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“Sinners” de Ryan Coogler: sangre, blues y libertad

Sinners es la película del momento y desde ya se posiciona como una de las mejores del año. Un audaz relato que combina gangsters, música y terror en el Sur profundo de EEUU. Una historia de supervivencia y redención, donde la sangre corre y el alma se eleva con el sonido del blues.

por

Álvaro Serje

Crítico de cine y TV


25.04.2025

Fotograma de "Sinners".

En tiempos donde el cine comercial parece girar en círculos sin rumbo, atrapado entre secuelas interminables, remakes perezosos y universos compartidos, el reciente estreno de Sinners, el proyecto más ambicioso y personal de Ryan Coogler, se siente como un soplo de aire fresco.

Este director y guionista, que saltó a la fama por éxitos taquilleros como Black Panther (2018) y Creed (2015), ahora parece dar un paso al costado del cine de franquicias y marcas preexistentes para adentrarse en un terreno más arriesgado: una fábula oscura sobre vampiros, espíritus libres y guitarras de blues, ambientada en el Sur profundo de Estados Unidos. 

Los vinilos del M-19

Tras cumplirse 35 años del acuerdo de paz entre el M-19 y el Gobierno Nacional, recordamos tres vinilos producidos por la organización en los años ochentas y noventas que hacen parte de la colección análoga de la Biblioteca Musical de la Paz (BMP).

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Sinners cuenta la historia de los gemelos Smoke y Stack, ambos interpretados por Michael B. Jordan, que regresan a su hogar en el Delta del Mississippi, luego de 7 años de “trabajar” como gangsters en las calles de Chicago. Su objetivo es muy sencillo: montar el primer club de blues del sur. Al inicio todo marcha sobre ruedas, reclutan viejos amigos y talentosos músicos, reconectan con antiguos y le dan rienda suelta al licor y la música. Todo marcha sobre ruedas hasta que la música y la fiesta atraen a un grupo de criaturas de la noche sedientas de sangre. Allí, la historia de los hermanos y la cinta cambian para convertirse en una historia de terror y supervivencia, sin dejar de lado un potente comentario sobre el racismo y la injusticia. 

Sin embargo, Sinners no es simplemente una historia de vampiros. Es una obra que se pasea hábilmente por varios géneros: el terror, el cine de gangsters, el musical e incluso el western. Con todos estos elementos, se construye una narrativa que, a pesar de ciertos momentos de caos, transpira un estilo único y atrapante. Lo que podría haber sido otro refrito del mito vampírico, se convierte en una reflexión intensa sobre el pecado, el libre albedrío y la espiritualidad afroamericana. Por supuesto, no todo en esta película es perfecto. Su ambición a veces le juega en contra, llevándonos por pasajes donde parecen ocurrir demasiadas cosas al mismo tiempo y la narrativa se desborda. Pero incluso en esos momentos, Coogler logra sostener el ritmo con brillantes giros de guion, un magistral manejo del suspenso y actuaciones cargadas de emoción.

Aquella vieja historia

Desde su primer largo, Fruitvale Station (2013), una poderosa denuncia de la brutalidad policial en Estados Unidos, Coogler ha demostrado un firme compromiso con el contexto sociopolítico de sus historias. Ya sea en el cine independiente o en el blockbuster, el director no ha dejado de explorar y evidenciar la injusticia, los conflictos raciales y el universo cultural de la población afroamericana. Sinners continúa esta línea, pero lo hace desde lo simbólico y lo fantástico. Aquí, los vampiros representan la posibilidad de transgredir lo establecido, de salirse de la regla y conjurar lo prohibido. No cae en la metáfora fácil de convertir a los vampiros “blancos” en el monstruo que se alimenta de aquellos que son diferentes, más bien construye, a través de su mirada, el lado oscuro de aquella diferencia y lo que pasaría al asumir la idea de una libertad sin consecuencias ni moral. Los vampiros simpatizan con el dolor de la esclavitud de los protagonistas, pero sólo pueden ofrecerles otro tipo de cadenas.

Uno de los grandes méritos de la cinta es recordarle a Hollywood la diferencia entre ser original y ser auténtico. Una distinción que la industria parece haber olvidado. Los vampiros no son personajes originales, han sido relatados en incontables adaptaciones desde los inicios del cine hasta el streaming. Se han presentado como monstruos implacables o seres seductores, han sido deconstruidos y reconstruidos en todas las épocas y lugares, con relatos que van desde la comedia hasta el gore. No hay nada original tampoco en la historia de un grupo de sobrevivientes atrapados mientras una horda de monstruos los acecha, ni en los músicos atormentados o los conflictos del Sur de Estados Unidos. Sin embargo, Coogler, abraza esas ideas que parecen “repetidas” y apuesta por verlas desde un lugar propio. Toma elementos que ya reconocemos y los despliega desde una óptica profundamente personal. Se apropia del mito, lo traslada a un contexto cultural e histórico con el que se identifica, y lo reinterpreta desde sus propias inquietudes políticas, espirituales y estéticas. Esta no es otra historia de vampiros: es su historia de vampiros. Así, Sinners demuestra que no es necesario reinventar la rueda para conmover o sorprender; basta con contar desde un lugar honesto, con una voz propia. Coogler no imita a quienes lo precedieron: toma lo que le sirve, lo transforma, lo hace suyo y, en ese gesto, logra darnos algo cada vez más raro en el cine comercial contemporáneo: autenticidad.

El sonido de los libres

Esta autenticidad no se encuentra sólo en el contexto de la historia, ni en sus matices políticos, está sobre todo, en el lugar que le da a la música y la tradición afroamericana. Lejos de usar el blues como simple ambientación o guiño cultural, este director lo vuelve el corazón de la película. La banda sonora compuesta por Ludwig Göransson (The Mandalorian, Black Panther, Oppenheimer), no sólo es arriesgada y atemporal, sino que nos muestra cómo la música es capaz de abrir puertas a otros mundos y otros tiempos. En una de las secuencias mejor logradas de la película, nos deja ver cómo el blues se transforma en un portal y un llamado al mundo espiritual. Es la música libre, indomable, sospechosa, la que permite acceder al cielo o al infierno. No es casual que uno de los personajes centrales sea el hijo de un pastor que vive en conflicto con su talento musical porque siempre le han dicho que “viene del diablo”. Tampoco es casual que los vampiros conciban el alma de este músico como un preciado tesoro. Precisamente, esta tensión entre espiritualidad religiosa y la emancipación artística es una de las notas altas que atraviesa todo el relato. La música, como los vampiros, es vista como un peligro, una tentación, una posibilidad de transgredir el orden, pero también liberación, una ruta de escape. Y aquí aparece una de las ideas más bellas y provocadoras de Sinners: el verdadero pecado original no es la desobediencia, sino la libertad. 

Más allá de los vampiros o la eterna lucha del bien contra el mal, Sinners es un homenaje al blues y sus raíces africanas, es una cinta sobre la vida, la redención y la búsqueda de identidad en un país que aún lidia con las sombras de su dolorosa historia. Es una película que merece ser vista y, sobre todo, escuchada más de una vez, no sólo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Como un solo de guitarra improvisado en una noche de blues: a veces imperfecto, pero lleno de alma, verdad y libertad. 

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Álvaro Serje

Crítico de cine y TV


Álvaro Serje

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