura tibetana ha sido segregada en múltiples poblaciones, diversificándose y enriqueciéndose de matices.
En China, la Región Autónoma del Tíbet (TAR) se consolidó a partir del 2008 en respuesta a las fuertes protestas que se venían presentando. De esta forma únicamente le fue concedida cierta independencia a la provincia de U-Tsang o Xizang, que ahora es objeto de proyectos económicos y de desarrollo. Además esta zona está condicionada estrictamente por protocolos de acceso, que restringen el ingreso de turistas con permisos y autorizaciones que sólo se otorgan dentro de un plan de agencias de viajes. Sin embargo, una vez adentro se despliega un mundo de experiencias en el que se mezclan rezagos de una cultura milenaria budista contrastados con cambios contemporáneos.
Con un grupo de ocho personas, seis colombianos, una eslovaca y una italiana, logramos conseguir el tour, los permisos de entrada y movilidad interna. No importaron los más de 5.000 kilómetros en tren que hay entre Lhasa y Beijing, ni la diferencia de alturas que hay para llegar al «lugar más cerca del cielo». Las razones por las que quise ir al Tíbet son muchas, pero quizás importa más una: ver la colonización de la China capitalista en la cultura budista tibetana. Con ese viaje sentí finalmente que me había graduado de la Gran China.