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Sospechas que siembran dudas

Sembrar la duda: Indicios sobre las representaciones indígenas en Colombia fue la exposición que durante más de 6 meses (7 octubre 2023 – 15 abril 2024) estuvo en el Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU) del Banco de la República. Esta exposición, que movilizó diversos públicos para verse en el espejo de lo indígena, a su vez genera preguntas sobre cómo curar, nombrar y exhibir estas imágenes. Mucho se dijo, mucho se alabó, pero poco se cuestionó o reflexionó sobre la propuesta expositiva.

por

Jenny M. Díaz Muñoz

feminista y curadora de arte independiente


18.07.2024

imagen por Nefazta basada en la exposición Sembrar la duda

De la celebración del centenario del Banco de la República en 2023 resulta significativa la decisión de realizar la exposición Sembrar la Duda, indicios sobre las representaciones indígenas en Colombia, enmarcada en la revisión crítica de las representaciones indígenas en el marco del centenario de la institución.

El complejo proceso investigativo que duró cerca de cuatro años, realizado por el equipo curatorial conformado por María Wills, Julien Petit y Sigrid Castañeda propuso la necesidad de repensar, revisar, revaluar no solo el museo, también la Colección y la forma como ha sido escrita la historia del arte. Para esto articularon las imágenes seleccionadas mediante siete indicios: Identidades, Archipiélago macizo, La imagen fotosensible, Naturaleza sagrada, Arte/Sania/Diseño Anacronías.

Esta indagación por las colecciones bajo la premisa de lo indígena, llevó a los curadores a develar la ausencia de las autorrepresentaciones indígenas entre los acervos del Banrep, por lo que unas cuantas obras de artistas indígenas fueron adquiridas con motivo de esta exposición, algunas compradas, otras donadas, otras aporte de personas de pueblos indígenas. Fue también necesario y coherente acompañar la muestra de una curaduría viva a cargo del artista Edinson Quiñones, que da lugar a expresiones rituales que son parte de las cosmogonías de los pueblos.

Sin embargo, más que indicios o dudas, la exposición, genera sospechas sobre las formas como se nombra y configura una exposición sobre lo indígena en un país como Colombia. Las sospechas recaen en las colecciones del Banco de la República, ya que establecen narrativas y relaciones sobre las formas de representación y autorepresentación entre el  Museo, los mundos del arte y las comunidades indígenas históricamente marginalizadas.

Los cuestionamientos, las desconfianzas y las molestias comunes fueron las que motivaron el ejercicio crítico colaborativo que aquí presento como un texto que surge de las conversaciones entre la historiadora y crítica de arte Isabel Cristina Díaz y la antropóloga y curadora Jenny M. Díaz Muñoz. Partimos de múltiples visitas al espacio, la lectura y revisión del material escrito y audiovisual sobre la muestra y la revisión completa del Seminario Diálogos entre saberes, lo indígena en las narrativas del arte de 2022. Así como de una serie de entrevistas y charlas con algunos artistas y académicos indígenas sobre la exposición, entre ellos: Eliana Muchachasoy (artista y gestora cultural Kamëntšá) y Eyder Calmabas (filósofo Misak), y el encuentro con el equipo curatorial del Banco de la República.

La mirada sospechosa

Reconozco mi lugar de privilegio como curadora que vive en el centro del país, por lo que este escrito busca agudizar la mirada frente a las maneras como las instituciones y mundos del arte dialogamos con las comunidades y  prácticas artísticas que hemos denominado como indígenas. Conectada a mi intuición como guía que devela significados y verdades, la intuición entendida como “origen primero y privilegiado del pensamiento es la brújula que guía mis recorridos por Sembrar la duda, exposición que en su mayoría presenta producciones sobre lo indígena realizadas por miradas blanco mestizas. 

Sembrar la duda, aunque es una propuesta necesaria como medida que recoge un amplio archivo que construye la imagen de lo indígena en el presente, adolece de dudas al no cuestionar los paradigmas y violencias bajo los cuales se construyen las colecciones en una institución como el BanRep, que se esperaría hubiese sido el punto de partida de una muestra que parte de revisitar estas colecciones para reconstruir una historia visual sobre lo indígena. Colecciones como las del Museo del Oro, tal como lo describen autores como Michael Taussig en el texto Mi Museo de la cocaína, surgen de la violencia colonizadora, del guaqueo de las montañas y sitios sagrados de comunidades prehispánicas,  prácticas  que desenterraron los rituales sagrados de los muertos y sus ofrendas funerarias para fundirlos en lingotes.

Fotos: Oscar Monsalve, Sección de Divulgación Subgerencia Cultural del Banco de la República. Vía.

Monumentos museográficos

La exposición tiene un carácter monumental, que no es sólo producida por las 800 piezas reunidas, sino también por el exceso de elementos museográficos, que dicen buscar de manera reiterativa un volver a la tierra, mediante el “uso de materialidades propias de las comunidades indígenas. La museografía fue diseñada por Organizmo, fundación que trabaja con modelos educativos alrededor de técnicas de bio-construcción y tecnologías alternativas. 

A primera vista, la apuesta museográfica se impone sobre las imágenes con dispositivos que resultan esencialista sobre lo indígena, el uso de colores ocres y verde, sumado a los materiales que aluden a lo “natural”, anclan lo indígena a un pasado puro e inmóvil, con un sin fin de propiedades cósmicas que tanto atraen a públicos occidentales, por cierto, sedientos de otros sentidos, los cuales creen encontrar en fórmulas mágicas, como, por ejemplo, del contacto superficial con los saberes indígenas. Son entonces unas materialidades sospechosas, impostadas, que encapsulan formas propias como la maloka en las salas del Museo, sobre la que la artista y gestora cultural Eliana Muchachasoy comentó en la entrevista que al ver la estructura que asemeja una Maloka en la sala del segundo piso se preguntó: “¿por qué permitimos estas cosas? Explicándonos que representar una maloka sin el fuego que la abriga y protege, sin la ritualidad que implica, es extraño”.

Es también extraño recorrer las estructuras creadas para el montaje de las obras, en tanto que sus materiales no reflejan las dinámicas y cambios, así como las complejidades y mixturas que surgen del abigarrado proceso de mestizaje en el que convivimos y que se evidencian en las representaciones y autorepresentaciones latentes entre las obras. Quizás sea necesario continuar explorando y observando cómo mutan estas formas y expresiones, cómo se contaminan unas a otras, al tiempo que se indaga por las derivas de estas mezclas históricas, violentas, dolorosas, vergonzosas, impregnadas en la tierra.

Estereotipos e imágenes racistas

Los estereotipos sobre lo indígena, construidos bajo la mirada de autores blanco mestizos, tanto en las obras, como la curaduría y museografía, son la base de la exhibición. Y es que el problema no son en sí los estereotipos, tan comunes en este tipo de representaciones, sino que no se reflexionen sobre las consecuencias y responsabilidades que estos generan. El texto curatorial  del Indicio I Identidades reconoce estos estereotipos y promete: “proponer narrativas plurales y desafiar categorías que no solo han restringido el imaginario cultural del país, sino que también han influido en la historia del arte al promover estereotipos sobre la identidad”. 

El primer problema que asocio a esta promesa, es que de forma reiterativa los textos curatoriales en Sembrar la duda afirman partir de “diálogos y espacios de escucha” con los pueblos indígenas de Colombia, cuando en realidad el contacto se establece con algunas comunidades del norte y sur del país, que no son identificables en los textos de las salas. Así mismo, cuando se les preguntó a los curadores por las estructuras y metodologías de los diálogos y espacios de escucha, dijeron que en realidad “no existió una estructura específica o metodología, en estos encuentros.”

Así mismo, se habla de unos estereotipos asociados a lo indígena, pero no se señalan con claridad las consecuencias y responsabilidades que tienen las imágenes en la reproducción y cimentación de imaginarios racistas que han causado el exterminio de las comunidades indígenas en Colombia, a pesar de que “las prácticas visuales han sido cómplices de un continuado proceso de homogeneización y subhumanización de los sujetos indígenas”. Basta con revisar la historia para comprender el origen de estas imágenes y sus colecciones, por ejemplo, las acuarelas y fotografías producto de las comisiones de inicios del siglo XX, y posteriores trabajos de campo académicos, contribuyen a taxonomizar las comunidades para el consumo europeo. 

Foto: Valentina Calvo, Sección de Divulgación Subgerencia Cultural del Banco de la República. Vía.

El texto del Indicio 3 La imagen fotosensible aporta reflexiones sobre las implicaciones racistas y violentas de las imágenes: “Las personas registradas ahí no tienen a menudo nombre, origen ni territorio y su existencia parece resumida a este instante fotográfico, a un recuerdo mudo perteneciente a un imaginario del otro transformado en objeto”. Existe aquí un elemento sospechoso y es que estas imágenes etnográficas, que narran una historia vergonzosa, son aisladas o concentradas en una pequeña sala, enmarcadas en unos marcos que desdibujan su carácter de archivo. Sin embargo, el poder de las imágenes y su capacidad de perpetuar prácticas colonialistas, no se limitan a las imágenes etnográficas, las prácticas artísticas reproducen las mismas problemáticas.

Este monumental proyecto, no solo carece de cuestionamientos hacia la institución Museo y sus acervos, sino que reproduce problemas de representación como desconocer los nombres de los pueblos indígenas participantes en la muestra, en el capítulo introductorio y demás textos curatoriales se refieren a las comunidades como conjunto sin especificar con cuáles comunidades trabajaron, cuando según la ONIC en Colombia existen cerca de 102 pueblos indígenas. Es también problemático que solo unas pocas imágenes sean de artistas indígenas, frente al volumen de expresiones blanco mestizas, sumado a la escasa participación de autores indígenas en los textos del catálogo, en el cual solo aparecen Abel Santos con el texto: Museo Magütá, y de nuevo la voz de Edinson Quiñones como compilador del capítulo Caminar la palabra. De acuerdo con esto, me pregunto ¿para quiénes fue creada esta exposición?, ¿a quiénes legitima?, ¿cuál es la imagen de lo indígena que aquí se reproduce?

¡Qué perversos son los estereotipos… crean categorías que nos etiquetan, nos limitan y nos venden en el insaciable mercado del capitalismo global! 

Arte y mercados globales

Dimensionar Sembrar la duda no como hecho aislado sino como fenómeno que se enmarca en las dinámicas del arte global, es un ejercicio necesario. La Bienal de Venecia 2024 Extranjeros por todas partes, es una propuesta reivindicativa hacia el arte de comunidades y poblaciones históricamente marginalizadas. Genera desconfianza que ambas muestras privilegien aspectos formales de las obras frente a sus significados, así como, que asocien de forma categórica materialidades (textiles, barros) como símbolos que taxonomizan la otredad. Mariagrazia Muscatello, curadora y crítica de arte italiana, denuncia como la curaduría de la Bienal descontextualiza los textiles de arpilleras, que surgen en el contexto de la dictadura chilena, como acciones políticas y las restringe a piezas decorativas creadas para la contemplación y el disfrute.

Este boom de exposiciones tiene un origen problemático: son financiadas por instituciones estatales, que perpetúan su statu quo mediante las plataformas artísticas instrumentalizadas como medios para lavar su imagen, sin que exista un real cuestionamiento y reconocimiento en las narrativas propuestas, de las problemáticas y responsabilidades que tiene el Estado en el exterminio de las comunidades y territorios que ahora dicen representar. Son estas fórmulas mágicas de los Estados y sus políticas reivindicativas, que sumergen a las sociedades en un espejismo de intercambio de bondades y dones que pocas veces se materializan en transformaciones sociales, políticas y económicas reales. 

Como consecuencias, estas operaciones estatales ayudan a consolidar mercados como el del arte indígena para el consumo blanco, a la vez que legitiman las artes de los artistas indígenas y blanco mestizos invitados a estos eventos, de esta manera artistas y curadores operamos, en palabras del profesor de antropología Xavier Andrade, como brokers culturales al servicio del mercado.

En la conversación con el equipo curatorial de Sembrar la duda mencionaron que esta muestra es una primera aproximación. Ojalá en las próximas versiones y abordajes, más que una muestra sobre lo indígena en el museo, que los sitúa como sujetos lejanos, sería interesante reflexionar sobre como construir juntos narrativas interculturales que partan del diálogo, el desencuentro y la incapacidad de traducción para reconocer las diferencias que nos separan y atraviesan. 

Descolonizar una institución colonial como el Museo es un contrasentido, y solo es posible, creo, en la medida en que se reconozcan y comprendan las problemáticas actuales, y que se descentren los discursos y se dé lugar a otras formas estéticas. En un país como Colombia encontrarse con las comunidades indígenas, también implica reconocer las prácticas racistas que nos habitan, hablar de temas incómodos como el asesinato de los líderes indígenas en los territorios. Este año según Indepaz van 10 asesinados. Reflexionar sobre los impactos del conflicto armado en el tejido social y proyectos de vida de los pueblos, porque la guerra parece ser un mal enquistado que no da tregua. Son estas algunas reflexiones que pueden contribuir  a diluir imágenes  puristas, idealizadas  y mercantilistas sobre lo indígena, que los congela a un pasado y los deshumaniza.Necesitamos reconocer la incoherencia y las tensiones como parte de los procesos e incluirlas en los resultados expositivos, porque estos proyectos estatales se cobijan en un halo de limpieza y cordialidad que nubla las complejidades del encuentro entre las diferencias, compuestas de capas históricas, luchas, victimizaciones y significados que se deben profundizar y develar: El Taita Lorenzo Tunubala, en palabras del filósofo y escritor misak Eyder Calambas, comentó que al ver las imágenes expuestas en Sembrar la duda de Francisco Tumiña, precisó que él no era un artista, sino un soñador, lo que refleja nuestra incomprensión ante sus imágenes.

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Jenny M. Díaz Muñoz

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